Lectura y Conversación

Batallas de Champiñón

Mayo 13 de 2010

Lectura de "Batallas de Champiñón" de Guillermo Cardona

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Guillermo Cardona Marín (Medellín, 1961). Comunicador social de la Universidad de Antioquia, ha colaborado en entidades como Colprensa y El Colombiano y durante muchos años ejerció desde el humor el oficio de periodista. Primero participó como libretista, actor y músico de la Compañía de Humor Frivolidad (que se conoce por sus personajes Tola y Maruja), y durante nueve años fue conductor, colibretista y director periodístico del programa radial “La Zaranda” de RCN Radio. En 2005 obtuvo el Premio Nacional de Literatura a Novela Inédita, otorgado por el Ministerio de Cultura por la obra “El jardín de las delicias”, una historia que trasiega el género detectivesco y la novela histórica para dar cuenta desde la ficción de una conspiración que logró conmover hasta sus cimientos a la sociedad colombiana. Ese mismo año la obra fue publicada por Seix Barral. Participó además en “27 relatos colombianos” (Planeta, 2006), en la antología “Una ciudad partida por un río” (Planeta / Instituto Cervantes, 2007) de Luz Mary Giraldo y en el libro “Espacios con-sentidos”, una aproximación en imágenes y palabras a la problemática del desplazamiento en Medellín, con fotografías de Luigi Baquero y textos de diferentes autores antioqueños. Seix Barral publicó en septiembre de 2007 “La bestia desatada”, su segunda novela, un gran fresco de los antecedentes, las historias de vida y los avatares de la izquierda colombiana que entre 1973 y 1993 vio cómo los sueños de construir un mundo mejor terminaron transformándose en una espantosa pesadilla.

En 2009, bajo la dirección editorial de la Alcaldía de Medellín, publicó el cuento “Pinocho enamorado” como ejercicio de invitación y promoción de la lectura en el marco de la III Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Desde 2007 es coordinador de los eventos del libro de la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín (Días del Libro, Parada Juvenil de la Lectura y Fiesta del Libro y la Cultura), así como del área de literatura de las Becas y Premios a la Creación, el Fondo Editorial y los estímulos a las publicaciones periódicas culturales y artísticas. Actualmente también es integrante del consejo de redacción del periódico Universo Centro.

Lectura de fragmentos de la novela inédita “Batallas de Champiñón” en la voz de su autor Guillermo Cardona.

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Nadie sabe cómo fue ni qué pasó. Lo cierto es que a finales del siglo XXI, una Gran Hecatombe sumió a nuestro planeta en la oscuridad durante 150 años y lo envolvió en una ola de calor que acabó con toda forma de vida hasta los mil metros sobre el nivel del mar.

Pero las Batallas de Champiñón no hablan de lo ocurrido en esos años de oscuridad, de los que nadie habla.

Para quienes no lo sepan, Champiñón es el nombre que recibió el nuevo continente sudamericano, o la Confederación de familias que se formó en lo que quedaba de él.

Este libro se ocupa entonces principalmente de las batallas que se libraron en tierras de Champiñón contra las invasiones bárbaras del Imperio del Tío Sam.

Es también, huelga decirlo, un rendido homenaje al Club Verne, un grupo de jóvenes cuya erudición, valentía, dedicación y sacrificio nos mostraron caminos diferentes a la guerra misma y, de paso, le dieron un giro renovador y refrescante a algunas de nuestras costumbres.

El Autor

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Batallas de Champiñón

Fragmento

Por Guillermo Cardona M.

No sabemos exactamente cuándo fue ni qué paso. Sólo sabemos que un día, hará cosa de tres siglos, el cielo comenzó de pronto a oscurecerse y desapareció del todo en pocas semanas y durante muchos años (algunos hablan de 149, otros de 150, y hay quienes aseguran que fueron uno más, o uno menos), sólo se vieron en el cielo nubes negras y borrascosas.

Mas, generación tras generación, en el encuentro alrededor de la fogata y la palabra, seguían vivos el cielo azul y el claro de luna, la luz del sol y el recuerdo de los verdes bosques y los colores y los aromas de las flores, el idioma español y toda una mitología sobre los antiguos avances de la ciencia.

Pero sólo muy de vez en cuando, en las noches más frías y oscuras, los sobrevivientes apenas si alcanzaban a distinguir en una pequeña hendidura entre los cúmulos, el tímido parpadeo de una estrella solitaria (¿Sirius? ¿Antares?), como una brillante promesa de que algún día quizá las cosas pudieran ser mejor.

