Boletín n.º 159
Abril 10 de 2019

Filantropía perforada

(Un llamado de Andrés Hoyos)

Pablo Tobón Uribe (1882-1954)

Pablo Tobón Uribe
(1882-1954)

En el decimoséptimo aniversario de la Corporación Otraparte, creada el 10 de abril de 2002 por iniciativa de Simón González Restrepo, hijo menor de Fernando González y exgobernante de las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, compartimos con nuestros lectores una reciente columna del escritor Andrés Hoyos, fundador y director de la revista «El Malpensante», a propósito de las dificultades que enfrentan en Colombia las entidades sin ánimo de lucro.

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Filantropía perforada

Por Andrés Hoyos *

Pese a la vanidad colectiva que con frecuencia nos embarga, hay que decir que la Colombia rica o poderosa no está interesada en la cultura, la educación o las artes. Aquí son pocos los que aportan a ellas y lo que aportan suele ser poco. No abundan los filántropos colombianos, economía naranja o no economía naranja.

Por ejemplo, las modestas ventajas tributarias que se solían dar a las empresas que financiaban la filantropía han quedado casi borradas con las últimas reformas tributarias. Hoy una empresa obtiene un descuento del 25% de lo que done hasta cierto monto, aplicable en la declaración de renta del año siguiente. Esto significa que el 75% corre por su cuenta, o sea, casi todo. Queda viva, pues, la exención tributaria en cabeza de la propia Entidad Sin Ánimo de Lucro (esal), para calificar a la cual las exigencias se han vuelto en extremo estrictas.

Quienes aquí nos dedicamos a promover actividades sin ánimo de lucro, ya sea porque el lucro en ellas es inviable o por cualquier otra razón, nos miramos al espejo y vemos a un iluso, por no decir que a un loco. Es cierto que cuando había condiciones más dadivosas, la imagen que nos devolvía el espejo no era tan diferente porque la filantropía, lo que se dice la filantropía desinteresada, tiene entre nosotros una trayectoria penosa. La mayoría de las grandes empresas creaban sus propias fundaciones, aprovechando allí los descuentos tributarios que alguna vez fueron generosos, y pare de contar. En muchos casos la plata así canalizada terminaba en cuantiosos contratos con personas allegadas, que por supuesto no pagaban impuestos. Además, se usaba la responsabilidad social empresarial como una forma de publicidad, que decía: pese a que gano mucho dinero en mi ramo de negocios, yo soy bueno, miren cómo dono tanto para que la lactancia materna se consolide o miren que tengo a cargo unas escuelitas en Caparrapí. Publicidad. Nada de buscar en la sociedad emprendimientos valiosos a los que se pudiera apoyar por su valor. Sobre todo que las esal de fuste solían y suelen ser independientes, de suerte que se adaptan mal a los esquemas corporativos de un banco, de una minera o de cualquier otra empresa capitalista grande. A los verdaderos intelectuales no les gusta el servilismo.

En el mundo el grueso de la filantropía proviene de individuos, ricos muchos, otros simplemente entusiastas y generosos, no de empresas. Gran parte de las colecciones de los grandes museos o la financiación de universidades de prestigio —las cuales, dicho sea de paso, tienen un fuerte efecto elitista, pese a las ideologías que en ellas campean, un poco como grandes hojas de parra— son donaciones individuales. Muchos ricos en el mundo han descubierto que de nada sirve pasar de tener un patrimonio de USD$ 100 millones a uno de 110 o uno de USD$ 5.000 millones a uno de 10.000 y que esos excedentes pueden usarse de maneras mucho más efectivas.

Volviendo a Colombia, debemos adelantar un debate y quizá una campaña para que las personas con grandes excedentes económicos aporten lo suyo a las causas que les calienten el corazón. Pueden ser las artes, la educación o las ciencias, pero tienen que dejar de ser aquellos territorios en los que los impuestos bien gastados pagados al Estado son la fuente necesaria. El hambre de los niños del país no debe ser resuelta a punta de caridad. Las artes, en cambio, sí requieren aportes privados. Nada de esto es fácil.

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* Escritor, fundador y de nuevo director de El Malpensante, columnista de El Espectador, ocasional polemista.

Fuente:

Hoyos, Andrés. «Filantropía perforada». El Espectador, Bogotá, miércoles 27 de marzo de 2019.

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¿Quién era Pablo Tobón Uribe?

Hijo del matrimonio del médico Fermín Claudio Tobón y María de Jesús Uribe, siempre se distinguió por su espíritu generoso y filantrópico; por ello recibió la Cruz de Boyacá en el grado de Gran Caballero, distinción que le fue otorgada por Rojas Pinilla en 1953.

Fue uno de los hombres más ricos del Medellín de su época: el mayor accionista de la Colombiana de Tabaco y de Cervecería Unión y dueño de varios bienes raíces en toda la ciudad. Fue cofundador y colaborador de publicaciones como la Revista Colombia, La Paira y El Sol.

Al morir dejó la mayor parte de su fortuna para la Fundación Hospital Pablo Tobón Uribe, entidad que se encargaría de atender a personas de escasos recursos. También fue benefactor del Teatro Pablo Tobón Uribe.

Don Pablo fue conocido como un hombre un poco excéntrico y de costumbres extrañas: no tenía carro y prefería alquilar uno de servicio público; se pasaba los días leyendo, no le gustaba viajar y pensaba que la mejor manera de conocer un lugar era a través de la lectura; sólo salió del país en 1952 cuando estuvo en Rochester, Estados Unidos, para someterse a un tratamiento médico.

En su casa no tenía teléfono ni radio y durante su convalecencia hizo suprimir el timbre eléctrico, usando en su lugar un pito para llamar a su hermana María o a las empleadas.

Murió el 15 de marzo de 1954 a la edad de 72 años. En 1976 sus restos fueron trasladados a la capilla del Hospital de acuerdo con su voluntad, expresada en el testamento.

Fuente:

Hptu.org.co

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¿Por qué es Echandía nuestro candidato? Porque su programa es escuelas, el capital al servicio de la cultura. Pero cualquiera que viva en este estado de conciencia, lo será también. Nuestro ideal triunfará irremediablemente, porque es la misma vida. […] ¿Por qué luchamos con tanto ardimiento? Porque la obra apenas ideada de hacer progresar la conciencia de los colombianos, la obra de acabar con el mísero peón azadonero que no sabe ni de dónde es, está amenazada de quedarse en vicio solitario. No es propiamente por la persona de Echandía, sino por el programa que se resume en escuela, universidad, higiene y capital al servicio de la cultura.

Fernando González

(Nociones de izquierdismo, 1936)