Pensamientos de un viejo

Fernando González

1916

Dedicatoria
para una lectora lejana

A vosotros, amigos míos,
mi sombra os oculta mis pensamientos.

Prólogo

Pensamientos de un viejo se llama este libro, cuya presentación me ha tocado en suerte hacer al público, por honrosa designación con que se ha servido favorecerme D. Fernando González, su inteligente autor; y sin embargo, no hay tal viejo, ni como verdadero padre o creador de la obra, ni como personaje ficticio en cuya mente y pluma haya puesto el señor González sus propias lucubraciones y las formas con que las ha revestido. Joven es, con fresquísimo rostro y delicadas maneras de adolescente, el novel autor, y muy suyos y como tales por él mismo declarados, los pensamientos que llenan las páginas del libro. Lo que hay es que D. Fernando se cree prematuramente envejecido, y que quienes no le conozcan de vista se lo pueden imaginar en efecto, cuando le lean, como sujeto de veras provecto, tanto por las extensas y variadas lecturas que descubre haber hecho, cuanto por lo mucho que ahonda cuando piensa, por la intensidad y diversidad de los sentimientos que revela haber experimentado o imaginado vivamente, por la sutileza que gasta cuando analiza, por lo fácil y correcto de su dicción general, por la segura posesión del estilo que se ha creado, por la destreza con que da forma a lo más abstruso o más sutil, y sobre todo, por el amargo pesimismo de su concepto sobre la vida y sobre los bienes que muchos creemos posible hallar en ella, así como por la faz de escéptico que pone cuando parece que va a dar con una verdad, siquiera sea ésta de las crueles y acerbas que, a fuer de pesimista, parecen atraerle y fascinarle.

No pienso yo que González se haga el viejo o finja haber envejecido, ni tampoco que esto último le haya pasado en realidad: lo que me parece es que muy sinceramente se cree él llegado a interior vejez prematura, a causa de amargores que el ejercicio demasiado temprano de ciertas facultades del espíritu le ha puesto más que en el corazón en el cerebro. Empezó a leer filósofos y a filosofar él mismo en la edad sólo propicia para creer, esperar y amar; mordió imaginariamente frutos del árbol de la vida en el comienzo de la primavera, cuando los sentidos interiores apenas están para deleitarse con la hermosura y aromas de las flores de ese mismo árbol; mas como las frutas que tan temprano probó habían sido cosechadas por otros espíritus en melancólicos otoños, o maduradas quizás al frío de tristes inviernos, hubo de hallarles sabor amargo, extrájoles jugo acérrimo, y con estos elementos extraños su espíritu, apto para el análisis, ha creado frutos sin duda propios suyos, pero no naturales a pesar de su espontaneidad, no sazonados a pesar de su lozanía, no saludables y nutritivos aunque sí hermosos, no dulcemente gratos como de cosecha juvenil, sino con sabor a acíbar, como venidos de frutal nuevo pero duramente maltratado.

Aunque González no quiere que se le defina, según lo declara por boca de uno de los personajes a quienes con frecuencia hace hablar en su libro, porque «toda definición» —dice— «es odiosa y ofende hondamente», he de definirle yo dándole un calificativo que él mismo se aplica, también en estas páginas si no recuerdo mal: es «un atormentado». Pero lo es no porque el mundo se haya propuesto torturarle, ni porque la naturaleza le haya tratado con rigor y aspereza, sino porque él mismo, equivocado respecto al carácter de su primera sed intelectual, o anticipando la hora propicia para saciarla, o quizá engañado sobre los manantiales a cuyas ondas había de acudir primeramente, se dio demasiado temprano a beber de los pozos amargos en que la vejez expía y corrige las saciedades de miel de la juventud, y a los cuales se llega de ordinario por sendas de espinas que empezaron en caminos de rosas. Cuando apenas asomaba para él el sol de la existencia, corrió ávidamente hacia el Eclesiastés y Los Proverbios, piscinas para enfermos y lisiados, más bien que raudales para sedientos, y dejó atrás o a un lado el Cantar de los Cantares, nemorosa fuente en cuya dulzura y frescor ya no se atreve a confiar. Como esa elección fueron, sin duda, muchas de las otras que hizo de libros y autores, hasta dar con Schopenhauer y con Nietzsche, de cuyas acritudes y asperezas, vendidas al mundo como verdades, se contagió no poco, aun protestando a veces contra ellas.

El tormento que ha martirizado a González ha sido, como atrás se dijo, más intelectual que de otra naturaleza. A su físico no ha trascendido ni poco ni mucho, como puede comprobarlo quien contemple la salud de que goza y la lozanía que ostenta el enfermo y caduco torturado. Tal vez pudiera decirse que sus ojos, de mirar a veces vago y melancólico, sí revelan sus dolencias y cansancio interiores; pero los ojos, aunque del cuerpo hagan parte, del alma reciben inmediata y directamente la expresión que los caracteriza, y además los de Fernando no siempre son como hemos dicho, sino que frecuentemente brillan alegres, en ocasiones miran con fijeza e intensidad, y de continuo se muestran bondadosos, signo —este último— de que la salud espiritual existe o de que, si se había alterado, está restableciéndose. Por lo que toca al corazón del pobre viejo, tengo para mí que entero y sano se halla y normalmente late y palpita. Le oiréis, es cierto, quejarse en estas páginas de cansancio y desaliento, mostrarse falto de esperanza y fe, reacio al amor y hasta tocado de odio; pero no le creáis. Auscultad atentamente el pecho joven que lo encierra, y pensaréis, como yo, que todo aquello es mera imaginación de un espíritu prematuramente dado a filosofar, erradamente imbuido en la creencia de que todo corazón de hombre es vaso que la vida colma pronto de acíbares o de cenizas, y asimismo penetrado por error de que el suyo no puede ser de otro modo y de que ya está enfermo y acibarado para el amor y la felicidad. El pensamiento, que no ha podido arrugar la frente de Fernando como ha abierto surcos en su espíritu, se empeña, también en vano, por estrujarle y ajarle el corazón. El gran fecundador y cultivador de esta parte de nuestro ser —el amor— ha iniciado ya la siembra de su mágica semilla en el campo que nuestro supuesto anciano prematuro cree un erial, y pronto hará surgir ahí su primavera, que es vida o resurrección, calor y luz, flores y aromas, cantos y risas. Ya me parece ver al frío escéptico convertido a la más ardiente fe en la vida; al pesimista, dominado por el más sano y risueño optimismo; al filósofo, hecho poeta; al viejo de los pensamientos sombríos, transformado en joven lleno de risueños y gozosos sentimientos. Cuando Margarita entra en escena, hasta los Faustos ancianos y de veras caducos rejuvenecen por obra de milagro: ¿qué no sucederá cuando ella dé con mozos que se creen envejecidos y en realidad no lo están?

Pero no es sólo del amor de quien espero yo la restitución de González a su edad, naturaleza y condición verdaderas: aguárdola también de la evolución de su espíritu, ya iniciada en las hojas mismas de este libro, y cuando así lo aguardo, no fantaseo poéticamente, ni como supersticioso del amor vaticino, sino que, fundado en razones, deduzco y anuncio.

Vese, efectivamente, en los Pensamientos de González, o por lo menos creo yo ver, que el escéptico alojado en ese espíritu busca con afán entre las mismas nieblas y sombras de sus dudas y negaciones senderos que le lleven a una fe —no me refiero a escepticismo y fe religiosos, sino a estos dos estados de alma respecto de ideas de otro orden— y vese de igual modo que el pesimista también hospedado en aquel espíritu se encamina a un optimismo, raro por cierto, pues que consiste en hallar sosiego en su propia inquietud, conformidad en su inconformidad misma, goces y alegrías interiores en la consolidación del dolor intelectual que le atormenta y domina. Por entre nublados y tinieblas va Fernando derecho a creer en algo, cuando menos en la vida como en un bien digno de ser guardado y aprovechado, como en un depósito merecedor de acrecentamiento, como en una misión que reclama ser cumplida y cuyo fiel desempeño es por sí solo galardón valiosísimo de quien llena el deber de vivir. De modo semejante, por los páramos y eriales del pesimismo irá a conocer y confesar la bondad de la existencia, la posibilidad de ser feliz el hombre, la efectividad misma de la dicha, aunque sea ésta limitada y fugaz; y como llegue a sentir aquella fe y a gustar de este bien, la verdad se le entrará en la mente, y la felicidad en el corazón. Así sea.

La idea de la limitación de nuestro ser, de nuestras facultades y del tiempo de que disponemos para ejercitarlas en la tierra, le posee ahora como una obsesión, le tortura y le desalienta. A causa de ella no se va con ardor tras de una verdad o un grupo de verdades, ni en persecución de una esperanza de ventura; al principiar de una y otra senda, aquella obsesión le paraliza, le enclava en el suelo entre las zarzas y las sombras, y él, por cuanto así no logra alcanzar —¡que ha de alcanzarlos!— los bienes que llegó a columbrar un momento, niega que existan o los declara fuera del alcance humano. Pero ya tiene reconocida y registrada como verdad aquella atormentadora limitación de nuestro ser, y el catálogo interminable de las verdades crece seguramente desde que en él se inscribe una como primera, a ver por qué no es la más cruel y amarga, la más triste y sombría. Las consoladoras y alentadoras vendrán en pos, más tarde o más temprano. Verdaderas son las tinieblas de la noche, pero también la luz del sol es verdadera, así como su nuncio, la suave claridad del alba.

La consideración de cuán efímeros son los goces y dichas humanas atormenta tenazmente a nuestro joven pensador envejecido, y le ha vuelto pesimista; pero de ahí mismo ha sacado su alma sedienta de felicidad una consolación, una especie de goce doloroso que consiste en mirar como un tesoro subsistente y bien guardado el conjunto de nuestros deseos no satisfechos, de nuestras ilusiones no realizadas, de nuestros más hermosos sueños vueltos humo. Tanto más rica es un alma —dice Fernando— cuanto mayor es el número de deseos que conserva vivos; y ya le tenemos complacido, casi dichoso, en la posesión de la suya, donde ansias y anhelos viven a millares por falta de satisfacción, que es —según él mismo piensa— muerte segura de unos y otros. Quien ya goza en padecer, quien en su misma sed se abreva, no me parece muy distante de poder gustar los dulces contentos de la vida, que suelen ser los que ésta nos ofrece en más sencillas y modestas copas. Aprender a libar nuestras amarguras no es refinamiento o perversión de bebedores de ajenjo, sino valor y conformidad que nos enseñan a hallar delicias en los manantiales de aguas frescas y limpias.

Puede que me engañe en mis pronósticos sobre las futuras sendas de González; pero me parece verlos ya cumplidos, acaso porque los hago con fe nacida de un férvido deseo, de dos férvidos deseos diré más bien: el de ver dichoso al amigo y el de ver realizada —hecha gloria— una esperanza de la Patria. Fernando tiene ya ganado puesto de honor entre los escritores nacionales, con las producciones que en diarios y revistas ha publicado hasta hoy, y es para mí seguro que la aparición de este libro le confirmará la posesión de un nombre distinguido en el escalafón intelectual de Colombia; pero todo esto, con ser muy brillante, no es todavía más que una aurora: el orto de la inteligencia que así se anuncia no tardará, y será espléndido. De ahí mi afán por ver a Fernando lleno de fe en la vida, en la bondad, en la justicia, y enamorado de lo verdadero, también con todo el ardor de un creyente. Cuando así llegue a ser, sus poderosas facultades darán toda la luz que en sí llevan, y aplicadas a fines determinados, altos o útiles, producirán obras que a más de hermosas serán benéficas y con una misma aureola nimbarán la frente del escritor y las sienes de la Patria.

Se engañaría quien pensase que con lo dicho pretendo tildar de dañino o siquiera de estéril este precioso e interesante volumen, o bien de fútiles los temas en él tratados: quiero tan sólo dar a entender que el autor tiene fuerzas para obras de más aliento que la presente, y capacidad para síntesis que ahora no ha intentado o para cuya formación ha ejercido más de humorista que de pensador; que en dejando su criterio de escéptico, puede servir más eficazmente a la verdad, la cual gusta de ser amada y buscada con fe; que cuando se haya librado del prejuicio pesimista con que hoy mira la existencia, sondea sus misterios y trata de resolver sus problemas, sacará para sí mismo y para sus lectores mayor provecho del afán con que la analiza, tal como extraerá miel de las colmenas quien vaya a esa labor creyendo en la dulcedumbre de los panales, y no quien la emprenda en la errada persuasión de hallarlos amargos o desabridos, la cual le hará estrujarlos con repugnancia y arrojarlos lejos con desdén. He querido decir, además, que en varios de los temas apenas tocados en estas páginas, habría materia para otros tantos libros, lo que con mayor razón puede aplicarse a los asuntos que González trata aquí con algún espacio y algo más a fondo, pues respecto de éstos muestra todavía mejor cuán importantes y fecundos son ellos por sí, y cuán rapaz él de dilucidarlos y de añadirles interés y substancia.

Ya que en estas últimas líneas he hecho alguna referencia a la forma fragmentaria del libro que estudio y a lo complexo de su composición, bueno será decir algo relativamente a esa clase de obras, cuya naturaleza puede hacerlas parecer defectuosas a quien no considere los motivos que las engendran o los fines que sus autores se proponen. González ha ido recogiendo día por día y a veces hora por hora, las impresiones que le han causado y pensamientos que le han sugerido variadísimos sucesos y aspectos de la vida; tanto como la del autor podría durar ese trabajo, y muchos volúmenes harto mayores que el presente se llenarían con ese espigar constante en el campo del propio pensamiento; pero el espigador ha querido cortar su labor y hacer con las espigas recogidas un haz para ofrecerlo al público, no sé si como muestra apenas de lo que vendrá después en igual o semejante forma, o bien como tarea que se da ya por terminada, como cosecha cabal de ese género de frutos. El procedimiento no es de ahora, y el lector recordará sin duda algunos preciosos especímenes de él, tales como El Jardín de Epicuro de Anatole France, El Mirador de Próspero y otros libros de José Enrique Rodó y, sin ir muy lejos, Anima Expuesta, de Alfonso Castro, obra no publicada todavía en volumen, pero sí saboreada y admirada ya aquí, y aún lejos de aquí, en los diarios que han recogido los hermosos capítulos que la forman. La obra de Castro define admirablemente, con su título, si no todo el género, por lo menos una de las más importantes y nobles especies en él contenidas: la formada por aquellos libros fragmentarios cuyo objeto es mostrar con sinceridad una alma —la propia alma del autor— tal como ella es, sin disfraz para los carnavales de la vida ni uniforme para determinadas o graves circunstancias, en traje casero, a veces castamente desnuda, sacudida por diversas impresiones no buscadas, puesta a pensar o a sentir de súbito, ante hechos no previstos, ya sana, ya enferma, ora triste, ora alegre, ensimismada o confusa en ocasiones.

Otros libros de páginas sueltas, de apartes sin conexión y aun de líneas independientes y aisladas, cada una de las cuales encierra una sentencia, un juicio, una emoción o una queja, se componen así para recoger frutos del espíritu que de otro modo se perderían por falta de tiempo para hacer con ellos obra extensa, armónica, cabal y bien redondeada; otras veces son esas misceláneas acopio de materiales sueltos para componer algún día un libro soñado, y como se cree que ese día no llega, tal vez que la vida se va sin traerlo, se entrega al público con quien también se venía soñando, todo eso que para él se destinaba y no se logró darle convenientemente aderezado y dispuesto. Casos habrá también en que el libro de retazos se haga así por puro artificio, más o menos feliz, o para simple expendio de menudencias y desperdicios; pero lo cierto es que la forma en cuestión está ya admitida y que algunas veces resulta afortunada.

Tengo para mí que Fernando González la ha adoptado para sus Pensamientos de un viejo con el propósito de que hablé al mencionar Anima Expuesta de Castro, y considero que ha sido perfectamente fiel a ese propósito, y, por tanto, leal, muy leal, con quienes van a leerle. De ahí la falta de afectación, de artificios encubridores, de tapujos e hipocresías en estas páginas. Tampoco hallará en ellas el lector rasgos de cinismo o desvergüenza, porque el autor no gasta en la vida real esas bajas prendas, y en la ideal es bastante artista para saber que en buena estética están contraindicadas. Esta exposición de almas es una especie de desnudo espiritual que en literatura se rige por leyes semejantes a las que en pintura y escultura, y aun parcialmente en la vida ordinaria, deben observarse al mismo respecto. Hay condiciones y circunstancias que echan sobre la más completa desnudez uno como velo castísimo que la hace innocua, lícita, aun sagrada en ocasiones: púdicas así son la desnudez de la infancia, la de la inocencia, la de la belleza perfecta, la del cuerpo doliente y enfermo ante el cirujano, la del cadáver ante el disector; y paralelamente, en lo espiritual, la de las almas infantiles, la de los corazones sinceros e ingenuos, la de las mentes altísimas, la de los espíritus doloridos o llagados y, no siempre, pero sí en ocasiones, la de las pobres almas muertas. El autor de este libro entiende, a mi parecer, las reglas de que acabo de hablar, y sabe cumplirlas.

No quisiera yo despedirme de ti, lector amable, sin darte algunas muestras de las joyas que hallarás en los Pensamientos de un viejo, porque así te estimularía eficazmente a entrarte pronto por las selectas páginas del libro, y al mismo tiempo suavizaría un poco en tu ánimo la ingrata impresión que este prólogo te habrá sin duda producido; pero me sería difícil hacer la escogencia sin llenar con su fruto muchas hojas o sin dejar de enseñarte muchos trozos excelentes, y prefiero restituirte pronto la libertad para que vayas a solazarte con la obra entera.

Fidel Cano
Abril de 1916

— o o o —

Desde mi tinglado…

La parábola de la llaga

Cierta vez uno de los discípulos fue al maestro y, con lágrimas en los ojos y voz susurrante y temblorosa, comenzó a lamentarse de la miseria de su casa, de la tristeza de sus padres, y del hambre que sufrían sus hermanos…

—No sigas —dijo el sabio—; deja tus lloriqueos, y recibe, como mi compasión, esta parábola que voy a darte:

Había en cierto tiempo un mendigo, cuya pierna derecha era una llaga tan atristadora, tan grande y tan repugnante, que en verdad respondía al nombre de cementerio de la alegría.

A todo el que veía aquella llaga, se le llagaba de tristeza el alma; y muchos que la vieron dieron razón a Schopenhauer.

El que iba alegre para una fiesta, ya no podía bailar ni reír; el que iba para un banquete, ya no podía comer los manjares ni beber el vino; el que iba a ver a su amada, llegaba taciturno.

Aquella úlcera era el cementerio de las alegrías.

Aconteció, pues, que pasando una ocasión un loco por junto al mendigo, éste le pidió una limosna.

—Mi limosna —dijo el loco— será un consejo: ¡Oculta tu llaga!

Así habló el loco…

Los hombres vulgares, y vulgares son casi todos los hombres, no saben guardar las distancias.

Cuando un hombre de genio es bueno para con ellos, llegan a mirarlo como a un igual.

Para que admiren y crean, es menester imponérseles por medios desusados, como el aislamiento y el misterio.

El respeto de los hombres tiene mucho de supersticioso: no creen sino en lo que no ven.

Las tribus salvajes muestran gran perspicacia al no sacar a sus reyes sino en las grandes solemnidades, pues lo que es comprendido es despreciado.

He oído decir a algunos al hablar de libros que no comprenden, que esos libros son los más profundos.

La humanidad acepta por amo a todo aquel que se impone por el misterio, pero paga con el desprecio al que se deja comprender.

Dios, desde que vio la estupidez de los hombres, no quiso volver a mostrarse a los ojos humanos, como en otro tiempo lo hacía.

Esta amarga estupidez es lo que no deja tributar honores a los genios, sino después de su muerte.

¿No se podría explicar así la vida de los filósofos y sacerdotes?

Su celibato, su desprecio por lo humano, ¿no descansará en este raciocinio?: «Es necesario que vean en nosotros algo regalado por las potencias divinas, algo incomprensible».

Ya Federico Nietzsche indicó el gran influjo de la locura en las costumbres como único medio para modificarlas.

Todas las prácticas que hoy respetamos tuvieron un origen lleno de nebulosidades.

Fue necesario presentarlas como venidas de lo alto, reveladas a un hombre de vida aislada, que despreciara al mundo y la carne. Estas costumbres hoy las tenemos como buenas en sí, y hemos perdido de vista la trama intrincada de su origen, debido a una larga práctica de ellas.

La parábola del jardín

Los discípulos mostraron al maestro el discurso del loco, en que éste habla de la vulgaridad de los hombres.

Y el sabio les dijo esta parábola:

Desde el pueblo veían un jardín y una fachada muy hermosos.

Figuraos: los hombres comenzaron a imaginar el resto del edificio, y fue tanto su imaginar, que al fin se dijeron: «Es el edificio más hermoso que ha existido…».

Y a su ánima entró la curiosidad de ver el palacio.

Pero se encontraron con una casa igual a las del pueblo: sólo eran hermosos el jardín y la fachada.

Y uno de ellos dijo: «No vale la pena».

Y al tiempo se derrumbó la parte fea del edificio, y murieron los hombres que la habían visto, y se levantó una nueva generación.

Los hombres se dijeron: ¡Qué bello sería este palacio cuando estaba completo! ¡Este jardín es obra de dioses…!

* * *

Las obras del artista son el jardín. Y cuando uno sólo conoce las obras, se dice: es un genio. Pero si se acerca, ya no verá sólo los momentos excepcionales del artista…

¡Es un hombre como yo…!

Muere el genio, y queda ancho campo para imaginar…

Ya no atribuiréis, terminó el maestro, la causa de los hechos de que habla el loco, sólo a la vulgaridad de los hombres, sino también a la humanidad del genio…

¿Cómo? ¡Todo es humano, demasiado humano!, diréis con el loco de Roeken.

Así contestó el viejo…

Érase un viejo filósofo que tenía unas barbas muy largas y muy blancas, y que vivía en las montañas entregado a meditaciones sobre la vida. Era de gran saber, sobre todo en las cosas del corazón.

Cierto joven fue un día a visitarlo, y le dijo:

¿No se entristece usted viviendo tan solo? Usted no puede decir: hoy llega papá… Ahora vienen mis hijos… ¿Por qué no se casó usted? Veo que desprecia todo lo humano, y entonces ¿en qué halla alegría? ¿Qué le retiene en la vida?

¡Oh!, los hijos, los amores todos, ¡son los dioses que protegen la vida…!

—Joven —contestó el anciano—, si caminaras por el camino del saber no dirías esas cosas. Entonces sabrías que el alma es un mundo en donde pueden florecer flores más bellas que en el mundo exterior.

Mis hijos son mis pensamientos.

Hoy llegan mis niños sonrosados: así me digo en los días venturosos.

¿Qué amas tú en las mujeres a quienes amas? No a ellas sino al ideal que en ellas has puesto. Yo disuelvo mi alma en el universo todo, y así amo todo el universo.

Aprende a hacer de tu alma tu tesoro: allí encontrarás lo necesario para vivir una vida divina. No permitas que tu corazón esté sometido, para alegrarse, como para entristecerse, al querer de los hombres…

Que tu novia esté en tu propia alma y tus hijos en tu propia alma…

Sigue por este sendero que conduce a la vida divina… Y sabe que los dioses no necesitan de protectores para la alegría de su vivir…

Mide la grandeza de un hombre por la disminución de sus dioses: por eso jamás creas en aquellos filósofos que escriben para agradar al público.

Y cuando encuentres uno que pueda vivir solo, di entonces: este debe tener un rico tesoro; se ha hecho divino, y por eso jamás mira hacia arriba como los perros humildes…

Así dijo el viejo de las barbas blancas.

La parábola del loco

Sucedió que en cierto pueblo había un hombre loco, es decir, que no pensaba ni decía como los demás.

Y como en nuestra época ya no se cree que la locura tenga algo de divino, como en los días de Grecia, se reían de él y le despreciaban, como si fuera un hombre enloquecido por el Diablo.

Digo mal, pues se cree en la locura mística, en la que se refiere a ultramundos, pero no en la locura producida por el pensamiento.

Sucedió, pues, que un día de mercado hubo una riña entre un perro rico y gordo, y otro flaco y pobre.

Figuraos lo que pasaría.

El perro grande derribó a su adversario y mostraba intentos de concluir con él.

Los hombres pobres y flacos del mercado, como por un instinto que les mostraba lo que a ellos podía acontecer, acudieron con piedras en defensa del pobre perro vencido.

Nuestro loco que esto vio, dijo al pueblo:

Vosotros creéis hacer un bien a ese perro, pero en verdad le hacéis, evitándole la muerte, un grave daño, pues es la mayor amargura la amargura del vencimiento. Hacéis también un grave daño a la vida, pues toda impotencia que vemos, todo vencimiento que sobrevive, toda miseria que se manifiesta, envilecen la vida.

Así dijo el loco, pero no lo oyeron.

Y los que lo oyeron no lo entendieron.

El paralítico

Y era un paralítico, y su familia lo llevó a la montaña, en donde al menos sus ojos podrían complacerse, y su alma juguetear con sueños.

Y maniático se volvió el paralítico en la montaña: así decían las gentes.

De la mañana a la tarde permanecía sentado a la puerta de la casa. No hablaba. El alma puesta en los ojos, y los ojos en el horizonte, así se estaba las horas hundido en profundo soñar.

Y ¿cuál fue la locura del paralítico? Oíd: la pobre ánima encerrada en cárcel tan miserable se enfermó de tristeza. Y al llegar a la montaña, sintió brisas libertadoras… y se asomó al mundo; y vio, allá, en la lejanía, una forma blanca, como de mujer. ¡Quizá una nube! Y desde entonces, alegrada esa alma, no volvió a mirarse a sí misma, sino al horizonte, que pobló de mujeres, alegrías, dolores… ¡Sueños!

* * *

Y ¿qué es el hombre, sino el paralítico de la parábola?

¿Qué ha hecho el hombre y en qué se ocupa el hombre? Lo mismo que el paralítico: sueña… Llena el horizonte de ultramundos, alegrías y dolores, para no verse tan triste…

Dolor y alegría

Tú, ¡oh rey! —contestó el sabio—, me pides que te diga en dónde está la felicidad.

Dolor, alegría… Palabras que sólo tienen sentido en relación al ser sensible. Para ti el tener sólo un pedazo de pan es tristeza, mientras que para un mendigo es alegría.

Comparas los estados de tu alma, y así formas la escala de lo bueno y lo malo, de lo triste y lo alegre.

Mira este río. Si en todo su curso el agua corriera con igual rapidez, entonces no podrías decir: en este sitio el río tiene gran mansedumbre…

Vivir es cambiar constantemente. Así, mientras vivas pasarás constantemente de un estado a otro… y unos serán más agradables… habrá para ti alegría y dolor…

Tú dices cuando te sientes alegre: si pudiera vivir siempre así. Pero no; ese momento no sería placentero, si en tu vida no hubiese otros menos agradables, para compararlos…

No puede haber alegría si no hay dolor, y éste existirá mientras haya vida…

No creas tampoco que al morir terminen el dolor y la tristeza. La muerte es sólo un cambio de forma. ¿Has visto un cementerio de aldea? ¡Cuántas flores, cuántas mariposas y cuántos frutos! Allí comprende uno que la muerte sólo es un cambio de forma. Y ¿quién será capaz de asegurarte que las flores no sienten, gozan y sufren? Yo creo que las flores son espíritus más silenciosos que los hombres… Y ¿quién será capaz de asegurarte que no volverás a ser hombre, después de haber servido para tapar un agujero, como decía el melancólico Príncipe…?

Así pues, ¡oh rey!, te contesto que la felicidad y el dolor son dos inseparables, y que los dos son hijos de la vida…

¡Suprimir la vida…! ¡Pero es imposible! ¡Todo cambia, renace, y nada muere! Cuentan que el filósofo sepulturero Van-Rum decía este decir mientras su locura: «¡No poder uno morirse!».

