Presentación

Relatos híbridos

Noviembre 12 de 2009

"Relatos híbridos" de Andrés García Londoño

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Andrés García Londoño (Caracas, 1973). Escritor colombo-venezolano radicado en Medellín. Ha publicado los libros “Los exiliados de la arena” (relatos, 2001), “El caballo de Ulises” (ensayo, 2007) y “Relatos híbridos” (2009), además de ensayos, cuentos y reseñas en distintas publicaciones como la Revista Universidad de Antioquia, el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, la revista Odradek, el cuento y El Malpensante. Varios de sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías. Actualmente dirige el Fondo Editorial de la Fundación Universitaria Luis Amigó. Ha sido ganador de las becas de creación de la Alcaldía de Medellín en dos ocasiones: primero con la colección de ensayos titulada “El rostro y la máscara”, en 2006, y luego con el libro de cuentos “Relatos híbridos”, en 2008. Este último libro fue además finalista en 2009 del Premio Nacional de Literatura a Cuento Inédito del Ministerio de Cultura.

Presentación del autor
por Felipe Restrepo David

Fondo Editorial Universidad EafitMunicipio de Medellín

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Andrés García sabe que el hombre es el monstruo y que la bestia lo habita incesantemente. Sabe, además, que en toda aberración palpita el perfil de la muerte y la carga de soledad y dolor que ella impone. Los personajes de estos cuentos son seres mezclados, los sacude la rareza de sentirse incompletos, anómalos y feos. Algunos de ellos brotan de universos fabulosos y fantásticos. Y lo que se narra, en definitiva, es un intento de mensurar no sólo sus propios sufrimientos, sino los que marcan al hombre contemporáneo. (…) Relatos híbridos plantea un universo de mutaciones que está irrigado por una imaginación desbordada. Tal desmesura sería quizás un ingrediente incómodo si no estuviera estremecida por la necesidad de la reflexión frecuente que el narrador de los cuentos se hace sobre sus fantasmas y manías, sobre sus vicios y excentricidades. En medio de centauros contrahechos, de arpías enamoradas, de gorgonas invencibles, de cíclopes lunáticos, de acéfalos infames, de esfinges computarizadas, sobresale la melancólica y aterradora humanidad del vampiro y el hombre mariposa. Estos dos son las supremas criaturas de este libro. La hondura de sus soledades, la desesperanza de su condición inmortal, la aguda ironía con que ellos desentrañan los más profundos temores de la vigilia y el sueño, hacen que sus historias perduren por siempre en la memoria del lector. No vacilo en creer que tanto “Los ojos de la noche” como “El hombre mariposa” señalan la máxima elongación de estos Relatos híbridos. Libro que se ubica desde ya, por su anómala extrañeza, solitario y fantástico en el panorama del cuento colombiano.

Pablo Montoya

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“Los ojos de la noche”

—Fragmento—

Por Andrés García Londoño

Me miro al espejo mientras me arreglo para ir al trabajo y confirmo que no hay nada romántico en ser un vampiro. Eso, de seguro. ¿Cómo podría resultarle sensual a alguien cualquier cosa que se encierre dentro de este cuerpo de cincuentón? Miro mi calva, donde sólo se conservan los pelos sobre las orejas, mi rostro fofo y mi barriga abultada y siempre en aumento… Tengo que ponerme en guardia. De excederme en torpeza, la cacería podría volverse muy difícil.

Me coloco las gafas que hacen perfecto mi disfraz y salgo del apartamento para ir al trabajo.

Camino por las calles en la actividad decreciente de las diez de la noche y me dirijo hacia el metro. Bajo las escaleras trabajosamente y con las rodillas doliéndome paso el torniquete y llego a la plataforma. Allí aguardo, junto a los pocos noctámbulos que esperan el tren. Prefiero las estaciones casi vacías, como ésta. Así no me entero de demasiadas cosas que preferiría ignorar. Pero una vez llega el tren, tomo una profunda inspiración antes de entrar, pues sé que será inevitable conocerlas dentro del espacio cerrado del vagón.

Los huelo… Y absolutamente todos huelen demasiado. Los peores son los que usan colonia. A esos prefiero mantenerlos tan lejos como si se hubieran bañado en ajo. Pero, en cuanto a los otros pasajeros, me entero de demasiadas cosas: qué comieron, quiénes tienen la gripe, quiénes tuvieron sexo antes de subir al tren; incluso percibo múltiples emociones entremezcladas cuya huella yace en el sudor. Es mareador. Siempre. Un exceso de información que no agradezco. Imagino que para un humano la sensación sería parecida a la de ir a un matadero y encontrarse con que cada vaca que aguarda su turno le entrega un resumen de su vida: cuáles tuvieron terneros, qué hierbas prefieren, cuántas veces al día defecan, cuáles están enfermas. Pero las vacas, por fortuna para los humanos, están siempre silenciosas sobre su pasado y, de hecho, sus predadores ni siquiera tienen que verlas: recogen la carne en bandejas del supermercado, tan aséptica como si saliera de una máquina en lugar de ser producto del cadáver de un cuerpo que antes estuvo vivo y murió para alimentarlos. Para mí, en cambio, hombres y mujeres hablan y gritan aunque callen.

El tren llega a su destino cerca del centro de la ciudad. Al salir encuentro el mismo barrio deprimido de siempre. Por las calles hay basura, pero como ésta apesta menos que un perfume agradezco que la farmacia donde trabajo no quede en un barrio alto, pues no podría trabajar allí. Aquí, por otra parte, las calles son peligrosas. Los pocos transeúntes que encuentro van apurados, mirando fijamente hacia adelante, pero muy pendientes de cualquier cosa que pueda estar a los lados. Eso me trae recuerdos. En una calle de otra ciudad, muy parecida a la que ahora recorro, hace doce años ocurrió el cambio.

¿Quién era yo? Casi no puedo recordarlo. Las memorias de mi vida como hombre son confusas. Sé que tuve un nombre: uno no elegido, uno que no era un disfraz. Inclusive sé que tuve una esposa… Pero prefiero no pensar en ello. Prefiero centrarme en el ambiente que me rodea para que me permita recordar la transformación de hace más de una década. En una calle así, un yo mucho más joven caminaba tan apurado como los que ahora me pasan a un lado. Había un par de mendigos durmiendo en las aceras a los lados. Yo quería atravesar cuanto antes la zona más oscura, pensando que podían asaltarme. No imaginaba que el peligro vendría de otra fuente, de una inimaginable. No sospechaba que ya unos ojos se habían fijado en mí. Unos ojos con hambre. […]

Fuente:

García Londoño, Andrés. Relatos híbridos, Fondo Editorial Universidad Eafit, Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín, 2009.