Presentación

Otrabalsa

Editar al alimón

—6 de abril de 2021—

Tres libros de Otrabalsa - Editar al alimón

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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«Editar al alimón» somos tres editores-escritores: un cronista, un ensayista y una poeta. Pero, sobre todo, somos tres amigos que celebramos nuestros libros con los amigos. Como muchos, anhelamos lectores para nuestros libros, queremos que estas páginas susciten conversaciones sobre lo leído y lo sentido: porque así es un poco la vida, y si además hay afecto, nos damos por bien servidos porque este proyecto ha llegado a buen puerto. Seremos marineros felices. Marineros en su balsa, o en el zarzo, que también es otro mar. Y llamamos Otrabalsa a estas ediciones, que quizás continúen con otros títulos de amigos, para rendir homenaje, otra vez, a la amistad.

Conversación de Viviana Restrepo, Felipe Restrepo David, Guillermo Cardona Marín y Gustavo Restrepo Villa a la sombra amorosa de Elkin Obregón.

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Viviana RestrepoViviana Restrepo (Medellín, 1985) es poeta, editora y tallerista, licenciada en Filosofía de la Universidad Católica Luis Amigó. Ha publicado Lo que dura un eclipse (El propio bolsillo, 2011) y Camino de inicio (Otrabalsa, 2020). En 2016 ganó el Concurso de Literatura «Los sueños de Luciano Pulgar», otorgado por la Alcandía de Bello, en la categoría Poesía. Ha sido invitada al Festival Internacional de Poesía de Medellín y al Encuentro Internacional de Mujeres Poetas en Cereté, Córdoba. Desde hace diez años trabaja en el sector cultural como tallerista de literatura y escritura creativa en bibliotecas públicas, universidades e instituciones educativas, y actualmente es editora de South Pole Colombia.

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Felipe Restrepo DavidFelipe Restrepo David (Chigorodó, 1982) es ensayista, editor y profesor universitario, filósofo de la Universidad de Antioquia, magíster en Letras de la Universidad de São Paulo y doctor en Humanidades de la Universidad Eafit. Ha recibido becas académicas, editoriales y literarias para proyectos de investigación, asesoría y creación. En 2017 ganó el Premio Memoria, categoría Ensayo, otorgado por el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia, y en 2005 el Premio Metropolitano de Ensayo de la Alcaldía de Bello. Ha publicado las compilaciones Michel de Montaigne: Ensayos escogidos (2010), Dramaturgia antioqueña 1879-1963 (2014), El paisaje en la mirada: el Valle de Aburrá en la literatura de viajeros y escritores (2018) y Alexander von Humboldt: homenaje (2019); y los tres libros de ensayo Voces en escena: dramaturgia antioqueña (2008), Conversaciones desde el escritorio: siete ensayistas colombianos del siglo xx (2008) y Piedras para Hermes (Otrabalsa, 2020). Ha sido editor de la Editorial Eafit (2014-2019) y de la revista literaria para niños El Conde Letras (2008-2009). Actualmente es profesor de la Universidad del Cauca en Popayán.

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Guillermo Cardona MarínGuillermo Cardona Marín (Medellín, 1961) es comunicador social-periodista de la Universidad de Antioquia. Ha trabajado en medios como Colprensa, El Espectador y El Colombiano. Fue libretista, actor y músico de la Compañía de Humor Frivolidad, que se conoce por sus personajes Tola y Maruja, y durante nueve años fue conductor, colibretista y director periodístico del programa radial «La Zaranda» de RCN Radio. Ha publicado los libros El jardín de las delicias (Premio Nacional de Literatura, 2005; Seix Barral, 2005), La bestia desatada (Seix Barral, 2007), Pinocho enamorado (Alcaldía de Medellín, 2009), Batallas de Champiñón (Planeta, 2011) y Las misas negras de San Pablo Escobar (Planeta, 2015). Otros relatos suyos han sido incluidos en diversas antologías. Ha sido director de los Eventos del Libro de la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín (Días del Libro, Parada Juvenil de la Lectura y Fiesta del Libro y la Cultura), así como del área de Literatura de las Becas y Premios a la Creación, el Fondo Editorial y los Estímulos a las publicaciones periódicas culturales y artísticas. Actualmente es asesor del Plan Ciudadano de Lectura, Escritura y Oralidad de la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín.

