Conferencia

Fernando González

La filosofía como
lucha contra la muerte

Invitado: Juan Fernando Gallego B.
—9 de mayo de 2024—

Fotografía © Raúl Bernal (1964)

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Juan Fernando Gallego Barbier es técnico auxiliar en Tanatopraxia y estudiante de Filosofía de la Universidad de Antioquia con especial interés en los acercamientos entre la filosofía y la literatura, la religión y la muerte. Ha publicado columnas de opinión en diversos medios digitales y su trabajo de grado para optar al título de Filósofo, escrito bajo la asesoría del profesor Eufrasio Guzmán Mesa, tiene como título «“¡Lázaro, sal fuera!”: el remordimiento en Fernando González como herramienta de lucha contra la muerte».

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El fin de la vida es adquirir capacidad de morir alegremente. Casi todos mueren admirados, como si la muerte fuera el premio gordo de la lotería. Yo quiero reunir mis cosas debajo de la almohada, para sacarlas cuando esté muriendo y decirle a quien venga a liquidarme: «Todos estos calzoncitos son sacrificios que hice al espíritu».

Fernando González

(El remordimiento, 1935)

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Juan Fernando Gallego Barbier

Juan Fernando Gallego Barbier

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«¡Lázaro, sal fuera!»:
El remordimiento en
Fernando González como
herramienta de lucha
contra la muerte

~ Fragmento ~

Por Juan Fernando Gallego Barbier

Sobre El remordimiento (1935) y la noción de remordimiento

Para la exposición de esta obra y la noción principal que la conforma y que, también, será central para el desarrollo del argumento del presente trabajo, se dividirá en tres momentos para facilitar la comprensión de lo que se desea abordar. Un primer momento apuntará generalidades, tanto sobre la forma como el contenido; el segundo momento abordará concepciones generales sobre la teología moral y el remordimiento como su mecanismo de ascensión de conciencia para, en un tercer momento, abordar plenamente las relaciones del remordimiento con Dios y la muerte.

Generalidades sobre la obra

Para 1935, año en que es publicado El remordimiento, Fernando González ya se hallaba fuera de Italia a causa de unas notas suyas que encontraron las fuerzas policiales italianas e iban en contra de la figura de Benito Mussolini. A raíz de este hecho, González es trasladado a Marsella, Francia, lugar donde escribiría la obra en cuestión. Similar a la estructura de Don Mirócletes, el autor parte de una narración para hacer una exposición de algunas de sus reflexiones sobre algunos temas. En el caso de El remordimiento, González se hace él mismo protagonista de la breve narración que se podría resumir en un solo suceso, y se trata de la negativa de acostarse con Toní, una coqueta y joven institutriz con quien comparte una tensión amorosa fuerte, al punto de escandalizar a su época y llegar a la memorable escena de un González abriendo la cómoda de Toní para ver y oler sus calzoncitos (González, 2017a). Este pequeño y sonoro detalle tendría tanto eco que el mismo editor de entrañable confianza, Alfonso González, intentó persuadir a Fernando de suprimir y modificar las escenas más fuertes para la sensibilidad de la época y, como era de esperarse, el autor se negó rotundamente a esta forma de censura: «Atentaste contra la vida, suprimiste la lógica que preside al devenir. Hiciste verdadera pornografía. Pornografía es tenerle miedo a la vida, a la verdad de la vida, tener los instintos vitales encapuchados en la oscuridad de la vergüenza» (2017a, p. 3). Comprende González (2017a) que no es posible presentar una obra cercenada y adaptada para lo que llama «Fernando González para niños y señoritas bien educadas» (p. 4), y que, además, todo lo eliminado por el editor constituía la columna vertebral del argumento del libro. Finaliza esa carta a su editor González (2017a) diciendo que: «Todo es esencial en mi libro. Si suprimiste, renuncio a la publicación» (p. 5). Así ve la luz una obra escandalosa, pero llena de hondos pensamientos.

Aparte del escándalo que se dio en su momento, la división entre narración y teoría parece más o menos clara, sobre todo hacia la mitad de la obra, donde comienza a hablar directamente en términos de definiciones, leyes y demás relaciones conceptuales. Por esto, se trata de un libro que, a diferencia de Don Mirócletes, tiene una carga mucho más definida hacia la exposición de pensamientos, siendo más evidente la introducción de los calzoncitos de Toní y el remordimiento de González por no acostarse con ella en el momento que pudo hacerlo como elementos que sirven de pretexto para el desarrollo de algunas nociones. Hacia el final de la obra, expresa el mismo González (2017a) una definición y declaración de intenciones:

El autor desea ejercer de crítico respecto de su obra: es libro cristiano, muy tentado. Se trata de cristiano que ama al paganismo, que a veces desea adquirir la inocencia de los grandes falos que ponían en las casas de Pompeya, porque, al mismo tiempo, vive en el sentimiento de pecado. Dos mil años de cristianismo pesan sobre él. Ama la juventud; contempla lo efímero de la juventud y… ¡llama a gritos al Redentor! (p. 73)

