Homenaje a Simón González

Contracultura souvenir

El Primer Congreso
Mundial de Brujería
~ 1 9 7 5 ~

—10 de octubre de 2023—

Simón González Restrepo
(1931-2003)

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Julián Sánchez González es historiador y politólogo de la Universidad de los Andes, candidato a doctor en Historia del Arte de la Universidad de Columbia e investigador residente del Instituto Cisneros del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). Sus intereses académicos se centran en la relación entre prácticas artísticas y espirituales a lo largo del siglo xx en las Américas y el Caribe. Ensayos suyos han sido publicados por MoMA, la Colección Patricia Phelps de Cisneros, el portal Oxford Art Online, Artsy, Alice Yard, la Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Universidad Nacional. Es autor del artículo «Activismo espiritual y contracultura souvenir: el Primer Congreso Mundial de Brujería, 1975», incluido en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República (Vol. 57, Núm. 104, agosto de 2023), coproductor del podcast «El diablo no está invitado» de Radio Ambulante y asesor del documental «Congreso Internacional de Brujería» de Sergio Zaraza y Roberto De Zubiría.

Homenaje a Simón González Restrepo
en el vigésimo aniversario de su muerte.

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Julián Sánchez González

Julián Sánchez González

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Activismo espiritual y
contracultura souvenir

El Primer Congreso
Mundial de Brujería,
1975

~ Fragmento ~

Por Julián Sánchez González

Con un trasfondo amarillo y blanco representando una noche de luna llena, cuatro figuras —dos mujeres y dos animales— crean una composición dinámica y orgiástica como parte del diseño del afiche que promocionaba el Primer Congreso Mundial de Brujería de 1975. En la parte inferior de la obra, una mujer vuela en diagonal con los brazos extendidos y las piernas contraídas, revelando la voluptuosidad de su cuerpo y su sexo. Salvo por una tela deshilachada puesta sobre las rodillas, ella se presenta desnuda y sin rasgos faciales, mientras da a luz a cinco figuras amarillas y moradas con forma de diamante. Su pie izquierdo, inclinado y delicadamente pintado, se encuentra frente a la pezuña de un cabro que, con una erección, vuela en dirección opuesta. Colindante con esta escena, la silueta de una mujer embarazada, con un velo blanco, se encuentra sentada al tiempo que sostiene delicadamente un par de cuernos sobre su regazo, en lugar de un ramo de flores. Desde la parte de atrás emerge la figura de un toro de lidia, casi del doble de su tamaño, con un estoque o espada de torero atravesando su lomo. A pesar de la herida, el cuerpo del toro le ofrece a la novia un lugar para sentarse y descansar, aunque en un contexto de absoluta oscuridad.

Diseñado por una de las figuras más prominentes del arte moderno colombiano, el pintor oriundo de Barcelona y radicado en Cartagena, Alejandro Obregón Rosés, el afiche descrito hace referencia al imaginario colectivo relacionado con las brujas en Occidente. Las representaciones del afiche evocan las aventuras sexuales de estos personajes míticos con las múltiples personificaciones del diablo y, además, nos hacen pensar sobre su función simbólica como desafío a las normas patriarcales que han dictaminado históricamente el comportamiento de las mujeres (Zamora, 2021, p. 90). Estas imágenes ponen en evidencia el símbolo de la bruja como perversión de las convenciones sociales asignadas a la mujer en cuanto virgen y madre. En su yuxtaposición muestran un cuerpo femenino que es, por un lado, sexual y libre, y por otro, asociado a una maternidad impoluta. Adicionalmente, el tema central del afiche —inusual en el corpus de la obra del artista— propuso, de manera irreverente, la visibilización de una tradición de creencias populares compartidas en el mundo iberoamericano. En un país como Colombia, esto tiene implicaciones específicas por la asociación histórica y racializada entre la brujería y los sistemas espirituales indígenas y afrodiaspóricos (Gómez Valderrama, 2017, p. 114). Al visualizar la imagen de la bruja, el afiche de Obregón no solo difundió un evento, sino que también hizo un comentario sobre el rol que pueden asumir las espiritualidades no hegemónicas como plataformas de crítica y transformación sociopolítica.