Así dijo el viejo de las barbas largas, a cierto rey que fue a visitarlo, y que le preguntó en dónde estaba la felicidad.

El decir invernal

Todo el día ha llovido. Ahora es el crepúsculo, un crepúsculo de melancolía. Todo es blanco, de blancura turbia. El agua ríe, o llora, o canta, según el querer de las almas… Pero mi corazón dice que la lluvia solloza…

Propicio es el tiempo para meditar los pensamientos de Spinoza, de los Vedas y de Schopenhauer…

«El Uno Primitivo…». «Todas las cosas son fenómenos del Ser Único…». «Todo cambia, pero el Ser permanece eternamente…».

Y en verdad que en este crepúsculo blanco, de blancura turbia, parece que el mundo tuviera un alma, y que esa alma, disuelta en las cosas, fuese Sor Melancolía…

Pero no; tú, novia de mi corazón, eres la esencia del mundo: eres mi alma, y mi alma es parte del Uno Primitivo… Es el Ser… Tú, mi novia, eres Sor Melancolía.

Quisiera vivir en los países del Norte, donde todo es blanco, frío, melancólico; allá, donde el alma se disuelve en la atmósfera, y se hace una con las cosas… Allá, durante los anocheceres más sombríos, podría entonces exclamar: ¡mi novia es la esencia del mundo! ¡Mi novia es todo lo blanco y melancólico…!

Por la ventana abierta penetra el frío. En la pieza vecina la viejecita lee en voz alta las historias de Job, mientras Peter Altenberg, mi perro, dialoga con sus sueños…

La parábola de la vida

Pasaba el maestro con sus discípulos por junto al mendigo de la llaga.

—Maestro —exclamó uno de los discípulos— es muy cierto que en la vida hay injusticia: unos gozan menos que otros, o si quieres, unos sufren más que otros. Mira ese mendigo…

El sabio dijo así:

El soñador trepó en alas de su anhelo a la cumbre del sueño; y fue su mayor alegría. La vida vino a él, y le habló estas palabras:

«Tú has gozado mucho, sufre ahora mucho. Así es mi justicia…».

El viejo siempre fue mendigo y pobre de espíritu. Cierto día no hubo en su choza un pedazo de pan. La vida vino a él y le dijo este decir:

«Tú has gozado poco, sufre ahora poco. Así es mi justicia: si grande el contento, grande la tristeza; si pequeño el contento, pequeña la tristeza…».

El que tenga oídos para oír, que oiga.

Y el contento de ese mendigo es tan grande cuando logra despertar en alguien la compasión, es decir, cuando consigue igualar a otro con él, como grande es su tristeza en los momentos de desconsuelo…

Y tú —terminó el sabio, dirigiéndose al discípulo de la exclamación— juzgas del sufrir del mendigo, conforme al sufrimiento que esa llaga te produciría a ti…

Juzgas de las cosas, sirviéndote de criterio tu propio ser…

Cuando hayas rumiado bien estas verdades, ya no dirás: ¡Maestro! ¡Hay injusticia en la vida!

Y el maestro y sus discípulos se alejaron del mendigo de la llaga.

Vivir…

El maestro habló a sus discípulos, diciendo:

Cada uno debe vivir y analizar sus experiencias: así resultará original el tesoro de sus verdades.

No hay dos personas idénticas, y, por lo tanto, jamás una verdad se presentará a dos por un mismo aspecto. A cada uno lo visitará de diferente manera, despertará en él distintos sentimientos, y el camino seguido será también diferente…

He aquí lo esencial: vivir nuestra vida y sacar de ella el tesoro de nuestro saber.

Pero la mayor parte de los hombres están atareados en la lectura de libros, sin preocuparse de leer su propia alma. Y esos son los que dicen: todo es viejo; todo se ha dicho ya.

En verdad os digo, amigos míos, que cada verdad tiene tantos aspectos como hombres hay, y que todo aquel que se estudie, llegará a ella por un sendero original, y serán originales también los sentimientos que despierte en su corazón.

Cada verdad debe estar teñida con nuestra propia sangre. Entonces la amaremos con un grande amor.

Estad atentos para recoger la imagen que la vida deje al pasar por vuestro ser.

Si cada hombre se estudiara más a sí mismo, y se preocupara menos de la impresión que en otros ha dejado la vida, descubriría que su visión del universo es distinta a la de todos los demás…

Y el maestro agregó, dirigiéndose a uno de los discípulos que trataba de imitar el estilo de Renan:

No imitéis tampoco el estilo de ninguno, por admirable que sea. Sería eso despreciar vuestra propia personalidad. En el yo debéis buscar la sabiduría, y el modo de expresar la sabiduría…

Así habló el maestro a sus discípulos.

Así habló el loco…

Toda interpretación de la vida es verdadera, porque indica la forma y modo que la vida toma en el ser que interpreta: es como el viento, que al penetrar en una caverna, produce distinto sonido que al insinuarse en un bosque.

La vida en sí no tiene ninguna significación; según sea el ser, así es la vida.

Cada filósofo da su forma y modo a la vida; sólo que dice, engañado por su orgullo, que así es siempre.

Si dejo caer mi mano sobre una hormiga, para ella el golpe será mortal, mientras que un elefante ni siquiera se dará cuenta de que lo he tocado; luego el golpe en sí es indiferente y sólo tiene significación relativamente al ser sensible, siendo además distinta según sea el ser.

Tampoco son las cosas conforme nosotros las vemos.

Para una hormiga será una montaña lo que para nosotros un pequeño guijarro.

Se juzga al no-yo conforme al yo, o, mejor dicho, éste es creador de aquél.

La misma lógica que rige nuestros razonamientos es una creación de nuestro yo.

El espacio y el tiempo tampoco son conceptos en sí, pues uno sólo tiene conciencia de la duración de sí mismo (la cual cambia según sea el estado de alma), y según eso juzga lo demás.

Así habló el solitario…

Aquel día fue un amigo a visitar al solitario.

Éste se alegró en gran manera, pues ya comenzaba a fastidiarse de tanto interrogar, de tanto hablar con su propia alma.

Momentos de charla amena y superficial, son precisos en la vida del pensador.

—¿Cuál es tu entretenimiento en esta soledad? —preguntó el amigo al solitario.

—Soñar. Esa es mi diversión. Desde que me estudio a mí mismo, lo que más admirado me trae es este constante mudarse de mi alma. La más pequeña variación atmosférica hace cambiar mi yo. Y cada nuevo cambio trae una nueva visión del Universo.

Esa es mi diversión. Soñar mundos; filosofar, pues ¿qué otra cosa, si no aquello, es filosofar?

Placer divino es este de crear mundos.

A veces pienso en los hombres que pasan la vida atareada, sin tener un momento de ocio para soñar, y me figuro que esos hombres no han sentido alegría…

No para todo hombre se hizo este entretenimiento.

En todos cambia constantemente el yo, pero no todos son capaces de llevar su alma hasta los últimos y más vagos sueños…

Fastidiarse durante los momentos de ocio es señal de incapacidad para conocerse a sí mismo; aquellos que odian el ocio son hombres serviles, poseídos del espíritu de la pesadez. Para ellos, su alma es como una estrella inaccesible.

¡Soñar! Esa es mi diversión. A veces, tirado a la sombra de mi árbol frondoso, contemplo las nubes. Me figuro una noviecita que formo de las nubes más blancas, más lejanas, y le cuento cuentos, decires que van saliendo de mi corazón…

Déjame imaginar…

La niña iba creciendo en espíritu. Su padre le traía siempre, al volver de sus viajes, algún regalo: muñecas, cuentos de hadas y de brujas…

Mira —le dijo la niña al padre— cuando traigas algún regalo para mí, no me lo entregues sino después de algún tiempo. Yo pensaré: es un libro de cuentos, y los cuentos son así: érase un hada que quería mucho a los niños… Érase una princesita muy buena… Así imaginaré muchos cuentos, creyendo que esos son los que dice el libro que me traes.

Otras veces será una muñeca. Y yo pensaré: es una muñeca que sabe llorar… Es una muñeca… Y tendré muchos cuentos y muñecas, muchos regalos. ¡Y estaré tan contenta!

Cuando me entregas el regalo, me pongo triste. Ya no puedo imaginar. Ya no puedo pensar cómo serán los cuentos, ni cómo será la muñeca…

* * *

Tenéis razón al decir que esta niña es soñada. Oíd: estaba el solitario tirado a la sombra de su árbol, mirando las nubes. Formó, de las nubes lejanas, una figura de niña, y luego, le dio su propia alma.

¡La novia del solitario es su propia alma!

Mi día de difuntos

Porque te fuiste amiga,
he sentido en este morirse
del día, que mi alma me
pesa cada vez más…

Comenzaba a levantarse el misterio en la sierra. Era la hora en que nuestra alma se va tornando más y más pesada…

El niño sintió miedo, como si algo extraño fueran a contemplar sus ojos, y se acercó un poco más al padre…

¿Hablaría el niño para apartar la mirada de sí mismo? Tal vez. La palabra sirve para eso: para olvidar, para alejar un poco nuestro mundo interior…

Sí; pero era la hora en que el hombre tiene necesidad de cariños que le ayuden a llevar su carga de misterios, su gama de sensaciones… O quizá también, cariños a quienes mirar para no mirarse a sí mismo… ¡Tantas cosas! Y por esas tantas cosas dijo el niño a su padre:

¡Papá! ¿Cómo era la abuelita…?

El Padre. —Primero fue una niña sonrosada…

El niño. —¿Y después…?

El padre. —Después fue una viejecita blanca…

El niño. —¿Y después…?

El padre. —¿Después…? ¿Después? ¡Melancolía del recuerdo!

Y en aquella hora amorosa el niño experimentó la tristeza del irse de los cariños, y pensó que al irse todos tendría que cargar solo con el peso de su alma…

El niño. —¡Pobrecitos los viejos! ¿No, papá?

¡Oh anhelo de la nada!

La novia nube. —¡El crepúsculo! Mira. Presta al mundo un aire de muerto: Silencio, olvido, melancolía…

El solitario. —Silencio… Olvido… ¡Negaciones!

Para encontrar belleza es necesario disolver nuestra alma en las cosas; es necesario contemplar el constante cambio de los fenómenos, y recordar así el irse de nuestros quereres.

Todo pasa, todo cambia y todo vuelve a renacer… Y el alma se va tornando silenciosa, melancólica… En aquellas regiones todo es crepuscular… Silencio, olvido… Presentimientos del Alma Única, infinita, que atrae entonces al pobre corazón. Es algo, algo así como un eterno crepúsculo.

Allí termina todo lo que es… Alegría, dolor, bueno, malo… ¡No! Allí nada ES. ¡Negación! ¡Eterno sueño, en el eterno lago de La Nada!

Las nubes

Para una niña que esté triste.

Ocúltase el sol, y comienza la hora propicia para todo ensueño. Para sueños tristes de viejo, y para sueños de enamorado; para meditaciones de filósofo, y para sentires de poeta; para sueños con la vida, y para sueños con la muerte…

Las nubes, coloreadas por el sol, cambian a cada momento de forma.

¿Qué dicen los niños? Los niños dicen:

Aquella nube parece una flor…; aquella una mariposa enorme…; aquellas se persiguen, juegan… ¡Qué juguetonas y alegres son las nubes…!

Y los niños dan saltos y gritos de alegría.

¿Qué dicen los viejos? Los viejos de hablar lento dicen:

Aquella nube se asemeja a la muerte…; aquella otra parece un cadáver. ¡Qué melancólico es el crepúsculo y qué tristes son las nubes…!

Y los viejos de hablar lento, callan, se abisman en el lago de los recuerdos, en ese lago de aguas verdosas, que es placentero y doloroso a la vez…

Y ¿qué dice la vida? La vida dice:

A mí, lo mismo que a las nubes, unos me dan su alegría, otros me regalan su tristeza. Yo no soy triste ni alegre.

Y la vida repite las palabras que dijo al discípulo de Dionisos:

Vosotros, los hombres, ¡oh virtuosos!, me prestáis vuestras virtudes.

El paralítico

Jamque quiecebam voces
hominumque, canumque,
Lunaque nocturnos alta regebat equos.

Ovidio

Dijo el paralítico: madre, ha llegado el verano. El jardín está florecido, y la brisa me trae aromas de amores idos… Esta luna es perversa. ¡Mira cómo da a los campos el aspecto de una añoranza! Ciérrame los ojos para no ver esa luna. En mi corazón, a su hechizo mágico, van floreciendo los antiguos anhelos, que son ya imposibles… Es un desfile de ilusiones… Ciérrame los ojos con tus manos amorosamente viejas…

* * *

La luna seguía melancolizando lentamente los senderos y las almas… Y la viejecita cerró los ojos al paralítico…

* * *

Y luego: ábreme los ojos, madrecita. Deja que la luna haga florecer en mi corazón anhelos imposibles, y que la brisa me traiga olores de quereres lejanos… Mi alegría debe estar en mi cementerio. ¡Déjame ver cómo sangra mi corazón! No es tristeza esto. Es melancolía… ¡Melancolía es un paralítico en cuyo corazón florecen amores imposibles…! ¡Melancolía es un sendero adormido al hechizo de la luna…! ¡Melancolía es ver cómo sangra nuestro corazón…!

* * *

¡Oh, almas raras, almas refinadas, cuya alegría está en ver cómo se van los amores, las ilusiones, cómo todas las cosas pasan, se hunden en el misterio! Almas pervertidas por el análisis, descontentas, ansiosas de eternidad, que se vengan de la vida diciendo: ¡pondré mi alegría en ese constante irse de todo!

Y el viejo llora…

Por el camino polvoriento, cabalgando en una mula parda, va un viejo que tiene ya todo el cabello blanco.

El viejo reflexiona. Una orgía fue su juventud, y un hospital es hoy su casa: la hija, histérica; el mayor de los hijos, paralítico; el segundo cubierto de llagas asquerosas, y del otro le avisan hoy que se está muriendo.

Así dice la carta: «Ven, pronto. Nuestro hijo se muere. Tengo miedo. Ven pronto…».

Y el viejo que tiene todo el cabello blanco, y que va por el camino polvoriento, cabalgando en una mula parda, llora lágrimas amargas, las más amargas de su vida, y por primera vez comprende que él jamás tuvo el derecho de ser padre…

La hora más triste

Cuentan que el filósofo Van-Rum se hizo sepulturero. ¡Bella profesión para un filósofo…! Y cuentan también que era más hosco que Schopenhauer.

Cierto día alguien le oyó exclamar: ¡Estos muertos renacen!: yerbas, flores, mariposas… Allí hay un rosal. Viene una mujer con su amante, aspira el perfume de las rosas, y éste se convierte en besos… y los niños devienen…

Oíd como cuentan las historias: … y aquel día Van-Rum vio que una hermosa enlutada lloraba sobre una tumba. Y acercándose a ella, le dijo: ¡mujer! Tu amado sólo ha cambiado de forma. En esas flores está la esencia de tu amado. ¿Por qué lloras? Crees que las lágrimas duran sólo un instante, pero te engañas. Nada muere… Tu tristeza irá a entristecer otras almas… No puedes reír, llorar o cantar sin que conmuevas todo el Universo…

Seguid, ¡oh humanos!, riendo, llorando o cantando, que de rumores, alegrías y besos se impregnará la atmósfera y la vida…

Desde entonces —terminan las historias— Van-Rum se enloqueció. Sólo decía estas palabras: «¡No poder uno morirse!».

Soñar…

El poeta está envuelto en el humo de su pipa, y dice:

¡Oh! ¡El sueño! Por él vivimos muchas vidas distintas; él nos liberta de la esclavitud del ser. Ser de un modo, ¡qué triste…!

Lo que es dura un instante y se acaba, y ¿qué más horrible que el placer que acaba?

Por el sueño vivimos todas las vidas que pudiéramos haber vivido en realidad.

Por eso amo el beso, porque es una promesa, y una promesa es un sueño.

¿Amar a una mujer? Eso es real.

Lo mejor es amar el deseo de amar; amar las figuras ilusorias de nuestra alma.

¿Se llama Berta, María o Carmen?

No; su nombre no es ninguno; es el que yo quiera, y a cada instante cambia mi querer.

No es Carmen ni Berta. No es blanca ni morena. No puedo decir cómo sea, porque a cada instante la quiero de un modo y no se puede decir lo que dura sólo un instante.

Si digo: es morena, cuando lo haya dicho ya no lo es.

Por eso la amo, a la novia que tiene todas las bellezas, y todos los encantos y todos los modos.

¡Pobres de vosotros los que amáis lo que es; vuestro corazón morirá al peso de lo que es…! Vosotros siempre sois Pablo o Juan, mientras que yo unas veces soy un viejecito muy blanco que recuerda sus quereres, y otras soy un galán enamorado…

¿Ser o no ser? No; ser nada y serlo todo…

Así dijo el poeta. Y se envolvió en el humo de su pipa y se abismó en sus sueños… Riendo unas veces, otras llorando… En su casa decían que estaba loco.

¡Pobre corazón!

—Niño, ¿no baja hoy al pueblo? Hay gran gentío y mucha diversión…

Así me dijo esta mañana mi vecino, un viejecito, mi compañero de conversaciones crepusculares

Y me senté a contemplar el pueblo. Mi pobre corazón loco quería ir hacia ella… Y, romántico, recordaba los tiempos de sus amores. Allí encontraré —decíase— aquella mujer que tanto quise… ¡Estoy cansado de verme tan solo…! ¡Vamos al pueblo a ver la novia de los ojos negros…! Así decía mi corazón.

¡Pobre corazón loco! Aún eres muy niño y muy romántico. Es preciso echar sobre ti más y más hielo. Es necesario endurecerte más y más. No eres aún digno de la misión que te he dado. Te prometí un reino de belleza, más apacible, más tranquilo, más silencioso, y no podrás entrar en él, porque aún sientes nostalgia de aquellas noches de luna en que te estabas a la reja de la novia…

Cierto día te dije: desde hoy la vida sólo será para ti, un medio de llegar al conocimiento. Si amas, será para saber más… Si ríes, para saber más… Si lloras, para saber más… Si sangras, para saber más y más… ¿No recuerdas? Entonces ¿qué son tus lloriqueos? Además ¿no te he enseñado que el mundo sólo es bello para quien lo mira de lejos…?

* * *

Cuando después de mucho tiempo, me sorprendí conversando con mi propio corazón, no pude menos de envidiar la sonrisa de Voltaire, y continuar la arenga diciendo: ¡vamos! Recuerda las palabras de Dostoievski: «Hay gran placer en herirse uno a sí mismo». Coge ahora tu bordón y vamos a trepar a aquella alta montaña, para contemplar desde allí el pueblo, recordar tu pasado y analizar tus lloriqueos…

Es menester endurecerte más y más, pobre corazón loco…

Clori

He comprendido, amigo José, que la verdadera filosofía se fundamenta en un desdeñoso levantamiento de hombros: que la afirmación y la negación son indignas del sabio, cosas del pueblo… y que el entusiasmo, todo lo que sea salirse de una absoluta risa indiferente, es irracional, algo que muestra el predominio del límite, de la vida, sobre la razón, que es la facultad que nos conduce al levantamiento de hombros, a la absoluta ausencia de conceptos…

Se llenó mi soledad de gentes ansiosas de aire libre. Primero vino Clori, y luego, un poeta verleniano, un pintor, un tenorio, un músico, un nietzschano, un pesimista… Y todos ellos, menos Clori, eran gentes de nuestro tiempo: almas huecas, almas sin voluntad, donde las brisas susurran… Y las brisas susurrantes son tres o cuatro espíritus fuertes, como Tolstoi, Schopenhauer, Nietzsche. Aquellos pobres seres eran discípulos…

Pero Clori no era así: Clori proclamaba enérgicamente que la verdadera sabiduría consiste en tener dientes muy blancos. ¡Y triunfó! La fe que tenía y mostraba en su opinión la hizo triunfar. Ella dijo al pesimista que dejara esas tonterías, ese decir a cada instante que la vida es mala, ese hablar de cosas tristes; que eso estaría muy bien en Alemania, pero no en aquella loma tan llena de sol y de luna.

Y dijo al tenorio que el papel más triste de los tiempos actuales está representado por D. Juan. Y dijo… Y todo eso lo dijo entre risas, mostrando su blanca dentadura… Cuatro semanas después, el tenorio había abandonado la sonrisita, el poeta se había recortado las melenas, y el pesimista iba en pos de Clori, riendo alegremente…

Cinco semanas después, los discípulos de Nietzsche, de Verlaine, de Tolstoi, y de Shopenhauer, se habían hecho discípulos de Clori, y proclamaban, como única verdad, el tener blanca dentadura…

Allí, entre los naranjos, rodeada de sus discípulos, riendo alegremente, Clori os enseña…

La hoja

La novia-nube. —Mira, cae del árbol una hoja como si fuera… Me he puesto triste…

El solitario. —Como si fuera… Comprendo tu decir. La hoja cae en nuestro propio corazón y nos hace recordar las tristezas de todo lo que se fue… Al caer la hoja, se quiebra la paz del lago de los recuerdos…

Recordamos cómo se volaron los amores, cómo se murieron las mariposas, cómo se fueron los quereres…

Te has puesto triste…

Y ese lago

Pasa una mujer por el sendero…

Tú contemplas cómo se va alejando hasta que se pierde en la distancia…

Pasa una mujer por tu corazón… y se va alejando hasta que se pierde en un recodo de la vida…

Y a tu alma caen gotas de melancolía.

Se va la juventud con todos sus quereres…

Y a tu alma caen muchas gotas de melancolía.

Y así, a medida que va pasando la vida, se va formando en tu corazón un lago verdoso, melancólico…

* * *

Desde una cima contemplas un sendero solitario. Y esa visión te hace recordar otro sendero por donde se fue alejando una mujer; esa visión quiebra la paz del lago de melancolía que hay en tu alma…

Recordar es quebrarse la paz del lago melancólico…

Es bello lo que quiebra la paz del lago de melancolía que el irse de las cosas va formando en el corazón…

Los recuerdos

I

Hoy vuelvo a ti, árbol amado de mi corazón. Bajo tu sombra vivieron muchos de mis sueños. La parte de mi alma, todos los recuerdos que están enredados en tu ramaje, o que vagan al amparo de tu sombra, son de una sutil melancolía… Ni un solo instante desagradable enturbia nuestra amistad. Contigo, prestándote yo mi alma, departía, rumiando mis contentos y disipando mis dolores… Experimento lo más sutil que pueda gustar el alma: en estos sitios vagan mis almas muertas, los sueños de otras épocas… Siento la melancolía de estar visitando mi propia tumba… El hombre se va muriendo poco a poco, a medida que se van muriendo sus amores. Y por eso los viejos son tan tristes.

Toda ilusión que se va, es un alma que muere en nosotros, y los sitios en donde pasó aquel amor, son su cementerio.

Alrededor de mi árbol, vagan, como mujeres pálidas, mis sueños… Ellos son el alma de mi árbol.

II

¡Vieja estancia de los abuelos! ¡Parece que tuvieras en ti la melancolía! Me dices: recuerdo cuando el abuelo Juan… Recuerdo tu sueño cuando cayó la hoja del árbol… Tu vista trae a mi espíritu el aroma de unos quereres muy lejanos, y hace que recuerde todos mis sueños…

¡Eres muy vieja…! En las telarañas de tus rincones parece que estuvieran enredadas las vidas de aquellos viejecitos… ¡Y ahora se va enredando mi propia vida…!

¡Me espantas deliciosamente, vieja vivienda del abuelo Juan! Has asistido al morirse de muchas de mis ilusiones, y por eso ahora me repites: recuerda… recuerda… ¡Es mi propio espíritu quien habla en ti, y ante quien siento terrores deliciosos! En ti, mi alma se contempla a sí misma…

Tic, tac.

¡Amigo Rum! Oye los decires de mis almas muertas que hablan en el antiguo reloj mohoso.

Tic, tac…

Una hoja cae del árbol…

Tic, tac…

Una mujer pasa por el sendero de tu corazón…

Tic, tac…

¡Oh, amigo Rum! ¡Mira cómo me muerde la melancolía! ¡Mira cómo es preciso morir para ir a buscar a Fina, allá, en el lago verdoso del eterno ensueño…!

III

Aquel niño tenía en los ojos la tranquilidad del lago de los recuerdos. Había nacido para recordar los hechos de sus abuelos…

El recuerdo es de los viejos. La mitad de la vida es para obrar, y la otra mitad se dedica a la añoranza.

Aquel niño que tenía los ojos apacibles, era el brote último de una raza grande, que dejó huella luminosa en sus caminos.

A medida que la humanidad envejece, los ojos de los hombres se van haciendo tranquilos y tristes…

La mirada de aquel niño ya no se dirigía intrépida en busca de nuevas sendas, ni sus pasos eran firmes y apresurados. No; sus ojos miraban melancólicamente la casa antigua de los antepasados, y sus pasos resonaban en los senderos cubiertos de musgo por donde vagan las añoranzas…

Y el último hombre será todo recuerdos; en él se encarnará todo el pasado… ¿Cómo obrar? Se lo impiden las cadenas que lo atan a muchos sepulcros… ¡El último hombre sólo amará los amores muertos…!

Sí; a medida que la humanidad envejece, se va tornando más y más interior: en ella se van encarnando las almas de todos los muertos.

Y nada que ame tanto el último hombre, como a esos espíritus vencidos que aparecen al final de las razas triunfantes y poderosas. ¡Pobres y dulces almas que llevan el gran cansancio!

¡Nada que ame tanto el último hombre como los decires de Jesús! Al fin de aquel libro que relata la historia del pueblo de los grandes valores; al fin de esa historia llena de matanzas, crueldades, crímenes y grandezas, aparece el decadente Jesús con sus bienaventuranzas… ¡Así mismo vendrá el último hombre, encarnación de la melancolía, al fin de este suceso absurdo que se llama vida…!

Una tarde alegre

Todo es dulce al corazón; hasta el sufrimiento es miel para el corazón.

Es la niña. Llora, ríe, corre por los campos cogiendo flores, mariposas y pájaros. Y unas veces es su madre, que le cuenta de la Virgen María, y de cómo Jesús sanaba a los enfermos, perdonó a la Magdalena, y reía a los niños… Y otras es la vieja nodriza, que le cuenta cuentos de hadas, y consejas de brujas…

Y todo esto es miel para el corazón.

Es la niña que comienza a hacerse mujer. Ya no ríe, ni corre por los campos. Sueña. Sueña con el amado, y lee historias que unas veces la ponen triste, otras le llenan el corazón de alegrías, pero que siempre despiertan en su alma deseos vagos…

Y todo esto es miel para el corazón.

Es la mujer. Y ya no sueña con el amado que será bello como un príncipe, ni quiere aquellos libros de amor tierno y romántico. Lee a Maupassant, a Queiroz, a D’Annunzio; y su alma se torna complicada al contacto del alma de Adria, de Jorge, de Hipólita.

Y todo esto es miel para el corazón.

Es la viejecita. Y ya no ríe, y ya no sueña, y ya no lee a Maupassant. Recuerda. ¿Qué más dulce que esta palabra: recordar? La viejecita dice a su corazón: ¿recuerdas…? En aquella reja una vez. ¿Recuerdas…? ¿Recuerdas? Todo es en la viejecita como un claro de luna. Algunas veces la viejecita lee:

«Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalem.

Vanidad de vanidades…».

Y todo esto es miel para el corazón.

El día de la gran tristeza

Aquellos primeros escritos revelaban un hombre apasionado. No dudé en decir que era el poeta de las cosas pequeñas del alma. Sabía escoger las palabras más silenciosas, más sutiles. Recordaba a Maeterlinck. Es un hombre interior, decíame yo, pero es un hombre voluble. Ama intensamente, pero dura poco su amor.

