Boletín n.º 218
21 de mayo de 2025
Los museos y las abejas
Hoy como nunca, las abejas nos traen el polen de la reflexión. En un mundo cada vez más agitado, ellas señalan el movimiento acompasado, paciente y generoso de la danza infinita, de su conexión con el jardín, que es el universo todo.
Enjambres solidarios, en el que cada una sabe lo que le corresponde. No toma mucho más de lo que necesita, asiste a sus compañeras. Les envía pulsos de acción, de recogimiento, de solidaridad. No interfiere en el curso natural de sus hermanas. Viaja y danza, trabaja y descansa, no para su bienestar individual, sino para el bienestar de la colmena.
Nos miran. Estamos seguros. Y la manera de comunicarse con nosotros es la miel que entregan, incorruptible, ambarina, nutritiva. Así, la cultura. Así, quienes creemos en el arte, la ciencia y las nuevas tecnologías, en la memoria y la conservación de lo que amamos y que nos habla desde tiempos remotos y actuales.
El museo y las abejas como inspiración; elementos vivos de una realidad que necesita ser aguijoneada, llamada a la consciencia humana, al arte de saber vivir en un espacio compartido que se regenera y se transforma, que resiste de múltiples maneras, que habla lenguajes no siempre audibles pero que garantizan el curso de nuestra historia.
Preguntas, muchas preguntas a cada instante, lo que dura probar una gota de miel y sentir su belleza dentro de nosotros. Necesidad de cambio, de apertura, de bondad, de nuevos retos y entendimientos. Un lugar de ideas vivas, de acciones que alegrarán esta incertidumbre que somos, pero que también pondrán luz sobre lo que no cuida el misterio, la grandeza del jardín. Sobre aquello que lo maltrata y lo hiere, que lo ignora, aun cuando cada flor se ha dispuesto a recibirnos con su néctar.
No nos hablará este jardín, este lugar de encuentro, si no lo buscamos en nuestros recintos interiores, si no conectamos con ellos nuestra propia sensibilidad y creatividad. El aguijón dulce de las abejas y la cultura nos recuerdan que estamos vivos. Que nada hay aquí que no podamos transformar amorosamente, respetuosamente, sin egoísmos ni conveniencias.
Estamos también aquí para esa colmena, para ese museo que nos interrogan. Estamos aquí para hacer nuestra parte sin entorpecer el curso de la vida, de la inteligencia, de la belleza.
Estamos aquí para recoger nuestro grano de polen, para crear nuestra gota de miel y cera transparente, para decir SÍ a todo aquello que nos necesita, siempre con ánimo crítico y atento, comprensivo; para decir NO a todo lo que se muestre mezquino e injusto, a la mirada indiferente, al gesto agresor.
Estamos en un Universo y una realidad cambiantes. Necesitamos oídos despiertos para escuchar el murmullo del vuelo, de la búsqueda constante, del propósito que nos hará distintos. El murmullo, al fin, de la vida y nuestras posibilidades en ella.
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