Siguiendo la propuesta del afiche, el presente artículo ofrece un abrebocas a la contribución que el Congreso de Brujería hizo a las artes y la cultura en Colombia desde su interés por visibilizar espiritualidades alternativas. Para ello, se realizará un barrido histórico y analítico por las partes más significativas del congreso, con el objetivo de ofrecer un panorama general del alcance de su programación académica y cultural. Luego, el texto discute una exhibición de arte realizada en el marco del evento, que tuvo por nombre Salón de Artes Visuales y fue llamada popularmente, por la prensa nacional, Salón de Arte Brujo. Por la cercanía del congreso con el nadaísmo, la exhibición presenta un estudio de caso inédito en el que se refleja la propuesta decolonial que esta vanguardia literaria y artística colombiana ofreció a las artes visuales a nivel nacional. Así, el argumento da cuenta de cómo la muestra quiso afianzar un proceso de quiebre con una cultura moderna en el país, en especial frente a la supervivencia de jerarquías raciales y de gusto estético. Por su curaduría descentrada y de temática innovadora, el Salón de Arte Brujo resonó con varios movimientos contraculturales en auge en diferentes latitudes del continente americano durante las décadas de 1960 y 1970. Aunque controversiales por su carácter comercial y turístico, tanto la exhibición de arte como el congreso presentaron una plataforma disruptiva, con el potencial de fortalecer discursos en torno a la construcción de sociedades más inclusivas y equitativas.

Bogotá: ¡comenzó el aquelarre!

Efectuado entre el 24 y el 28 de agosto de 1975, en la Feria Internacional de Bogotá, hoy Corferias, el Primer Congreso Mundial de Brujería fue un evento monumental de resonancia nacional e internacional. Su creador, el empresario y después político medellinense Simón González Restrepo, realizó el publicitado evento en el pico de su carrera como director del Instituto Colombiano de Administración (Incolda). Para ello, vinculó a Josefina del Valle, colombiana experta en organización de eventos y conferencias de alto nivel, como parte del equipo para llevar a cabo su visión. El eslogan del congreso, «A la sombra de lo diferente con amor y asombro», una frase acuñada por el poeta nadaísta Gonzalo Arango, hizo un llamado público y radical a la unión espiritual en medio de la diferencia social (Del Valle, comunicación personal, 2021). Con más de 3.000 asistentes de numerosas nacionalidades, el congreso se constituyó como un espacio para discutir y presenciar prácticas espirituales no hegemónicas, incluyendo sus cosmogonías, rituales y principios filosóficos regidores (Levy, 1975a). Estos participantes representaron, en parte, sistemas espirituales de las Américas y el Caribe cuya imagen ha sido históricamente considerada como peligrosa o demoníaca. Junto a la cobertura del congreso, en algunos de los medios de comunicación más leídos de Colombia, América Latina, Estados Unidos y Europa, estos aspectos del evento dejan clara su relevancia para la historia cultural de la época [1].

A pesar de haber sido concebido como una aventura comercial de González Restrepo al interior de su nueva agencia de viajes La Rana, el congreso también fue pensado para confrontar la mentalidad colonial, conservadora y jerárquica colombiana. Para el empresario antioqueño, el tema general del evento ofrecía un término sombrilla que cobijaba exploraciones espirituales subalternas en auge durante este período. Además de la magia, estas también incluyeron hipnosis, telepatía y contactos extraterrestres y paranormales; una combinación inusual que González justificó cuando se refería a cómo el brujo «aborda todo aquello que no es materialista, sino del espíritu» (Valencia et al., 1975b). El mayor atractivo del encuentro fue la participación de reconocidos perfiles nacionales e internacionales en paneles organizados a través de un formato académico. Representantes de disciplinas como la parapsicología, la antropología, la etnobotánica, la literatura, la historia comparada de las religiones y el ilusionismo, provenientes de las Américas, el Caribe y Europa, aportaron, aunque en diferentes grados, rigurosidad intelectual e investigativa. Sus contribuciones, tan variadas como sus perfiles, fueron testimonio de un interés transversal por desafiar preceptos occidentales racionalistas y por desestabilizar las jerarquías entre culturas occidentales y no occidentales.

En las más de veinte conferencias, uno de los ejes temáticos centrales fueron las presentaciones de especialistas en culturas y religiones afrodiaspóricas e indígenas de América Latina y el Caribe.