Y pasó un año, y cambió el poeta. Ya no era el poeta de las cosas pequeñas del alma. Era un Rabelais, pero un Rabelais muy triste. De todo se reía. Su estilo era perverso. Pero esas risas eran, para mí, gritos de desesperación. A través de ese constante burlarse del arte, de la filosofía, del amor, de la vida, se adivinaba al hombre desesperado de no poder amar, al hombre que tiene cerradas ya todas las fuentes de la alegría y que se refugia en la venganza. Sí; comprendí que el poeta aquél quería vengarse de no poder amar, haciendo que el alma de los demás se tornase árida también…

Y un día que hablé con el poeta le dije:

—A usted que ama las historias tristes le interesará esta historia:

Mi amigo era un hombre refugiado en su alma, y cuando de ella salía era para mirar otras almas. Era un apasionado por los secretos del corazón. Y como amaba intensamente, escribía páginas de verdadero arte, lo que se llama páginas teñidas en sangre…

Pero he aquí que, no sé por qué cruel destino, mi amigo era voluble; era un artista, y al mismo tiempo, cosa rara, era un crítico. Hoy despreciaba lo que ayer había amado con pasión…

Y usted sabe, que en su carácter de humanas, todas las cosas pueden amarse, o despreciarse intensamente…

Adivinará usted fácilmente el fin de mi historia…

Llegó para mi amigo un día, que fue el día de la gran tristeza… ¿Adivina usted? Aquel día mi amigo ya no pudo amar, ya no pudo escribir aquellas páginas de antes… Al ir a escribir, al ir a hacer obra de arte, es decir, «obra de amor», se le aparecía el desprecio, veía la humanidad de aquello que iba a adorar…

Y usted que ha experimentado la alegría, la divina alegría que da el triunfar de la palabra, diciendo en palabras la historia de algún amor silencioso, comprenderá que aquel día fue para mi amigo el día de la gran tristeza…

¿Adivina usted? Y fue un odio, un odio mortal a la vida, al arte, a los hombres… ¡La venganza! He ahí su único consuelo… Desde entonces mi amigo escribe páginas en que se ríe de todo, pero es una risa la suya que indica la gran tristeza de no poder amar…

¡Triste destino este de hacer a los demás la vida árida! ¿No cree usted? Comprendo que todo es humano, y por lo tanto, que mi amigo está en su derecho… Pero el suyo es un oficio triste… Ya que estamos en la vida, la verdad para nosotros es la vida: el amor, la belleza, la gloria… ¿No cree usted?

Cuando terminé, el poeta me miró tristemente. Parecía decirme:

—Usted me ha hecho imposible el único consuelo. Ya no podré vengarme, porque la venganza me parecerá despreciable…

Nada me dijo el poeta, pero esa mirada era horriblemente triste…

El amor

I

A. —Advierte que yo no digo: la verdad, sino: mi verdad.

B. —De lo contrario, Pilatos te preguntaría: ¿qué es la verdad?

II

¿Cómo deben mirar los contemplativos al amor?

Late en cada hombre cierta tendencia, cierta especie de atracción hacia el todo. Hay momentos en que uno quisiera confundirse con el aire, con el agua, con la brisa, en una palabra, ser todas las cosas.

Durante estos estados de alma —que se producen especialmente en la soledad, y en medio de la naturaleza— aquella se complica, y el hombre se siente intranquilo como si fuera a revelársele algo muy grande, como si fuera a presentarse repentinamente el dios Pan.

¡Cómo tiende el alma hacia el dios Pan! ¡Cómo se enloquece de amor al no poder unificarse con él! Por ahora no es posible. Entonces ¿qué sucede?

Ese deseo impotente, imposible de efectuarse, crece más y más, hasta llegar al punto en que el alma no resiste y busca algún medio de aligerarse.

¿Y qué mejor para concretar aquel amor, aquella unificación, que otra alma? Amar es robar. Amar a una mujer es querer enriquecer nuestro yo, con el yo de ella; no es otra cosa que un modo de efectuarse, de concretarse la tendencia y el amor al universo, al todo, el panteísmo que, en mayor o menor grado, hay en cada uno de los hombres.

El amor, esa avaricia del alma, es propio de la vida, de la salud, de los hombres poderosos de vitalidad, que quieren ser más de lo que son, serlo todo en el todo, hacerse inmortales. Cuando el hombre está lleno de vida, lo afirma todo, todo le parece bueno; en esos momentos se vuelve afable, bondadoso; en su alma se despiertan pasiones grandes, que ocupan el lugar del odio, de la envidia, de la calumnia, de todas esas pasioncillas babosas que llenan el alma de los vencidos, de los enfermos y de los impotentes.

Pero el artista debe oponerse a la naturaleza, debe corregir la naturaleza.

En efecto, cuando el alma tiende con mayor pasión hacia el todo, es cuando produce sus mejores obras.

La norma del artista será: no saciar su alma sino esperar que ésta, por efecto de su gran tensión, busque el medio de aligerarse, produciendo obras maestras.

El amor a una mujer, es decir, el deseo de poseer el alma de una mujer, puede ser para el artista fuente de inspiración. Esto sucede cuando la mujer no corresponde a su amor. Peter Altenberg dice con profundo sentido psicológico:

¡Insondable y sagaz naturaleza,
que por llenar tu aspiración te esfuerzas!

tú cuidas en los antros de la vida
de la especie Petrarca, madre mía,

¡porque en esa mujer de sus encantos
él engendró la raza de sus cánticos!

Esa también la causa de que todo enamorado sea algo poeta. Pero eso dura mientras se lucha por la posesión del alma de la mujer, pues cuando se llega a tener completo dominio de ella, disminuye o cesa completamente el amor, debido a que el alma está ya libre de la tendencia de que hablamos al principio, y cuya satisfacción es el objeto del amor.

¡Oh viejo bordón de los abuelos!

Ligia está triste. Acaba de ver a su hermano paseándose por el jardín y contemplando un bordón nudoso, que aquella mañana había encontrado entre las vejeces de la familia. Con los ojos llenos de lágrimas, y con ese aire de loco, que es lo característico de sus momentos de exaltación, pasea exclamando:

—¡Oh viejo bordón de los abuelos!

Ligia es la única que conoce el alma del joven pensador. Él ha puesto todo su amor en ella.

(Ligia se acerca a su hermano, haciendo como si persiguiera una mariposa).

Ligia. —¡Julio…! ¡Julio…! Espérame, que vamos a pasear juntos… Tengo que reñirte por algunas cosillas… ¿Por qué ya no vienes conmigo a regar las flores? ¿No me decías que ese devenir lento de las flores te enseñaba muchas cosas? Hablemos en serio… Te estás volviendo loco de veras. De algunos días acá no haces otra cosa que pasearte por los corredores, alimentando esa pícara culebrilla que llevas en la cabeza… Ahora mismo acabo de oír tus locuras…

Julio. —Ah, Ligia, no digas que son locuras. Oye: ¿no recuerdas cuando nuestra madre nos contaba las historias de la familia? Y ¿no recuerdas la historia del abuelo Juan, aquel viejo maniático y enfermo? Pues mira: cuando uno se estudia a sí mismo, encuentra que su alma es hecha de pedazos del alma de los antepasados. Estos días he estado meditando en las historias que nos contaba nuestra madre y el abuelo Juan se me ha aparecido como una visión futura de mí mismo… ¡Y este bordón perteneció al abuelo Juan…! ¡Y este bordón acompañó a todos nuestros antepasados en su camino…! ¡Todos ellos siguieron un mismo camino…! Hoy llega a mí, que me he separado de lo que ellos amaban, y me acompaña por un nuevo sendero. «¡Ya no es la misma la senda!». ¿Comprendes ahora?

¡Oh, viejo bordón de los abuelos!

Escribir…

Cierta vez el maestro habló a sus discípulos sobre la meditación, diciendo:

Conviene reflexionar mucho en las ideas, antes de publicarlas, y ver si son dignas, pues acontece que después de publicadas el orgullo impide reconocer los defectos, y sigue uno defendiéndolas como grandes verdades.

Si todo escritor meditara detenida e imparcialmente, quemaría por la noche mucho de lo escrito en el día; pero generalmente escribe lo primero que se le ocurre, lo cual no viene a ser otra cosa que imaginaciones sugeridas por sus propios defectos para justificarse…

Tiempo después algunos discípulos dijeron al maestro:

Desde que seguimos tu consejo de meditar mucho antes de escribir, todo nos parece disparatado.

Y qué —dijo el sabio—, ¿estáis fastidiados por eso? Veo que no escribís por amor a la verdad y por necesidad de libraros de la abundancia de vuestro tesoro, sino por deseo de figurar.

Y la misma razón que os impulsa a ensuciar cuartillas, impulsa a casi todos los demás.

Sois como perros cazadores. Vais jadeando detrás de una verdad o de una rima, y cuando lográis atraparla, en los ojos reflejado vuestro amor a las alabanzas, la mostráis al público gritando: ved, yo soy un pensador… yo soy un poeta…

Siempre que veo un hombre ojeroso y pálido, me digo: éste debe ser un hombre que escribe. El deseo de gloria no le ha dejado dormir tranquilo; sus ojos pregonan su gran ansiedad.

En verdad os digo, amigos míos, que muy pocos son los libros escritos con sangre: los demás son productos de la gran ansiedad.

Así habló el maestro a sus discípulos.

Bajo un árbol

Es el mediodía, y es un sol, sediento del amor de la tierra, que ahuyenta de mi alma al «espíritu de la pesadez» y la torna apta para volar, a través del aire seco, persiguiendo los sueños-mariposas…

Allá, lejos, por un sendero muy amarillo, caminan unos viejecitos… yo creo que son unos viejecitos…

Y en este mediodía, tirado a la sombra de mi árbol frondoso, quiero escribir un cuento-mariposa, dedicado a una niña soñadora, que sepa los sueños que trae el mediodía, y los que sugiere el crepúsculo, y los que regalan el sol niño, las noches negras y la luna de andares gatunos…

* * *

Eran dos viejecitas muy blancas y muy buenas, que amaban con un querer muy dulce a la Virgen María. La más añeja de las viejecitas tenía un palomar, todo de palomas blancas, que era su encanto. La otra, la menos vieja, cultivaba flores para la Virgen, y, sin duda por nostalgia de los besos no recibidos, y como un símbolo, sólo quería flores rojas, muy rojas…

La más añeja de las viejecitas se iba en los atardeceres a decirles cuentos a sus palomas, y al ver las parejas tan amorosas, les hablaba de amor, les decía que se quisieran mucho. ¿Por qué no habían de quererse sus pobres palomicas?

Un día llegó el señor Cura, y la viejecita le contó con gran inocencia, pues para ella el beso era una cosa muy santa, cómo se besaban sus palomitas; le contó la ternura de esos idilios al atardecer, y le contó los decires que ella soñaba…

El señor Cura no supo entender esa gran inocencia; creyó que el Demonio estaba sirviéndose de las palomas para hacer sus diabluras, y prohibió a la viejecita volver al palomar…

Desde entonces, la viejecita de las palomas, siguió mirando al cielo en las noches estrelladas, y pensaba:

—¿También las estrellas no son besos?

Cuento para niños

Carlota tiene nueve años, y es un encanto de nenita. ¡Y cómo quiere a Olga, su muñeca de ojos azules! Sí; Carlota, como todas las niñas, se prepara inconscientemente para su destino de amor, de madre.

¡Ah! ¡Y si todos tomáramos tan en serio la vida, como en serio toma Carlota sus juegos con la nena! Y, después de todo, un juego de muñecas es este mundo, y esta vida… Sólo que los años nos van haciendo malos, nos van quitando la inocencia..

—¡Mamá! Olga se murió anoche y la van a enterrar… ¡Ay! ¡Pobrecita…!

—No seas tonta… ¡Cómo pudo morirse Olga…! No llores… ¡Tú sí eres boba…!

Pues sí, señor; Olga se murió anoche y Carlota está muy triste, llorando… Pero, a pesar de eso, Olga se murió anoche, y es preciso enterrarla.

Y el entierro de Olga, fue así como el de los niños…

¡Y Carlota se entristeció tanto…!

Pero, ¿no os dije que Carlota, así como todos los niños, iba preparándose para la vida…?

¿No os dije que para eso sirven las muñecas?

Inconscientemente aquella nenita se iba preparando para ver morir sus quereres…

Y por eso, a pesar de todo, Olga se murió anoche…

Debo un gallo a Esculapio

Sócrates

Aquel crepúsculo, no uno de esos crepúsculos triunfantes, de colores afirmativos, sino uno invernal, en que el sol al morirse formaba lejanos lagos de tintes indefinibles… Uno de esos crepúsculos que ni siquiera hablan del pasado, que matan toda voluntad, sugirió en Félix el sentimiento, que transformado luego en ideas, había de apoderarse de su alma.

* * *

Y quizá sus últimas lecturas, aquellos libros de Salomón, de Spinoza, de Heráclito, habían preparado ya su alma para esto que le regalaba el atardecer, y que veía tan claramente, después de un poco de análisis.

Sí; era un gran amor por este crepúsculo que nada afirmaba, que nada decía, y era un gran odio a todo lo afirmativo, a todo lo que quería imponerse… Sintió gran repugnancia hacia el superhombre de Nietzsche… y comprendió que todo lo que es, necesariamente es limitado, que todo lo que dice algo, es limitado… y todos esos filósofos que discuten, que buscan la verdad, quedaron envueltos en el concepto de no ser, en eso que el crepúsculo le regalaba… Y Félix tradujo la frase de Schopenhauer: «Toda individualidad es una equivocación», así: «Todo lo que es, es un error; la verdad está en la nada…».

Y Félix miró con gran dulzura unos cipreses, que custodiaban una casita, allá lejos… Son, se dijo, unos extraños cipreses…

* * *

Y comprendió que mientras fuese una individualidad, trataría de dar un sentido a las cosas, trataría de dominar…

Eso es feo, había dicho a su hermana, y luego, arrepentido, fue y le dijo que eso era como ella quisiese…

Félix había amado a Fina. Por eso, se dijo, comprendo que desde pequeño está en mí este odio a lo afirmativo…

Sí; tiene ella el atractivo de lo ilógico, habíase dicho en aquellos tiempos… Era Fina una mujer sin voluntad, una de esas mujeres que pasan por el mundo sin querer definirlo, una mujer más allá, por encima de todo…

Fina —habíale dicho Félix—, usted me ama…

Y ella: sí…

Fina, haga esto…

Y ella: sí…

Fina, aquello es triste…

Y ella: sí…

Una de esas almas que parece que ya, antes de nacer, hubiesen vivido y trajesen una gran desolación…

* * *

Padeces, afirmó su amigo, el médico nietzschano, una disminución de fuerzas vitales. Por eso eres un negador de la vida. Todo pesimismo, toda negación, es señal de empobrecimiento de los instintos… La filosofía explica al filósofo; es una consecuencia necesaria de su estado de alma…

* * *

Las gentes decían: Fina no es armónica. Y Félix precisamente por eso la amaba tanto. Por una especie de aberración, y a pesar de reconocerlo como un absurdo, había llegado a no poder representarse lo infinito, sino como algo desarmónico…

También decían de Fina: no tiene espíritu. Y Félix decíase: Espíritu, Dominio, Límite, Ser. Todo eso le repugnaba. Fina estaba representada así: sin espíritu, sin sentido, sin límites, no ser…

Y lo peor —así lo afirmaba su amigo, el médico nietzschano—, era que Félix había llegado a no tener ningún odio, ninguna pasión que le hiciera soportable El Ser… A Schopenhauer, por ejemplo, observa sagazmente Nietzsche, le retuvieron en la vida, impidiéndole ser verdaderamente pesimista, sus odios: Hegel, la mujer, la sensualidad… Y Félix ni siquiera odiaba ya; en él estaban muertos todos los instintos de vida; sólo sentía un gran amor por Fina, es decir, por el dios Nada…

Y el verdadero pesimista, terminaba el nietzschano, es decir, aquel en quien están muertos todos los instintos afirmativos, necesariamente huye de la vida…

* * *

Y no se engañó el médico. Félix, antes de morir, pensó que quizá sería todo lo contrario, que quizá el estado de afirmación de la vida, sería la enfermedad… Y así se lo escribió a su amigo: «… Al menos yo tengo en mi favor la afirmación de otro gran filósofo, Sócrates: Sócrates, que según la explicación de tu maestro, con aquellas palabras: “Debo un gallo a Esculapio”, quiso decir que la vida es una enfermedad».

El filósofo y el poeta

Muere el sol, un sol veraniego, con tanta alegría, con tanto contento, con tanto derramamiento de sonrisas sobre la tierra, y tantas bendiciones para lo humano, que el poeta, lleno su corazón de recuerdos, melancólicos como todo recuerdo, ríe y llora de felicidad, pues toda gran felicidad es melancólica, tiene algo de amargura…

El filósofo, sentado a la puerta de su cabaña, contempla y saborea también la placidez de la tarde. Habla así a su corazón:

Con esta muerte tan alegre, tan llena de sonrisas y de bendiciones, el sol da un ejemplo a los hombres. Yo sólo conozco un hombre que haya muerto así, como muere el sol, y ese hombre fue Zaratustra el de la caverna.

En estos instantes aquel poeta de quien me contaron los pastores que se había venido a mis montañas, debe de estar recordando, imaginando y embelleciendo los caminos posibles de su vida…

El poeta, amparado por la muerte del sol, se encamina a la cabaña del filósofo. Piensa:

¡Singulares montañas estas! Todo el pasado se aparece, misterioso y dulce como un crepúsculo.

¡Extrañas soledades estas! El yo se multiplica en muchos yoes: unos discuten… otros meditan, éste sueña, aquél recuerda. ¡Qué tumulto interior! Aquí está uno lleno de sí mismo, se siente a sí mismo.

El solitario es el hombre que está menos solo; el solitario es el hombre más hablador.

A veces, cuando es mayor la soledad, siente uno horror, miedo de sí mismo, miedo de cosas misteriosas. El Hombre está lleno de misterios, y en estas soledades palpa uno esos misterios.

A vosotros, que no creéis en la grandeza del solitario, quisiera traeros aquí y deciros: meditad, recordad, anhelad.

¡Oh soledades del viejo de la montaña! Estoy triste. Habéis despertado en mí un gran deseo: quisiera meter dentro de mí todo el universo, quisiera hacerme inmortal.

Yo soy incapaz de soportar esta felicidad. Quizá ese anciano, que según decires de los cabreros hace diez años que se vino al aislamiento, después de mucho haber visto, espantará mi tristeza y remediará mis males.

Pero he aquí que mientras estos sentires, el poeta se llegó a la cabaña. Y el viejo, apoyado en su cayado, vino a él:

El poeta. —Anciano: tus andares, y esa águila que llevas a tu lado, me dicen claramente que eres el discípulo de Zaratustra el de la caverna.

Yo soy un poeta. Cansado del ruido que hacen los hombres resolví venirme a vivir al amparo de estas soledades. Pero desde entonces se ha despertado en mí tal tumulto de ideas, de recuerdos, de anhelos; se ha multiplicado tanto mi yo; mi estado de alma es tan… indecible, que hoy dije a mi corazón: el solitario es el hombre que está menos solo… el solitario es el hombre más hablador…

¡Anciano!: estoy triste; quiero volver a mis antiguos caminos.

El filósofo. —Has dicho bien: ¡La indecible! Así nombraste lo que sienten los creadores. La indecible es la gran alegría, un poco melancólica y con un poco de amargor.

Precisamente cuando llegaste, estaba contemplando el sol y tomando ejemplo de su muerte. Mira cómo esparce bendiciones sobre todas las cosas: sobre el gusano y sobre la mariposa; sobre el hombre honrado y sobre el hipócrita… Siéntate y cuenta tus cuentos que el sol los bendecirá.

El poeta. —¿Los antiguos caminos…? Mi madre: sus caricias, las oraciones que me enseñaba y los cuentos que me decía; los sueños de aquellas noches, dormido al amparo de sus cantares… Los juegos; las pequeñas que yo decía mis novias. ¿Después? Aquella de los ojos negros… Rosa, María, Teresa… Los primeros versos que hice fueron para ellas; para ellas fueron los primeros balbuceos de mi pasión… Aquello era alegría. ¿Y hoy? Aplastado por tus montañas…

El filósofo. —Tú sientes, pero no comprendes, La indecible. En la mentira está la felicidad. Los poetas viven del recuerdo, y por eso viven en la mentira, pues al recordar se agranda, se aumenta, se abrillanta.

La verdad mata. Un filósofo para poder vivir tiene que ser algo poeta. ¡Feliz yo que te he encontrado! Desde hoy endulzaré mis amargas verdades con la miel de tus mentiras.

Vosotros los poetas vivís recordando, es decir, embelleciendo, y por eso sois mentirosos y sois felices.

En aquellos tiempos, en aquellos antiguos caminos, no eras tan feliz como tú crees. Mientras se vive un instante no se es feliz; feliz se es cuando después de pasado ese instante, se recuerda. Recordando una época, te parece que fue feliz, y mientras recuerdas, vives en esa época y gozas esa felicidad. Y recordando, vives todas aquellas vidas en que tu vida pudo bifurcarse; y he aquí que siempre son alegres, y vives otras tantas vidas alegres.

Tu amargura viene después de tu añoranza, cuando vuelves sobre ti mismo, y ves que todo aquello no fue realidad. Pero ¿por qué no decir: toda vida es sueño?

Tu felicidad es, pues, la gran felicidad, un poco melancólica, y con un poco de amargor.

El poeta. —Me quedo en tus montañas…

Así terminó la conversación del poeta con el discípulo de Zaratustra el de la caverna.

Historia de Rum

I

Esta es la historia de Rum: … Era un atardecer triunfante. Del pueblo llegaban, moribundos ya, los rumores de una fiesta. El alma del solitario estaba rebosando de amores y anhelos imposibles. Pero ¿para qué decir cómo estaba el alma del solitario? El solitario dijo:

Ven, gato de los ojos de filósofo melancólico. Súbete a mi mesa que vamos a recordar los caminos de mi corazón… ¿Recuerdas cuando olvidé los rezos y las historias que me enseñara la viejecita, con qué amor defendía la metafísica de Schopenhauer? Yo te decía: ¡Amigo Rum! No todo es egoísmo; hay desinterés en la compasión: entonces se rompe el principium individuationis.

¿Recuerdas? Durante esta época, yo te despreciaba por egoísta. Todo mi amor era para Peter, el perro humilde…

Pero ¿recuerdas la noche de tu triunfo, aquella noche macabra en que colgamos a Peter de una viga, después de terminar la lectura de Humano, demasiado humano? Tú, acurrucado sobre un libro, viendo la agonía de Peter, parecías decir: el principium individuationis permanece. Tú eres un ser y yo otro…

Pero después ¿recuerdas? Nos vino una gran tristeza de haber colgado a Peter. Comprendimos que todo es como uno quiere… Non est tanti. ¡Pobre Peter! decía yo cuando me atormentaba el recuerdo…

Tú también aprendiste a mirarlo todo con vaga nostalgia. Nos hicimos gitanos, o mejor, hicimos de nuestras almas senderos silenciosos, por donde pasaran todos lo sueños… Comprendimos que lo mejor es vivir anegados en melancolía…

Y ahora, por las noches, tú, echado sobre algún libro, haces run… run… mientras que yo leo en voz alta los decires de Verlaine, de Mallarmé… Tienes los mismos ojos de Peter… ¿Será que a ti también se te aparece de noche la imagen del perro, mirándote con gran pesadumbre…? ¡Pobre Peter! Yo quiero su recuerdo como si fuera un sueño triste…

Run… run…

«Huyamos allá abajo…».

II

Y una noche el solitario se dio a contemplar la caravana de recuerdos que pasaba por el sendero de su corazón… Y, al fin, el opio de su pipa y el veneno de sus recuerdos lo envolvieron en una visión fantástica… Quizá fue un momento de locura…

Run… run… hacía el gato negro, echado sobre un libro de Verlaine.

¡Vamos amigo Rum! Yo sé que tienes deseos de morir… Has gozado ya todos los sueños, y ya eres tú el sueño… Nietzsche, Verlaine, Mallarmé… Nada te dicen esos nombres: ¡Ni siquiera recuerdas a Peter! Nada te dice lo que es y deseas el no ser, el Dios-Nada.

¡Vamos, amigo Rum! Esos ojos tuyos ya no dicen que estés triste o alegre, que estés de un modo u otro. Nada dicen esos ojos tuyos, si no que deseas que te entierre bajo el ciprés que tiene el color de los sueños…

Si; yo sé que deseas ir a ver qué nuevas cosas hay por allá, entre las flores, entre las mariposas… Yo sé que deseas cambiar, viajar soñando a través del Ser Único…

Mira este puñal que nos ha servido para cortar las hojas de los libros… A ver tu corazón, amigo Rum… Sí; lo mismo que un reloj… En este corazón llevas el tiempo… Pero es necesario detener el tic… tac… Te enterraré al pie del ciprés que tiene el color de los soñares…

* * *

Y desde entonces, el solitario pasa los atardeceres cerca a la tumba de Rum, recordando aquellos días.

Run… run…

«Huyamos allá abajo».

* * *

Y desde entonces, en las noches invernales, el solitario se envuelve en el humo de su pipa, y envenena su alma de recuerdos, hasta que vuela más allá de todo concepto, hasta que desaparece el recuerdo de la viejecita, de Rum, de Peter, y sólo queda la esencia de todo: un vago deseo de morir bajo el ciprés que tiene el color de los sueños…

Esa es la historia de Rum…

Bienaventurado…

Venturoso aquel que tiene, allá, en una aldea lejana, la casa en donde pasaron sus vidas los abuelos, porque él podrá contemplar su alma: cada hombre lleva el alma de uno de sus antepasados… El abuelo don Juan, el abuelo don José…

La casa es sonora y vetusta, custodiada por tres enormes cipreses que fueron sembrados por don Juan, viejo mujeriego y pesimista…

Y por los largos corredores, y por el jardín, pasean su nostalgia los antepasados.

Y en las salas sombrías, en las salas misteriosas, se oye la voz de las abuelas: doña Berta, doña Isabel…

¡El libro que te prestara cierto día tía Rosa! Eres viejo ya, y, mientras oyes las pisadas firmes del abuelo Juan, y la risa mística de doña Berta, abres el libro como si fuera tu propio corazón… y recuerdas… y desfila ante tus ojos aquella mujer, aquella niña que dejó en tu corazón la primera gota de melancolía; y sientes un delicioso pavor, porque todo eso es tu propia alma…

Y mientras se oyen las pisadas de don Juan, recuerdas… Era una vieja que te contaba cuentos de aparecidos, y decires antiguos de la comarca… ¡Venturoso aquel que tiene allá, en una aldea lejana, la casa en donde pasaron sus vidas los abuelos!

El bordón nudoso que acompañó en sus travesuras nocturnas a don Juan… Una carta romántica de doña Isabel…

Llueve. En la pieza sólo se oye el run run de un gato negro… y el alma adivina la presencia de los espíritus abuelos…

—Tía Valentina, cuentan que el alma pecadora de don Juan se aparece en esta comarca.

Tía Valentina: —Cinco crepúsculos hace que yo le vi bajo el ciprés grande. Estaba apoyado en su bordón, y miraba hacia el pueblo…

—¡Tía Valentina, tía Valentina, cuéntame historias de la familia!

Tía Valentina: —Cierta vez doña Berta, que era muy santa… Cuando murió don Juan…

Y vuelve el silencio, y el sentir los espíritus familiares…

Todo se hunde en el misterio. Parece que todo fuera un recuerdo. El bordón está triste. Los libros se han cubierto de polvo… Los muebles parecen gemir, y las arañas hilan sus telas sobre todas las cosas, como para impedir que las almas se vayan… Tía Valentina, cuenta, cuenta decires. Algún día tú también serás un decir en labios de alguna vieja de cabellos blancos. Ella dirá: cierto día el abuelo Fernando… ¡Y todo es un sueño…! Aquellos años, un sueño… Aquellas niñas, que ya son viejas, un sueño… Aquel domingo lluvioso en que viste a la colegiala al salir de misa, en la aldea, otro sueño…

Y siguen las arañas tejiendo sus telas, para impedir que se vayan las almas, que se vayan los recuerdos…

Y tía Valentina sigue diciendo: «Cierta vez…», «Cuando murió don Juan…».

