Presentación

Un perro invisible

—2 de mayo de 2024—

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Fernando Serna Escobar (Támesis, Antioquia, 1947) encontró en la placidez de la vejez «sus vocaciones tardías» y a los 72 años optó por sumergirse en el oficio de escritor. Es autor de «Una mujer desnuda en la iglesia» (cuentos, 2020), «Doble engaño y otros cuentos» (2022) y «Un perro invisible» (novela, 2023), libros publicados por la Editorial Java. Actualmente prepara su segunda novela.

Presentación del autor y su obra por
Óscar Jairo González Hernández.

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Clic en el logo para visitar la página web de la Editorial Java.

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No tengo duda de haber leído una novela de positiva cabalidad literaria, bien estructurada, en un fondo histórico que describe el origen de las guerras internas de Colombia en el siglo xx. […] Los lectores, pero especialmente los colombianos de todas las edades, tendremos en la novela Un perro invisible una amplia y alta ventana literaria e histórica de lectura infaltable, para descubrir y cambiar al perro invisible, y para intentar llegar a ser independientes, o, al contrario, para pudrirnos comandados por ese mismo u otros perros invisibles que deambulan entre sujetos cínicos e instigadores de luchas fratricidas.

Luis Hernán Rincón

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Fernando Serna Escobar

Fernando Serna Escobar

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Un perro invisible

~ Fragmento ~

Alejandro González se había convertido en un devorador de letras, aunque sin ninguna metodología. Leía todo lo que caía en sus manos. Al principio, cuando aún era un niño, se aficionó por la lectura de pequeños libros de pistoleros del oeste americano, escritos por autores españoles, entre los que se destacaron: Marcial Lafuente Estefanía; Francisco González Ledezma, quien escribió con el seudónimo de Silver Kane; Juan Gallardo Muñoz usó el seudónimo de Curtis Garland; Antonio Vera Ramírez utilizó el seudónimo de Lou Carrigan; y Francisco Javier Miguel Gómez, quien empleó el seudónimo de Lem Ryan. Rápidamente los intercaló con las novelas de misterio de Agatha Christie, las historias del gran detective inglés Sherlock Holmes, escritas por Sir Arthur Conan Doyle, los maravillosos libros de Julio Verne y las fantásticas aventuras escritas por Emilio Salgari.

Con estos escritos livianos nacen los buenos lectores, repetía frecuentemente a sus alumnos don Efrén, el profesor de Literatura de sexto grado de bachillerato del Colegio Marco Fidel Suárez.

En el último año de secundaria empezó a direccionar sus lecturas, y tras leer una biografía de Erasmo de Rotterdam se identificó plenamente con este pensador del siglo xv adoptando como propios los pensamientos del humanista, especialmente los que tenían que ver con los conceptos de independencia y una actitud de rechazo a todo sistema autoritario, provenga del Estado o la Iglesia. Embebido en esas ideas decidió que él también sería un libre pensador y rechazaría cualquier sistema que tratara de coartar la libertad de las personas en todos los sentidos.

Casualmente, en el último año de bachillerato, en una clase de Ciencias Sociales, se enteró de que existía una cátedra llamada Sociología y entonces empezó a investigar en qué consistía. Cuando indagó sobre la temática y su campo de acción, optó por escoger esa carrera para continuar con sus estudios superiores. En su decisión influyó que era el estudio más ajustado a su concepto de cómo cambiar el entorno, pues pensaba que, a través del conocimiento de los grupos sociales más desfavorecidos, se podría detectar la problemática que lo aquejaba y por lo tanto quedaría despejado el camino para buscar soluciones.

También llegó a la conclusión de que la sociología era la que le gustaba, porque es una ciencia que se encarga del análisis científico de la sociedad humana en su contexto o en grupos individuales focalizados. Ese estudio se realiza dentro del marco histórico-cultural y de acuerdo con las necesidades y la problemática de cada conglomerado. Es una empresa fascinante y atrayente al tener como objetivo nuestro propio comportamiento como seres sociales que buscamos siempre explorar, con un enfoque metodológico, conceptos que nos permitan diferenciar y evaluar los diferentes grupos humanos, sus comportamientos y los fenómenos sociales que nos rodean.

