Tomás González

De pocas y buenas palabras

“Fui descubriendo que mi país
era Latinoamérica, no Colombia”

Por Paulo González

El pasado martes 21 de octubre tuvimos la oportunidad de charlar con el escritor colombiano Tomás González. Muy amablemente él y su esposa nos regalaron unos minutitos antes de la lectura programada para ese día en la Literaturhaus. Venían de dar una vuelta por la ciudad de Zúrich y ya regresando al hotel donde se hospedaban, nos atendieron en la cafetería para que nosotros les pudiéramos hacer un par de preguntas al poeta. Así empezó nuestro diálogo, con un oloroso y supuestamente café colombiano.

PL. ¿Es colombiano el café?

TG. No, no se puede sentir por el olor (risas), no se puede saber, bueno, de pronto sí, de pronto sí.

PL. Dime, vives en Nueva York por 16 años, regresas a Colombia para vivir en Chía, ¿cómo te ajustas al cambio?

TG. Muy agradable el cambio, a mí me gustaba Nueva York, vivimos allá por tantos años, pero cuando uno cambia de una ciudad a otra no es bueno y es mejor irse a un pueblito, y en Chía, esa finca donde estamos ha sido de la familia por mucho tiempo, pues cuando me vine nos fuimos para allá.

PL. ¿Ya lo tenías planeado, regresar?

TG. Sí, ya lo tenía planeado, regresar a un pueblo pequeño o algo como eso. Hubiera preferido un clima menos frío, pero bueno.

PL. Mirando hacia atrás, de Colombia a Nueva York, ¿cómo te afectó esta etapa de emigrante?

TG. Afectó mucho, y se tarda mucho tiempo en estabilizarse, después te estabilizas, es lo normal, pero sí te digo que siempre tuve la nostalgia de Colombia.

PL. ¿Cuándo estabas en Estados Unidos, eras un colombiano o te sentías un latinoamericano?

TG. Sí, fui descubriendo que mi país era Latinoamérica, no Colombia. Y a medida que la necesidad de volver aumentaba, pudo haber sido igual para mí México o Costa Rica por ejemplo, pero fue más fácil volver a Colombia, por la familia y todo. Sí, en la calle hablas con un argentino o con un nicaragüense y es hablar para mí con un compatriota.

PL. Y cómo consideras tu literatura desde ese punto de vista.

TG. Pues desde las dos, si uno la mira de cierto modo es colombiana, pero me gusta pensar que forma parte de un país más grande, de un todo latinoamericano.

PL. Uno se da cuenta cuando lee tus libros, del toque refinado que tienes, también puede uno percibir imágenes y sonidos muy claros. ¿Es parte de ese pasado tuyo en Colombia que se quedó grabado y después lo traspasas a tus libros?

TG. Pasó mucho sí, yo me fui de Bogotá cuando tenía 25 años, y el lenguaje que yo conservo de esa región está muy intacto en ese tiempo, por decir “no contaminado”, con la evolución que se dio después en esa región particular; y también lógico el hecho de haber estado fuera y las ganas de volver, y es ahí donde entra la nostalgia, si se puede decir. Es que siempre estuvo el deseo de volver, nunca me pasó por la cabeza el quedarme siempre, claro, los meses se volvieron años y los años pasaron y al final se volvieron 16.

PL. Es cada vez el tiempo para ti más rápido.

TG. Para todo el mundo creo.

PL. Cómo te afectó la caída de la torres gemelas y el endurecimiento de la política migratoria en Estados Unidos.

TG. Fue terrible, uno no llega a asimilarlo, las imágenes repitiéndose durante las semanas siguientes, se sentía el olor a quemado, toda la gente en silencio, los subways de Nueva York son lo más bulliciosos del mundo, y después todo era un gran silencio, todavía no me gusta ver las imágenes de los aviones.

PL. Regresas a Colombia, tiene esto una relación directa.

TG. Ya había decidido yo volver, pero como que fue el empujón final, estuvo bien hacerlo, yo sentía que la ciudad se había entristecido además, y yo me vine al año siguiente, también yo quería irme, y no he vuelto.

PL. Dicen que el instinto humano trata del olvidar los malos recuerdos, las cosas malas y dejarse la buenas, ¿tú qué piensas?

TG. Yo diría más bien que uno trata de olvidar las buenas y se mantiene con las malas. Yo no sé por qué, pero te quedan más las memorias malas que las buenas, a veces uno las épocas felices pocas veces las recuerda, y eso pasa, lo que está mal.

PL. ¿Cuáles son las historias que en tu caso funcionan, en la literatura, las tristes o las felices?

TG. Yo creo que las tristes porque tengo que encontrar la manera de sobrevivirlas, de sobreponerme a ellas, entonces una de las maneras de hacerlas, las historias, para la gente que le gusta escribir a través de la literatura, uno trata de procesar la tristeza o lo oscuro y encontrar en ellas, la ventana, la salida como un escape, que es más bien una cuestión de vida o muerte escribir sobre las cosas duras.