Jean-Baptiste Romain (1975a) y Joseph Mompoint Mondesir (1975), profesores de antropología de la Universidad Nacional de Haití, presentaron dos charlas que esbozaban la historia y las creencias principales del vodoun como religión haitiana. Estas hicieron hincapié en la creolización cultural que ha dado forma a este sistema de creencias, en su relación con la naturaleza y en el panteón de iwas o manifestaciones espirituales que lo conforman. Además, la delegación haitiana también contó con la participación del houngan, o sacerdote vodoun, Serge St. Jean (1975), quien describió en términos similares al brujo y al artista. Para el también poeta, estas figuras comparten el deber de retornarle al mundo su misterio. Carlos Canet (1975), santero cubano radicado en Miami, ofreció una mirada panorámica a la santería como religión con raíces en la cultura yoruba de África Occidental. De igual manera, la charla del antropólogo y médico colombiano Manuel Zapata Olivella (1975) resonó con esta constelación intelectual al tratar las cosmogonías y medicinas indígenas y negras del país como reflejo de un conocimiento científico basado en la prueba y el error. Esta perspectiva también fue propuesta por la charla de Álvaro Soto Holguín (1975; comunicación personal, 2021), quien en calidad de director del entonces Instituto Colombiano de Antropología ofreció apuntes sobre las prácticas espirituales, llamadas mágicas, de estas mismas comunidades en el país. Por último, Andrew T. Weil (1975; comunicación personal, 2021), etnobotánico estadounidense asociado a la Universidad de Harvard, hizo una intervención sobre plantas como el tabaco y la marihuana para usos curativos y ceremoniales en las Américas.

Otra temática de las conferencias abordó los métodos parapsicológicos y la hipnosis, cada vez más populares en la década de 1970, así como la discusión e interpretación de sus experimentos y resultados. La presentación de Douglass Richard Price-Williams (1975), psicólogo inglés asociado a la Universidad de California en Los Ángeles (ucla), expuso los resultados ambivalentes de una serie de experimentos de comunicación a través de los sueños. Allí dio a conocer pruebas realizadas con el antropólogo y escritor Carlos Castañeda (1968), autor del ahora controversial libro Las enseñanzas de don Juan. De forma similar, la intervención de Thelma Moss (1975), estadounidense y directora del Laboratorio de Parapsicología de ucla, describió el método de fotografía Kirlian para capturar imágenes del campo electromagnético de seres animados e inanimados. Esto con el objetivo de hacer visibles los efectos de procesos de curación alternativos. Por su parte, las conferencias del chileno Brenio Onetto Bachler y del argentino Livio Vinardi mostraron una línea investigativa similar a la de Price-Williams y Moss. Onetto Bachler (1975), fundador de la Sociedad Chilena de Parapsicología, relacionó ejemplos de curanderos tradicionales de América Latina con esta disciplina, para defender su legitimidad y contribución a la ciencia occidental. Vinardi (1975), creador de una disciplina conocida como biopsicoenergética, presentó unas reflexiones sobre la interacción energética de seres y objetos revelada a través del método Kirlian.

Adicionalmente a estos dos ejes, otros temas tuvieron cabida en el congreso, aunque en menor medida, como fue el caso de la historia comparada de las religiones, la literatura y el ilusionismo. El cubano-estadounidense Robert Lima (1975; comunicación personal, 2019), en ese momento profesor de español y literatura comparada en la Universidad de Pensilvania, presentó una mirada histórica a la construcción literaria de la figura del diablo. María Teresa Escobar Rohde (1975), profesora de historia clásica de la Universidad Nacional Autónoma de México, realizó un comentario sobre el resurgimiento de las prácticas mágicas a través del tiempo en sociedades con urgencias de crisis socioeconómicas o éticas. Por su parte, dos de las conferencias más populares del congreso fueron las de la brasileña Clarice Lispector y el israelí Uri Geller. Lispector (1975) leyó su último cuento corto, titulado «El huevo y la gallina», en el que narra un viaje astral que inicia en una escena doméstica cotidiana y cuyo significado fue elusivo para el público asistente (Levy, 1975c). Geller (1975), por el contrario, contó con una asistencia multitudinaria, con una serie de demostraciones en las que el ilusionista afirmaba poder doblar cucharas y arreglar relojes de metal con su mente. Dicha presentación logró el cubrimiento total de los medios de comunicación en Colombia, e incluso fue transmitida por la televisión nacional.