Ahora ¿qué ocurrió realmente? No sabemos. Y sabemos menos a medida que salen nuevas teorías. Dicen que pudo haber sido una guerra nuclear o que quizá estallaron al unísono todos los volcanes del mundo; dicen también que la catástrofe la originó un desorden del clima por contaminación ambiental o, tal vez, sostienen otros eruditos, es posible que el sistema solar sea binario y nuestra segunda estrella haya visitado por entonces el vecindario como lo hace cada 65 millones de años, alterando el eje de rotación de la tierra y trastocando completamente la órbita del planeta y en consecuencia las estaciones y el clima (aunque no hay manera de comprobarlo, pues a juzgar por las mediciones actuales, aunque el clima es en general ligeramente más cálido, equinoccios y solsticios ocurren en cada hemisferio en las mismas fechas que se registraban antiguamente). O, dicen, pudo haber ocurrido todo al mismo tiempo. O así al menos lo refieren las leyendas, que cuentan que antes de aposentarse la oscuridad, en un impreciso año de finales del siglo XXI de la era cristiana, hubo terremotos y lluvias de fuego y que se escuchaban explosiones interiores en la tierra y estampidos, y que los astros cambiaban bruscamente de tamaño a simple vista. Pero nada es seguro.

Dicen que durante esa larga oscuridad posterior la humanidad fue devastada por el odio y el hambre; el hielo, el fuego y el terror; la sed y la barbarie. Y que fue así hasta una gloriosa mañana (algunos dicen que un 12 de octubre, otros que un 12 de diciembre), cuando el sol se levantó airoso sobre las montañas en un cielo azul con motas blancas.

Nada de lo que había en la tierra estaba intacto. Todo era podredumbre y desolación. Pero de esos túmulos putrefactos, de esas cuevas nauseabundas y de esos repugnantes socavones, comenzaron a salir los pocos sobrevivientes y entonces los que se encontraban, aún sin conocerse, reían y lloraban de alegría, de remordimiento y deseos de reconciliación, y por primera vez en muchos, muchos años los hombres se abrazaron como hermanos, juraron solemnemente convivir en paz y armonía para reconstruir la civilización, restituyeron la prohibición del incesto y prometieron solemnemente no volver a hablar de lo que hicieron o dejaron de hacer en aquella larga y negra noche. Y sintieron vergüenza de verse todos desnudos, mugrientos y tan flacos. Y puesto que estos pioneros no dejaron constancia de nada, los pormenores de lo que pudo haber pasado en esa época murió con ellos y por lo poco que se sabe ciertamente es mejor así.

Sin embargo, hay datos curiosos que se cuentan en todas las reuniones familiares, como aquel según el cual los hombres que vivieron durante la Gran Hecatombe nunca pudieron ponerse de acuerdo en el año que corría ni siquiera entre los propios grupos familiares y menos con otros, pero absolutamente todos, fueran de donde fueran, se hallaran donde se hallaran, estaban tranquilamente de acuerdo en el día y el mes, y por pocos minutos hasta en la hora. Dicen que aún en la más completa oscuridad podían diferenciarse auroras y ocasos y los hombres, ni en los momentos más tenebrosos, dejaron de rendirle culto a los relojes, quizá porque todos querían ver la hora de que aquella tortura se acabara.

Un nuevo amanecer

Aquel amanecer de fecha cambiante significó entonces el nacimiento de un nuevo mundo, de una Nueva Era, que surgió de las cenizas de la anterior.

Poco a poco volvió a crecer la yerba y le nacieron retoños de esmeralda a los raquíticos árboles y a brotar fresca y limpia el agua en los manantiales, y aquí y allá, comenzaron a verse también otras especies sobrevivientes. Por los libros y documentos que hemos logrado rescatar, por algunas descripciones, fotografías y dibujos que hemos encontrado en las ruinas de las antiguas ciudades, creemos que son cóndores y turpiales, venados y osos de anteojos, caimanes y jaguares, vacas y cabras y lobos; y en los nuevos ríos y en el mar volvieron a aparecer peces que llamamos truchas y tiburones, merluzas y atunes y róbalos. Pero ¿son éstos los mismos animales de antaño? ¿Son las mismas las plantas? ¿Qué nos puede garantizar que aquella a la que hoy llamamos rosa sea una rosa y no otra flor? ¿Serán nuestros campos verdes o azules? A lo mejor nosotros también somos otros hombres. Ahora, lo más extraño es cómo sobrevivieron, aunque suponemos que lo hicieron como nuestros ancestros: luchando cada día.