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Otrabalsa - Editores al alimón

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De tu obra [Elkin Obregón] ya se ha hablado bastante, de tu vena humanística, variopinta. Pero yo quiero recordar ese amigo simple, gozador, también implacable con la crítica. Curioso con el universo que le atraía, el de los libros, los cómics, la música, el cine, el ajedrez, la crónica, la anécdota, el arte en general. El versificador, el traductor, que gozaba una tarde de conversación alrededor de la palabra precisa que acababa de encontrar para el libro de Ferreira Gullar o de Rubem Fonseca, Nélida Piñón o Machado de Asís; o los tres poetas brasileros que te cautivaron y te hicieron rezumar todo el poeta que tenías dentro. Y agrego el gourmet, el bon vivant, el degustador de helados en la San Francisco; el comprador de libros de arte donde Rafael Esteban, el español. Siempre afirmaste que tu profesión por excelencia era la bohemia, que la personificabas. (Yo diría que la dignificabas). Ir de copas contigo era una delicia, porque echábamos el aburrimiento. Toda la chispa salía a flote, lo solemne estaba descartado, pero lo inteligente era bienvenido.

Luis Alberto Arango Puerta
Universo Centro

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Elkin Obregón Sanín (1940-2021) - Foto © Max Douglas

Elkin Obregón Sanín
Foto © Max&Douglas

Elkin Obregón Sanín (Medellín, 1940-2021) fue caricaturista, dibujante, escritor, traductor y editor. Durante casi medio siglo fue caricaturista de prensa e ilustrador en diversos medios y por más de diez años fue el editor y compilador de la colección de relatos y textos temáticos de la Cooperativa Confiar. Realizó seis exposiciones individuales de caricaturas y dibujos en diversas salas de Medellín, una en Bogotá y otra en una muestra colectiva en São Paulo, Brasil. Publicó libros de prosa, poesía y dibujo en diversas editoriales antioqueñas. Entre otros: Trazos, Grafismos, Más grafismos, Los invasores, Versos de amor y de los otros, Gramófono y otros borrones, Papeles seniles, Memorias enanas, Vejeces del cancionero colombiano, Cine, Sobre las cartas de amor, Los amigos, Crónicas y Los misterios del Hotel Roc Blanc (en coautoría con Nora Arango). Fue traductor del portugués de más de cuarenta libros y textos para las editoriales Norma, Frailejón, La Balsa, Universidad de Antioquia, Eafit y el Fondo de Cultura Económica de autores como Ana María Machado, Cabral de Melo Neto, Clarice Lispector, Drummond de Andrade, Ferreira Gullar, Graciliano Ramos, José María de Eça de Queirós, Lygia Bojunga Nunes, Machado de Assis, Manuel Bandeira, Nélida Piñón y Rubem Fonseca. Recibió los premios C.P.B. de Bogotá (caricatura), Instituto Danés Hans Christian Andersen (traducción) y Vida y Obra de la Secretaría de Cultura Ciudadana del Municipio de Medellín. Caído del zarzo —antología de crónicas de su columna en el periódico Universo Centro— fue el último libro publicado en vida en diciembre de 2020, y Otrabalsa su último proyecto literario.

Ver Boletín n.º 185:
Elkin Obregón Sanín
(1940-2021)

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Tres textos de Otrabalsa

Cuando quise volver

~ Viviana Restrepo ~

Para Elkin Obregón

Cuando quise volver
ya no tenía palabras ni imágenes.
Quería regresar, acercarme siquiera a una orilla… pero había abandonado los años de lucidez y seducción.
No buscaba una corona, tan solo una mirada compasiva.
No caminé más las calles de esta ciudad, ni me embriagué en la noche.
Una parte de mí quería habitarse de nuevo y la otra, solo podía hacerse invisible.
Por esos días era joven y quería agarrar la vida entera
—cuando se es tan joven uno cree que puede hacerlo—.
Poco imaginaba que mi idea de regreso era en realidad la partida que marcaría la ruta del sueño y su tesoro. Y que serías tú, Caro mío, el puerto más seguro, en años: la casa, el alimento presente y una larga noche en paz.