Además de estas presentaciones formales, el congreso fue el escenario de tres exhibiciones de artes visuales que brindaron una variedad amplia de expresiones de Colombia, Haití y Ecuador. Entre ellas el ya mencionado Salón de Arte Brujo; una muestra de artistas haitianos influenciados por el vodoun, llamada «Nader’s Haïti», y una galería monográfica de menor escala con obras del pintor ecuatoriano Dimitri Borja, titulada «Pintura y música» (Romain, 1975b; «En una agencia de viajes», 1975). Tanto la exhibición de arte brujo como la del haitiano ofrecieron una propuesta temática inexplorada en las artes colombianas [2]. En estas muestras, los términos «brujería» y «vodoun» conformaron un hilo conductor para una extensa gama de manifestaciones artísticas y estilos. Vistas como un conjunto, las exploraciones de lo oculto, lo mágico y la recuperación de espiritualidades subalternas fueron parte de las propuestas creativas de dichas exposiciones, revelando intereses similares simultáneos en una escala transnacional. Por ello, el congreso puede entenderse como una plataforma con la capacidad de establecer redes artísticas poco consideradas anteriormente, como la de Colombia y Haití, en un tiempo de profundos cambios culturales.

La programación cultural del Congreso de Brujería no se limitó a las artes visuales sino que incluyó, además, colaboraciones con las disciplinas del cine, el teatro y la danza. Carlos Muñoz, actor colombiano, organizó el Festival de Cine Fantástico en la Cinemateca Distrital de Bogotá, en el que se presentaron películas como Orpheus de Jean Cocteau y Nosferatu de Friedrich Murnau. La actriz Mónica Silva coordinó una serie de piezas teatrales, entre ellas Marat/Sade de Peter Weiss, bajo la dirección de Manuel Espinel, y Luther de John Osborne, dirigida por Raúl Santa. Delia Zapata Olivella presentó danzas y performances, incluyendo el lumbalú o ritos funerarios de San Basilio de Palenque, con su Grupo de Danzas Folclóricas Colombianas (Cinemateca Distrital de Bogotá, 1975; «Cine, teatro y danzas», 1975). Junto con González Restrepo y otros colaboradores, Delia Zapata Olivella también estuvo a cargo de organizar representaciones de rituales por parte de grupos de danza y figuras individuales del extranjero. Estos mostraron, por un lado, ceremonias y danzas colectivas del vodoun haitiano y del candomblé de Salvador de Bahía, Brasil, y por otro lado, rituales del María Lionza a cargo de una sacerdotisa de Caracas («Cine, teatro y danzas», 1975; Valencia et al., 1975a). Aunque no serán discutidos in extenso en este ensayo, la inclusión de estas presentaciones ceremoniales, particularmente las de vodoun y candomblé, consolidó el interés del congreso por establecer una reflexión en torno a los elementos espirituales y corporales de las culturas afrodiaspóricas de la región. Este aspecto performativo y ritual del evento tuvo por tarea principal el diálogo entre sistemas espirituales para contrarrestar dinámicas de exclusión y marginalización social.

De manera general, la programación del congreso estuvo alineada con las consignas del nadaísmo, que desde su fundación a finales de los años cincuenta había declarado una guerra simbólica a la doctrina del racionalismo moderno y el catolicismo dogmático en Colombia. Para Gonzalo Arango (2018), miembro fundador del movimiento, dicha vanguardia literaria y artística estaría comprometida con «todo tipo de inconformismos y todas las irreverencias de tipo cultural, estético, social y religioso». Estos preceptos transgresores vinieron de la cercanía que tuvo el poeta, en Envigado, Antioquia, con el padre de González Restrepo, el escritor y filósofo Fernando González Ochoa. Prueba de ello es el comentario de Arango (2011), al momento del fallecimiento de González Ochoa, según el cual para el escritor su obra «fue la realización de su vida, no en busca de la inmortalidad sino de la trascendencia humana». De manera similar, la búsqueda de exceder los límites terrenales como forma de resistencia política fue evidente cuando el nadaísta, junto a su pareja Angela Mary Hickie, publicó el libro Providencia (Arango y Hickie, 1972; Escobar y Arbeláez, 1968). Combinando poemas cortos de Arango con dibujos de Hickie, este libro reflexiona, desde la simpleza del lenguaje y las formas, sobre el mundo natural y los seres humanos como entidades sagradas. Su título hace referencia a las islas de San Andrés y Providencia en el Caribe colombiano, lugar en el que los nadaístas vivirían de manera intermitente desde mediados de los años sesenta, algo esencial para el desarrollo de su pensamiento [3]. Por ello, al haber sugerido el eslogan «A la sombra de lo diferente con amor y asombro», Arango haría al congreso un aporte que combinaba activismo político con un trabajo espiritual interno de casi dos décadas.