El remordimiento, la ascensión en conciencia, la muerte, pero sobre todo Dios, serán los ejes en torno a los cuales la obra constantemente gire. Acerca de estos temas generales, escribe Macías (1996):

[En «El remordimiento»] ya ha emprendido el camino de la reconciliación mística, «A cambio de todo dame conocimiento»; y ha desarrollado la concepción de la existencia como el ascender en la escala de la conciencia y de la muerte como el ser sin apariencia. (p. 31)

Si se presiente al místico en Pensamientos de un viejo y El payaso interior, y se empieza a exteriorizar en Viaje a pie y más fuertemente en Don Mirócletes, es acertado decir que en El remordimiento está ya plenamente hablando, contrario a las clasificaciones que algunos hacen, donde ubican el momento místico de González de manera tardía desde el Libro de los viajes o de las presencias.

Teología moral y remordimiento

Todas las concepciones que encuentran un desarrollo en la obra tienen sentido dentro de lo que González (2017a) denomina teología moral, la cual es definida como: «el estudio de Dios en cuanto se relaciona con el hombre» (p. 12). Sobre Dios y sobre el hombre hay múltiples reflexiones en el libro, y la más fundamental que establece relación entre ambos y funciona como punto de partida es aquella que explicita el deseo de Dios que alberga el hombre: «Quiero amar al que no envejece, al que tiene siempre dientes juveniles; quiero amarte a ti, Señor, eterna y perfecta juventud» (p. 6). Esta relación Dios-hombre estudiada por la teología moral, y el deseo del hombre por Dios es resuelto por González (2017a) a través del mecanismo del remordimiento.

Los problemas morales que se puedan establecer en esta obra y que son parte de los intereses presentados por la teología moral, todos giran alrededor de las muchachas:

Tres son las mujeres con quienes he imitado a José: la criada Margarita, en mi niñez […]. Teanós, de Atenas, y Toní, de Alsacia. ¡Variados remordimientos que me causan las tres mujeres que me amaron y de quienes no gocé, ya por impotencia, ya por estar enamorado de una imagen propia, o sea, enamorado de la superación! (2017a, p. 8)

Como se lee en este apartado, el remordimiento es, primero que todo, un dolor que puede estar influido por múltiples formas en que se puede lamentar de una acción o inacción por ser juzgada como mala, en este caso, por las oportunidades perdidas, negadas. Pero el remordimiento no es exclusivo del reclamo de la carne ante la renuncia del su deseo por parte del alma, sino que también puede surgir desde la caída en la tentación y la complacencia de los instintos más básicos o animales. Hay, así, dos fuentes del remordimiento que serán diferentes y que Palacio (2012) resume bien: «Aparece entonces un remordimiento por la acción baja, por el acostarse y entregarse a los instintos, y otro remordimiento por la acción alta, es decir, la renuncia a la carne presta y accesible de Tony» (p. 163). Claramente no es lo mismo lamentarse por haber respondido a un deseo que el dolor por negarse a complacerlo. En un caso el espíritu se atormenta por la victoria de la carne, en el otro es la carne quien sufre el triunfo de su contraparte, con la ventaja de este último de generar un dolor mezclado con un sentimiento de beatitud (González, 2017a).

Hasta aquí hay dos cosas por apuntar: la primera es que el remordimiento, que puede darse antes, durante o después de la acción, requiere de la reflexión del sujeto actuante: «Padezco, pero medito» (González, 2017a, p. 64). Esto lleva a que el remordimiento, como ya se dijo, es un dolor, pero también un mecanismo de la teología moral, puesto que es el comienzo de una cadena de acciones que tienen como finalidad la ascensión de la conciencia. El mecanismo, que tiene como antecedente el ideal que la inteligencia proporciona sobre seres mejores que se desean imitar y que, por las acciones hechas o evitadas, lejanas a ese ideal, genera desprecio por el ser actual y actuante y, por esto, remordimiento. Ese dolor del remorderse incita a la meditación que, luego, lleva al arrepentimiento para, finalmente, presentarse el anhelar que camina hacia ese ideal y que, en último término, significa ascensión de conciencia, liberación de nosotros mismos (González, 2017a).

Como segundo apunte, hay que decir que así se juzgue como acción baja o incluso pecado una acción, uno de los puntos polémicos de González (2017a) es la consideración de esos pecados no como acciones objeto de culpa sino como un paso necesario del remordimiento a la beatitud: «Tenemos el derecho de gozar de todos los instintos […]» (p. 12). Lo que llaman pecar se hace necesario para llegar a la intención de confesión y finalmente al arrepentimiento (Palacio, 2012). Es así como se comprende la insistencia de González (2017a) en que «[…] allá las dejé vírgenes en las orillas del Huveaune, pero me preñaron a mí de remordimiento» (p. 9).

