El derecho a no obedecer

Por Ernesto Ochoa Moreno

Ayer, 16 de febrero, se cumplió un aniversario más de la muerte del escritor Fernando González. Fiel a la memoria del maestro, a lo largo de estos 27 años míos como columnista de prensa, primero en El Mundo y luego en El Colombiano, he procurado hacer en esta fecha, si coincide con la publicación de la columna, alguna referencia a su obra, a su figura, a su pensamiento. Una recordación que sabe a remordimiento, en el sentido que le da nuestro filósofo, no de arrepentimiento por lo hecho, sino de insatisfacción por lo que se dejó de hacer y que sigue carcomiendo la conciencia. Y que es, también, incitación para seguir adelante, para adentrarse más hondamente en el viaje hacia la Intimidad.

Pues bien. Revisando papeles —que es peligroso destino en el que pueden agostarse y agotarse vejeces y jubilaciones— descubro una columnita escrita el 16 de febrero de 1981, en El Mundo, titulada «El derecho a no obedecer», que fue el título que el joven abogado González Ochoa puso a su tesis de grado y que, a la postre, por exigencia del jurado calificador acabó llamándose simplemente Una tesis. Con la venia del lector, quiero hoy reproducir algunos apartes de ese escrito. Esto de rebujar papeles viejos tiene ese peligro: que la nostalgia aparece de pronto entre las hojas, como una flor marchita; o sale volando como una chapola inmarcesible; o es irrescatable del comején del olvido. Vamos, pues, con el cuento.

Hace un año —decía entonces—, recordando también la muerte del filósofo de Envigado, escribí en esta misma página una breve nota que se intitulaba «De la rebeldía al éxtasis».

Hoy, después de haber vuelto a leer sus obras, de largas horas luchando con su pensamiento, creo que debo rectificar. Lucas de Ochoa no fue un rebelde ni logró el éxtasis. La rebeldía es un punto de partida demasiado cómodo y el éxtasis una meta por lo demás tranquilizadora. Negar el primer principio no es un acto de rebeldía. Es algo más. Es destruir, ir destruyendo, la verdad, la bondad, la belleza, todos los atributos del ser. Porque todos son mentira, encubren la Intimidad.

Toda verdad encontrada, y toda bondad y toda belleza, son una tentación para quedarse ahí, para no seguir adelante. Hay que deglutir, tragarse, la negación de todo eso, meterse por el oscuro túnel, un túnel que uno va haciendo al ritmo de sus pasos, de sus negaciones. No hay sino un camino: no obedecer. La obediencia es tranquilizadora. Es, en el fondo, una cobardía. También la desobediencia. Fernando González no enseña a desobedecer, sino a no obedecer, que es muy distinto. La obediencia y la desobediencia son conceptos y vivencias infantiles. La no-obediencia es el camino de la madurez. Es decir, de la soledad, de la intimidad, del «entendiendo».

No obedecer no es atacar la autoridad. Es algo previo a la autoridad. Es la búsqueda del paraíso perdido. Un camino hacia un atrás que no tiene principio y hacia un adelante que no tiene fin. Es el viaje. Viaje místico, viaje en la noche. Una noche que se le entra a uno por el alma como un río de cuchillos afilados que rasgan, que destruyen hasta el suicidio.

Es una experiencia de desnudez. Hay que quitarse los disfraces, las máscaras, hasta la piel. Todo sobra, todo es mentira. Hay que matar, uno a uno, los personajes que uno representa. Hasta el beatífico suicidio del padre Elías, perdido en la Intimidad, en la inocencia recuperada. Ese es el derecho a no obedecer. Vencer el orgullo, la autosuficiencia. «Somos diosecitos cagados». No obedecer es bajarnos del pedestal y bajar de él a todo el que se cree en posesión de la verdad, de la belleza, de la bondad. No obedecer es luchar contra la vanidad, de uno y de los demás.

¡Claro, cómo van a querer al loco de Otraparte! A uno no le gusta que le digan que es un comediante; que su vida es una farsita sin sentido; que es vano, es decir, vacío, sin nada por dentro; que es pedorro y flatulento; que es pura mentira. Pero es peor cuando uno mismo aprende, sin necesidad de que se lo digan, que es todo eso. Es mejor, entonces, obedecer, ser esclavo, someterse. ¡Qué miedo a que todo se venga abajo! Es mejor no meneallo. ¡Señores, la función continúa!

P.D. Para informarse sobre la vida y obra del escritor envigadeño y sobre las actividades de la Corporación Fernando González – Otraparte, consultar la página Otraparte.org de Gustavo Restrepo Villa, director de la Corporación.

Fuente:

El Colombiano, columna de opinión «Bajo las ceibas», sábado 17 de febrero de 2007.