Teniendo en cuenta el trasfondo de los nadaístas con el Caribe insular, el afiche, el eslogan y la programación del congreso pueden interpretarse como un preludio de algunos de los aportes más representativos de pensadores decoloniales contemporáneos de esta región. El trabajo de Édouard Glissant (1997), por ejemplo, ha sido vital para entender la contribución que las culturas creoles caribeñas pueden ofrecer a la vida moderna y contemporánea. Su propuesta en torno al concepto de «opacidad» propone un ethos caribeño de creolización cultural como punto de partida para, entre otras cosas, la aceptación radical de la otredad y la diferencia. El puente metafórico y generativo que se construye entre «sombra» y «asombro» en el eslogan del congreso, por tanto, resuena de manera directa con la propuesta del pensador martiniqués, que entiende la aceptación de lo desconocido, o lo opaco, como condición necesaria para la comunión humana. Por ello, la centralidad que tuvo la cultura afrodiaspórica en la conceptualización y planeación del evento se encuentra en diálogo con la lucha por derechos civiles de las comunidades negras en las Américas y el Caribe desde los años setenta [4].

A pesar de la visibilidad otorgada a diversas culturas afrodiaspóricas a través de conferencias, exhibiciones, grupos de danza y rituales, el congreso no se debe idealizar como un evento de liberación social utópica. Desde su premisa como una aventura comercial de González Restrepo y los inversionistas de la agencia de turismo La Rana, el evento recibió, de manera justificada e injustificada, críticas de la prensa así como de figuras prominentes de la política y el clero en Colombia (Lleras, 1975; «El cardenal Muñoz Duque», 1975) [5]. Mucho de lo que se debatió sobre el congreso, por ejemplo, fueron los elevados precios de las conferencias académicas, a las cuales solo pudo asistir un porcentaje pequeño del total de los visitantes (Vásquez, 1975). Por el contrario, la parte más accesible, y la que explica los 300.000 visitantes reportados por la prensa, fue la llamada 1.a Feria Mundial de Brujería, que tuvo un carácter más popular (Levy, 1975a). En ella se permitió a cualquier persona o institución, con el interés de vender sus productos o servicios «brujos», la posibilidad de reservar un espacio comercial. El resultado fue una variedad de participantes que iban desde curanderos de provincia hasta comerciantes de muebles y electrodomésticos. Más controversial aún resultó el hecho de que, una vez terminado el congreso, la prensa nacional también reportó la quiebra financiera del evento. Según declaraciones de González Restrepo, esto habría sido resultado de la mala imagen que se había construido en torno al congreso ante la opinión pública (Levy, 1975d). Aunque nunca fue esclarecido o sometido a escrutinio, la poca viabilidad financiera del encuentro truncó la posibilidad de hacer una segunda versión. Esto hubiese sido posible pues González Restrepo ya habría recibido ofertas de delegaciones internacionales de México, Puerto Rico y Brasil para ser anfitriones de una nueva reunión (Van Bennekon, 1975).

Por encontrarse el congreso a mitad de camino entre el activismo espiritual y la comercialización de la contracultura, algunos medios de la prensa nacional simplificaron su alcance simbólico mostrándolo como un espectáculo para incautos y una moda pasajera. Esto explica, parcialmente, la razón por la cual el evento fue considerado banal y no mereció mayor atención por parte de la historiografía nacional. Por el contrario, el inicio del conflicto armado rural y urbano, el fin del Frente Nacional y el surgimiento del narcotráfico en el país han ganado un papel preponderante frente a las espiritualidades contraculturales. De manera similar, la historia del arte colombiano ha posicionado temas relacionados con la violencia y sus secuelas, particularmente con el cuerpo y el paisaje, como eje articulador de sus investigaciones. El Salón de Arte Brujo, por tanto, crea una puerta de entrada para entender el papel que las espiritualidades alternativas jugaron en el proceso creativo de algunos artistas visuales de la época. Abordar esta muestra artística desde un lente que considere el alcance y la notoriedad del congreso pone de manifiesto un impulso colectivo de construir unidad en un momento político de alta fragmentación. Por ello, tanto este evento como el Salón de Arte Brujo son parte esencial de los procesos políticos de su momento, y hacen de su estudio una invitación a expandir los temas propios de la historiografía del arte colombiano.