¡Sangra, sangra corazón, que para ti es este manjar sabroso y amargo!

Y las arañas siguen tejiendo sus telas… ¡Jamás llegarás a olvidarla! Aunque la vida blanquee tus cabellos; aunque tu vida sea llena de azares; aunque otras mujeres se lleguen a ti, jamás llegarás a olvidar a la mujer que te hizo llorar por primera vez, a la niña que dejó en tu alma la primera gota de tristeza…

Jamás llegarás a olvidarla. Porque ella fue la primera que te enseñó que todo pasa, que todo se hunde en el misterio; porque las flores que ella te dio se fueron poniendo tristes; porque al ver cómo sobre esas flores iba cayendo el polvo, y una araña iba tejiendo su tela, y ese amor se iba volviendo recuerdo, tu corazón experimentó por la primera vez el placer más divino: la meditación…

¡Jamás la olvidarás! Y cuando estés en la casa de los abuelos, y oigas los decires de tía Valentina, ella pasará de nuevo por el sendero de tu alma.

¡Bienaventurado el que posee una casa antigua, allá, en una aldea lejana!

— o o o —

La amada

Llega la amada…

«Nuevos caminos el amor me pide.
Y del arpa a su voz, cambio las cuerdas».

E. Marquina

El león rugía por las noches. ¿Por qué no hacerlo? ¿Qué le importaba que los otros leones durmieran y pudiesen despertarse cuando él sacudía la melena? Pero he aquí: llegó una hembra, hermosa como ninguna, y de ella se enamoró el león que era independiente y que jamás se había dicho: «No puedo hacerlo porque…».

Y porque la leona podría despertarse, ya no volvió el león a rugir por la noche, ni a sacudir la melena.

¿Deseas algo? Pues de eso deseado eres esclavo. ¿Quién no desea algo? ¿Quién no es esclavo en la tierra?

¡Soledad! Yo me digo ahora: ¿el solitario eternamente tirado bajo un árbol? ¡Oh! ¡Has puesto, amada, a mi cuello, la cadena de tu risa…!

* * *

«Y muero porque no muero…». ¡Eterno placer amargo este del amor! Perpetuo deseo de poseer tu alma, y perpetua lejanía de tu alma! Siempre seremos y yo; siempre, a pesar de que mis ojos miren de muy cerca a tus ojos, habrá un espacio en donde cada uno se forme una imagen mentirosa del otro… ¿Cómo podré entender lo que sientes al oír aquella música, si mi alma es distinta de la tuya? ¡Egoísmo amargo este del amante: querer ser uno en donde hay dos; querer luchar con el espacio, y con el tiempo, y con el límite!

* * *

¡Cuánto daría yo, amada, porque fuese cierta la sentencia del Maestro: Amoris vulnus ídem qui sanat facit!

«¡La llaga del amor, quien la sana, la hace!».

Jamás podré cumplir mi anhelo de poseer tu alma: siempre habrá y yo. ¿Y qué quiere el amante? Precisamente no es el amor otra cosa que el deseo de suprimir la distancia. Así: la llaga del amor muere con el hombre.

Y el alma se hace esclava…

Esta manera del amor es muy dulce: ¡saber que las consecuencias de tus actos ya no pesan sobre ti solamente! ¡Saber que tu tormento entristecerá otro corazón!

Cierto que el amor limita al hombre, pues ya no obra como obraría si estuviese solo en la tierra…

Pero también es preciso meditar la esclavitud. Además, en ese estado de meditación puede encontrarse una sutileza. ¡Ser, amada, el esclavo de tus ojos! ¡Meditar siempre, antes de obrar, para saber si eso nublará tus miradas! ¡Oh! ¡Aquella es una gran dulzura después de haber sido el pensador para quien no hubo vallas…!

Y el alma quiere ser consolada…

Hay un gran tormento en definirse uno a sí mismo; es una tristeza el que los otros digan: «Ese hombre es…». De esa manera es sagrada la mentira, y te aconsejo que mientas a tus semejantes para que no te conozcan…

¡Pues bien! Una de las divinas maneras del amor es ésta de tener otro ser a quién definirnos, a quién contarle cómo somos… Es ésta de saber que hay alguien que nos conoce, que sabe los motivos de nuestras acciones, y que nos perdona todo, porque todo lo comprende. Pues muy cierto es que al mirar todos los motivos de una acción, se comprende que fue necesaria…

En el camino del amor

¿Has tirado una piedra a la naranja, y ésta no ha caído del árbol? Pues tu deseo se exaspera y se agranda.

* * *

La brisa hacía mover la hoja en mi dirección, y la hoja cantaba: «Siempre me moveré en este sentido…». ¡No sabía que era el viento, que ella era esclava de la brisa!

Esa es la triste parábola del amor. Y este es mi gran tormento: saber que es la vida quien me regala tu alma, y que mañana quizá te lleve de mi lado…

* * *

Un filósofo, amada, me parece que Coelius Secundus Curio, dice esta gran mentira: «El encuentro de un amigo a quien ha tiempo no veíamos, nos hace gustar el placer de la resurrección…». No. ¡Nada más melancólico y que tanto nos recuerde la tristeza de tener que morir!

¡La tristeza de tener que morir! Porque nadie quiere la muerte, porque todo hombre se ama a sí mismo… Y aquel que voluntariamente le busca, es por demasiado amor a sí mismo también: por demasiado amor a aquello que para él es la vida, y que no puede alcanzar.

Cierto que hay un placer de índole refinada en ver cómo el tiempo ha pasado, cómo ya es distinta el alma del amigo, y diferente el alma que antaño tenía la vida. Pero es un contento triste, que no habla de resurrección sino de muerte, y que se fundamenta en la gran verdad de Dostoievski: «Hay un gran placer en herirse uno a sí mismo».

En un sentimiento es preciso buscar muchos motivos, innumerables movimientos del alma. Así, al verte, después de algún tiempo de ausencia, el encuentro tiene para mí el regalo de tus miradas nuevas. Porque has vivido otra vida, porque nuevas sensaciones han pasado por tu alma, tus miradas tienen otro significado para mí.

Y así como para el amante la amada tiene cada día un nuevo misterio, así mismo tiene la vida un valor nuevo para el buen vividor.

¡Oh, este placer de verte hoy vestida con el misterio que te dio el vivir de ayer!

¡Al comienzo tus miradas sólo decían promesas, y ahora en ellas leo muchas alegrías y tristezas del pasado!

La manera de tus ojos, ahora, me hace pensar en la gran mentira que dijo un filósofo, me parece que Coelius Secundus Curio…

Es un sentimiento silencioso, por decirlo así, el que me trae tu retorno… No es la alegría bulliciosa de la resurrección, sino algo digno de que uno se entristezca por tener que morirse.

Otra manera del amor

¡Oh! ¡Es divina por sobre todas esta manera de amor!: ¡que tus ojos van tomando el misterio del pasado! ¡Que en tus ojos se va quedando la esencia de las tristezas y venturas del pasado! Tus ojos son el libro de nuestro amor. Tus miradas jamás son de la misma manera. Toda sensación pone un nuevo modo en tus miradas…

* * *

Alejarse de la amada, aunque el corazón sangre, para en el retorno elevarse a la gran altura de la alegría: es esa una experiencia digna en el amor.

El gran deseo

¡Oh, amada! Se me ha ocurrido algo sutil; me ha llegado la nostalgia de la gran alegría amarga. ¡Verte muerta! ¡Quisiera gozar de esa enorme tristeza que me acobardaría el corazón! ¡Quisiera ver hasta dónde llegaban el dolor de tu muerte y el amor a tu recuerdo! De una manera inmortal dice Séneca: Quidam amando occidunt.

Se aleja el alma de la amada

Tú, amiga, me ocultas algo. ¿Dime cuál es esa culebrilla que no me deja entrar a tu corazón? Yo sé que tienes algo que no quieres decir, o que no te atreves a decir. Hoy no hemos podido conversar agradablemente. Hay algo que hace amargas tus palabras.

Las maneras del amor

¿Cuántas maneras son en el amor? Infinito es su número, finito sólo por la limitación de nuestro espíritu… Así como a medida que es más aguda la vista se distingue mayor número de matices, así mismo, a medida que se agranda la sensibilidad del amante, gusta mayor número de maneras en el amor…

La unificación

Quiero pedirte, amiga, hoy que mi espíritu está amargo, que me cuentes el porqué de algunos de los actos de tu vida… Quiero sentir que mi alma está cerca de tu alma… Quiero que digas: «Porque…». Y, así, ver tan claramente en tu corazón como si fuese mi propio corazón. Quiero estar seguro de que ninguna mentira nos separa, pues la más pequeña mentira separa las almas, y, al contrario, se unifican en la absoluta sinceridad.

«En la delicia del mirar suspensos…»

¿Recuerdas cómo se reían del payaso? Y nosotros, que lanzamos muy alto «la flecha del anhelo», no pudimos reír. ¿Era posible, por ventura, que nuestras almas, ardiendo en la llama de un gran amor, comprendieran el porqué de esa risa?

* * *

¿Qué le importa, amada, a quien tiene una gran pasión, el que los otros digan: ¡bien! o digan: ¡mal!? ¡Nada! Porque el que tiene una gran pasión se ha libertado de los pequeños lazos que lo esclavizaban a los otros hombres.

¡Bien! Todo ese espectáculo ¡oh humanos! es hermoso. ¡Todo lo que hagáis es bello para mí! ¿Cómo podría gritar: ¡malo!, el que está con el corazón repleto de bien? El que ha lanzado muy alto «la flecha del anhelo», es afirmativo y santifica todas las cosas.

¿Cómo es tu amor? ¿Cómo es tu odio? ¿A qué altura has lanzado tu deseo? Si es grande la pasión, es hermosa; si pequeña, es fea… Ni hermosas ni feas son en sí: el temple de cada alma les da el valor.

* * *

«Quidquid ad summum venit ad exitum prope est».

He corrido por los campos, loco de alegría. Y fue un intenso placer el sentir los músculos cansados. Cuando una pasión viene a mí, me place paladearla lentamente y con recogimiento. Pero hoy no ha podido contenerla mi alma, ni han sido suficientes los sueños para librarme de ella. He tenido que correr por los campos, como si me estuviese persiguiendo un animal salvaje…

En mi carrera topé a un enemigo, y le hablé cariñosamente. Toda gran pasión mata las pasioncillas del alma. Quien está demasiado alto no puede odiar a los pequeños. Quien está demasiado alto da siempre a manos llenas. Quien está demasiado alto no puede ser juez de los pequeños: para eso es preciso tener un poco de amor y un poco de odio. Y el que está muy alto se consume en su altura, y sonríe siempre a todas las bajezas.

Cuando la amada se aleja…

En nuestro tiempo son necesarios los animales domésticos, porque ya no hay esclavos. Estos eran muy útiles para que las personas de alma encogida descargasen su malhumor. Es preciso reemplazarlos con un perro, o con cualquier otro animal de ojos mansos. La cólera, el despecho, y todas las otras pasiones por el estilo, secan el alma del hombre que las tolera por mucho tiempo. Yo os aconsejo conseguir un perro para que lo apaleéis en los días amargos. El hombre que no es amo; el hombre que no tiene derecho para despreciar y para golpear otro ser, no puede tener buenos pensamientos. Sólo el que contempla bajezas, se considera alto.

* * *

¿Por qué se rodean de animales (en sentido figurado también) todos los grandes hombres?

* * *

¡Ay! Estaba mirando al mundo desde tu altura, y todo me parecía risueño. Te alejaste, y entonces me fue necesario buscar a mi perro, para golpearlo…

La belleza de la amada

Cuán intensamente te recordé, amada, al leer esta noble verdad extraña de Lord Verulamio: «No hay hermosura exquisita sin cierta extrañeza en la proporción».

¡Frase posible sólo de ser entendida por aquel que haya enseñado su corazón a gustar las discusiones metafísicas! El hombre que se acostumbra a contemplar las sombras misteriosas que aparecen más allá del mundo y de sus conceptos limitados, acaba por enamorarse del silencio y de la belleza de la desarmonía. ¿Quién si no el noble Lord Verulamio, que llevó su alma a lo más exótico del sentimiento, pudo decir esta frase, la más divina de todos los libros: There is no exquisite beauty without some strangeness in the proportion?

* * *

Es un campo solitario este de los sentimientos que están más allá de las ciudades, de las palabras comunes, de las risas incoloras, y que sólo se encuentran descritos, de vez en vez, en los viejos tratados de escolástica… Por ejemplo: en una disertación escrita en lenguaje árido por algún sabio monje, encontrarás conceptos de una superioridad tal, que son imposibles de ser entendidos por los hombres de ahora, que han modelado sus almas en la armonía de la Venus de Milo…

En aquella época incomprendida, en aquella revolución grandiosa, cuando apareció en el mundo la doctrina del Cristo, nació el concepto más grandioso de la vida, y un concepto de belleza superior al de los griegos: la belleza desarmónica… Mucho más hermosa es para mí una virgen gótica que la Venus de Milo: porque es de una belleza metafísica… Y para que no te burles de mi loca afirmación, te recuerdo la sentencia de Lord Verulamio…

La desarmonía

La primera máxima de mi estética es: sólo puede haber belleza en la desarmonía. Cuando hemos hecho abrevar nuestro corazón en todos los sueños inventados por los hombres, aparece en nuestro espíritu la nostalgia del país desconocido, del país sin contornos, que está más allá de los conceptos, y más allá de la vulgaridad de los rostros humanos, que ríen unas veces y otras lloran… ¡Oh, este mi anhelo infinito de belleza desarmónica! ¡Oh, tú, mujer de mi anhelo que estás más allá de la belleza y de la fealdad!

¿Dónde encontrar el país que esté más allá de los conceptos…?

Vivir intensamente

Si te alegras, que tu alma trepe a la más alta cima de la locura. Si viene a ti la tristeza, haz de manera que salga de tu corazón este canto: ¿pero se ha visto una tristeza más grande que mi tristeza? Necesario es vivir intensamente, estar despierto al modo divino… ¡Echa lejos de ti toda pequeñez! Si odias, que tu odio sea intenso. Si amas, que sea de manera que el desamor rompa tu alma. Esto es misticismo: poner toda la sangre en el ídolo, arder en la llama sagrada… En el cuerpo del místico se ve el consumirse de su vida: ¡es siempre sarmentoso y atormentado el cuerpo del místico!

¡Pero si este vivir nuestro no pueden aprenderlo, amada! El que tiene corazón plebeyo, eternamente será plebeyo… ¡Aun en la bienaventuranza!

La parábola del amor

A pesar de ser tan hermosa la luna, jamás nos apresuramos a contemplarla…

Esa es la parábola que debes guardar en el corazón, tú, mujer que deseas ser amada por mucho tiempo. ¿No ves que la luna estará eternamente allí? ¿No ves que la luna jamás se hace desear?

Porque la vida puede llevarte…

No puede encontrarse un contento sin mezcla de intranquilidad. Siempre, al deseo alcanzado, sigue el lanzar un poco más alto la flecha del anhelo. Al lograr un deseo, muere el valor de la cosa deseada. Pero yo sé que jamás te poseeré perfectamente, absolutamente. Yo sé que en tu alma habrá siempre un misterio que pondrá en mis ojos el brillo de los del cazador… Jamás podré dejar de amarte, porque mañana serás distinta de la mujer que hoy es mía, y quiero ser amado también por la mujer de mañana…

Esa es tu arma…

Hoy sé que me amas, y debía dejar de amarte puesto que mi deseo se cumple. Pero sé también que mañana puedes no amarme, y eso me hace arder eternamente en la llama sagrada… Mi ignorancia del futuro es tu gran arma contra mí… Dejaría de amarte muy pronto si fuese cierta tu promesa de que eternamente serás mía…

«Hoy que tengo el espíritu cobarde»

Puede el alma ser llevada al amor por el miedo al misterio. ¿Qué sucede después de la muerte? ¡Nada podemos descifrar en esa negra noche…! Así como en un libro que no hemos abierto aún podemos suponer todos los decires posibles, así mismo, en la desconocida muerte podemos imaginar todos los sueños… ¡Y eso nos hace temblar como la hoja solitaria que mueve el viento en el árbol seco…! Queremos tener a alguien cerca para amarle, y así dejar de mirarnos a nosotros mismos… Queremos abandonar la soledad de nuestro propio yo, pues al solitario que así vive consigo mismo, le atormenta el eco espantoso que en el más allá forma el bullicio de su espíritu… ¿No has oído cantar y silbar al viajero que camina en la noche negra? Pues lo hace para ahuyentar los fantasmas que cree van a venir a su encuentro… Así mismo, buscamos en el camino de la vida alguien a quién desear, buscamos la manera de hacer un poco de ruido, para que nuestra alma no piense tanto en los misterios de ultratumba… Buscamos otro ser a quién mirar, para apartar los ojos de nuestro propio corazón…

Quizás

El vivir del enamorado (todo hombre lo es de algo) es una mezcla de intranquilidad y de alegría, o mejor dicho, de alegría intranquila. Cuando el hombre se convence de que su deseo es imposible, entonces se entristece. Mientras se anhela, hay alegría por el quizá sea posible,y tormento, al mismo tiempo, por el quizá sea imposible. Es decir, el quizá es lo que entretiene la vida del hombre. De ahí el que yo dé a las mujeres este consejo: si queréis ser amadas siempre por vuestro amante, no lo atristéis con un no, ni os entreguéis con un sí rotundo. Que siempre vuestra alma sea para él una posibilidad; que siempre vuestro ser tenga para él, el significado de un tal vez…

La mosca verde y la palabra divina

¿Qué has hecho? Tus labios ignorantes han matado el sueño al darme ese beso maldito. ¿No te había dicho que yo sólo amaba el quizá de esos labios? ¿Oyes el zumbido atediado de la mosca verde? ¿Qué hacer? ¡La mariposa que iba delante de mí, y que entretenía mi vida, se ha dejado atrapar! ¿Lloras? ¡Pobres de nosotros que hemos matado el ideal, y que hemos oído el zumbido de la mosca verde!

* * *

¿Has visto, mujer, el amor que tiene a la vida aquel de quien la vida huye? ¿Has visto qué mundo de anhelos se despiertan en el alma de un tísico o de un paralítico? Así mismo, debes huir de mí, amor mío.

Quizá. ¡Qué palabra más sutil! Que siempre tu ser tenga para mí el significado de un quizá. Yo quiero que mi ideal sea mi verdugo…

Que el corazón jamás se aquieta…

La limitación es la gran tristeza, y la vida se fundamenta precisamente en ella. Así, renegar del límite es renegar de la vida toda, ¡hasta de la misma alegría! ¿Y qué hombre no se siente como acobardado por un peso, después de todo contento? El corazón jamás se aquieta; siempre lleva el ansia como de un vivir sin medida. Para que una alegría fuese perfecta, sería preciso que muriese el deseo de más alegría. ¿Y cómo desaparecer ese deseo, si hay un campo infinito en dónde desear? ¿Cómo desaparecer ese deseo, amada, si mi alma siempre será distinta de tu alma? Y si el contento llegase a ser infinito ¿no atristaría al corazón, el saber que se acaba? Y si se hiciese eterno ¿no ves que entonces no sería contento, porque éste no puede vivir sin la tristeza…?

¿Cómo definir entonces la vida? Un anhelar perpetuo, y un gran desconsuelo ante toda realidad.

Mi orgullo, y el aforismo del amor

Si el pensador es noble, descubrirá verdades aristocráticas, y si plebeyo, buscará sus verdades debajo de los puentes. Así, Spencer no tenía derecho para ver las verdades de Spinoza… Y tú no tienes derecho para encontrar bella a mi amada.

Hasta en la verdad hay distinción de clases: hay verdades nobles, y hay verdades para plebe. Por eso yo no me enojo cuando me contradicen. Quiere decir que ese hombre no es de mi esfera, que no vive mi vida. Voy a daros una parábola: el perro de Alcibíades decía que el rabo era un absurdo.

Muy cierto es que el amor no sufre dilaciones. Pero también es cierto que sólo puede haber amor allí en donde hay un poco de misterio. Es decir, el amor busca la manera de destruirse a sí mismo.

La hoguera sagrada

¿Se me ha entendido qué cosa es vivir vida solitaria? Esto no podréis aprenderlo. Vivir mirando al mundo desde la altura de una gran pasión: tener el alma consumiéndose en la hoguera de un gran sentimiento; ¡contemplar devotamente los matices que va tomando la vida a cada instante…! ¡Este vivir es sólo para las almas escogidas!

* * *

El bailarín se acercó al joven que decía: «¿Para qué moverse?», y le dijo esta parábola: sólo tiene derecho para sentarse a llorar en las piedras del camino el que lleva los pies sangrientos: sólo tiene derecho para hablar mal de la montaña el que a ella ha subido. ¡Vamos a danzar la danza de la vida: subiremos a la montaña, y luego bajaremos a la hondonada!

* * *

He conseguido un muñeco que hace monerías cuando lo tiro de una cuerda… ¿Pero no ves que es preciso vivir ligeramente, rodeados de cosas fútiles, sin ningún sentido, cuando el alma tiene horas de intensa pasión?

¿Que el payaso representa mal su papel?

¡Tú eres el malo! La bondad y la maldad de las comedias y de la vida, dependen del payaso interior…

¡Santa sea para nosotros la tristeza! ¡Pues mira que sin el dolor de tu ausencia no me habría embriagado con este contento de tu retorno! Es divino el dolor porque nos trae la alegría, porque es padre de la alegría… Pero esta manera del querer la canta con más sutileza Ludovico Ariosto:

Pero ch’ogni altro amaro che si pone
Tra questa soavissima dolcezza,
É un augumento, una perfezione,
Ed un condurre amore a piú finezza.

Así termina el canto a mi Eulalia

«Cerca, coronado con hojas de viña,
reía en su máscara Término barbudo…».

Cuando Pericles y la cortesana Baquis llegaron al taller del escultor Demeter, las sombras principiaban a cubrir los edificios de Acrópolis…

Y ante el mármol que mostraba apenas el torso de una Venus, dijo Pericles: al ver esta divina y futura diosa, tú, ¡oh Baquis! te la imaginas acabada, y con toda la belleza que quisieras en una estatua. Por eso repites extasiada:

¡Qué divina!

Recuerdo, ahora, de una cortesana a quien conocí en mis viajes. Era sabia como jamás lo fue mujer ateniense. Decía: «No me pidas que quite de mi cuerpo todos los velos. Tú eres sabio ¡oh Pericles! y sabes que si muere el imaginar, muere el encanto».

Y Baquis dio un beso en la boca magnífica del griego: así terminaban todas las filosofías en aquella edad feliz…

* * *

Y este discurso de Pericles nos enseña, amada, que es menester cantar en nuestro amor al dios Término. ¡Pero qué felices pudimos ser! Es preciso poner entre nosotros al más divino de todos los dioses, para que podamos decir aquella exclamación. Somos demasiado artistas, eres tú, amada, demasiado artista, para que lleguemos a matar el imaginar, uniendo nuestras vidas…

Todas las bellas aventuras suceden en dos caminos que se cruzan: con esa máxima me despido de tu amor…

— o o o —

Meditaciones

I

Eres y tienes que ser de un modo; es necesario que seas definible. Considera la infinidad de vidas posibles, y luego, considera que tú no podrás ser sino de un solo modo, que no podrás ser sino una de esas vidas, y caminar por uno del infinito número de senderos que existen…

Considera cuántos caminos nuevos se te han presentado mientras ibas por el camino de tu vida, y que no los conoces, y que si hubieses escogido uno de ellos, te habrías quedado sin conocer el que ahora sigues, y también los demás que se te han presentado…

Y tu único consuelo ¡oh soñador! es soñar las vidas posibles… Suéñate la vida que habrías vivido de haber tomado aquel sendero desde cuya entrada te llamaba Carmen… Y así, para consolar tu corazón, sigue soñando todos los caminos. Mira: los atardeceres, las nubes viajeras, el invierno, el verano… todas las cosas fueron hechas únicamente para ayudar al ensueño de esta infinita posibilidad.

II

Considera que tu idea tiene que ser limitada, y que es consecuencia de tu modo de ser. Considera que por lo tanto es tan definible como lo eres tú. Considera que la defiendes y la afirmas como la verdad, no siendo sino tu verdad. Si hubieses sido otra vida, si hubieses tomado otro sendero, otra sería también tu idea, tu visión del mundo…

Y todas esas otras verdades están lejos de ti; lejos de ti están también los amores, sufrimientos y desengaños que ellas suponen. Y mientras tú afirmas la vida, mientras predicas la venida del superhombre, la imagen de Jesús se te presentará, camino de la aldea de Magdalena, predicando el amor…

Y tu único consuelo ¡oh soñador! es soñar todas las visiones posibles. Mientras las nubes son arrastradas en rápida procesión, sueña que vas por los caminos de Galilea, tras el Maestro… ¡Y sufre y goza todos los amores, tristezas y desfallecimientos que suponen sus bienaventuranzas! Y mientras pasan las nubes, tirado bajo el árbol frondoso, ¡oh soñador! suéñate todas las visiones posibles, todos los amores, y todas las tristezas…

¡Oh anhelo mío! El límite me entristece… Tengo un gran deseo de ir a unirme a ti, allá, en la muerte, en la infinita ensoñación.

III

¡Cuán innumerables son los caminos por los cuales puede ir nuestra vida! Innumerables son los senderos que desde el instante presente conducen al futuro… Cierto es que no puedes escoger entre ellos, que el pasado fija tu camino venidero; pero cierto es también que tú ignoras cuál será esa tu senda.

¡Qué hastío tan inmenso sería el de aquel que, alcanzando un conocimiento tan perfecto de sí mismo y de la trama de los seres, llegase a conocer su vida futura! Ya no existiría para él ese atractivo de lo desconocido, eso que excita y embriaga de placer a los valientes navegantes.

Las sendas de la vida son innumerables, y la más pequeña cosa, unos ojos de mujer con que topes en tu camino, bastarán para desviarte por desconocidos rumbos.

Para mí la vida tiene ese encanto de ser una posibilidad infinita, un infinito quizá. Y eso me impide, anhelo mío, ir a unirme a ti en el eterno lago verdoso…

La vida no es mala ni buena. ¡Pero yo quiero! Quiero gustar todos los dolores, placeres, melancolías y tristezas; quiero navegar sin rumbo fijo; quiero vivir todos los sueños; quiero inventar nuevas bebidas sutiles para mi corazón; quiero exclamar con el esclavo: «Nada me es desconocido en la vida». Esto que siento es el ansia de poseer más monstruosa; es la tristeza infinita de ser de un modo; de no poder gozar todas las filosofías, todas las bellezas, todas las tristezas… Ya sé yo que el ser en quien están reunidas las tristezas de Jesús, y la alegría de los niños, y el amor de Magdalena, y los odios de Swift, eres tú, tú, el lago verdoso de la nada, tú, el no ser, la muerte. Ya sé yo que tú eres la bebida extraña, desconocida, donde están reunidas todas las cosas… ¡La nada! ¿Cómo gustar esta palabra? Un lago verdoso, con el verde de las algas, eternamente tranquilo… y allí la completa desaparición de todas las cosas y los seres.

Pero déjame gustar antes el placer y el dolor de las sendas.

IV

Los niños: —¡Cuántas mariposas!

Los viejecitos: —Son coloreadas y locas como la juventud, y son efímeras como todo lo humano…

Las viejecitas: —«¡Te adoro…!». «¡Te adoro!». ¡Oh alegrías! Se las llevó la vida, así como el viento se lleva las mariposas…

El poeta: —Sólo es bello lo que cambia y se va…

* * *

Un volar de mariposa regala a los alegres, alegrías, y tristezas a los tristes; sólo en una forma alada en que depositamos nuestro corazón… Para ti, anhelo mío, quisiera escribir un libro de sueños alados, que no fueran de un modo, sino variables como tus quereres… ¡Soñares alados, locos como mariposas, para que fueran nido en que arrullaras los caprichos de tu alma…! Y si no, ¿para qué escribir? Cada uno se lee a sí mismo en las cosas de la vida.

