Lectura y Conversación

Pedro Arturo Estrada

—Julio 14 de 2016—

Pedro Arturo Estrada - Fotografía por Liliana Isabel Velásquez

Pedro Arturo Estrada
Foto por Liliana Isabel Velásquez

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Pedro Arturo Estrada (Girardota, Antioquia, 1956). Ha publicado “Poemas en blanco y negro” (Editorial Universidad de Antioquia, 1994); “Fatum” (Colección Autores Antioqueños, 2000); “Oscura edad y otros poemas” (Universidad Nacional de Colombia, 2006); “Suma del tiempo” (Universidad Externado de Colombia, 2009); “Des/historias” (Cuadernos Negros Editorial, 2012); “Poemas de Otra/parte” (Cuadernos Negros Editorial, 2012); “Locus Solus” (Sílaba editores, 2013); “Blanco y negro” (Nueva selección personal de textos, Letera & Co. Editorial, NY, 2014) y “Monodia y otros poemas” (Letera & Co. Editorial, NY, 2015). Ganó el premio nacional “Ciro Mendía” (2004); “Sueños de Luciano Pulgar” (2007); Beca de creación Alcaldía de Medellín 2012 y Premio nacional “Casa Silva” (2013), entre otros. Textos suyos aparecen en diversas antologías nacionales y del exterior, como “Un país que sueña, cien años de poesía colombiana” (Lisboa); “Colombia en la poesía colombiana: Los poemas cuentan la historia”; “Historia de la poesía colombiana” (Casa Silva, Bogotá); “Antología de la poesía Colombiana” (Ministerio de Cultura); “El país imaginado”; “Poetry International Rotterdam”; “Poetas del siglo XXI” y “Letralia”, entre otras. Ha sido invitado en diversos certámenes nacionales, como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, y del exterior, como Rizoma (Instituto Cervantes de Nueva York) y The America’s Poetry Festival of New York (2014). Fue coordinador de talleres literarios con el Ministerio de Cultura y algunas instituciones culturales y educativas del país entre los años 2003 y 2012. De igual manera ha sido jurado de los premios nacionales de poesía Porfirio Barba Jacob, José Manuel Arango, Ciro Mendía, Universidad Externado de Colombia y Universidad de Antioquia.

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“Monodia y otros poemas” de Pedro Arturo Estrada

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Aun cuando la poesía no obedece siempre a los dictados de la razón, y tampoco se ajusta a nada programático, es verdad que casi siempre llega a definirse en uno alrededor de ciertas ideas o emociones fundamentales. Para mí, la poesía está ligada desde el comienzo de mi vida a la noción de extrañeza absoluta ante el mundo, que para otros puede ser sólo asombro, perplejidad. Desde esa noción la vida gira entonces hacia un estado de conciencia altamente sensible que descubre, por igual, tanto la dimensión maravillosa y casi fantástica de esa vida, como su polo opuesto, su lado oscuro y absurdo, su vacío, su desesperanza. En esos territorios, tal vez sin proponérmelo abiertamente, he visto nacer y crecer mis poemas durante los últimos cuarenta años. Pero también, de alguna manera, todo ello se ha acompañado por la voz del hombre que se ve vivir y luchar entre otros, como parte de un sueño mayor, una realidad que va más allá del sí mismo, de los límites de un yo tan precario y frágil. Reconocerme en esa fragilidad, esa precariedad, ha sido también para mí, digamos, una especie de fortaleza. La poesía se convierte ahí en una manera de estar, de permanecer, de asumir y comprender mejor lo que soy y lo que el mundo es en mí.

Después de esa confrontación en lo hondo, desde esa conciencia de irrealidad, de extrañeza, de absurdidad (la misma conciencia de absurdo planteada por Camus y luego por Cioran, Bernhard, Pessoa, etc.) sólo queda suicidarse o mantenerse de este lado. La poesía hace posible esta última opción, y desde luego, nos obliga a habitar el mundo con los ojos abiertos. En tal sentido es muy cierto lo dicho por René Char en alguna parte cuando afirma que la poesía es la más alta y dolorosa lucidez. Así que como tal, se constituye en salvación o condena, según quiera uno interpretarlo. Por otra parte, ni soy pesimista a ultranza ni optimista de nada. Prefiero aceptar “la dulce melancolía” que propone Victor Hugo, como parte de mi existencia, capaz de gozar sin exaltación de la belleza efímera de las cosas, aceptando sin grandes gestos, con sobriedad, lo que el día ofrece, el privilegio azaroso de estar presentes, de poder oír el viento pasar, como decía Caeiro.

