A González Ochoa

Por José Guillermo Ánjel R.

Querido y releído Fernando, a través de los oficios del abogado Ricardo Molina (que hace un doctorado en derecho penal en Sevilla), me llegó uno de sus libros, Don Mirócletes, editado en España (por editorial Juventud de Barcelona) en 1934. O sea que su libro me llegó 75 años después de salir al mercado, pero no en estado de libro de segunda sino nuevo. Tuve que salir a buscar un cortapapeles para poderlo abrir y cortar las hojas. Un placer doble, pues escuchar el rasgado de un buen papel y encontrarse con el texto (como descorriendo un velo) no es cosa de todos los días. Para quienes nos gustan los libros, los rituales previos a la lectura también cuentan: remiten a buenos espacios, a tranquilidad, a descubrimiento, a un iniciarse en la historia en la que nos introduce el autor, etc. Este regalo (el libro me llegó como regalo y luego me regaló espacios casi perdidos), me maravilló.

Don Mirócletes, libro que cuenta la historia de Manuelito Fernández, personaje que como se lee en el prólogo se apoderó de usted, Fernando, al punto que no lo pudo suicidar por temor de matar al autor, es un territorio de reflexión sobre el antioqueño (al menos el que habita el mundo de Medellín y Envigado), sus desmesuras y sus agonías. Y en especial la agonía, que es una vida (la casi totalidad, según usted) delante de la muerte, lenta, en la que solo las muchachas logran sacar al moribundo de los espacios de angustia en que ha caído. Esas muchachas son el deseo por la vida, pero es más potente el dolor, el agonizar, el sentir que la vida nos puede y así solo queda el momento de la muerte, ese en el que las mujeres no se bañan y permanecen sentadas sobre las camas (sic) a la espera simple, no más.

Volver a leer a Don Mirócletes, ese hombre que odia a Manuelito (su primer hijo) porque mató a la madre al momento del parto (además Manuelito nace con dientes), me causó un cierto desasosiego y, a la vez, una forma lenta de estupor (como pasa con todos sus libros Fernando González Ochoa), sin que faltara la risa. Porque en su libro se ríe y, paralelamente, se viven las agonías de los personajes, en especial la de Epaminondas que termina siendo carcomido por un cáncer, pero al morir el hombre el cáncer sigue vivo. Y en todo ese trasegar de agonizantes, de gente que vive de los préstamos y los prestamistas, que entiende por política otra manera de agonizar, Manuelito Fernández (su alter ego) dicta conferencias sobre la causa de las agonías tempranas, tan comunes, tan ahí, tan cerca de todo lo que se nos ocurre.

———
Fernando González Ochoa, escritor y pensador colombiano (Envigado, 1895 – 1964), fue famoso en España hasta la guerra civil de ese país. Luego el franquismo silenció sus libros y ese silenciamiento llegó a estas tierras. Todavía hay gente que cree que leer a Fernando González es pecado y resentimiento. Fumaba.

Fuente:

El Colombiano, sábado 8 de agosto de 2009.