V

Hoy he visto un árbol sin hojas. ¡Oh! Repartimos el alma entre los seres y las cosas del mundo, y ¡melancolía del alma que se va muriendo con las cosas y los seres del mundo! ¡Cómo se va haciendo de pesado el corazón a medida que pasan los años!

VI

Ya sé, Amada, que tu alma es mía, porque me has contado las aventuras sencillas de tu vida.

VII

Medita bien, y verás cómo es preciso que nada se cumpla en tu vida, ¡oh soñador! Porque tu alma debe gustar en sueños, intensamente, todos los caminos que te muestre la casualidad.

Considera que de una alegría, que en la realidad sería pequeña, puedes hacer en el sueño un paraíso, y experimentar una gran dulcedumbre solitaria. Como riquísimo filón, para cincelar una bella custodia, aprende a trabajar tus pasiones. ¡Y mira que es un intenso placer el ignorar cómo hubiera sido el amor de aquella niña, y el pensar que quizá quitamos a nuestra alma su pedazo de alegría en el banquete de la vida, al no seguir por aquel camino! Amando una ilusión no querer perseguirla.

¡Mira que este es un placer digno de solitario! No para toda alma vulgar se hizo esta felicidad amarga. Considera qué placer el escuchar, allá, en tu retiro, cómo lloran tus quereres. Que nada se cumpla en tu vida, y que tu alegría sea dolorosa. Cuando la vida te muestre la entrada de una nueva senda, recoge tus sentidos, purifícalos, y purifica también tu voluntad de todo otro querer, y tu memoria de todo recuerdo, y puestas todas las energías en aquella ilusión, ámala y suéñala hasta que místicamente creas que tu sueño no es sueño, y que tu alma va por ese camino… Considera que así tus placeres y tus amarguras serán tuyos solamente, interiores, dignos de un asceta. Pero si vas por la vida, renunciando al renunciamiento y a los sueños, tus caminos serán tristes, pues toda ilusión al hacerse realidad es mísera y trae gran aridez al corazón; entonces se comprende que su única belleza era el manto coloreado del ensueño.

VIII

Y cuando estuvo en mitad del lago, se tendió de largo a largo en su barca, diciendo: ¿para qué imponer mi voluntad al viento?

Así mismo, en la vida debes abandonarte a la casualidad. Sólo dolores tendrás si pretendes cumplir una ruta premeditada. ¡Es tan innumerable e intrincado el engranaje de las circunstancias, y tan corto el alcance de tu entendimiento! Considera que eso de querer imponerte a la vida es una tontería. Imposible es que tu querer coincida con el querer de los otros seres. Mira esa roca: permanece impasible a las caricias y convites de las olas, y nunca nada le sucede. Al contrario, medita en el leño que se deja su querer, y que amorosamente es llevado de una parte a otra, recorriendo así los caminos invisibles de las aguas.

¡Es tan grande el poder de las cosas en frente de tu poder!

Si eres voluntarioso, estarán siempre secas para ti las ubres de la vida.

IX

El padre dice a su hijo:

—Mira, aquí tengo varios regalos en estas cajas. Escoge uno para ti. Los demás, no los verás.

El niño escoge una de las cajas, y, después de ver el juguete, se entristece. Es que al niño lo atrae el misterio de aquellos otros regalos, y, soñándolos, su imaginación acrecienta su deseo. Para que esté alegre, es preciso que los posea todos, y que desaparezca todo misterio que pudiera despertar su anhelo. Mientras quede una de las cajas, su alma soñará amorosamente en aquello desconocido y vivirá mordida por el deseo.

Así mismo presenta la vida al hombre un infinito número de caminos. Y cuando uno se ha decidido ¿cómo no vivir triste al ser de un solo modo? ¿Cómo no entristecerse al no poder ir por todas las sendas y al pensar en los misterios de tantas vidas posibles? La gran tristeza es la tristeza de ser limitado.

— o o o —

A los silenciosos

Así comienza la vida solitaria

Así como el alma se prepara para la alegría por medio del dolor, así mismo, para poder gustar los sutiles contentos de la vida solitaria es preciso pasar un largo noviciado de tristeza… Aquel que comienza la vida solitaria siente en los primeros tiempos como una especie de intranquilidad, de miedo de sí mismo y de los árboles; una gran nostalgia de la vida anterior y un deseo irresistible de ir a conversar con alguien… Y este deseo de conversar, de estar acompañado, es precisamente el miedo a sí mismo, el anhelo de ahogar los misterios interiores en vanas palabras…, es la intranquilidad que produce algo desconocido que se acerca… es el terror que produce el alma, al acercarse silenciosa y misteriosa como todas las cosas bellas…

Espera humildemente ¡oh solitario! a tu silenciosa visitante… ¡Sufre! ¡Que pronto comenzará para ti el divino diálogo con tu propio corazón!

La vida solitaria y la mujer de belleza mística…

La vida solitaria es para el pensador. Allá, en la ciudad, como estás rodeado constantemente de gentes extrañas o conversando con tus conocidos, en fin, en medio de una vida bulliciosa, no puedes hablar contigo mismo, no puedes mirar tu alma. El bullicio aleja, mata el alma; ésta sólo se deja contemplar en medio del silencio y de la pureza… ¿Y se es feliz en la vida solitaria? El solitario goza de las más felices alegrías, así como de los más crueles dolores. En la ciudad tus placeres son pequeños: las mujeres, los amigos, el dinero; pero al mismo tiempo son pequeños tus dolores: la pérdida del dinero, una mujer enojada, un amigo ido. Y ¿cuáles son los placeres de la soledad? Los placeres de la soledad son muchos. Existe, por ejemplo, la alegría de ver cómo se mata un ideal, y cómo se crea un ideal; cómo se mata la verdad, y cómo se crea una verdad; y existe el terrible placer de ver cómo tiembla nuestra alma sobre el abismo de la ausencia de todo concepto, sobre el negro abismo de la nada.

* * *

Alta, y que parezca que un alma cansada dé a sus formas cierta desarmonía que esté más allá de los conceptos inventados por los hombres: esa es la mujer de belleza mística.

Para que aprendas a gustar la vida…

Es preciso escribir el sueño, la visión del mundo, durante el estado de alma en que lo concebimos, pues así le damos todo el amor, todo el dolor, toda la alegría de nuestro ser. Si lo dejamos para después, cuando nuestra alma haya cambiado, ésta influirá, haciéndolo a su modo, y resultará borroso y como hipócrita. No hay que olvidar que toda idea es la explicación de un estado de espíritu, y que en un solo día el hombre puede tener diez o más visiones del mundo, pues su alma puede estar ya triste, ya alegre, ya de un modo, ya de otro. Si dejamos la visión dolorosa para escribirla después, cuando ya nuestro espíritu no sea el mismo, no podremos darle todo el dolor que sintiéramos al concebirla.

* * *

Si encuentras tu placer en la sabiduría, aprende a gustar la sensación, sacando de ella el mayor número posible de meditaciones.

* * *

Hoy digo esta doctrina y mañana diré la contraria. En ninguna de ellas creo sino durante el instante en que está en mi alma. La vida es limitación, y por eso vivimos limitando, es decir, afirmando y negando. Toda doctrina es la expresión de un movimiento del alma. Cesa el movimiento, pues muere la doctrina.

* * *

El hombre que no se contradice, tiene el alma esclavizada por un sueño.

Psicología de las horas

Aprende que no toda hora es buena para leer a un autor. Como tú buscas experimentar el placer de todas las doctrinas; como deseas llorar y tener éxtasis divinos leyendo a Santa Teresa, y creerte infinito leyendo a Spinoza, y cansado de la vida leyendo a Schopenhauer… escoge el instante más propicio de tu alma, y la hora más propicia del día, y un lugar propicio también, para experimentar cada una de esas emociones. Panteístas leerás en la montaña, cuando la neblina cubra todo el horizonte de blancura, porque así, ante tus ojos no habrá contrastes y podrás creer infinito tu sueño. Místicos leerás en una casa vetusta y solitaria encerrado en el oratorio, en donde no haya sino un Cristo y un cilicio. Y es preciso que sea a la hora del crepúsculo, porque entonces es más fácil llorar… Pesimismos debes vivir en las horas que siguen a la muerte de los seres queridos…

Y así ¡oh amigo solitario! irás haciendo, poco a poco, de tu alma, el cofre sagrado en donde guardes toda la miel, toda la tristeza, toda la esencia de las infinitas ensoñaciones de la vida… Y entonces, sólo entonces, comprenderás la tristeza de ver eso afirmativo, limitado por contornos, que se llama un ser. Sólo entonces, la vista del hombre, del animal que hace muecas, te arrancará un grito de dolor, y comprenderás la tristeza de ser limitado.

En la soledad

Quien se retira del mundo ve con extrañeza que, poco a poco, su soledad se va poblando de creaciones de la fantasía. El solitario vive en perpetuo diálogo. Y cuando esto sucede es señal de que el alma ha llegado a visitarlo. Todo filosofar es una lucha interior de los instintos. Y el solitario inconscientemente personifica esos instintos. La palabra alma es impropia: el interior del hombre se compone de una infinidad de deseos y temores; el hombre tiene muchas almas. Y el solitario da sus almas a seres imaginarios, o bien, las reparte entre los objetos que le acompañan en la soledad. Por eso, en los escritos del solitario hablan los árboles, las fuentes, los animales; discurren el loco, el poeta, el viejo de las tristezas. Este repartir el alma, que se observa en gran manera entre las gentes de vida retirada, es común a todos. Cuando decimos: esta flor es hermosa; aquel árbol es triste, damos nuestra hermosura a la rosa, y nuestra tristeza al árbol, es decir les damos el alma. Porque en sí mismos ni la flor es hermosa, ni el árbol triste. Al árbol lo llamamos triste porque nos recuerda, porque tiene vagas semejanzas con aquello que contribuyó a formar en nuestro interior el concepto de tristeza. Así, la vida del hombre es una perpetua contemplación de sí mismo.

Siempre te ves a ti mismo

Dice Schopenhauer: «Los amigos se dicen sinceros; ¡los enemigos sí que lo son! Por eso debiera tomarse la crítica de éstos como una medicina amarga, y aprender por ellos a conocerse uno más bien».

La visión que los amigos tienen de ti, está coloreada por su amor, y la de los enemigos por su odio. Nadie puede conocerte. La imagen que un hombre se forma de otro es un sueño creado por sus instintos. Y tú mismo tampoco puedes conocerte: uno se conoce por sus actos, es decir, por el pasado. Así, yo, al estudiarme, juzgo a otro Fernando distinto, puesto que ahora tengo pasiones diferentes. De todos modos, mi alma ha variado. Mira, pues, cómo hasta la visión que uno tiene de sí mismo, es un sueño… Me represento un otro Fernando, y su imagen resulta un sueño coloreado por las pasiones del hombre de ahora…

Toda ciencia es imposible, hasta la psicología en la cual te habías refugiado. Todo es un sueño, coloraciones dadas al mundo por la cajita de colores, variables hasta lo infinito, que llevamos en nuestro interior…

* * *

Nada podemos conocer porque al llegar a nosotros una visión está vestida con las galas de nuestro espíritu.

* * *

No tiene importancia esta objeción que se pone a la psicología: «Es una ciencia imposible, porque son idénticos el ser conocido y el conocedor». Siempre nos juzgamos por el pasado; el hombre cambia constantemente, es decir, al estudiarnos, estudiamos otro ser distinto. La verdadera objeción es la del aforismo primero.

Entorna los ojos ¡oh solitario!

Oye, amigo solitario, una pregunta que te hará entornar los ojos: ¿por qué has venido a la soledad? Yo sé que tú dices que a contemplarte a ti mismo; que es imposible para el hombre ver otra cosa que no sea su alma, porque en el espacio que hay entre él y el ser contemplado, se interpone un sueño, que es la sombra del espíritu… y sé también la regla de conducta que te diste después de esas afirmaciones:

Ya que no puedo contemplar sino mi propia alma, debo ser silencioso, e irme a donde pueda ser mejor espectador de este juego de colores, de esta perpetua ensoñación que se llama vida… Todo eso está muy bien, y quiere decir: me hice solitario porque en ello está mi alegría. ¿Y por qué está allí tu alegría? Porque experimentas placeres espirituales de un encanto superior. ¿Y por qué llamas deliciosas esas sensaciones, o mejor, por qué son deliciosas? ¡Oye! y ahora vas a entornar los ojos:

Los conceptos nacen por comparación. Si el espíritu de todos los hombres fuese siempre del mismo modo, no habría dolor ni habría alegría. Es preciso que haya diferencia, que el alma cambie, para entonces poder decir: ahora es dolor… antes era alegría… Ahora delicioso, antes triste…

Así pues ¡oh amigo solitario! tú no vives de ti mismo. Esa delicia tuya tiene su fundamento en la tristeza de los otros. ¿Qué sería de la altura si no existiese la bajeza? Vives de los demás, a pesar de tu retiro. El fundamento de todo en la vida es el límite, la comparación. ¿Qué sería del gran contento que tienes en tus sutiles sensaciones, si no hubiese otros hombres de alma más pequeña?

* * *

El hombre no puede contemplar otra cosa que no sea su espíritu, y, al mismo tiempo, no puede vivir solo.

— o o o —

La muerte

Primera parábola

Un hombre soñó que se le había acercado un asesino a decirle: mañana vendré a media noche a clavarte un puñal… ¡Y tal vez sea cierto! se repetía el hombre al día siguiente…

Así mismo, los sueños de los pasados nos han hecho muy amargo el morir…

Y es éste un contento silencioso…

La señora decía: «Mire, ahora cuando el niño está muerto, recuerdo con igual placer tanto sus gracias como sus caprichos…».

He aquí por qué el pasado es tan silencioso: recordar es compadecernos a nosotros mismos por tantas cosas perdidas, que son como postes que indican en el camino a qué distancia estamos de la muerte. La dulzura del recuerdo está en su egoísmo. Es como si uno llorase su propia muerte. Aquel amado lejano lo recuerda ahora Teresa con amor, no porque lo ame aún, sino porque él le trae la imagen de otra Teresa distinta, muerta ya. El personaje odioso se recuerda también con cariño. Recordar es amarse y compadecerse a sí mismo. La idea de la muerte santifica el pasado.

Los niños

La muerte de los niños no es muy triste, porque ellos no saben que van a morir. Lo que hace terrible la muerte es el verla llegar paso a paso, y el considerar que el instante de entrar en el misterio se acerca por segundos.

Segunda parábola

Ha muerto Remy de Gourmont. El viejo dijo: ya, él, que luchó tanto con el misterio de la vida, está en ese misterio. Entre muchas tristezas que su muerte me trae, voy a explicaros una, poniéndola en parábola.

Dijeron a un hombre: en este cuarto está el cadáver de tu madre. ¡Entra! Y entró resueltamente…

Otra vez, estando lejos de su casa, unos le decían que su madre había muerto, y otros que no… Y llegó el hombre, y le dijeron: abre esa puerta y sabrás qué ha sucedido; sabrás si vive tu madre, o verás su cadáver…

¡No entro! —contestó el hombre—; ¡decidme primero qué ha sucedido!

¡Cuán menos horrible sería la muerte si supiésemos qué nos espera! ¡Pero entrar en donde todo es posible…!

Cuando el alma está enferma…

Juan Matías. —¡Pensar! ¡Leer! ¿Puede pensarse o leerse de nuevo? Que la vida es mala; que la vida es buena; que la vida ni es mala ni buena. ¿Acaso puede pensarse algo que no sea eso?

Juan de Dios. —Sí, todo es una tontería. Toda manifestación de vida es un anhelo de alejarnos del vacío que nos persigue. Todo se reduce a puntos de vista… La visión perfecta consiste en no ver; el conocimiento perfecto, en la suprema ignorancia, y la vida perfecta está en la muerte.

Juan Matías. —Tienes razón. La vida…

Juan de Dios. —¡No seas tonto! No afirmes. Toda palabra es una profanación de la nada.

Juan Matías. —El viejo Salomón…

Juan de Dios. —¿Quieres callarte…?

Y sólo cuando estés muerto…

¿Qué puedo esperar? ¿Qué alegría me atisba detrás de las puertas o en los caminos? ¿Seré acaso un muñeco que ha perdido todas las cuerdas que lo hacían mover? ¿A dónde se han ido los motivos?

Y los ojos del hombre que decía así, se detienen en el gato. Éste juega alegremente con su propia sombra.

¡Sabroso para ti que aún puedes moverte! Me está invadiendo un gran cansancio. ¡Sabroso para ti, que aún te hace vivir hasta la sombra de tu cuerpo!

Cuando el hombre dijo esto al gato, sintió algo como un contento. Meditó y dijo:

Ya apareció en mí una de las cuerdas que hacen mover al muñeco humano: ¡el orgullo por haber descubierto una nueva verdad!

¡Cómo lucha la vida encarnizadamente contra el pesimismo, contra la nada! Convéncete de que mientras seas un ser, una individualidad, mientras seas afirmativo, no eres pesimista; cuando más, puedes presentir la sombra de la nada. Schopenhauer no era pesimista, porque odiaba. Este divino nombre no lo busques sino en donde nada exista, ni odio ni amor; no lo busques sino en la absoluta indiferencia… De todo lo visible lo único que puede dar una idea del pesimismo que nos hace presentir la razón, es un cadáver.

La gran máxima

Nadie se interesa por ti sino en cuanto le agradas. De allí esta máxima filosófica: deja que los gatos se soben contra tus piernas, y tú, busca la felicidad en ti mismo.

Quiero que se me lea en silencio…

Estos pensamientos los he escrito para aquellos que no leen sino en silencio. Mis verdades huyen ante todo ruido. Un lector sabio, cuando coge algo nuevo, al momento se da cuenta de si debe leerse al medio día o a la media noche; acompañado o solo; en voz alta o en silencio. ¿Cómo leer de la misma manera a Heráclito y a Demóstenes?

Entonces serás buen solitario…

Serás buen solitario cuando aprendas a ocultar a los demás tus anhelos y tus éxtasis. Entonces tendrás dos almas: la una, que es sagrada para ti, no la dejarás ver de ojos impúdicos; que la vulgaridad es el gran enemigo de los grandes amores. Los mundos que se va creando el solitario son como fantasmas que sólo pueden vivir en el silencio. Oye: lo único cierto en el trato humano es la vulgaridad; donde se encuentran dos hombres que dicen palabras desaparece toda gran creación. ¡Hazte dos! Uno, el solitario celoso y repleto de anhelos, y otro, el hombre que afirma y niega.

La palabra

El día en que ella te contó en palabras su amor, fue un día triste: la palabra es la muerte de las cosas del alma.

Se explica el título…

¿Pensamientos de un viejo? Sí: es preciso fijarse en que el movimiento del espíritu sirve de medida al tiempo. Nerón, por ejemplo, murió a la edad de mil años.

La verdad

El hombre que afirma dice una mentira, y el hombre que niega dice otra mentira. He aquí: la verdad reside en el que tiene los labios inmóviles.

Cuando se va un amor

¿Por qué estamos tristes cuando muere uno de los seres a quienes amamos? Éstos forman alrededor de nuestra vida como una muralla que nos impide mirar más allá, a los misterios que rodean el mundo visible. Cuando amamos, la vida triunfa. Pero he aquí que al morir uno de ellos es algo así como si se abriese un boquete en la muralla, y una ráfaga del valle misterioso llegase hasta nuestra alma, haciéndonos temblar de frío. Por mucho tiempo sigue espantándonos la muerte…

Después, se levanta un nuevo amor, y quedamos libres y alegres…

El beso y la muerte

Todo beso que damos es una muerte: el morir de un deseo. Ya veis cómo hasta lo más alegre y vital nos habla de la muerte y es triste en el fondo.

El recuerdo

¿Has visto cómo se diviniza el amor a un ser querido cuando éste ha muerto? Es porque desaparece su alma, que se oponía a la tuya, y ya no pronuncia los tristes y no que te atormentaban haciéndote comprender tu limitación; es porque ya puedes soñarlo, porque tu espíritu puede complacerse haciéndolo como quisiera que hubiese sido. Ese recuerdo agranda el campo en donde tu alma puede creerse infinita.

¿En dónde encontrarte?

¿Dónde está el paisaje de la indiferencia absoluta, en donde no haya contrastes, en donde no florezcan los conceptos, las afirmaciones ni las negaciones? ¿En dónde encontrarte, mujer desarmónica, que estás más allá de la belleza y de la fealdad?

¡Oh, el país de las cosas sin sentido en donde nuestra alma se hace alma de todo!

Los silenciosos

Todo esto que digo de la muerte ¿crees que sea triste o alegre? No. Oye: en lo marchito, en todo aquello en que se pone un poco de meditación, está la alegría de los silenciosos.

El beso, y el anhelo de lo indeterminado

Un beso significa que la mujer abandona todas sus pretensiones de dominar, y que deja la voluntad en brazos del hombre.

* * *

Diez, quince, veinte libros. ¡Qué tristeza se apodera de mi corazón de solitario al ver estos pequeños objetos que se contradicen unos a otros, y que encierran las limitaciones inventadas por los hombres! Recuerdo a Anaximandro de Mileto que nos habla de lo indeterminado. Estos libros me hacen desear lo indeterminado, lo infinito; y el tic-tac del reloj me hace desear lo indeterminado; y hasta mi propio deseo me hace desear el silencio absoluto. Y recuerdo también, en esta noche triste, a Heráclito de Epheso, que «lloraba siempre» por no poderse asemejar al ser que no cambia jamás. Tienen razón los místicos: todas estas cosas de la tierra hastían nuestro corazón, y nos traen el anhelo de un no cambiar eterno.

El gran problema

El gran problema está en averiguar si después de muerto no vuelve uno a sentirse… Yo quiero… yo necesito… yo siento… El gran problema está en saber si en la tumba se disuelve ese yo…

En el hombre hay muchas almas

¿Amo alguna cosa? ¡Y mira qué multiplicidad hay en el hombre, pues yo aborrezco ese amor mío…! Quisiera no desear.

El hombre se aborrece a sí mismo

Ahora, en este instante, eres odioso para ti. Y la prueba está en que deseas. El que desea, es porque se considera incompleto, porque está descontento de sí mismo. De suerte que el hombre se aborrece siempre. Lo que se ha llamado amor propio del hombre, no es amor del hombre por sí mismo, sino por la imagen que en la lejanía se forma de su yo, por aquello que desea llegar a ser.

El hombre no vive para sí mismo

El hombre no vive su vida… Vive por el querer, es decir, vive la vida de un otro hombre que él se imagina.

¡Si pudiera alejarme de mis sueños!

Llegará un día en que el pensador, a fuerza de analizar su vida y de mirarla como una experiencia, sienta que el espíritu se hace doloroso… Llegará un día en que experimente odio hacia sí mismo, y lo exaspere el bullicio de su alma. El pensamiento se hace el inseparable enemigo del pensador. Salir de sí mismo, buscar la muerte puesto que ya el silencio sólo es posible en ella: ese es el gran deseo y ese es el final del hombre que por mucho tiempo acaricia a la culebrilla del análisis…

* * *

Por allá, en un oculto rincón del alma, hay un sentimiento refinado que hasta ahora ningún pensador ha descubierto: es el profundo desprecio y el profundo hastío que el hombre siente por sí mismo. La vanidad, es decir, el deseo de agrandarse ante los ojos de los demás, eso es lo que no permite ver el desprecio que cada uno de nosotros tiene por su propia sombra…

Si únicamente en el misterio puede vivir el amor, ¿cómo amar nuestra sombra, que jamás nos abandona?

* * *

Tú, amigo atormentado y solitario, desearás algún día la muerte: el día en que se te haga intolerable el no poder apartarte de ti mismo.

* * *

El estado normal del hombre es la estupidez y la vulgaridad.

Es preciso vivir

¿Que el joven dice: esa montaña es triste? No; que suba antes a ella con alegría de corazón, y que la mire atentamente. El cansancio antes del viaje es una tontería.

¡Pobres humanos!

Para vivir, después de mirar la vida, es preciso tener el corazón bien templado. Es necesario aceptar el dolor como un hermano inseparable del contento. De toda altura se cae: esa es la máxima de la vida.

En la hondonada

I

Siento, como si fuese un caduco Herodes espiritual, una tristeza infinita, y una infinita ansia de poseer la muerte, de darle un beso a la muerte… Blasfemaré de la vida hasta que mis blasfemias me vuelvan la alegría… ¡Bendito sea el instante en que logre entristecer a los hombres! ¡Bendito el día en que mis odios y mis verdades odiosas maten las sonrisas de las niñas sonrosadas! ¡Benditos sean los tormentos y fantasmas aterradores del ultramundo, porque ellos hacen que el hombre patalee ridículamente al morir…!

II

¡Cuán divinos aquellos emperadores romanos que tenían deseos de dioses corrompidos…!

III

¡El hombre se ha hecho bueno!

Eso atormentaba al discípulo de Dionisos. ¡Ya no hay un Nerón! ¡Ya no hay uno que, como el filósofo griego, siembre un árbol para que los hombres se ahorquen! ¡Ya, en la tierra raquítica, no puede aparecer un hombre tan corrompido y divino como el caduco Herodes…!

IV

«Vendimión soñaba
desde su escondrijo.
Un amor le entraba
por el amasijo
de su carne enferma».

Es una gran aristocracia hacer de nuestro espíritu el huerto de todas las corrupciones espirituales…

V

«Podredumbre errante,
Vendimión leproso
de humor asqueroso
cubierto el semblante…».

Cultivar el espíritu es hacerle una llaga al espíritu. Presentarás un espectáculo digno de verse, cuando, a fuerza de paciencia, logres poner en tu alma una llaga tan grande como la que llevaba Job en su cuerpo.

VI

Ya la tristeza del vencimiento nimba mi cabeza de sátiro joven… No ya mis pupilas se abren para que penetre la luz de la estrella lejana… Insensibilidad decían los santos a esto que yo siento, y que consiste en retirarse de las fiestas, cuando las voces suenan con mayor alegría… «No ya mi ser conturban, equívoco universo…» decía Verlaine cuando su alma dejó caer las ilusiones… Un libro y un horizonte escueto serán mis únicos compañeros, mientras llegue la muerte temida… Corrí tras la ilusión con toda el ansia espiritual del sátiro más ansioso y más joven, y ahora me tiendo de nuevo bajo mi árbol a despreciar las ilusiones con toda la tristeza del sátiro más envejecido. ¿Habrase visto una alegría más grande que mi alegría?, dije cuando disparé la flecha de mi arco… Y ahora puedo exclamar con justicia: ¡Pero habrase visto una tristeza más grande que mi tristeza!

Hay hombres que nacimos para vivir, a pesar de que no lo quisiésemos, acompañados sólo por nuestra llaga espiritual…

Montaigne

No sé por qué se me ha ocurrido atribuir esto a Montaigne… Fue un amigo a visitarlo, y le encontró guiñando los ojos del modo más compungido. Es preciso advertir que Montaigne sufría del mal de piedra. ¡Ay amigo!, exclamó el filósofo. ¡Si la vida fuese siquiera divertida! Pero pensar que a más de tener que ser payasos en esta mala comedia, después quizá también nos quemen en el infierno…

Las muecas del moribundo

En verdad que las muecas y guiños que hace el hombre al morir deben ser muy risibles para el Dios que tenga encerrado el secreto de la muerte… Pero son espantosos para nosotros, ¡pobres humanos! ¡Cuánta razón tuvo Ciro al cubrirse el rostro con un velo en ese momento!