PL. La vida y la muerte es un tema principal en tu obra.

TG. Sí, ha sido una y otra vez y se ha venido dando la misma intensidad entre las dos cosas, en el escritorio, anécdotas difíciles.

PL. Lo personal utilizado como herramienta para escribir, en tu obra hay una lucha entre la vida y la muerte, es la obra un tipo de purificación, por lo menos, digamos: dostoyeikiana.

TG. Sí, superas la negrura, sí, te ayuda a recordar la alegría, por algo que sea el sufrimiento, sí, mientras más grande sea el sufrimiento, el conflicto que aparece en el escrito es más poderoso, porque es más difícil llegar a conquistar la alegría, la capacidad de felicidad.

PL. En “Primero estaba el mar” está la mitología Kogui y tú lo has dicho, la relación con tu hermano.

TG. En los Kogui es la cuestión de la eternidad, independientemente del individuo, de la muerte de cada individuo, el todo siempre está vivo y es siempre eterno; no había plantas, animales, la madre no era cosa alguna, era pensamiento y memoria, ahí ellos dicen que el individuo que muere se integra y lo que queda al final es la eternidad. La existencia permanente no es esto ni lo otro, sino lo vivo. Parecido a la zarza ardiente, a la imagen bíblica de la deidad. Y cuando Dios habla, todo lo demás estará y todo lo demás viaja a la muerte, lo único que se mantiene en la memoria Kogui es el mar. Con esa eternidad quise marcar al personaje de la obra, entre la justa de la vida y la muerte.

PL. Y va de la mano con “Caballitos del diablo”.

TG. Las dos novelas juegan, como una dentro del la otra. Un bíptico, una complementa a la otra, la esperanza mía era que se pudiera leer cualquiera de las dos primero y la otra para complementar.

PL. ¿Y un tríptico?

TG. Habría una novela, “La historia de Horacio”, donde aparecen esos mismos personajes, y en ese sentido pues sí, también, pero la intención nunca fue un tríptico.

PL. Cuando regresas a Colombia, ¿cómo vives esa dialéctica entre la violencia por un lado y la alegría de los colombianos por otro?

TG. En Chía la violencia no se siente mucho, uno la percibe más cuando se va a Bogotá, ahí sí se siente bastante, pero como me fui a Chía, un pueblito tranquilo, pues no, y era lo que quería, un lugar pacífico.

PL. Ahora vives de la literatura, me lo imagino, o todavía haces trabajillos extra, recordemos al ayudante de imprenta, al cantinero en el Goce Pagano en Bogotá, en un taller de bicicletas, traducciones…

TG. (Risas). No, no, pero sí me va mejor, aunque todavía hago traducciones, no tanto como antes, sí, ahora me puedo dedicar más a la literatura.

PL. Una pregunta que le hago a los colombianos y a los mexicanos, para los segundos, se dice que siempre va haber una sombra que les sigue en la literatura, para los nuevos escritores, Rulfo; te digo a ti, ¿es una sombra para los colombianos García Márquez?

TG. No, a la influencia de García Márquez sólo le veo cosas buenas, creer en nosotros mismos, perder los complejos, a entender que la realidad nuestra es tan grande como las demás que se viven en cualquier parte del mundo. Hay un complejo de inferioridad que se trae desde la Colonia, tal vez, pero Márquez y muchos otros del Boom cambian eso.

PL. Dime, ayudas a escritores jóvenes colombianos, les das consejos o estimulas la literatura en ellos.

TG. Bueno, no digamos sistemáticamente, pero si conozco a alguien que escribiera, pues le daría un poco de mi visión y de mi propia palabra, consejos, sí, si se da el caso, uno siempre puede ayudar a escritores jóvenes y a los demás.

PL. ¿Cómo es eso de ser el secreto mejor guardado de la literatura colombiana? Ya no eres un secreto, ¿cómo lo manejas?, ¿te molesta?

TG. Bueno, yo nunca he entendido muy bien esa frase, pero no, no, no me molesta, claro, entre más conozcan mis libros, mejor, sí, al ser escritor es importante darse a conocer.

PL. Muchas gracias por la entrevista Tomás, un placer haber hablado contigo.

TG. Gracias a ustedes, me ha gustado mucho la entrevista.

Así el escritor y su mujer, que escritora también es, María Tabares, su seudónimo literario, se fueron a descansar un poco para antes de la lectura. Nosotros a tomarnos una cervecita y más tarde nos volvimos a encontrar, casi como amigos, contentos y cansados también, que lo digan ellos que al otro día tenían que volver a Viena y terminada la lectura como a las diez de la noche, no habían ni comido. En fin, vale la pena, nos dijeron.

Fuente:

De pocas y buenas palabras || Entrevista de Paulo González de PuntoLatino al escritor colombiano Tomás González, 21.10.08, Literaturhaus ZURICH.