Notas:

[1] A nivel nacional, El Tiempo, El Espectador y las revistas Nueva Frontera y Cromos, entre otras publicaciones, cubrieron el Congreso de Brujería con notorio interés. En cuanto a medios de comunicación internacionales, también se publicaron algunas notas en el New York Times, el Washington Post, The Guardian, Le Monde, Clarín, ABC y la revista Planeta (Brasil), por nombrar algunos.
[2] Las cartas entre González Restrepo y Romain, en el archivo de la Corporación Otraparte, dan cuenta del trabajo del antropólogo haitiano como coordinador de la delegación que participó en el Congreso de Brujería. Su trabajo fue esencial para la realización de la exhibición «Nader’s Haïti», pues logró que la Galerie Nader de Puerto Príncipe, en ese momento dirigida por su fundador, Georges Nader, llevara a Bogotá una selección de artistas cuyas obras hicieran alguna referencia al vodoun (Nader, comunicación personal, 2022).
[3] Las visitas de los nadaístas —incluido González Restrepo— al archipiélago de San Andrés y Providencia construyeron un imaginario de las islas como un lugar paradisíaco y utópico de exilio autoimpuesto. Para muchos miembros del colectivo, allí el trabajo espiritual sería posible de la mano de experiencias psicodélicas y, algo más problemático, el aprendizaje de saberes ancestrales afrodiaspóricos. La figura del filósofo y botánico isleño Ronald Williams, también conocido como «el Brujo Pepa», se convertiría en un referente importante para González Restrepo y Arango. Ambos, por ejemplo, organizaron una entrevista entre Gloria Valencia de Castaño y Williams (1972), en la que el isleño habló de la situación de precariedad y olvido del archipiélago ante el boom de turismo que atravesaba. De igual forma, Williams sería invitado a participar en el Congreso de Brujería para tocar en vivo con su banda de calipso llamada Black Dynamite (Aurea Oliveira Santos, comunicación personal, 2018).
[4] Resulta interesante considerar que la participación de Delia y Manuel Zapata Olivella en el Primer Congreso Mundial de Brujería antecedió, por dos años, su trabajo también como organizadores del Primer Congreso de la Cultura Negra de las Américas, celebrado en Cali entre el 25 y el 27 de agosto de 1977 (Valero, 2021).
[5] Un hallazgo importante sobre este punto ha sido el hecho de que Pedro Gómez Valderrama, historiador cultural colombiano especializado en temas relacionados con la brujería y vinculado a la revista Mito desde su primera edición de 1955, fungió como uno de los principales miembros de la junta directiva de la agencia de viajes La Rana. Esto, sumado al hecho de que su libro Muestras del diablo fuese publicado en 1958, mismo año de la proclamación de El manifiesto nadaísta, no debe ser tomado como una simple coincidencia. Ambos hechos apuntan a la relevancia de la brujería y la disidencia espiritual como puntos de acceso a un lenguaje y a identidades posmodernos en el país. Entre los socios fundadores de la agencia de viajes se encontraban Harald Schmitz, Hernando Pryor, Armando González, Klaus y Hans Vollert, y Daniel Peñaranda. Asimismo, para esta empresa se contó con las inversiones de América Latina Inval (Panamá) y Euroandina S. A. (La Rana, 1974).

Fuente:

Sánchez González, Julián. «Activismo espiritual y contracultura souvenir: el Primer Congreso Mundial de Brujería, 1975». Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, Banco de la República, Vol. 57, Núm. 104, agosto de 2023, pp. 5-13.

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Publicidad de la transmisión por televisión, en vivo y a nivel nacional, de la presentación de Uri Geller durante el Primer Congreso Mundial de Brujería. El Tiempo, 27 de agosto, 1975, p. 5B.