Voltaire

Mi sueño de anoche fue muy interesante. Estuve conversando con Voltaire. Con una sonrisa en sus labios inmortales, me dijo: «A todo hombre que come la fruta del árbol del Bien y del Mal, se lo lleva el Diablo. Pero dime, querido discípulo, ¿cómo entretener la vida si no es jugando con la serpiente…?».

La filosofía y la muerte

Dice Federico Nietzsche que no se debe hacer caso a un pensador cuando comienza a envejecer, porque entonces está, por decirlo así, más allá de la vida. Pero las sombras que desde lo alto arrojan las nubes a la tierra, ¿no pertenecen, por ventura, a la tierra? ¿No son de la vida también los terrores que sobre ella arrojan los fantasmas del más allá, los sueños que pueden ocurrir bajo la losa del sepulcro…?

El pesimismo y la muerte

«¿Quién no desearía por el interés mismo de Wagner, que se hubiera despedido de su arte, no con un Parsifal, sino de una manera más segura…?».

Yo afirmo que ante el misterio terrible de la muerte, el hombre nervioso y genial siempre será pesimista. Era necesario y fue hermoso el que Wagner se despidiera del Arte con una obra negativa, schopenhaueriana… ¿Es el pesimismo la verdadera doctrina? Esa pregunta de que si tal teoría es la verdadera ya no la entienden los filósofos. Lo único que afirmo es que el pesimismo es la doctrina apropiada para morir; que es imposible poner buena cara al despedirse de la comedia y entrar en el ¡quién sabe!

Juan de Dios y Juan Matías

Juan Matías. —Estoy seguro de que si esperamos que nuestra vida se acabe por sí misma, moriremos de rodillas… Por lo tanto he resuelto que nos suicidemos un día de estos…

Juan de Dios. —¿Y si hay diablo? Mira cómo después de estudiar tantos autores serios, todavía nos preguntamos como unos colegiales: ¿y si hay diablo?

Juan Matías. —Entonces te propongo que nos hagamos buenos…

Juan de Dios. —¡No! ¡Sería un tormento parecerme a mi tío Rómulo!

Juan Matías. —¿Entonces?

Juan de Dios. —¡Vete a un cuerno!

El escepticismo y la muerte

Nerón fue el exponente más hermoso del escepticismo. Comenzó siendo muy bueno. (Todos al principio somos buenos).

Luego tuvo de cicerone en la vida a uno de los hombres que mejor han sabido desnudarla, es decir, un hombre malo: Séneca… Al poco tiempo de sus pláticas filosóficas con Séneca, comprendió Nerón que la vida sólo valía la pena para hacer buenas salsas con ella. ¡Y que fue un buen cocinero! ¡Cuán digna de un estómago escéptico aquella carnicería del circo! ¿Y qué obra maestra supera al acto olímpico de quemar a Roma por el deseo de hacer un hermoso poema? En eso superó Nerón a todos los hombres. Que fue el mejor actor y el que más bien se ha divertido nos lo dice él en sus últimas palabras: ¡qualis artifex perit!

* * *

Nerón no supo morir. Le estaba tomando gusto a su papel de artista, y tuvo que llamar a un esclavo para el desenlace. Éste siempre es obra de esclavos.

Lo que me agrada en Nerón, y en Voltaire, y en Montaigne, fue que no supieron morir. El que sabe morir es idiota; el que sabe morir no supo vivir: que siempre al cómico, cuando tuvo talento para representar su papel, lo entristeció la caída del telón.

* * *

La única manera de morir dignamente que nos queda a nosotros los buenos cómicos, los que hemos sabido hermosear la comedia, es una muerte violenta: una muerte que no nos dé tiempo para pensar que nos vamos de la vida…

La vida y la muerte

El hombre vive descontento de sí mismo y desearía ser de otro modo. De ahí el que la mentira reine en toda confesión. De ahí el que no sea sincera la de San Agustín, ni mucho menos la de Rousseau…

* * *

¿Por qué vive el hombre descontento de sí mismo? Porque sólo ama lo que no tiene.

* * *

¿De dónde este querer continuar el movimiento que se llama vida? Del deseo. ¿Y el deseo? De que el hombre jamás está satisfecho de sí mismo.

* * *

Y la única explicación que se ha dado hasta ahora de este perpetuo descontento del hombre, es la místico-panteísta: una reminiscencia de lo infinito, y un deseo inconsciente de unificarse a Dios.

* * *

Muerte alegre es imposible. No la esperes. Sería preciso que el corazón se aquietara, que desapareciesen todos los deseos, y que desapareciese la duda también: dos cosas imposibles en un hombre inteligente. El maestro Séneca dice: Miserum est nescire mori. Muy cierto, y muy cierto también que ningún hombre de talento, que ningún hombre que presienta el misterio, sabe morir. Para eso es necesario ser bobo, haber perdido las facultades sutiles que a todo ponen un ¡quién sabe! Montaigne que murió de rodillas, y el inmortal Voltaire que desesperó y blasfemó en los últimos momentos, son dignos de todo mi respeto… No hay ningún barco seguro, es decir, no hay ninguna afirmación posible… Es preciso someternos a vivir temblando como una hoja, y morir con el alma acobardada por el miedo… El valor en la muerte, repito, es indicio de tontera… Para que no lo fuese, sería necesario que supieses algo firmemente, y está probado ya que todo el que cree saber algo firmemente es idiota…

¿Cómo matar esta tristeza?

Hay en el hombre una especie de dualidad que engañó a Platón y a los místicos, llevándoles a decir que el hombre es cuerpo y espíritu: por una parte, somos vida, es decir, es necesario para nosotros el fin, y por otra, el pensamiento nos dice que el fin no existe…

Por una parte, somos limitados, afirmativos, y por otra, la razón nos lleva a la nada, a la ausencia de vida, de conceptos…

En verdad que el pensamiento es el cáncer de la vida. El animal hombre es el más atormentado porque lleva en sí mismo su contradicción… Arouet fue impúdico cuando puso esta nota al pie de una de las divinas desconsolaciones de Pascal: «… mais, pour peu qu’on se serve de sa raison, on avouera que, de tous les animaux, l’homme est le plus parfait, les plus heureux…».

Y yo creo que fue ella

Estoy fatigado… Toda esa comedia de la vida me repugna. ¿Qué me importa el superhombre? ¿Seremos, acaso, más felices? No hay felicidad si no hay dolor… ¿Seremos, acaso, más grandes? No hay grandeza si no hay pequeñez… Todas esas palabras son engaños de la vida…

El silencio

¡Oye amigo! Tú no tienes razón ni para reír, ni para llorar, ni para despreciar, ni para amar… No tienes razón ni para hablar, ni para obrar… Refúgiate en una absoluta indiferencia. Todo lo que indica vida es el preludio para la risa de los dioses. Pero… Sí: perdona amigo, yo tampoco tengo derecho para afirmar…

¿Qué más trágico?

¡Algo espantoso sucedió al animal hombre! Apareció en él la razón, facultad absurda que busca la verdad, y la verdad no existe… ¡Algo espantoso sucedió al hombre! Apareció en él su propia negación. Comenzó a reírse el diablo…

En último término la filosofía es el camino de la muerte. La razón es esencialmente enemiga de la vida… Por eso, sólo en las almas tristes arraiga el pensamiento…

* * *

La razón nos lleva a la negación completa. Es la enemiga de la vida. «La pereza es lo único que nos hace recordar que somos dioses venidos a menos…». Pascal.

Todo es una imaginación

Todo en la humanidad es sin finalidad alguna. Sólo que los hombres inventan fines, y así, aquellos que los cumplen se creen superiores a los pobres que tienen otros distintos, o que han comprendido la metafísica de la rueda, y se dejan llevar por la vida con una sonrisa indiferente en los labios…

¡Qué tristeza oírse siempre uno a sí mismo!

Felicidad es la esperanza de lograr un deseo, y tristeza el convencimiento de que un deseo es imposible. Pero como la esperanza de lograr un deseo va siempre acompañada de la exasperación por alcanzarlo pronto, y de la sospecha de que quizá nos engañemos y sea imposible, de ahí el que toda alegría vaya acompañada de un poco de tormento… Y como jamás se pierde la esperanza, como el hombre lleva siempre oculta en un rincón de su espíritu la creencia en la casualidad, el convencimiento de que pueden soplar vientos favorables, puesto que la trama de los vientos es tan misteriosa, de ahí el que no haya una tristeza absoluta, sin una mezcla de alegría…

Esta no se encuentra en la posesión, porque al poseer una cosa, uno se llega a su altura, y lo que es igual pierde el atractivo. La flecha del anhelo se lanza entonces un poco más alto… Tampoco está en la ausencia de deseos, porque ese estado es imposible: no desear es no necesitar, y donde hay vida hay necesidad… El estado de ausencia de deseos es un estado negativo.

Así, mientras vivas estarás en un estado de movimiento, de exasperación, sintiéndote a ti mismo. Unas veces con los ojos brillantes porque la ilusión se acerca, y otras cabizbajo porque se fue lejos la estrella de tus sueños…

¡Hasta que mueras y reposes! Pero fíjate que no sabemos si puede alcanzarse la muerte. Llamamos muerte a algo que no sabemos qué es. Sólo sabemos que al morir, el hombre deja de hablar y moverse.

¿Pero quién sabe si ese hombre que ahora agoniza va a dejar de sentirse o seguirá viéndose a sí mismo en otra especie de vida? ¡Quién sabe si es imposible morir!

Esa mi exclamación cuando estoy cansado del bullicio de mis deseos. ¡Qué tristeza oírse uno a sí mismo eternamente!

¡Qué tristeza no poder alejarse de su propia alma!

Para el pensador que ha vivido buscándose a sí mismo, una de las grandes tristezas viene a ser el no poder perderse de vista a sí mismo…

El amor y la muerte

¿Por qué buscamos constantemente nuevos amores, y queremos hasta unificarnos con el universo todo? ¿Cuál es el acicate que nos hace amar así la vida? Es la certeza absoluta de que vamos a morir, lo que nos lleva, así, como locos, en pos del acrecentamiento de nuestra alma. He allí por qué es sagrada la muerte. Ella es la creadora del valor de la vida.

La soledad

¿Por qué toda conversación hastía a los hombres de grandes anhelos? ¿Por qué esos hombres llaman sagrado al silencio? ¿Por qué es alegre para ellos la compañía de los animales? Precisamente porque al ver en frente de su alma otras almas distintas, que tienen aspiraciones diferentes, se entristecen, se ven limitados. Su deseo es poseer todas las cosas, hacerse infinitos, dar su sentido al mundo. El choque con otras almas los entristece, y de ahí que se hagan solitarios y soñadores. A los sencillos animales, a los árboles, a las nubes, sí pueden darles su alma…

¿Para qué discutir?

«El cuadro no es así como tú dices; convéncete de que yo tengo razón».

Y los dos amigos tienen razón.

Cada uno de ellos ve el cuadro a su manera. Es imposible que lo vean tal como es, porque es imposible suprimir la distancia, y por lo tanto, siempre habrá espacio para el sueño… Y como el sueño es distinto en ellos, por eso es distinta la visión. Discutir es una tontería. Digamos siempre: somos limitados; siempre habrá y yo; es imposible suprimir el espacio y el tiempo, y por lo tanto, siempre seremos los soñadores de las cosas…

El escéptico

I

¿Ha llegado a tu alma una gran embriaguez? Gústala poco a poco, y con egoísmo…

II

Di siempre: «Tiene usted razón». Rodea al hombre un misterio en donde todo es posible porque nada es cierto: la muerte, la tristeza, la belleza… «Tiene usted razón», es decir, usted no tiene razón ni para reír, ni para llorar, ni para afirmar…

III

Todo lo ruidoso es vulgar y hastía el alma. ¿Tu corazón quiere desbordarse y echar fuera su sentimiento? Dirígelo sabiamente, y no muestres jamás en el ruido tus amores ni tus ideas…

IV

El escepticismo está en el silencio absoluto. Esto explica el porqué jamás podrá haber un escéptico verdadero. Mientras lleves en ti la vida, estarás repleto de afirmaciones y negaciones. ¿Qué es sino un amor? La negación de otros amores. Todos los grandes filósofos han presentido el silencio, pero les ha sido imposible hundirse en él. Mira a Federico Nietzsche: llegó a comprender como nadie la tontería de toda palabra. Y como era un hombre, un limitador, predicó al fin la filosofía del superhombre, del gran limitador, de aquel que impone a todo su propia alma, que se hace a sí mismo medida de las cosas.

V

La muerte es espantosamente terrible para nosotros los escépticos, precisamente porque jamás decimos , o no. ¿Qué sucederá? Y el hombre que no es escéptico, es un pobre de espíritu, y de los pobres de espíritu es el reino de los cielos: no tienen por qué temer…

VI

¿Qué habrá en ese cuarto oscuro?

¿De dónde vendrán esos ruidos?

No es ruido de cadenas porque…

No son gemidos porque…

Y así continuó analizando el hombre que se hacía aquellas preguntas…

¿Entendéis la parábola? La losa del sepulcro es la musa de la filosofía…

Allí estaba el alma del niño

Ella decía: mire usted cómo ya no reconozco este campo. Es el niño muerto quien me hace ver todo como un libro. Cuando vinimos por primera vez ¿recuerda usted que la sombra de los pomares era sólo una sombra en donde se estaba agradablemente? Y ahora, no puedo ir allá sin hundirme en los tristes recuerdos del niño, poniéndome a meditar en cosas muy raras…

Toda vida y todas las cosas son incoloras, y nuestro espíritu va pintándolas a su manera. En estos campos, puesto que están impregnados de mi alma, puedo estudiarme a mí mismo. Que los caminos andados ya, son para los viejos el libro de la gran sabiduría…

La inquietud

Sí; toda alma de grandes anhelos tiene que someterse a ser atormentada por la inquietud; lejos de ella está la risa que indica confianza. El hombre es del tamaño de su deseo, y ¿qué grandeza hay en este mundo, en donde cada cosa sirve de límite a las otras? Quisieras poseerlo todo, y es imposible, posible sólo en el dulce engaño del sueño. Se está alegre cuando se cumplen los anhelos; y ¿cómo satisfacer tu deseo? No: sólo es posible en la muerte; es preciso que tu vida sea un perpetuo anhelar. Por eso dice el divino Leopardi, que al nacer un nuevo amor en el corazón, un desiderio di morir si sente

Todo es posible en la muerte

La muerte me hace temblar de espanto; es para mí una pesadilla perpetua. «Un cadáver. Mira: es como si fuese un poco de tierra; ya ese hombre no siente; ya para él no hay alegría ni tristeza…». ¡Oh! si fuese así, yo comprendería cómo puede ser alegre para algunos la muerte. ¡Un descanso! Pero ¿cómo poder asegurar algo? ¿Cómo afirmar sin que detrás esté la duda burlona? ¡Y eso es lo espantoso! Todo, todo es posible en la muerte porque nada es seguro. Porque nada es seguro, en ella está para nosotros el tormento eterno, el descanso, quizá una pesadilla eterna, o un vagar perpetuo…

— o o o —

El jugo de la manzana

Los remordimientos

Hoy, después de un acto al cual precedió en mi interior una larga lucha de motivos, me dije: las dudas, las vacilaciones, los titubeos, deben ser antes de la acción; entonces debemos objetarnos hasta la crueldad. Pero después, cuando todo ha pasado, ¿para qué seguir atormentándonos? ¿Para qué admitir remordimientos?

Y ahora, en mi cuarto, apaciblemente tirado en la cama, contemplando las arañas, he visto una nueva verdad. Sí: ese dolor que se experimenta después de toda acción, no es otra cosa que los lloriqueos de los instintos que se oponían a ella. Y esa tristeza hace que los instintos que nos impulsaron al acto, se pongan a filosofar, a buscar razones para justificarse. La tristeza del pasado nos vuelve cazadores de verdades. Los tormentos son los torcedores que impulsan al hombre por el camino de los sueños. Federico Nietzsche fue impúdico cuando dijo: los remordimientos de conciencia son una cochinada.

¡Sean para mí, desde ahora, santos los tormentos! ¡Santo sea para mí el dolor! ¡Santo sea el remordimiento!

El que se acostumbra a vivir en las alturas…

Hice mal en burlarme del poeta cuando vino a recitarme versos.

Fue un poeta muy alabado en otro tiempo.

La gloria literaria es el manjar más apropiado para satisfacer el instinto dominante del hombre: el de levantar la cabeza por encima de los demás. ¿Por qué culparlo entonces si va por el mundo buscando un poco de antiguo prestigio? ¿Cómo culpar a ese pobre poeta si ya no quiere otra cosa que gloria? ¿Cómo culpar al perrillo que criaron con leche, si ahora no quiere tomar sino leche…?

¡Pobres de aquellos que acostumbran sus almas al placer de verse altas y aclamadas por los hombres! Es preciso huir a tiempo del placer de mirar por encima de todas las cabezas.

¡Cuán ridículos esos vanidosos que nos siguen implorando una alabanza, y que no se satisfacen jamás, porque siempre olfatean que se les da una limosna! ¡Pobres esos vanidosos que creyeron fácilmente en sí mismos, el día en que los aclamó una muchedumbre estúpida!

Yo quisiera dar un consejo a los jóvenes:

El hombre no debe creer en sí mismo, hasta el día en que se vea obligado a ello por la evidencia, hasta que se haya probado a sí mismo que es grande. Si el hombre cree al pueblo cuando éste dice: ese hombre es grande; es decir, si cree porque el pueblo lo dice, y no porque él lo haya visto, corre el peligro de que el tiempo no deje de su grandeza otra cosa que la hinchazón vana de su alma…

El que se acostumbra a vivir en las alturas, no puede vivir en los socavones.

Y es preciso no soñar que se vive en las alturas, porque el despertar es muy triste.

Los aplausos, la esclavitud y la libertad

Los aplausos tienen esta ventaja: al hacer creer a un hombre en sus fuerzas las adquiere realmente.

* * *

El escritor que consigue un público corre el peligro de morir aplastado por el peso de sus admiradores. El público lo limita. Ya no piensa sino para ser admirado, y solamente aquello que pueda gustar a sus discípulos.

* * *

La gran inteligencia sólo puede vivir en la libertad. Por eso muchos escritores cuando triunfan no vuelven a hacer nada que valga la pena. Se hacen esclavos de sus admiradores.

* * *

Un hombre sólo por el hecho de ser discípulo pierde la mitad de su talento.

* * *

Una multitud, admirada de la independencia salvaje de aquel predicador, le seguía por todas partes. Cuando el grande hombre hubo visto aquello, la miró complacido, y ya no volvió a decir nada sin consultar antes a la multitud. Su amor a la gloria le hizo perder la cualidad que le había hecho glorioso. Esa es la historia de muchos grandes espíritus.

* * *

El filósofo que acepta un discípulo renuncia a la libertad del pensamiento.

* * *

El hombre que no está por encima de las alabanzas, puede considerarse el más desgraciado.

Nietzsche, el hombre púdico y el esclavo

Federico Nietzsche fue uno de los hombres más atormentados. La vida y el pensamiento le hirieron de tal manera, que por último predicó el superhombre, la glorificación más atrevida de la existencia. ¡Pero no os engañéis! El lloro, cuando llega al grado supremo de amargura, se convierte en risa… y de una gran desesperación salió aquel heroísmo.

* * *

Aquel hombre ha venido a alabarme. ¡Qué impúdico! No sabe que es preciso tener el derecho de alabar.

* * *

Quien te alaba cree que eso te dará un poco de felicidad, es decir, te insulta, puesto que te cree esclavo de la multitud.

* * *

Mide la grandeza de tu esclavitud por el número de seres y de ideas que te detienen cuando quieres hacer algo.

* * *

Es imposible la absoluta libertad, pues siempre serás esclavo del capricho de cada instante. Y si deseas vencer el capricho, eres esclavo de ese deseo. Sólo en la muerte se encuentra la absoluta libertad, porque entonces se liberta uno de sí mismo.

El consentimiento universal

La máxima: «Lo que todo el mundo afirma es verdad», debe entenderse así: el sueño de la mayoría es el considerado como cierto; es la moneda que se usa en el mundo. Pero eso no quita el que todo sea un sueño, y que el sueño de nosotros, los que no somos todo el mundo, sea el más atrayente y simpático.

Mis orgullos

¿Que la verdad no existe, y que por lo tanto tienes derecho a obrar a tu amaño? ¡Bien! Pero eso no impide que seas repugnante para mí. ¿Crees, por ventura, que sólo obliga la verdad? No; la mentira es a veces más divina que todas las cosas de la tierra…

* * *

¿Dices que esa mujer no es bella? ¿Qué sabes tú de estas cosas? Su hermosura está por encima de ti. No puedes gustarla. No tienes derecho. Lo que a ti te parece bello es de escala inferior…

La nariz chata es distintivo del esclavo. Para distinguir bien los olores es preciso tener una nariz patricia, de crítico, de hombre domado. ¡Cómo era sutil la de Goethe, el hombre más púdico!

De qué manera somos orgullosos

Tú eres plebeyo puesto que no sabes que se puede ver sin mirar, y decir sin hablar… Tú eres plebeyo porque no sabes nada de matices: ignoras cuándo tienes derecho para alabar, cuándo se debe reír, y cuándo se debe llorar… No tienes dos almas: una dominadora de la otra. Tienes un alma que es esclava de la vida.

* * *

¿Se me permitirá decir unas cuantas palabritas? No doy derecho para juzgarme sino al que haya vivido la vida saboreándola con recogimiento. A ningún sabio de biblioteca doy derecho para juzgarme. Estas cosas no se aprenden; es preciso vivirlas. Esos sabios se le acercan a uno, hasta en el teatro, para hablarle de la psicología de Napoleón.

Estas cosas no se aprenden en los libros. El que tiene corazón plebeyo, eternamente será plebeyo, ¡aún en la bienaventuranza!

A los impúdicos

Al escribir algo, pongo en ello todo mi amor, toda la energía de mi ser. Para mí son sagradas mis obras… Y sin embargo, tú vienes a hablarme de ellas: ¿ignoras que la bondad de una cosa se mide por el tamaño de aquellos que la admiran…? ¿No sabes que para que una alabanza no humille, es preciso que el admirador sea un poco digno y grande?

I find the English man to
be him of all men who
stands firmest in his shoes.

Emerson

El orgullo es algo sagrado. Entiendo por orgullo el saber tratar a cada hombre según la distancia a que esté por encima o por debajo de nosotros. Por eso el orgullo es de muy pocos, pues escasos son los hombres que tienen el alma suficientemente ágil para medir con precisión las distancias espirituales. No acabo de admirarme al considerar cuán púdicos y cuán sutiles son los ingleses para esto de los sentimientos. Son los grandes maestros. En sus escritores políticos se aprende mucho de matices.

El orgullo se apoya en esta gran verdad: los hombres no son iguales.

Juan de Dios y Juan Matías

I

¿Sabéis quiénes son Juan de Dios y Juan Matías? Al comienzo fueron una imaginación; al principio eran sólo una multiplicación de mi yo. Pero ¿ahora? Ahora, amigos, me he hecho una vida filosófica. He aprendido de Nerón a hacer guisos con la vida. Construí dos muñecos de trapo y los senté en dos sillas, uno en frente del otro.

Llevé a ese cuarto un sillón Voltaire para mis horas eternas. Y en ese sillón paso los días enteros oyendo las conversaciones de mis dos amigos. ¡Oh, qué divinas charlas estas de mis Juanes…!

* * *

Juan Matías. —Sabe, mi querido Juan de Dios, que yo me considero el primer vago de la tierra, y el hombre más escéptico bajo el cielo…

Juan de Dios. —Y por eso mismo, amigo Matías, vas a morir de rodillas diciendo que crees hasta en la luna…

Juan Matías. —Coge ese libro de Platón y lee un diálogo, para ver si me duermo y le gano una hora al tiempo…

Juan de Dios. —¿Tú estás creyendo que yo leo aún? Leer es discutir con un autor, y sólo los estudiantes y las mujeres gustan ya de aprovechar el tiempo y ponerse rojos de entusiasmo…

II

Juan Matías. —¿Qué es un genio?

Juan de Dios. —Uno que se aparta de la multitud e inventa un nuevo camino…

—¿Y qué sucede…?

—El rebaño a veces sigue por el nuevo sendero…

—¿Y cómo termina la comedia?

—La multitud se trepa a la colina en donde está el genio, y entonces éste se convierte de nuevo en rebaño…

—¿De suerte que el genio sirve para hacer mover la humanidad?

—Exactamente.

—¿Y hacia dónde va la humanidad?

—Hacia ninguna parte. Los fines son los sueños de los hombres superiores.

—De tal suerte que…

—Exactamente, amigo Juan Matías…

No te parezcas a tu abuelo

Donde la conciencia del hombre va perdiendo su poder y desvaneciéndose en la obscuridad, allí principia el país de lo misterioso y de lo absurdo. No hay misterio ni absurdo sino porque nuestro espíritu es limitado. Todas las ideas y todos los sentimientos existen en potencia. Cualquiera cosa que imagines, todo sentimiento que supongas, es posible, no es absurdo, ni es misterioso, ni es bello, ni es feo… El hombre se imagina que existe la belleza, porque con su visión limitada sólo ha visto una parte de la infinita posibilidad, y ha dicho:

«Esto es lo feo, y esto es lo falso…». La vida es un infinito campo indeterminado, sin ningún sentido ni color, en donde es posible ver todos los sentidos y limitaciones… Con nuestro espíritu definido podemos inscribir todos los valores que deseemos en esa enorme tela incolora que llamo La posibilidad infinita. Y puesto que no hay nada imposible, puesto que no hay nada absurdo (lo absurdo es la manera como tú no determinas lo indeterminado) ¿por qué no buscar nuevos conceptos, nuevos valores, nuevos ídolos? ¿Por qué no trabaja cada hombre por considerar la vida de una manera extraña, original, y no llevar siempre, como una fría y pesada losa, los moldes de los abuelos?

Busca la manera de no parecerte a tu abuelo: esa es la máxima. La vida es como un papel que no tuviese ninguna forma por ser infinito. Y de ese papel indeterminado, cada hombre, por ser finito, recorta un figura determinada… Yo te aconsejo que no saques de ese papel el mismo muñeco que sacó tu abuelo.

La gordura y el talento

La tristeza que procede del vencimiento es mala y trae al alma deseos de venganza y odios raquíticos. Pero hay una tristeza noble, y es la del luchador que persigue un fin demasiado alto, y que teme no poder alcanzarlo. Es decir, hay una tristeza que indica en el hombre deseos de superarse. Todos los grandes al principio de su carrera han conocido este animalito atormentador. Todos los grandes hombres han sido demacrados y flacos al comienzo, y luego se engordan. La gordura es el fruto del deseo satisfecho. Es privilegio de la riqueza y del talento vencedor…

Juan Matías. —Pero ningún retórico de los buenos tiempos de Roma, te perdonaría eso de terminar con la gordura…

Mis orgullos

¿Os parece imposible que yo escriba estas cosas? ¿Tendré necesidad de repetiros mi descubrimiento histórico de que Nerón murió a la edad de mil años?

El peligro

A todo pensador, cuando los ojos de la multitud comienzan a mirarlo, le pica la tarántula de las afirmaciones: se hace fundador de sistemas. Además, a los treinta años, el filósofo principia a descomponerse, y en su interior nacen gusanillos como estos: ¿para qué analizar tanto? ¿A qué fin conduce este disecar la vida? ¿No sería mejor inventar una doctrina, para que los hombres vivan según ella? Es decir, a los treinta o cuarenta años comienza el descenso hacia el misterio, y el inventar salvavidas para cuando el Requiescat in pace.

