Conversación con el Brujo

Por Óscar Domínguez Giraldo

El portal Otraparte.org que debería ser de obligatoria consulta para católicos y ateos, jugadores de tute o pisingaña, recordó hace poco que el maestro Fernando González Ochoa, de ascendencia vasca, murió un 16 de febrero, hace 48 años.

Ese portal no incluye detalles de una “conversación” que tuve con el Brujo. Él me buscó, debo aclarar. Como la envidia es mejor provocarla que sufrirla, aprovecho para chicanear con esa anécdota. Si ya la conté, espero no haberlo hecho con la piyama que tengo puesta.

El Brujo vivía a unas seis cuadras y muchos libros leídos y escritos de mi casa en Envigado, diagonal a la Bota del Día.

En casa hubo trato “cercano” con González: Un cuñado, XYZ, (las iniciales han sido alteradas para proteger su intimidad), no sólo era su vecino. También era mesero en el bar Georgia adonde el maestro solía ir a hablar o a callar, siempre con su bastón, su silencio, su palabra, y su boina vasca, recuerdo de su consulado en Bilbao, España, en 1957.

(Tengo boina vasca, regalo reciente de una vieja mejor amiga cuasicuarentona. Ella aspira a que con la boina, y por ósmosis, se me pegue algo del filósofo, pensador, rebelde con causa, escritor, panfletista, maestro).

El Brujo iba a Georgia a tomar café, o la famosa Clarita Pilsen, pequeñita, de envase verde, más inofensiva que beso de monjita de clausura del barrio Mesa, de Envigado.

XYZ tenía este encargo del dueño: “Cuando venga el Maestro lo atiende. Si paga, le cobra, si no paga, déjelo”.

De jóvenes (“Alegrémonos pues jóvenes mientras existamos…”) solíamos dedicar días a la semana para “tomar prestados” mangos, naranjas y otras delicias de fincas envigadeñas. Era una forma un tanto insólita de redistribuir el ingreso: tomando prestado algo de los más pudientes. Éramos “robinjudes” que robábamos para nosotros mismos. La caridad empieza por casa.

Cualquier día ese privilegio le tocó a Otraparte, la finca del papá de Simón. Fuimos, nos metimos por detrás de la propiedad y coronamos.

Habíamos iniciado el regreso a casa con la sospechosa alegría que produce alcanzar el fruto prohibido. Al vernos pasar González nos llamó. Luego me dijo: “Joven, solo los ladrones entran por la puerta de atrás. Tenga”. Y nos encimó algunas naranjas. Era su forma de brindar amistad. Cosas de filósofos.

Mis cómplices y yo reiniciamos el retorno con el prontuario averiado, pues nadie menos que el Brujo nos había llamado pillinos.

La “conversación” no duró más. La llamo conversación para inflar mi hoja de vida, así como hay bellas que aumentan ciertas presas estratégicas a punta de silicona.

Cuando lleno un registro de hotel, ganas me dan de escribir en cualquier parte: “Robó y recibió naranjas de Fernando González”.

Creo que, definitivamente, la Virgen no se me apareció en esta encarnación. Pero mandó al Brujo. No perdí en el cambalache.

Fuente:

El Colombiano, jueves 23 de febrero de 2012, columna de opinión Columna desvertebrada.