Alejandro también se enteró de que la sociología era una disciplina académicamente muy joven en el mundo, pues apenas llevaba un poco más de sesenta años de creada, siendo la primera facultad fundada la Universidad de Bordeaux en 1895. Rápidamente las universidades del mundo adoptaron la sociología como una ciencia y crearon una cátedra especial para su estudio. Una de ellas fue la Universidad de Chicago en Estados Unidos, que adquirió fama porque de ella surgieron los principales sociólogos de ese país, y a diferencia de algunas universidades europeas, estos se distinguieron porque se centraron más en el trabajo de campo y en tratar de entender los problemas sociales, que se presentaban en las diferentes sociedades del mundo, y rápidamente tomaron una senda diferente y direccionaron la atención de la sociología a impulsar los derechos fundamentales de las personas, haciendo énfasis en la igualdad, las relaciones entre el individuo y la sociedad y el individuo y el Estado, y, en fin, se centraron más en el hombre como componente de un grupo social, y para ello dejaron a un lado las teorías sociales promulgadas por Marx y Weber, porque las consideraban controversiales y no encajaban con el sistema capitalista que Estados Unidos trataba de implantar en el mundo.

Alejandro captó el hecho de que aunque la sociología sea un estudio académico relativamente reciente, eso no quiere decir que los temas que abarca y estudia no hayan sido analizados por pensadores de todos los tiempos. El pensamiento sociológico puede remontarse, por lo menos, hasta los antiguos griegos. Más tarde y en diferentes circunstancias, pensadores como San Agustín, Santo Tomás de Aquino y Marsilio de Padua se detuvieron a analizar temas sociológicos de acuerdo a la problemática de su época.

Alejandro supo que había solamente una facultad de sociología en Colombia y estaba ubicada en la ciudad de Bogotá. Llevaba pocos meses de fundada, pues sólo en 1960 abrió sus puertas para recibir a los primeros estudiantes, y más aún, fue la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, en 1959, la que creó la primera Facultad de Sociología que existió en América Latina. Entre los fundadores estaban los sociólogos Orlando Fals Borda y el sacerdote Camilo Torres Restrepo.

Para Alejandro no fue fácil convencer a sus padres de la necesidad de separarse del hogar e irse a vivir a Bogotá. Entre las objeciones del matrimonio, estaba la dificultad de sostenerlo económicamente en otro lugar, pero aparte de eso Jorge siempre había querido que su hijo adoptivo fuera abogado y desconocía en qué consistía la carrera de sociología. Cuando Alejandro someramente se lo explicó fue enfático en afirmar:

—Esa carrera no sirve para ganarse la vida.

Los padres trataron de disuadirlo de todas las formas, pero Alejandro estaba obsesionado, tanto por el estudio de la sociología, como por su deseo de ser independiente y manejar su propia vida. No significaba que no se sintiera a gusto con sus progenitores y sus hermanos. Estaba convencido de que no solo los amaba con ese amor filial que se impregna en las personas, sino que pensó en lo mucho que tenía que agradecerles, y, por eso, en un momento vaciló y pensó en seguir la carrera que le aconsejaba su padre. Fueron sus hermanos Jorge y Gustavo los que lo hicieron desistir de abandonar su proyecto de vida.

—Es tu vida y no debes apartarte de ella, porque más adelante no te lo perdonarías, le dijeron en presencia de los padres en una reunión familiar. Los progenitores aceptaron a regañadientes.

Jorge y María Eugenia sabían que la Universidad Nacional tenía fama de ser la cuna de movimientos estudiantiles de izquierda y de estar infiltrada por el Partido Comunista.

Alejandro hizo la solicitud para ingresar a la facultad y fue aceptado para empezar en el primer semestre del año 1962. No le costó mucha dificultad porque sus recomendaciones académicas lo avalaban como un estudiante meritorio.

Cuando llegó el momento de partir, toda la familia lo acompañó al aeropuerto Enrique Olaya Herrera para despedirlo.

—Que el Señor te bendiga, hijo, cuídate mucho porque vas para la universidad más conflictiva del país —dijo la madre.

—No te preocupes, mamá, contestó Alejandro, mientras abrazaba a su madre adoptiva y le daba un beso en la mejilla, posteriormente hizo lo mismo con su padre. Era la primera vez en los años que llevaba viviendo con la pareja, que mostraba sin reatos sus sentimientos.

En el momento de la llamada para ingresar a la sala de embarque, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Si hubiera devuelto la mirada hubiera visto lo mismo en todos los rostros que dejaba.

Fuente:

Serna Escobar, Fernando. Un perro invisible. Editorial Java, Medellín, 2023, pp. 183-187.