Es muy difícil…

Aprender a leer es muy difícil, pues es lo mismo que aprender a conversar con los pocos grandes hombres que han sido… ¡Qué candor el de algunos cuando afirman: «Yo he leído a Pascal»! Para leer a estos autores es preciso haber meditado mucho en la manera de mirar la vida y de gustarla… ¡Y cómo se vuelve tranquilo nuestro interior cuando hemos aprendido a leer, es decir, cuando sabemos discutir con los hombres escogidos…! En el trato humano nos asedian tantos importunos, que es necesario aprender aquel arte para aliviar el alma…

Federico Nietzsche

De toda altura se cae; toda alegría es preciso pagársela a la vida con tristeza. Federico Nietzsche es para mí el hombre que a mayor altura elevó su alma. Su Canto a la noche supera en pasión a todo lo que se haya escrito… ¡Y pagó a la vida de una manera grande también! Son horriblemente trágicas las palabras que decía a su madre durante la locura: «Madre, soy bestia». (Müter, ich bin dümm).

Mi tío era Volteriano

—Cuando yo era pequeño…

—«Y me tiraba boca arriba…».

Perdona, querido tío, pero recordé que así mismo comienza un diálogo de Heine…

—¡Bien! Durante mi niñez Voltaire fue uno de mis diablos. Ahora somos muy buenos amigos, y es uno de los únicos hombres que me divierten… Eso para contarte que una de las cosas más entretenidas, es jugar con los diablos de nuestra niñez. Recordando aquellos tiempos, es de intensa melancolía decirle a Voltaire: «¡Pero si tú eres un muchacho muy divertido! ¡Pero si no tienes rabo!».

El freno

Señal de sabiduría es cuando el hombre, teniendo una alma fogosa, logra dominarla y hacerse un exterior flemático. «No corras, dice el filósofo a su alma inquieta; las cosas que quieren dejarse coger esperan siempre».

El majestuoso

Aire imponente adquiere el hombre cuando consigue que no le importen nada los decires de la gente.

Estudiarse a sí mismo

Voy a mi biblioteca con intención de leer, y al tomar un libro se me ocurre esto: el libro me hablará de cosas sin importancia para mí, puesto que en él no está la manera como veo la vida ahora. Para que hallase placer en su lectura sería preciso que me dominara, y me comunicase los sentimientos de que trata. Leer es vivir una vida prestada. ¿Por qué no estudiarme a mí mismo, sentado apaciblemente, y no perder los ojos contemplando vidas que no son la mía?

Puede ser manso

A. —Aquel escritor debe ser intratable e iracundo como ninguno. B. —No lo creas. Insulta en el papel, gasta sus energías en el papel. En el trato con los demás debe ser amabilísimo, y manso como un cordero…

El maná

Es preciso que cada hombre busque una manera original para mirar la vida. Lo difícil está en hallar esa manera, pero es posible. La vida es como el maná de los hebreos…

El suicidio

El suicidio puede ser un acto de bobo, y puede ser también el final de un alma grande…

El pensador

Se llega a ser pensador cuando se consigue el ser sincero consigo mismo.

Una frase magnífica

En todas mis lecturas, jamás he encontrado nada que me emocione tanto como esta frase de Dostoievski: «Los hombres verdaderamente grandes, deben de experimentar honda tristeza en la tierra».

La vida

El fundamento de la vida es el deseo, el querer ser diferente. Todo ser vivo quiere ser diferente de como es, puesto que no se puede imaginar la vida sin el deseo, y desear es querer superarse, según el concepto que cada cual tiene de la altura.

Amor

El ser que ama es porque se aborrece a sí mismo… Un ser que esté satisfecho de sí mismo, que nada necesite, que todo lo tenga, no puede amar…

¿Yo te amo, mujer? Pues eso quiere decir que yo adoro al Fernando que poseyera tu alma, y aborrezco al Fernando de ahora que no es dueño de ti… De tal suerte que un Dios infinito…

Si quieres ser amada siempre…

¿Logra el hombre un deseo? Pues entonces esa cosa deseada viene a ser parte de sus realidades y se convierte en despreciable. De ahí la máxima: si quieres ser amada por mucho tiempo, corre, y no te dejes atrapar como un pajarillo inocente…

¿Dónde está la alegría?

El hombre se alegra cuando tiene indicios de que su deseo va a cumplirse. Su alegría está en el futuro.

La alegría no está en la posesión

Falsa es esta sentencia de D’Annunzio: «La felicidad absoluta está en la posesión completa, indudable, de la amada». Así nos hace creer el deseo, así nos engaña el deseo. Pero la vida dice: en donde hay posesión no hay felicidad.

A los puños fuertes…

Tú eres impúdico porque tratas a todos los hombres con humildad. ¿Acaso no sabes que los hombres son diferentes? ¿No sabes que a los puños fuertes les es fastidioso a veces tocar cosas fofas? ¿Acaso se puede tratar al león de la misma manera que al gato? En la tierra no hay virtudes ni vicios eternos. Así, hay momentos en que el orgullo es una virtud.

Es preciso aceptar la caída

He pensado que si uno no se dejase engañar, y tuviese por seguro y siempre presente que de toda altura se cae, no sufriría tanto en la caída. Pero el diablo dice: si tuvieses eso presente no treparías muy alto.

Todo tiene su tiempo

Muertos estaremos mucho tiempo. Y entonces ¿por qué no gozar intensamente la vida y dejar a un lado esas filosofías estoicas?

La venganza

¡Pues bien! A pesar de todas las maldades que cometes conmigo no quiero vengarme, no siento la necesidad de vengarme. Para eso es necesario sentirse herido, y sólo hieren los iguales o los superiores.

Arroja pronto el veneno

Procura vengarte lo más pronto posible cuando lo desees. La manera, tú la escogerás. Pero sabe que si no lo haces pronto te aplebeyará la tristeza de sentirte inferior.

La lectura

Dicen que se debe leer para buscar la verdad. Si es para eso, se lee para perder el tiempo. La lectura debe mirarse como un medio para acostumbrar nuestra vista a ver mayor número de matices en la vida…

La sabiduría antigua

El filósofo Heráclito durmió aquel día hasta muy tarde. Al despertar llamó a su esclavo predilecto y le dijo: ¿Sabes tú, por ventura, para qué se despierta uno? Si llegas a saber para qué se despierta el hombre, tendrás el sentido de la vida… ¿Tiene hoy el mundo un color nuevo? Asómate a la calle y ven a decirme qué ocurre…

—¡Señor! Ahora pasan unas mujeres riendo alegremente…

¿Reírse? Para eso es necesario ver matices en la vida: ver un lado serio y ver un lado cómico; ver una altura y ver una pequeñez… Y a los ojos del sabio, es decir, de aquel que secó tu alma, todo es incoloro… ¡Oye! Te mando que hagas monerías. ¡Así! Y si consigues hacerme reír, ten por seguro que aún no soy suficientemente sabio, que aún no estoy preparado para la muerte…

Sueños alemanes

Los ingleses son un gran pueblo, el pueblo de la aristocracia. Ninguno tan púdico, ni tan diestro en el arte de distinguir los matices. Es el pueblo superior… Los alemanes son orgullosamente pesados, tienen alma bárbara, de epopeya. Ven enormes fantasmas, grandes brujos imaginarios, pero son incapaces de ser sutiles y aristocráticos… Hasta el mismo Federico Nietzsche, que parece un francés, reveló al final su origen, soñando con el oso enorme y fantasmagórico del Superhombre. De ese sueño germano le viene la popularidad… Por la parte que tiene de psicólogo, de analista, merece ser colocado al lado, quizá por encima, de los autores refinados. Ese sueño germano le hizo popular (su gran temor), y le colocó al lado de Mahoma, de Buda y de San Pablo… ¿Qué más popular, más grandioso que un fundador de religión? ¿Y qué más silencioso, más extraño para las gentes, que un analista como Spinoza? Como inventor de ideales es grandioso Federico Nietzsche, pero nosotros no queremos cosas grandiosas…; nosotros, los escépticos, admiramos al maestro por aquella cualidad refinada de analista, en la cual superó a los franceses…

Las pasiones

Hoy me ha llegado por el correo un almanaque «que enseña los medios para tener una larga vida». La regla principal, según este folleto, es evitar todo exceso, huir de toda gran pasión. «Nunca te sometas a los celos, al odio, ni a los deseos de venganza. Evita toda gran pasión y vivirás largo tiempo». Es decir: vive poco, deja poca vida en cada minuto, y entonces tendrás vida para muchos minutos. El tiempo se compone de instantes, que son como cajoncitos en donde echamos, poco a poco, nuestra vida. Desde que nace un hombre, tiene señalada su cantidad de vida: si vive muy intensamente, es decir, si echa mucha vida en los cajoncitos del tiempo, vivirá pocos años; y si es moderado, sobrio y bueno, tendrá para llenar muchos instantes. Pero de todos modos vive la misma cantidad de vida. Es lo mismo que le sucede al niño que va a hacer una hoguera: si echa las briznas una por una, aquella dura mucho tiempo, pero es sólo una lucecita pequeña, mientras que si las arroja todas de una vez, tiene una gran llama momentánea.

Puede haber un niño envejecido y un viejo niño

Teniendo presente que la vida no se mide sólo por el tiempo, sino también por el movimiento del espíritu, podemos decir: el hombre vive muy poco. De cuarenta años, treinta, al menos, pasan de un modo incoloro, indiferente. Las grandes pasiones no puede soportarlas el espíritu sino por instantes. ¿Has experimentado grandes sensaciones? Puedes entonces considerarte viejo.

¡Que hay hombres a quienes la vida desde el primer momento besa ardorosamente…! Hay hombres que nacen sombríos y viejos, y los hay que mueren con el alma virgen… ¿Entendéis ahora el título de mi libro? ¿Comprendéis la tristeza y el orgullo de esa paradoja?

Los lentos y los hastiados

Un loco se paseaba lentamente por la plaza pública, y a todo hombre que iba a prisa, lo detenía para preguntarle: «¿Por qué corre usted?». Luego, subiéndose a una mesa, predicó de esta manera: «¡El hombre no debe correr! ¿Para qué apresurarse? ¿Para alcanzar un deseo? Todo deseo es en el fondo una tontería, y una aventura de la cual se sale siempre un poco más triste… Mientras más se apresura el hombre en pos de un deseo, más sangre suya le da, y, por lo tanto, mayor es su desconsuelo al no alcanzarlo… He aquí la gran máxima de nosotros los lentos y los hastiados: las cosas que quieren dejarse coger esperan siempre…».

El tipo del filósofo

Mientras más numerosos sean tus deseos, mientras mayor sea el número de tus sueños y más pequeño el de tus realidades, mayor será la inquietud de tu vida, y más intenso el movimiento de tu espíritu. El tipo del filósofo es, para mí, el deseador que, ya viejo y con el alma tranquila, se da a meditar en las consecuencias de sus aventuras.

Cuando el alma está indiferente…

Siendo la vida tan corta ¿no es una gran tristeza el que la mayor parte de ella se nos vaya de un modo incoloro, estúpido? Habiendo tantas pasiones para experimentar, tantas experiencias psicológicas para ensayar, en una palabra, tanta vida para vivir, ¿cómo es que nuestra alma se cansa y pasa las horas hundida en la indiferencia? ¡Cuán delicioso sería poderse uno morir durante las horas en que ninguna gran pasión ocupa el alma!

Mi vida de solitario

Quien huye de la vida es porque ama demasiado a la vida. Los hombres vulgares creen que un filósofo es un hombre de alma árida.

Todo lo contrario. ¿Cómo puede analizar la vida el que no tiene el corazón repleto de vida? ¿Cómo puede conocer las pasiones, y los deseos, y los movimientos del alma, el que no tenga un alma atormentada?

Y quizá no se encuentre el silencio

En la pieza vecina hablan en voz alta, como si estuviesen exasperados. ¿Por qué gritan así? ¿Por qué no hablan en voz baja todos los hombres? ¡Qué sabroso cubrir todas estas puertas con un paño grueso, y no oír nada! ¡Olvidarlo todo! No sentir mi cuerpo, no sentir mis deseos, no decir nunca: ¿por qué…? ¡Oh, qué delicia no volver a verse uno a sí mismo! Pero eternamente uno sin poder apartarse de su yo, viéndose siempre, sintiéndose a todas horas… ¡El yo! Ese es el compañero odioso, ese es el tirano a quien es necesario arrojar lejos… Y quizá no se encuentre jamás el silencio, quizá después de la muerte siga uno sintiéndose a sí mismo…

Aprende a callar y aprende a dormir

Sólo por instantes tiene intensidad la vida: sólo durante cortos momentos se piensan cosas agradables. Si eres artista y púdico medita esta sentencia: es necesario aprender a dormir para no pensar tonterías, y es necesario aprender a callar para no decir futilezas… Toda palabra tonta envilece al hombre, y le hace incapaz de saborear la vida con recogimiento.

El ocio

En mis ensueños de la montaña atrapé esta verdad: el ocio es la piedra de toque de las almas. La ociosidad es la madre de todos los vicios, es decir, de todos los inventos y de todas las cosas agradables…

Psicología de las llagas

Si dejas ver tu tristeza, harás que los demás se agranden: ella servirá de contraste a su alegría. Lástima despertarás en sus corazones, es decir, sentimiento de su fuerza. Si dejas ver tu alegría, humillarás a los demás. Una vez oí esto que decían a un triste: consuélate considerando la tristeza de Pedro: es más grande que la tuya…

* * *

La alegría de otro nos humilla y entristece cuando es más grande que la nuestra… ¿No has visto cuán pequeña nos parece la iglesia del pueblo en donde nacimos, cuando ya somos un poco viejos y hemos visto cosas más grandes? Me atrevo a dar esta respuesta a la pregunta que se hacía Nietzsche: ¿por qué no es contagiosa la alegría?

* * *

Un día amargo me dije: ¡bendito el día en que logre entristecer a los hombres! Y ahora doy este consejo a quien tenga el mismo deseo: ¡finge una gran alegría! Así obtendrás el que los otros mediten en lo mezquino de sus contentos y los consideren como miserias.

* * *

El mendigo de la llaga es algo necesario en la vida. ¡Cuántos no habrán dejado de echarse al río! ¡A cuántos habrá hecho considerar sus vidas como agradables este mendigo! ¡Cuántos tristes habrán pensado al verle: pero si hay un hombre por debajo de mí!

* * *

Para que se conserve la alegría en la vida son necesarias las llagas.

Si eres púdico y no quieres ser despreciado, sigue este consejo: oculta tu llaga.

Jamás un triste compadeció a otro menos triste. En donde hay compasión hay superioridad. La compasión es sentimiento divino. Federico Nietzsche, a pesar de su penetración, la calumnió grandemente.

* * *

Aquella gran montaña exige que se conserven a su lado las pequeñas. ¿Entiendes esa parábola? Nuestra alegría exige que se conserven las tristezas, pues de lo contrario ¿cómo medirla?

Filosofía del vago

I

Yo siempre he creído que el hombre al filosofar sólo trata de apaciguar su interior, justificando sus acciones y modos de ser. Teniendo presente esto, y considerando cuán atristador de la vida es el semblante de los hombres de alma atormentada… Para llevar consolación y tranquilidad a esos hombres que aman un anhelo, un nuevo yo que se fabrican, allá, en las lejanías, y se odian a sí mismos, a su verdadero y necesario modo de ser, quiero publicar la noble filosofía de mi amigo Juan Matías. Quiera Dios, que al leer esto, los ociosos, para quienes escribe Matías, pongan buena cara, se enamoren de su noble oficio, y dejen de considerar las prédicas de esos tontos que dicen que es feo, y pecaminoso, y despreciable el noble arte de vagar…

II

Dice así mi amigo Juan Matías:

Todos me miran de mal modo como enojados por mi vagancia. Voy por las calles lentamente, despreocupado, deteniéndome a contemplar todo espectáculo, y a oír los decires y comentarios de la gente.

Mis parientes y amigos dicen que soy un ser despreciable, que por qué no me voy a una zapatería, a un almacén, a una universidad; que es preciso hacer algo útil…

¿Algo útil? Los zapateros y los modistos contribuyen con su trabajo a que hombres y mujeres aparezcan unos a otros más apetecibles, y a que así se junten y siga la danza… Ellos son los guisadores de la humanidad futura… ¿Y es por ventura bueno eso de que sigan naciendo hombres? Unos dicen que la vida es buena, otros, que insoportable… ¿Y para qué la vida? Cada uno tiene su bondad y su maldad, su altura y su bajeza, que a cada momento varían. Nada es estable; ya no existe ideal inconmovible… Nadie tiene derecho para engendrar.

¿Y el médico? Alivia a los hombres. ¿Y no sería mejor dejarlos morir? Todo está en opiniones. ¡Nadie hable de la verdad! ¡Lejos de nosotros toda mitología!

De suerte que el oficio de nosotros los vagos, es tan importante, o tan sin importancia, como el de los médicos, remendones, costureros, mercaderes y locos…

Sólo que los hombres, puesto que es necesario vivir, moverse, se hacen un ideal, y se dicen hasta convencerse que ese ideal es una cosa digna, que en él está la felicidad.

Lo mismo que si alguien se dijese: en la cima de aquella montaña hay algo muy bueno. ¡Vamos allá! Y entonces lo que fuera útil para subir a la montaña, sería noble y digno…

Así pues, el oficio de nosotros los vagos puede con el tiempo, cuando se cambie de ideal, llegar a ser el más noble.

El ejemplo de cómo se cambia el valor de una profesión lo tenemos en el abogado. Antes, en aquellos tiempos en que se creía en el libre albedrío, en el bien y en el mal, el abogado era el hombre más apreciado.

Hoy se dedican a legistas los inútiles, los que no tienen otro medio de ganarse el pan.

Y es indudable que ya comienza a crecer la estimación por nuestro oficio. Se ha descubierto que todo pensador es vago. En éste, como no encuentra placer en gesticular, y caminar a prisa, y hablar mucho, como el mercader, toda la actividad se hace interior…

¡Dentro de poco seremos los grandes hombres! Pero repito: en sí, tan sin ningún significado es el oficio del vago, como el del médico, abogado, loco, zapatero, chofer, modisto, remendón y soldado. El aprecio o desprecio que a estas distintas profesiones se concede, depende de la disposición en que uno se encuentre al mirarlas.

¿Por qué?

El niño dijo: ¡mamá! ¿Por qué se murió mi hermanita…?

Y el padre: el primer por qué de mi hijo me entristece hondamente. Dice así el pequeño porque lo atormenta y no lo abandona el recuerdo de la muerta. Pensar es preocuparse, y sólo se preocupa el hombre cuando su alma está incompleta, cuando desea, cuando está atormentado. El primer por qué que pronuncia el hombre es el fruto del primer dolor… He allí que cuando muchas interrogaciones pasan por la frente del hombre, es señal de que su espíritu es grandemente atormentado… ¿Qué más triste en la vida que oír de labios de nuestro hijo la primera pregunta…?

La tristeza

¡Cuán ofensivo es para uno, cuando está triste, oír a alguien conversando tonterías!

* * *

La tristeza es propiedad del talento. Cuando un hombre principia a hacerse alegre, es señal inequívoca de que está perdiendo sus facultades. Mientras más talento tiene un hombre, mayor es el número de sus preocupaciones, y más lejana está la estrella de sus sueños… De allí que el genio sólo de vez en vez tenga una gran alegría, y luego se hunda por mucho tiempo en la noche del silencio.

El hastío

Hoy he leído el cuaderno en donde voy escribiendo mis impresiones de mi vida, y lo he encontrado tonto. Hoy he bostezado ante mí mismo… Y eso porque juzgo mis estados de alma anteriores, ahora que estoy lleno de hastío. Además: conozco demasiado bien a mis hijos; conozco todos sus defectos y los ocultos motivos que les dieron vida.

Cada estado de espíritu trae en pos de sí, como una sombra, su justificación. Y por eso, sin duda, me he dicho, antes de tirarme en el lecho para dormir todo este día ceniciento, que no hay ningún valor eterno; que lo amado de hoy será mañana despreciado; que lo bueno y bello de ahora será mañana lo malo y feo; que los grandes artistas de hoy serán mañana los malos artistas…

Cuando desperté, ya tarde, seguía el hastío anidando en mi corazón.

Recordé lo que decía Baudelaire al volver de Oriente:

Mon coeur que tout irrite excepté la candeur de l’antique animal.

He fumado mucho. El humo, encerrado en mi cuarto, me entristece más y más. Por un momento he pensado en los libros, pero me detiene el considerar que eso es sólo el deseo de disipar el aburrimiento. «Estar despierto de un modo interesante o no estarlo» dice un gran maestro. Por otra parte, ya tengo experiencia: siempre que en estos momentos recurro a mis libros, sólo consigo aumentar más y más el fastidio. Tomo un libro y lo cierro al momento para abrir otro. Y así, hasta que llego a odiarme a mí mismo.

¡Por fin me vino una idea luminosa! ¿O será, por ventura, que mi espíritu está cambiado ya? He pensado que este fastidio es el cansancio de las alegrías anteriores, y que es necesario reposar. ¡A dormir pues! Por el sueño nos es dado renunciar un poco a la vida.

¿Qué sería de dos enamorados que se viesen constantemente?

La envidia

Hay hombres a quienes la envidia hace pensar. Que aparezca un hombre grande, y ya tenéis a esos envidiosos buscando la manera de contradecirle. Pero las verdades que encuentran son siempre raquíticas.

El amor

El hombre se ama a sí mismo en las cosas que ama. Cuando amamos a una mujer, amamos un sueño: Vamos tejiendo alrededor de ella nuestros ideales; todos los instintos, como arañas, van tejiendo su tela, hasta que al fin desaparece la mujer y sólo queda una ilusión engañadora…

La contradicción

Vivimos de la contradicción. ¿Y cómo no hacerlo? ¿No veis que ya no existe la verdad? ¿No veis que la verdad para mi corazón, ahora, cuando estoy triste, es el amor a la muerte, y después, cuando estoy alegre, es el amor a la vida…?

La luna

La luna se ha hecho mi verdugo. La llamo mi tentadora. Ella me despierta un mundo de deseos, y, por sobre todos, un anhelo infinito de poseer otras almas… Cuando en noches de luna me tiendo bajo mi árbol a contemplar el cielo a través de su ramaje, mi alma no está triste ni alegre, sino algo así como alegremente triste. Siento, entonces, un infinito desconsuelo por tantas cosas que no he amado, por tantas vidas que pudiera estar viviendo en ese momento, por tantas mujeres que pasan por la iluminada senda del sueño…

Siento una infinita tristeza por tantas cosas que ya se murieron, y siento un deseo grande de ser todo. ¡Oh, en esas noches siento la tristeza de ser limitado, de ser solamente el solitario que está echado bajo su árbol…!

«O stupenda necessita!»

Leonardo Da Vinci

Toda sensación despierta tus instintos. Y viene el disputar de ellos, pues unos desean apropiarse la cosa sentida, mientras que a otros les es molesta. Innumerables son los instintos, temores y deseos. Y un ser es tanto más inteligente cuanto mayor es el número de esas sus relaciones con el mundo externo.

Y la trama y naturaleza de tus sensaciones, desde la niñez hasta hoy, determinaron los matices de los temores, deseos, odios y amores que te ligan al mundo de los seres extraños… Admírate, pues, al considerar que la más pequeña sensación es bastante para modificar el colorido de tu alma. Admírate al considerar la sutileza con que se va labrando tu espíritu…

Admírate al considerar que la visión de aquel paisaje fue suficiente, quizá, para poner en tus meditaciones un sabor panteísta… Considerando y admirándote de todo ese trabajo microscópico, deja de hablar de tu libertad y está atento a seguirte a ti mismo con la contemplación devota del sabio…

La parábola del esclavo

El esclavo había desobedecido, y el señor le mandó azotar… «¡Qué tristeza ser esclavo!» decíase mientras lloraba en el establo… En ese momento uno de los caballos le pisó un pie, y el esclavo, airado, le descargó una lluvia de azotes. Y eso bastó para que se alegrase de nuevo el esclavo… ¡Qué contento ver que también había seres inferiores a él, a quienes podía dominar, imponer su capricho!

Esa parábola explica el placer que nos proporciona la compañía de los animales, y lo agradable que es el campo. Allí no encontramos almas poderosas que resistan a la nuestra. No es «la perfecta ingenuidad de todos sus actos», como pretende Schopenhauer, lo que nos agrada en los animales. Es el vernos ante ellos como dominadores. En el hombre hay un anhelo infinito: el anhelo de poseerlo todo, de hacerse alma de las cosas. Cuando uno se entrega al propio análisis, este deseo se exaspera de tal modo, que la compañía del prójimo, del voluntarioso, se hace imposible y tiene uno que volverse solitario.

Las injurias

El liberto Licas buscó una postura cómoda en su asiento, abrió un cajón lleno de oro, y se dio a meditar de esta manera: «Mi alma es aún de esclavo. Sufrí antaño muchas humillaciones que no pude vengar, es decir, cuyo veneno quedó en mi alma. Es preciso, para poder recibir el nombre de señor, lavarla de tanta suciedad». Y, en seguida, llamando a sus esclavos les dijo: «Traed a Eumolpo y dadle en mi presencia quinientos azotes; después le cortáis una oreja…».

Epicteto

Leyendo a Epicteto me he convencido de que el estoicismo es filosofía de esclavos. Dondequiera que haya alguna especie de esclavitud, se encuentra floreciente. Un pobre diablo que no tiene ningún poder ¿qué otra cosa va a dominar si no es su propia alma? Herir, dominar, apalear, son cosas indispensables para el hombre. Y si no eres superior a alguien resolverás hacerte superior a ti mismo. Si no tienes un ser en quién vengarte de las injurias recibidas, lo harás en ti mismo. Si no tienes un ser a quién clavar tu aguijón, lo hundirás en tu propia alma…

El día sagrado

¡Bendice el día en que tus labios no pronunciaron palabras! Llevamos en nuestro corazón deseos infinitos, y al decirlos en palabras los determinamos… He allí que toda palabra empequeñece al hombre… ¡Qué triste todo lo que tiene un significado, una manera! El rostro humano es repugnante, porque siempre afirma o niega la misma cosa, ¡eternamente la misma cosa!

En tanto que en tu alma permanezca silencioso un sentimiento, no tiene manera determinada… y en el instante en que lo dices en palabras, adquiere una manera, y se hace repugnante como el rostro humano… Por eso es divino el recordar a nuestros muertos: ya no están delante de nosotros, exasperando nuestro espíritu con sus figuras limitadas siempre por los mismos contornos, y con sus espíritus limitados siempre por los mismos prejuicios… ¡Nuestra alma puede soñarlos a su manera, y darles la limitación que desee para consolarse a sí misma…!

Mi perro y la conciencia

Hoy puse un plato de comida a mi perro, y cuando iba hacia él, le dije: ¡Pirrón! Ven a consolarme. No comas eso… Y mi gran amigo se detuvo a mirarme, con esa mirada triste de aquél en cuyo interior hay lucha de motivos…

¡Pobre Pirrón!

Tú eres ya un animal atormentado… Te vas haciendo complejo; te vas enriqueciendo de motivos… Si fueras al plato, te atormentaría el haberme dejado solo; tu amor por mí se quejaría como un niño mimado… Y si no también te atormentaría el deseo no cumplido de comer… ¡Pobre amigo! En ti, porque tu interior es ya rico en temores y deseos, ha aparecido el potro de la conciencia…

La lucha interior

Hoy ha dicho mi ansia de consolación: «Vamos a ver a tu amiga Carmen». Y entonces contestó mi deseo de atormentarme: «No vayas…».

Se trata de saber cuál de esos dos anhelos es más fuerte: suyo será el triunfo…

Y no fui a ver a mi amiga. Entonces mi deseo de consolaciones comenzó a lamentarse, a gemir y a reprocharme esa conducta: apareció el remordimiento. Este es el dolor de un instinto no satisfecho, de un deseo contrariado…

En ese punto, mi contento en atormentarme y mi deseo de ser feliz, han tratado de calmar el dolor de su compañero no satisfecho, han querido justificar mi conducta, han filosofado así: el hombre debe vivir vida solitaria… Hay un gran placer en atormentarse a sí mismo… la vida…

¿Entendéis ahora por qué yo exclamo: ¡Viva el remordimiento!…? ¿Entendéis por qué yo alabo al remordimiento como al musageta de toda filosofía…?