La literatura, y, en esencia, la poesía, son nuestras mejores armas contra el vacío, contra la angustia de sabernos mortales, efímeros y aun definitivamente banales, inermes ante la realidad que está sobre nosotros. La poesía no es, sin embargo, un consuelo, un paño de lágrimas como a veces se cree. Por el contrario, ella mantiene abierta esa “herida fundamental” de la que hablaba Alejandra Pizarnik, aunque ella misma pensaba que el poema podría reparar tales fisuras. Ese estado de emergencia del ser, de crisis permanente, es lo que expresa para mí la poesía más honda, la que me seduce y posee. El día que la ciencia, por ejemplo, logre “curar”, aliviar todos los desasosiegos, todos los miedos, los dolores humanos, ese día la poesía resultará más superflua que nunca, me atrevo a pensar. Sin el acicate de lo incierto, la eterna insatisfacción, el desasosiego interior, la vida se convierte en un perfecto desierto, en un “paraíso de mermelada” insoportable. No obstante, hay un momento en que el sueño de la perfección se hace también posible y demasiado humano, pese a la conciencia del fracaso anticipado, de lo terrible habitando todos los sueños humanos. El ángel rilkeano está siempre presente y ante él nos postramos o contra él luchamos siempre, según sea la fuerza o el deseo de nuestro corazón.

Pedro Arturo Estrada

(Fragmento de una entrevista concedida en 2015 en Nueva York a Diana Menasche, poeta brasileña, como parte de un trabajo de investigación sobre la poesía contemporánea).

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Cuatro poemas de
Pedro Arturo Estrada

Antioración

Que la vida me agarre confesado
boca arriba del miedo
aleteando en el azul

Una sola canción
una palabra sola
—dioses desconocidos
cantaré para vosotros

No pido ningún cielo
No ignoro vuestro infierno

Solo este instante es mío
No lo carguéis de eternidad

Dejadme ir cuando quiera
No me atéis
No pidáis mi fidelidad

—Mi fe última

Esa apenas me alcanza
para el día.

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Silencioso horror

De los días que uno tras otro
no fueron la vida
—que estuvo siempre en otra parte

Del camino que no elegimos
La dicha que pudo haber sido y desdeñamos

La verdad no vista a tiempo
La mano que no se tendió
y hubiera salvado algo

De la vieja costumbre de creernos a salvo
porque vuelve la luz a los ojos abiertos
mientras duerme lo informe bajo techo

Rostro del horror escondido en la belleza
—La misma luz de lo amado.

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Babel

… una grieta en el seno de lo dicho.

—Mercedes Roffé

Y tantos libros, tantos nombres
desbordando la estrecha memoria de un mundo
hecho sólo de ráfagas de presente

Y volver a leerlo todo para nada
Y volver a escribirlo todo para la muerte

Espuma y viento, mares de tinta que revientan
contra los acantilados de la noche

Y al fondo en la soledad de su cubículo
el último hombre, el último poeta

salvajemente mudo,
rabiosamente herido
de silencio

—y vacío.

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Superficies

El silencio no existe. Existe lo inaudible
en la superficie donde apenas percibimos
nuestra sombra

Tremor oculto de la vida
que ignoramos

—En la superficie sólo escuchamos
nuestro pensamiento

—En la superficie sólo hablamos nosotros.

De superficie a superficie
la verdad enmudece

De superficie a superficie
sólo la nada dice.

*

Abandonamos todas las razones
para tener razón

Se fragmentan los espejos
que devolvían un rostro
El que creíamos nuestro

—Y el rostro único de la verdad

Ahora todos los rostros son posibles
Todas las verdades
Todas las identidades casan
con nuestra nada

*

Como los nombres, como las palabras
que designan lo desconocido

Porque también desaparece la fijeza,
La mirada que aún nos dibujaba
La mano que demarcaba los contornos
La fe de estar presentes
De cruzar el umbral
La certeza de durar y fundar un territorio

El silencio no existe
Sólo existe lo inaudible
en la superficie.

Fuente:

Estrada, Pedro Arturo. Monodia y otros poemas. Letera ediciones, New York, 2015.