Cincuenta años de eternidad

Por Ernesto Ochoa Moreno

El 16 de febrero, como quien dice de este domingo en ocho, se conmemoran cincuenta años de la muerte de Fernando González, el gran filósofo y escritor de Envigado, cuyo simple recuerdo ayuda a exorcizar los demonios de desencanto y desilusión con los que Colombia lo atormentó a él en vida y que hoy nos acosan también a nosotros. El solitario de Otraparte, que vivió incomprendido, que murió incomprendido y que, me da la impresión, sigue sin ser comprendido (y no deja de ser un desconocido para la gran mayoría de los colombianos), revive o “re-muere” otra vez en este aniversario.

Pero no es mi intención ni echar cantaleta ni cantar ditirambos. Que es lo que casi siempre hemos hecho ante la figura del maestro. O lo ensalzamos hasta una idolatría barata, o lo rechazamos y denigramos de él o de quienes lo admiran, situándonos así en posiciones muy distantes a las que él plantea en la búsqueda de la autenticidad, en la lucha por la verdad. Ya habrá oportunidad de evaluar lo que se ha hecho para mantener vivo el legado literario, filosófico y espiritual de Fernando González, sus enseñanzas de libertad y de rebeldía. La Corporación Otraparte, valga decirlo, con Gustavo Restrepo Villa a la cabeza, es buena muestra del agua fresca y limpia que ha corrido bajo los puentes en pro de la memoria y actualidad de Fernando González. (Cfr. Otraparte.org).

Entonces, digo, porque es el recuerdo de su muerte la que nos incita este año a recodarle, hablemos precisamente del morir. Y no de su muerte biológica en ese atardecer del 16 de febrero de 1964, sino del morir como hecho insoslayable al que estamos destinados.

Los pensamientos sobre la vivencia de la muerte están entreverados en casi todas las obras de González. Leídos ya sea como un dardo certero que nos hiere por sorpresa, ya como un tratado de antropología, de espiritualidad o de mística (reunido a manera de antología), son un angustiante pero iluminador “ejercicio de la buena muerte”, muy distinto y distante de aquella vieja y tremebunda práctica devota que nos condenaba al infierno al hacer en la juventud los ejercicios espirituales de los jesuitas.

Imposible transcribir todos los pensamientos de Fernando González sobre la muerte. Se pueden leer en dos libros excepcionales: Para leer a Fernando González, pág. 632-661, de Alberto Restrepo González, 1997, y San Fernando González, Doctor de la Iglesia, pág. 392-406, de Daniel Restrepo González, 2008. Vale anotar que los dos autores citados son sacerdotes católicos, hermanos entre sí y sobrinos de Fernando. Recomiendo la lectura de estas dos obras, densas y fundamentales para conocer al pensador antioqueño.

“El fin del hombre es dormirse en el silencio. No se dirá ‘murió’, sino ‘lo recogió el Silencio’. Y no habrá duelos, sino la fiesta silenciosa, que es Silencio” (Las cartas de Ripol).

Fuente:

El Colombiano, sábado 8 de febrero de 2014, columna de opinión Bajo las ceibas.