Dios, muerte y remordimiento

En la ya citada descripción general que hace el autor sobre este libro, hay que resaltar que, a pesar de las inclinaciones paganas y de las tentaciones que acepta para caer en el pecado, es un libro pleno de cristianismo y, por tanto, plagado de referencias y llamados a Dios y el ascenso de la conciencia, el cual se podría también interpretar como un deseo y camino de trascendencia (González, 2017a). El remordimiento como herramienta de la teología moral en búsqueda de esa relación entre Dios y el hombre toma, por esto, tintes místicos en el ardoroso deseo y búsqueda del envigadeño: «Dáteme, Señor, pronto, porque voy detrás de las muchachas, árboles, luces y sombras, y no me satisfacen sino que me dirigen a ti, me dan tu dirección… y ya estoy desfallecido de buscarte» (2017a, p. 6). González quiere ir más allá del mundo de lo fenoménico, y la vida se le presenta en este sentido como el mal de estar arrojado entre las sombras. La muerte puede ser la liberación del mundo de los fenómenos, pero es al mismo tiempo la liquidación total y la imposibilidad de adquirir una mayor conciencia ante la imposibilidad de la experiencia y del remordimiento. Al respecto se dice que en la muerte «[…] ya no existimos sino que somos» (2017a, p. 9). La vida es la posibilidad de subir en la escalera de la conciencia.

Con estas reflexiones prevé el autor algo más sobre esta ascensión. Como es lógico pensar, González observa sus sentimientos de ese algo que le llama más allá de la tierra desde Pensamientos de un viejo, y ve en el hombre un ser descontento y que no se logra aclimatar a la vida terrena. Esto, junto con la concepción del vivir o, mejor expresado, viviendo como una escuela de ascensión espiritual, parece indicar la trascendencia inherente del hombre: «El remordimiento es prueba de que no somos completamente terrenales; que habitamos aquí provisionalmente, como en una escuela» (2017a, p. 49). Es por esto por lo que morir detiene el aumento de conciencia, aunque deja la inquietud de un para qué esforzarse en este menester, y la respuesta yace en esa trascendencia y, en definitiva, en la idea de que el cambiar de forma que implica la muerte lleva a otro lado. Y así el cristianismo, como se dijo, le impregna fuertemente, en este caso acompañado por un cambio fundamental:

Así, no hay premios ni castigos. El cielo consiste en el estado de conciencia adquirido a tiempo de morir. Lo mismo, el infierno. Es un estado-resumen de la conciencia. Al morir, cesa la posibilidad que se llama tiempo y espacio, posibilidad de ascender. (2017a, p. 11)

La cita es clara y el dualismo cristiano se disuelve y resuelve en la idea de un estado de conciencia que se alimenta en el padecer de la vida. El cielo, por esto, lo que podría llamarse el premio que espera luego de la muerte, estaría más cercano en cuanto más grande sea la conciencia. Hay una clave aquí, la cual consiste en que, si en el morir cesa la existencia y se empieza a ser, hay que notar la siguiente definición de González (2017a) sobre Dios, haciendo eco de la voz que se esconde detrás de la zarza que arde, pero no se consume: «El ser está fuera de la apariencia: esto es evidente. Dios no existe. Es. Yo soy el que es. Si de Dios se pudiera tratar, sería fenómeno. La palabra…» (p. 13). El deseo místico del autor por fin se muestra con un camino por recorrer y una herramienta para caminarlo, y la vida adquiere sentido pleno en relación con esa muerte que nos enfrente al ser. Vivir para crecer en conciencia, conciencia para acercarse a Dios. Es adicionalmente por esto que el remordimiento es el camino hacia la beatitud y los grandes santos son los que más se horrorizan ante su vida:

El que se avergüenza de su obra (libro, estatua, etc.) está por sobre ella; el que lo hace de su pasado, está por encima de él. Quien se aprueba y vive tranquilo, es una babosa. Los santos se tienen horror a sí mismos. (2017a, p. 52)

La muerte en este punto de la obra de González ha rendido sus frutos. Concebida en esta obra también como un cambio de forma, muestra que de fondo trae una serie de retos para el vivir y le da pleno sentido. Esto será particularmente cierto cuando se retoma ese «padezco, pero medito» (2017a, p. 64) y la vejez y la muerte se hacen soportables a través de esa meditación: «Padezco las pasiones, pero aquí las analizo. Analizando me curo del sufrimiento. El análisis nos liberta». (2017a, p. 57). La filosofía retoma su faceta socrática de preparación para la muerte, filosofía hecha desde el viviendo, padeciendo, pecando, pero remordiendo, arrepintiendo y ascendiendo. Y de ser esto así, morir llevará a la última concepción de González sobre la muerte, la cual es tránsito y también liberación. El padre Elías empieza a llamar.

Fuente:

Gallego Barbier, Juan Fernando. «“¡Lázaro, sal fuera!”: el remordimiento en Fernando González como herramienta de lucha contra la muerte». Trabajo de grado presentado para optar al título de Filósofo, Universidad de Antioquia, Instituto de Filosofía, Medellín, Colombia, 2024.