Presentación

Balada de un
viejo adolescente

—Octubre 12 de 2017—

Presentación de la novela “Balada de un viejo adolescente” de Reinaldo Spitaletta

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Reinaldo Spitaletta Hoyos (Bello, Antioquia) es comunicador social-periodista de la Universidad de Antioquia y egresado de la maestría de Historia de la Universidad Nacional, sede Medellín. Columnista de El Espectador, director de la revista Huellas de Ciudad y coproductor del programa Medellín Anverso y Reverso de Radio Bolivariana. Galardonado con premios y menciones especiales de periodismo en opinión, investigación y entrevista. El Observatorio de Medios de la Universidad del Rosario lo declaró en 2008 como el mejor columnista crítico de Colombia. Ha publicado veinte libros, entre ellos: “Café del Sur” (coautor Memo Ánjel, 1994), “El último puerto de la tía Verania” (novela, 1999), “Estas 33 cosas” (relatos, 2008), “El último día de Gardel y otras muertes” (cuentos, 2010), “El sol negro de papá” (novela, 2011), “Barrio que fuiste y serás” (crónica literaria, 2011), “Las plumas de Gardel y otras tanguerías” (crónicas, 2015), “Historias inesperadas” (crónicas, 2015) y “Tango sol, tango luna” (crónicas, 2016).

Presentación del autor y su obra
por Emperatriz Muñoz Pérez

Hilo de Plata Editores

Ítaka - Cultura, Concepto & Conocimiento

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Su nueva casa es un asilo, y él es apenas un muchacho. Obligado de pronto a asomarse al mundo de los viejos, los mira desde la distancia, como quien teme contagiarse, pero ellos, o lo que él intuye que son: un cúmulo de recuerdos y soledades, se van instalando en su pensamiento. De paso, descubre sus propios dolores: por la ausencia temporal de sus hermanos y quizá definitiva de su padre, por los días que dejó atrás, por las pequeñas felicidades de aquellos días.

Desde sus ojos jóvenes, el protagonista de esta Balada nos muestra la vida del asilo, por momentos suspendida en el silencio. Pero también nos permite ver la vida de afuera, y la manera como ambas van moldeando su nuevo mundo interior, para el que encuentra el alivio de la música y los libros.

Janeth Posada

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Reinaldo Spitaletta Hoyos

Reinaldo Spitaletta Hoyos

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Balada de un
viejo adolescente

Fragmento

Por Reinaldo Spitaletta

“¿Por qué se envejece?”, pensé mientras caminaba por entre los árboles. Había canto de pájaros y el día era brillante. Creo que me hace falta andar por el barrio de los eucaliptos, por sus calles amplias, con casas de tejas de barro y frentes con antejardín. Hace días que no juego fútbol y para mí era, hasta hace unos meses, una necesidad. Como un vicio (supe de señoras que a sus hijos les decían: “dejen ese vicio de estar jugando fútbol”). Antes, vivimos en otros barrios, sin arborización, pero con calles plenas de muchachos que pateaban pelotas o jugaban a bandidos y policías, a la guerra, que solo debe ser bonita en juegos callejeros, bueno y por qué no en ciertas películas, a las canicas o se sentaban en las aceras a ver pasar el mundo y las muchachas. Yo era uno de ellos. Cuando nos mudamos al barrio de los eucaliptos ya papá era una sombra, se había ido a buscar un nuevo trabajo y de él poco se sabía, o sí, cada tanto, cuando mandaba un telegrama y anunciaba que todavía estaba varado, como una ballena en una playa, así dijo una vez, y a mí me dieron ganas de llorar, no por él, sino por el cetáceo, que ya sabía que así se les denominaba, por la clase de Biología. Mamá entonces estaba a la espera y salía a conversar con las vecinas. Había una que se llamaba (se llama todavía) Maruja, una señora gorda y rubia, que tiene parecidos con mamá. El marido de ella era jubilado de una fábrica textil y su nombre era más bien raro en el barrio: Próspero. Mamá pasaba, a veces, tardes enteras con la vecina, que también tenía un hijo llamado Álvaro, al que jamás se le veía por el sector. Me contaba que hablaban de la vida, de cómo habían conocido a sus maridos, de por qué casi no salían a un cine ni iban a bailes. Mamá nos narraba sus conversaciones, tal vez para hacernos sentir menos la ausencia de papá, o porque la comida escaseaba y creía ella, pienso ahora, que con sus palabras podía mitigarnos las hambres. Que tampoco eran tantas. Uno iba, por ejemplo, donde doña Zenobia, la mamá de Andrés y Arturo, y a veces nos invitaba a comer. Esto sucedía, por lo menos, una vez a la semana. Ella preguntaba por papá, qué se hizo, dónde anda, y uno decía alguna mentira, como que se había ido al extranjero a trabajar con compañías petroleras. A mí me gustaba la manera de servir la comida de doña Zenobia: en platos de loza fina, bien dispuestas las viandas y cantando. Se acercaba a la mesa y me rozaba con su pecho. Olía a limpieza y aliños de cocina. “Buen apetito”, nos decía y se iba otra vez a la cocina, con un caminado que se parecía al de algunas muchachas del barrio. Creo que a Andrés y Arturo les lucía extraña la manera en que yo observaba a su mamá, pero no decían nada. Me parecía una señora bonita y nada más.

“¿Por qué se envejece?”, volví a pensar y entonces imaginé a doña Zenobia de unos sesenta años, las carnes blandas, la cara ajada y las piernas con várices. No sé por qué a tantas señoras se les inflaman las venas de las piernas, menos a mamá, que todavía las tiene lozanas. Claro que a doña Zenobia tampoco se le ven aún esas alteraciones, anda muy erguida y sus piernas blancas lucen atractivas, porque le he puesto cuidado cuando camina y me parece que lo hace como si estuviera orgullosa de ellas, y de su cadera, también de sus pechos, que se le abultan debajo de la blusa. Pero la veo ahora envejecida, con sus tetas colgantes como las de las gitanas que hace tiempos llegaban a la manga del Ferrocarril y salían por las calles de las inmediaciones a leer la suerte y vender menjurjes. Camina con el cansancio en todo el cuerpo, comienza a pesarle la espalda, la frente marchita y la voz gangosa. De pronto, sentí lástima por ella, pero, al mismo tiempo, pensé que envejecer parece asunto de viejos y no de jóvenes, que creo que uno no llegará nunca a estar como los viejos del asilo. Un pájaro voló y su plumaje amarillo me sacó de la fascinación.

Fuente:

Spitaletta Hoyos, Reinaldo. Balada de un viejo adolescente. Hilo de Plata Editores / Ítaca, Medellín, 2017.