Leer a Fernando González

Por Ernesto Ochoa Moreno

Celebrado el 16 de febrero pasado un aniversario más (el 51, por más señas) de la muerte de Fernando González y, tibio y tembloroso como un pájaro en mis manos el volumen de la séptima edición de Mi Simón Bolívar (que acaba de publicar la editorial Otraparte, de la Corporación Fernando González), me hago una pregunta que siempre me persigue: ¿Sí se lee al autor envigadeño? Tengo la sensación, que convierto en duda metódica, de que nuestro escritor no ha sido ni es un autor muy leído.

González no fue suficientemente leído en su primera época, polémica y visceral, que va hasta El maestro de escuela en 1941, porque lo proscribieron, lo anatematizaron y excomulgaron desde que apareció en el panorama nacional. Después de Libro de los viajes o de las presencias, en 1959, que inicia el último tramo de su periplo vital, tampoco se leyó porque, para muchos no se entendían esos últimos escritos y menos le perdonaron, los que antes le hacían coro a su rebeldía, que hubiera entrado en una franca y explícita etapa mística, que por lo demás se mostró siempre en sus escritos.

Después de su muerte, las obras del filósofo de Otraparte han corrido con mejor suerte, sobre todo porque, a finales del siglo pasado y en los albores del nuevo siglo, han sido publicadas por las principales universidades de la ciudad y por la corporación que se creó en la vieja casa de Otraparte, en Envigado, para mantener vivo su pensamiento y que dirige Gustavo Restrepo Villa, quien además ha venido digitalizando la obra completa del maestro.

Yo creo, de todas maneras, que nuestro escritor no ha sido bien y suficientemente leído, porque no es un autor fácil, aunque literariamente atrayente y atractivo. Su estilo es subyugante pero es implacable con el lector y no siempre es fácil descubrir el hilo conductor de su pensamiento, que permita a quien lo lee navegar entre los remolinos de sus aparentes contradicciones y no naufragar en medio de las diversas facetas de su estilo. González fue, desde el principio, un renovador y buscador de caminos sorprendentes y sorpresivos. Hay de todo en sus escritos: análisis y planteamientos filosóficos, raudales narrativos y experimentaciones novelísticas, poemas no exactamente plácidos y también hondas meditaciones espirituales y místicas.

En fin, para leer a Fernando González hay que estar preparados para el desconcierto, para la herejía, para la pelea, para la lucha. No es lectura, la de sus libros, para matar el tiempo o para acariciar mediocridades. Ni para etiquetar condescendencias. Son libros que enrostran y desnudan la vanidad. No cualquier vanidad, ni una vanidad teórica, sino la de uno, con nombre y apellido y fecha de nacimiento. Y a nadie le gusta que lo empeloten y le descubran la farsa de su vida. De su vidita insulsa.

Fuente:

El Colombiano, sábado 7 de marzo de 2015, columna de opinión Bajo las ceibas.