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Carrera en dos etapas

~ Elkin Obregón ~

Tomé el taxi en el acopio del Parque de Berrío, a las seis de la tarde, hora celestina que justifica las ciudades. La flota se llama Flota del Tiempo. Sus carros son grandes y cómodos, azules tirando a negro; sus conductores visten uniforme gris y gorra del mismo color; son gentiles, discretos, y todos se parecen.

—¿Año? —preguntó, cuando me acomodé en el asiento trasero, echando a andar el cronotaxímetro.

—1954 —dije—. 15 de agosto. La Playa con Junín, junto a la primera ceiba.

En un santiamén estábamos allí. Pagué al asombrado taxista con un billete de 5.000, y, sin esperar el vuelto, me apeé frente al Teatro Junín. Pagué mi boleta de galería —era la mejor ubicación, doy fe de eso, a pesar de ser la más barata—, subí, me instalé, y esperé a que se apagaran las luces. La asistencia era mediana, arriba y abajo. A las dos horas salí, con el alma llena de ventura, sintiéndome un espadachín de amplio penacho que ofrenda su existencia al amor.

El taxi seguía en su sitio, esperándome. Supe que era el mismo por la mirada cómplice del chofer.

No sé si fue esa mirada, o mi estado exultante: aunque sabía que el radio de acción de la flota era restringido, cobré ánimos. Total, lo peor que podía pasarme era una negativa.

—São Paulo, 1980 —murmuré—. Avenida Brigadeiro Luíz Antônio, 1725.

Me llevó.

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Fragmento de
«Carretera al mar»

~ Felipe Restrepo David ~

Mis viajes por la Carretera al Mar, por antonomasia la Carretera a Medellín, era ir a otro mundo: atravesar montañas y montañas, bajar y subir. Su ruta agotaba y fascinaba: para cuando estuvo terminada la Carretera en 1956, y aún para finales de la década de 1980, se trataba de un viaje que por lo menos tardaba quince horas, en el mejor de los casos, es decir, días sin lluvia; en el peor, podía demorarse el bus entre veinte y treinta horas, a causa de los derrumbes, quebradas y nacimientos desbordados. Había que caminar algunos trechos y esperar con paciencia a que el bus saliera de algún atolladero o de algún interminable retén guerrillero, en medio de los climas cambiantes de frío y calor; entre lo que más imploraban los pasajeros, recuerdo, era no parar en algún alto de la montaña: pocas torturas existen más eficaces que someter a alguien de tierra caliente a alguna noche gélida; y ese era nuestro caso. Sí, era una aventura esa Carretera; solo hoy en día, cuando está en su totalidad pavimentada, o al menos fácilmente transitable, y el viaje demora unas seis u ocho horas, mucho de ese paisaje se ha perdido por la rapidez del mismo viaje: esas carreteras destapadas de antes tenían la ventaja de los viajes con lentitud; todo un homenaje al conocimiento pormenorizado, paladeado, rumiado. Gracias a esos atrasos me entregaba de niño a los más divertidos juegos, mientras veía cómo los adultos, a un lado de la carretera, en alguna sombra, o rodeados de alguna vela, o bajo las estrellas o una luna llena, contaban y contaban historias comiendo de los fiambres envueltos en hoja de vihao, hasta que el bus volvía a arrancar. Ir a Medellín no se tomaba a la ligera, había que prepararse, ir con tiempo, no acosar al camino porque todos sabíamos que tenía sus caprichos, y que rara vez estaba de buen humor. Entregarse a esa Carretera era comprender que todo allí era relato de unas huellas antiguas… Huellas como sombras: las que la selva se había engullido, sin dejar rastro, cuando una vez cruzaron por su corazón de tinieblas hasta dejarlo para siempre herido.