La razón de los apellidos

Durante esa larga y negra noche pasó de todo. Hubo hasta canibalismo, dicen. Pero en unas pocas décadas los humanos se aprendieron a esconder de los humanos y vivieron en pequeños grupos familiares en hoyos, cobertizos, covachas y cavernas, alimentándose de lo que encontraban. Unos hallaron y cultivaron cangrejos, larvas, escarabajos, libélulas, quienes más ranas, murciélagos, ratas y ratones, lagartijas, yuca, ñame, raíces amargas, los más afortunados champiñones, otros se las arreglaron para criar animales domésticos, por cierto muy escasos. Y así, en agradecimiento, cada familia, a partir del nuevo amanecer, mantuvo en su apellido el recuerdo de aquellos seres que los mantuvieron vivos durante tanto tiempo.

Y ciertamente algo de los alimentos que ingerían se fue integrando a los hombres y así los Lagartija hoy son nerviosos y ágiles; los Anguila los mejores nadadores y pescadores y en verdad son electrizantes; los Picaflor y Colibrí, inteligentes, alegres, ágiles y algo pícaros; los Raícesamargas son sabios y duchos en historias pero viven con el ceño fruncido; los Cangrejos, Tortugas y Escarabajos resisten como ninguno bultos y cargas, pues parecen tener caparazón, y de veras los Tortuga son leeentos y los Cangrejo tienen tendencia a caminar de lado, zumban los Escarabajo, y los Calamares, cómo no, son capaces de correr hacia atrás a grandes velocidades; y aunque no existen genealogías de rango o de realeza, para sangre azul, los Champiñón.

(…)

Lo que sabemos que no sabemos

Sabemos cómo era el mundo antiguo, porque nos quedan algunos de sus libros y sus mapas. Pero aún no sabemos cómo es el nuestro.

Sabemos (porque en menos de ciento cincuenta años de historia hemos avanzado más que en muchos milenios de las civilizaciones arcaicas) que el nivel del mar subió más de quinientos metros y creemos que una sola mar océano, de chubascos intempestivos y furiosos huracanes, domina todo el planeta. Las antiguas costas quedaron sumergidas bajo el agua y no es raro que los pescadores se encuentren de pronto, mar adentro, con los últimos pisos de un viejo rascacielos convertido en nido de alcatraces y gaviotas y guarida de cangrejos, o con pequeños islotes y en su cima las ruinas de un templo con su cruz herrumbrosa haciendo escuadra contra el horizonte.

A pesar de que se han armado expediciones de rescate de tecnologías y aparatos, apenas hemos logrado reconstruir instrumentos como la brújula, que sirvió para comprobar que ahora el norte magnético coincide exactamente con el norte geográfico. Tenemos termómetros, barómetros y hasta telescopios y astrolabios, que nos sirven para comprobar con tristeza que, o no se ven por algún efecto cósmico, o se alejaron demasiado o Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Neptuno y Plutón, desaparecieron como los mismos dioses que representaban y que la luna se alejó hasta los cuatrocientos cincuenta mil kilómetros, distancia que explica el porqué ahora las mareas sean apenas perceptibles. El resto del mapa celeste es muy similar al que enseñan los textos antiguos, aunque a simple vista más brillante, lo que hace pensar a los científicos en una inexplicable contracción del universo de varios millones de años luz o en un simple fenómeno óptico propiciado por una atmósfera libre de toda contaminación. Sin embargo, es más lo que no sabemos. Por ejemplo, tenemos el conocimiento suficiente para trazar una cartografía más o menos aproximada de lo que queda de Suramérica y un boceto poco confiable de los restos de la del Norte, porque la del Centro desapareció y hoy es un simple archipiélago de islas de las que no sabemos mucho, como no sabemos mucho de lo que ha ocurrido con los hombres más allá.

O no sabíamos, hasta que comenzaron a llegar a nuestras tierras unos soldados extrañamente armados, provenientes de lo que ellos mismos llamaron en su español chapucero el Imperio del Tío Sam.

Y es en ese punto donde realmente comienza nuestra historia.

Fuente:

Comunicación personal.