La razón

El hombre se mueve atraído por un fin, que tiene que ser para él el mejor y el más cierto. Pero he allí que apareció la razón, que busca los defectos y conveniencia de los fines. Y esa razón fue tomando fuerza; el hombre se hizo más y más analizador. Luego se inventó el fin verdadero y bueno, el único. Y esa misma facultad que en un principio fue una defensa del hombre, se volvió absoluta, dominadora, y se dio a profundizar los misterios. Y descubre que no hay verdad ni bien sino relativos; descubre que no hay por lo tanto un fin absoluto, cierto; descubre que todo es una creación de la fantasía… La razón, al destruir el fin, destruye el fundamento de la vida; proclama que todo acto procede de un engaño: del engaño de creer bueno un fin. Proclama que no hay motivo alguno para que el hombre se mueva…

¿Y qué otro remedio para nosotros, que nos hemos entregado a ti ¡oh divina razón! si no es tirarnos bajo un árbol a soñar en los infinitos caminos que podría seguir esta comedia de la vida…?

* * *

Cuando ha desaparecido para nosotros el fundamento de la vida; cuando ha desaparecido lo que marcaba los caminos: El fin; entonces nos encontramos en un ancho mar indeterminado… Es algo como el mar, algo monótono, algo sin contrastes, sin más atractivos aquí que allá… Es la nada, el país sombrío en que empieza a hundirse la razón. Es la negación de todo rumbo.

* * *

Cerrad los ojos, y figuraos un mar infinito, siempre igual, sin contrastes; figuraos ese mar y decidme: ¿para qué dirigirse más bien por aquí? ¡Si todo es igual, siempre igual! Nadie podría moverse. ¿Para qué? ¿Por qué? ¡Ved! Eso queda… esa absoluta pereza, esa absoluta incapacidad para todo, ese cansancio de la vida, cuando se destruye la idea de fin. ¡Sólo es posible ya la contemplación interior, el hundirse uno en los misterios de su alma!

* * *

En medio de esa destrucción de todo, la vida protesta, y aparece, de vez en vez, la esperanza. Pero ¡ay! ¡Todo es en vano! No hay salvación para los criminales que levantamos el velo del misterio. ¡Pobres de nosotros que oímos el zumbido de la mosca verde! ¡Todo es en vano! Después de cantar un ideal cualquiera, diremos con el Predicador: «Y aborrecí la vida porque toda obra que se hacía debajo del sol me era fastidiosa; porque todo era vanidad y aflicción del espíritu…».

Juan de Dios y Juan Matías

Juan de Dios. —… Y mi incapacidad para obrar es tan absoluta, que hasta soy incapaz de morir. No encuentro motivos para nada, y aborrezco todo…

Juan Matías. —Tienes razón. Yo no comprendo cómo puede suicidarse un hombre que haya vivido las verdades del Eclesiastés… Para eso es preciso ser muy dogmático, y no saber que todo es una tontería…

Juan de Dios. —Ta-ra-ra-rá…

Espíritus libres

Una verdad absoluta, un mandamiento absoluto, hacen que el hombre vaya por la vida en línea recta. Y mientras más arraigado esté en el corazón, más fuerte será en la lucha con los demás motivos. Nosotros no gustamos de esas cosas, porque deseamos perdernos en el laberinto de la vida. ¡Queremos gustar el placer de todos los vientos…!

Eulalia y Gioconda

I

Cuando por el deseo de atormentarme huí de Eulalia, aquella mujer que estaba más allá de las invenciones humanas, más allá de los rostros, que unas veces ríen y otras lloran, más allá de lo bello y de lo feo… Cuando en esa triste tarde me senté a meditar bajo un árbol, pensé:

Eulalia era la felicidad…

Cuando Leonardo da Vinci, después de no haber querido confesar en cinco años su amor a Gioconda, sabiendo que ella le amaba también… Cuando en el instante en que iba a visitarla y decirle su secreto, supo que había muerto, al volver de un viaje, debió pensar:

Gioconda era la felicidad…

He allí, pues, que la felicidad está en lo que no fue, en el sueño, en nuestras tristes almas atormentadas… Está la ninfa oculta en los senderos que no hemos recorrido, pero que hemos entrevisto… Está oculta en el pudo ser que no fue…

Y más atormentada es un alma, mientras más numerosos sean los Allí estaba la felicidad, que puedan repetirse en los atardeceres tristes…

Y pues la ninfa tiene los ojos indescifrables ¡oh solitario! haz de manera que tu vida sea toda un pudo ser… Huye de todo sendero, porque solamente en aquellas sendas en las cuales no pudimos entrar, o no nos permitió entrar la vida, puede vivir la felicidad…

En las cosas reales hay siempre tristeza. La ninfa no existe sino en nuestros tristes corazones… Que en tu vida nada se cumpla, y que sea siempre un perpetuo anhelar…

II

Dice Leonardo da Vinci: Se tu sarai solo, tu sarai tutto tuo.

Si amas a una mujer, y ella te ama, ya se cumplió uno de tus anhelos. Puesto que dejaste la soledad de tu propio corazón, perdiste un anhelo, eres más pobre que antes…

Y así, toda relación con los corazones extraños es un cumplirse de tus anhelos, es un empobrecimiento de tu alma…

La máxima de Leonardo es la máxima sagrada, y el fundamento de la filosofía del solitario: Se tu sarai solo, tu sarai tutto tuo.

III

Mi abuelo don Juan decía: sólo en los ríos apacibles viven las náyades… ¿Pocos actos, pocas aventuras ha tenido tu vida? ¿Tu vivir ha sido silencioso? Pues entonces eres rico en sueños…

IV

Mientras más cosas deseadas llegues a poseer, más pobre eres. La riqueza de un alma debe medirse por su soledad.

V

El no cumplirse de nuestros deseos nos entristece. He allí pues que serás tanto más rico cuanto más triste seas. Camina siempre solo y triste por la vida.

VI

Desprecia a los hombres, y despréciate a ti mismo, y ama solamente lo que tú quieres ser: ama tus sueños.

El amor

Dices una palabra, y aparece un muro entre el alma del amigo y la tuya… Hay un espacio entre los dos amigos, son diferentes los dos corazones, y diferentes son las palabras…

Y en nuestro espíritu va el ansia de que salga la misma palabra de los corazones de los hombres… En nuestro espíritu va el ansia de un amor infinito, va la tristeza por este límite, por estos contornos que nos definen, por estas afirmaciones y negaciones que no nos permiten unificarnos en amor con el alma del amigo…

No digas palabras porque no podría entenderte a causa de mi limitación… Entendería las palabras según mi limitación, y entonces nuestras almas se alejarían… Esta lejanía perpetua de las almas era la tristeza desconocida de Jesús.

* * *

El amor no existe; existe el ansia de amor. El amor sería la comprensión perfecta de dos corazones. Al menos ese es el deseo del amante. Pero es imposible comprender otro ser diferente. El hombre no puede verse sino a sí mismo. Ansia de amor: eso es lo único que hay en el corazón… Cuando el amado ha muerto, en el amante aparece un reflejo más puro del amor, porque ya no hay afirmaciones y negaciones, y el amante puede soñar y verse a sí mismo en el muerto

Donde hay limitación no puede haber sino ansia de poseer, de borrar el límite.

La visión interior

Esa tarde, cuando llegué a la aldea, después de reposar un poco salí a pasearme por el huerto y los corrales, seguido de mi perro Dionisos. Sentía cierta nostalgia de mis aventuras de la ciudad, y, al mismo tiempo, mi corazón estaba jubiloso de verse de nuevo solitario…

Pero he aquí que llamó mi atención una clueca que, seguida de sus polluelos, se apartaba siempre de sus compañeras. Y vino entonces a mí una meditación que borró mis nostalgias de la ciudad:

Esta clueca se aparta porque tiene hijos. Las otras están allá, en asamblea, calentándose unas a otras. Así mismo, buscamos el retiro y nos hundimos en la contemplación interior, cuando somos ricos en sueños y pensamientos… ¡Qué más espectáculo que mi propio corazón!, se dice el solitario. ¡Qué más compañeros que mis propios pensamientos…!

Y cuando el hombre se atonta, cuando se enturbia el río del alma y desaparecen las arenitas brillantes, entonces busca el arrimo del prójimo.

La imbecilidad de un hombre puede medirse por el número de sus amigos. Dios encuentra en sí mismo su contentamiento.

¡Abraza siempre a la diosa!

Cuentan que el papa Alejandro VI, en la cruz con que bendecía al pueblo en las fiestas solemnes de San Pedro, hizo montar una esmeralda, en la cual había grabado una hermosa Venus el orfebre Salomón da Sesso. Y cuentan que era para poder abrazar a la soberbia diosa al besar la cruz…

Y así mismo, imitando al papa artista, pon un poco de meditación en todos los acontecimientos de tu vida… Si son desagradables, los transformarás de esa manera en placenteros…

¡Abraza siempre a la diosa!

Eulalia, la meditación y los aforismos

Con un poco de ingenio y de astucia puedes quitar mucho el amargo a las malas aventuras de tu vida. Poniendo en ellas un poco de meditación, te enriquecerás con nuevas verdades, que te serán de gran júbilo y de mucha ayuda en tu soledad. Si amas con entusiasmo la meditación, nada podrá anonadarte, pues las mismas aventuras tristes te servirán para descubrir nuevas verdades…

Cuentan que el pintor Lucca Signorelli se entristeció grandemente cuando murió su hijo; pero hizo desollar el cuerpo, y pintó minuciosamente y con gran cuidado todos los músculos… Asimismo, ¡oh solitario!, cuando se desgarre tu corazón a los golpes de la vida, míralo con amor y gran recogimiento para que aprendas cómo se desgarra y sangra un corazón…

A los cinco días de haberme abandonado Eulalia, aquella mujer a quien tanto quise, y que me hizo sufrir tanto, yo exclamaba jubiloso: ¡bendita sea ella que me hizo conocer las mujeres!

Y es porque cuando uno pone su amor en las meditaciones, siente magnífica alegría al descubrir una verdad, por humilde y pequeñita que sea…

Además: ¿cómo no van a ser superiores estos goces de la visión espiritual? Que dice Leonardo da Vinci: I sensi sono terrestri, la regione sta fuor di quelli, cuando contempla.

Mientras las alegrías, debes meditar también. Cierto que, a veces, es bueno seguir el consejo de Henry Beyle: A la bonne heure, suivez la route la plus agréable, ayez du plaisir; mais alors ne dogmatisez pas.

Por mi parte, amo de tal manera la meditación, que jamás concibo alegría en donde ella no esté.

Un beso, dado sin meditar en las tristezas de la vida, y en los instantes divinos que de vez en vez pasan por el alma, me parece un beso estúpido. Pero un beso, dado en soberbia boca de mujer, sintiendo y pensando cuán tristes somos, y qué cosa tan magnífica se nos da en ese instante, y que es necesario morirnos, me parece a mí que es la mejor cosa que el hombre puede gustar en la tierra…

Medita, pues, tanto en las horas tristes como en las alegres; saborea tus sensaciones, lleva tu egoísmo hasta el más sublime refinamiento.

Se tu sarai solo, tu sarai tutto tuo.

* * *

Los grandes amores son aquellos apacibles y silenciosos que, sin saberlo nosotros, se han difundido en nuestra alma como un perfume, y que siempre y solamente en las circunstancias extraordinarias y tristes de nuestra vida, vienen a servirnos de consolación. Mientras estamos hundidos en la vulgar alegría, parece que nos abandonan. En las tristezas, huyen los amores brillantes y locos, se borran de nuestro corazón, y sentimos que aquellos otros silenciosos y olvidados son el alma del espíritu…

Las grandes cosas sólo viven en la tristeza y el silencio.

* * *

Aquello que el hombre recuerda en sus días tristes, eso es su gran amor.

* * *

Sólo puede haber mucho amor entre dos corazones que hayan sentido hondas tristezas, y que por ellas hayan comenzado a quererse.

* * *

El amor nacido en la alegría es solamente sensual; aquel que tiene por cuna el dolor, es místicamente sensual.

* * *

Mucho tiempo tuve olvidada a Eulalia… Y era porque me había hundido en la vulgaridad de los rostros risueños. Pero ahora, cuando estoy profundamente triste, vuelve a mí su recuerdo, y la veo pasar lentamente por aquellas sonoras y desiertas estancias de la casa de los abuelos…

Levommi il pensier in parte ov’era
Quella ch’io cerco e non ritrovo in terra.

¡Cómo me deleita este empalagoso Petrarca cuando pienso en mi lejana Eulalia…!

Las mariposas

Todas estas mis aventuras de la ciudad son sagradas para mí, pues de ellas saldrá, cuando vuelva a mi retiro, una nueva visión del mundo y un tesoro grande de verdades. Toda aventura permanece en el alma, y ocultamente se va transformando hasta convertirse en hermosa idea. ¿Pero de dónde me vino esta verdad? se pregunta con frecuencia el pensador. ¡Y quién sabe de qué aventura que tú creías pequeña, y hasta impertinente, salió aquella juguetona sentencia…!

Como niños mimados

Hoy he leído con una alegría grande a Lucrecio… Yo no sé qué es este mi cambiar constante. No dura más de cinco horas mi amor. El divino autor de hoy me hará bostezar de hastío mañana… ¡Y hasta las pobres mujeres a quienes he amado intensamente, luego me parecen hasta feas…! Lloro de dulce tristeza al recordarlas: pero no es por ellas, sino por ver que no he alcanzado mi ideal, por lo que lloro… ¡Qué alegría, qué enorme alegría es llorar uno por sí mismo, compadecerse a sí mismo…! Nosotros, los hombres tristes, somos niños mimados que a fuerza de repetirnos que somos tristes, lo hemos llegado a ser verdaderamente.

¡Pobre Fernando! ¡Cuántas veces en la soledad de mi aposento me he dicho: ¡pobre Fernando! Y es entonces una sensación tan divina como la de aquel que no come para sentir el hambre.

En el camino

«La felicidad se encuentra cuando se renuncia a ella». Esta frase de Renan, al analizarla, se desvanece como una coloreada pompa de jabón. Cierto es que las tristezas proceden de no poder alcanzar las ilusiones tras de las cuales corremos. De suerte que un hombre que renuncia a correr tras la felicidad, tendrá pocas tristezas. Y si renuncia a todos los deseos no tendrá dolor alguno.

Pero he aquí que es imposible concebir un hombre sin deseos, como imposible es concebir la vida sin movimiento. Un cadáver. He allí la felicidad, tú que crees hallarla en la ausencia de deseos. Además: ¿qué alegría puede darnos lo que nos traiga la vida, si no lo deseábamos? Un hombre sin deseos, si fuese posible, no tendría dolor ni alegría. Si quieres tener la naranja, debes aceptar el trabajo de tirar la piedra, y si quieres saborear las dulzuras de la vida, sométete a beber también sus amargos jugos.

Las puertas y el futuro

«Cuando eras niño —me decía hoy mi madre—, tenías un miedo horrible a las puertas cerradas». Sí: lo recuerdo claramente. Era un miedo indefinido. Yo no podía decir por qué me daban miedo las puertas. ¿Qué habrá en ese cuarto?

Y a medida que pasan los años voy perdiendo el miedo a las puertas de los cuartos solitarios. ¡Qué puede haber en esa habitación! Esa frase despreciativa va reemplazando a la otra de mi niñez.

Y el futuro es como un cuarto solitario y desconocido. El joven se imagina tantas, tantas cosas en él. «Todo es posible, y todo es mío…». «Puedo ser como…». «Puedo llegar a ser…».

Y a medida que van pasando los días un ¡tonto como todo lo que me ha sucedido!, reemplaza a las antiguas ilusiones.

Juan de Dios y Juan Matías

Juan de Dios. —Tú estás hoy, amigo Matías, demasiado pesimista.

Juan Matías. —No me definas. Nada hay más odioso. Tú sabes que yo no amo ninguna idea ni modo alguno de ser. Y me irrita el verme obligado, puesto que no he muerto, a ser de una de esas maneras ya clasificadas y conocidas. Toda definición es odiosa, amigo, y ofende hondamente.

El cuento de Rum

Cuéntanos la historia de más sabiduría que sepas, dijeron al sabio Rum.

Había, hace muchos años, un perro y un gato, grandes enemigos —comenzó a decir el sabio…—. Cierta vez el gato se robó de la despensa una perdiz asada… Los gatos… El perro se detuvo un momento a contemplar el banquete que se daba su enemigo. Luego se fue meneando el rabo. Esa es —terminó el sabio—, mi mejor historia.

Y este cuento se extendió por la tierra. Y los hombres afirmaron que era una historia llena de sabiduría. Unos sostenían que proclamaba la doctrina del egoísmo, mientras que otros afirmaban que era de hondo sentido pesimista. Por demás está el decir que este cuento contribuyó mucho al adelanto de la metafísica…

* * *

¿Entendéis la parábola? El hombre da su alma a todas las cosas; el hombre se ve a sí mismo en las cosas. El hombre odia al hombre porque ve en él una voluntad ansiosa también, y ama las fuentes, los árboles y los animales, porque en ellos puede interpretarse a sí mismo. En todo ve su personalidad: en el murmullo del agua oye sus amores, y en la paz de la noche estudia su sentimiento. El espíritu del hombre echado sobre el mundo es lo que se llama sentido del mundo. Este es el espejo en que el hombre se ve a sí mismo.

Un niño asomado a un lago, dijo: «Mira, mamá, el lago tiene un niño…». Así mismo se asoma el hombre al mundo y dice: «El mundo tiene un alma…».

Vino un hombre pequeño al lago, y dijo: «En el fondo hay un hombre pequeño». Vino otro gordo, y dijo: «El lago tiene un hombre gordo». Vino otro manco, y dijo: «Allá hay un hombre manco».

¿Qué dice la parábola? Dice la parábola que las cosas sin alma, sin ningún sentido, son las llenas de filosofía, porque en ellas caben todos los sentidos; en ellas cada uno puede verse a sí mismo.

Eso enseña la historia de Rum. Fue el espejo encantado en donde cada uno contempló sus sueños…

El pulpo

Dijo el maestro a uno de sus discípulos: ¿qué deseas al contarme tus cosas íntimas? A ello te impulsan los pícaros instintos de conservación y de dominio. Si vienes a contarme alguna tristeza, es porque quieres amenguar tu sentimiento, sacándolo de tu alma en forma de palabras hinchadas. En la palabra se disuelven las pasiones. El colérico cuya cólera estalla en insultos no es temible, y el triste que se queja tampoco es temible. Pero huye del colérico de cólera interior, y no abandones al triste que rumia interiormente su tristeza…

Toda pasión es un deseo que tiende a cumplirse: el deseo de poseer, que es al amor; el deseo de vengarse, que es el odio; el deseo de salir de sí mismo, que es la gran tristeza. Y estos deseos van creciendo en el alma, hasta que se hace necesario su cumplimiento real o imaginario. El colérico, descarga su cólera golpeando, o invocando ante su imaginación escenas sangrientas, por medio de amenazas y de insultos. El triste, abandona la vida, o se da a decir pesimismos y a invocar el suicidio. Y el enamorado, consigue ser querido, o se vuelve parlanchín, llorón y poeta. El remedio para las pasiones es la palabra.

Además: cuando vienes a contarme alguna tristeza, tú deseas repartirla entre los dos; quieres que te ayude a soportarla; quieres enfermarme a mí también. Con eso consigues disminuir tu dolor porque lo repartes, y alegrarte un poco al ver que tu prójimo es también desgraciado. Quieres pues enfermarme. Las gentes compasivas son aquellas que fácilmente hacen suyas las tristezas que contemplan…

¿Y si vienes a decirme alguna alegría? Entonces también quieres atentar contra tu amigo. Yo leo a través de tus ojos luminosos los ocultos instintos que te impulsan a obrar, sin que lo perciba, quizá, tu conciencia.

Toda alegría viene del triunfo del instinto de dominar, que encontró alguna alegría, o que consiguió alguna victoria. ¿No sabes por qué me cuentas tu alegría? ¡Oh amigo, cómo es el corazón del hombre! El yo, el eterno yo es el acicate de toda acción. El yo, un enorme pulpo con millones de brazos, y millones de ventosas en cada brazo, quiere absorberse, hacer suyas todas las cosas y los seres, y no satisfecho, inventa ideales, dioses, y pega a ellos sus brazos hambrientos…

Considera al santo. Renunció al amor, al vino; todo lo dejó el santo. Renunció a su propio cuerpo. Y eso porque quiere que su alma se anegue en las inefables delicias del cielo, y porque desea unificarse con Dios. El santo es humilde; deja todas las grandezas de la tierra. Pero es porque desea comprar con esa humildad la suprema grandeza del cielo. A través de su humildad está su enorme orgullo; a través de su pobreza se ve su ansia desmesurada, y a través de su renunciamiento está su deseo de poseer infinito… En el santo el pulpo interior es descontentadizo: sólo quiere un ser infinito. Es el pulpo de las grandes ansias.

El filósofo

Se ha pretendido que el alejarse de la vida y ponerse a meditar es consecuencia de tener el corazón vacío de anhelos. No: toda filosofía no es otra cosa que los lloriqueos de los instintos no satisfechos. Porque tiene muy grandes deseos, por eso se aleja el filósofo. El alma inventa sueños para abrevarse cuando no puede hacerlo en la realidad…

Todo acto merece compasión, y ninguno debe ofendernos. Analiza bien y verás cómo todo aquello que creías ofensivo, no lo era sino porque lo mirabas por un lado falso. Todas las acciones son hechas con el fin único de hallar felicidad.

Así, sucede que a medida que avanzas en la sabiduría, es menor el número de tus odios y más grande tu compasión. El sabio se entristece al ver a los hombres, que van con tanta sencillez buscando un poco de bienestar. No concibo qué sea un hombre malo, ni he visto en mi vida una acción mala. Todo hombre y toda acción, cuando se miran bien, aparecen dignos de que uno se entristezca.

El niño, la hormiga y la vida

El niño coge una hormiga, y la coloca en el centro de un ladrillo. La hormiga se sale, y el niño vuelve a llevarla al centro… Y así…

La madre. —¡Vamos, hijo! Eso es una tontería. Estás perdiendo el tiempo.

El padre. —¡Déjalo! Todo es lo mismo. Tanto importa eso como si estuviese ideando un sistema filosófico. Inútil, importante, bueno. Palabras, palabras…

La madre. —Pero si este muchacho es idiota. Deja eso.

El padre. —Tanto importa que sea sabio como tonto. Los dos sirven para lo mismo, hacen lo mismo: a los dos se los comen los gusanos, y los dos van engañados tras un ideal…

La madre. —¡Qué hombre! Repréndelo. Es preciso que aprenda algo útil…

El padre. —Mulier teceat… Oye pequeño: la hormiga se te ha salido del ladrillo… vuelve a colocarla en el centro… así… fíjate bien en tu juego. Todo en el mundo es de ese modo. Ya conoces el mecanismo de la vida. No lo olvides. Cualquiera cosa que hagas en el mundo… un poco más de nombres, de algarabía… esto es más sencillo. Ocúpate siempre de tu hormiga. Para eso te estoy reuniendo un bello tesoro… ¡Claro! Ya que cometimos la suprema tontería de hacerte nacer, es preciso reducirte los dolores, es decir, la vida…

No pienses. Ocúpate siempre de tu hormiga. Nada aprendas. Eso te complicaría un poco los instintos…

¡Ojo a la hormiga! Cuando se haya salido ¡de nuevo al centro! ¿Comprendes? Y espera así hasta que llegue la muerte…

La oración

Afirma un pensador, cuyo nombre no recuerdo ahora, que los rezos aprendidos son muy buenos únicamente para aquellos que no saben meditar. Y yo afirmo que son muy útiles también para nosotros los pensadores. Leí en algún libro que Balzac acostumbraba escribir tonterías, durante dos horas, antes de ponerse al trabajo serio, para así llamar la inspiración. Y hoy, en esta iglesia aldeana, he experimentado que los rezos aprendidos de nuestra madre, nos son muy útiles para recoger el ánimo y prepararlo para las visiones espirituales…

La armonía

¡Cómo se impone a nuestro respeto el hombre cuya vida es armónica!

El ocioso

Mientras echado en un sofá dormitaba apaciblemente…; mientras sentía por todo mi cuerpo extenderse el contento orgánico, se me ocurrió que toda esta mi vida era un sueño, y me convencí de que iba a despertar y ver claramente que no era Fernando sino un faraón… ¡Y en verdad que no puedo afirmar que sea un sueño!

Pensar y soñar

Cuando quiero pensar y analizar estrictamente, me conviene un cuarto estrecho y lleno de muebles. Para los sueños me son mejores las habitaciones amplias. La imaginación necesita un campo en donde nada haya, para así poder crear; el pensamiento necesita estrechez, para no verse sino a sí mismo…

El celoso

Hay hombres que matarían a su mujer si entregase su cuerpo a otro, pero que permanecen tranquilos cuando entrega su alma, cuando consigue un amigo.

La posesión

La posesión material de una mujer, cuando va acompañada de posesión espiritual, es digna, y antes santifica el alma que envilecerla. Se envilece el espíritu cuando sólo hay posesión del cuerpo.

Cierta necesidad de ser apaleados

Traje a casa un perrillo, y lo acariciaba constantemente. Mi padre sólo de vez en vez le hacía cariños. Pues el perrillo no quiso por amo sino a mi padre.

* * *

Todo ser necesita una altura. Todo ser necesita un dios. El dios del perro es el hombre; el dios de la hembra es el macho, y el ídolo del hombre es… según la imaginación de cada cual… Cuentan de un poeta inglés que puso esto en el collar de su perro: Yo soy vuestro perro, Señor; pero ¿cúyo sois vos perro, Señor?

Es bueno jugar con el corazón

Esta tarde, después de un día ceniciento, me he tirado bajo un árbol a contemplar las nubes.

Y, sin duda, por estar mi alma débil, de convaleciente, hallo un gran placer en estas nubes tan fútiles, tan efímeras, tan variables, y tan propicias, por eso, para ayudar a las ensoñaciones vagas del enfermo que recobra sus fuerzas…

Pienso: así mismo, boca arriba, estaré en el cementerio, con la diferencia de que allá tendré los ojos llenos de tierra… Y tal vez porque este pensamiento me ha despertado el temor a la muerte, me digo como consolación: juzgamos de las escenas de la muerte como si entonces estuviéramos vivos aún. Es imposible figurarnos el cuando estemos muertos, porque es la vida lo contrario de la muerte, y no podemos pasar ese abismo. Por un error es por lo que sentimos miedo al imaginarnos el día en que estemos con los ojos llenos de tierra, pero es un error necesario. Muy posible es, por ejemplo, transformarnos imaginariamente en otro individuo, y así experimentar las impresiones que en él produce la vida. Y precisamente esa es la facultad que forma a los autores dramáticos. Pero sí es imposible juzgar de la muerte y de sus escenas, porque nuestra vida la ilumina con su luz…

¡Ya me estoy consolando! Puesto que comienzo a sentir temores y a filosofarlos, es señal de que mi alma principia a alegrarse, a tener amor a la vida. ¿Qué es filosofar un temor? Disiparlo.

Todo temor y toda tristeza los producen las dificultades que se presentan para el logro de un deseo. El que está triste o siente temores, es porque ama… Luego muy cerca de mí viene la juguetona alegría. Y me río interiormente. Pienso jugarle una diablura a mi señora la alegría que se acerca…

Siempre el contento comienza en mí por hacérseme más fácil la lectura interior… O no: durante el día ceniciento no había lucha de motivos en mi interior; no tenía ni deseos ni temores; el libro de mi alma estaba en blanco. Y la alegría consiste en el venir de los instintos. Tristeza es el estar en blanco el libro interior, y alegría…

Por eso digo, impropiamente, que el contento comienza en mí, por hacérseme más fácil la lectura interior…

¡Ya el contento va inundando poco a poco mi corazón!

En este momento pasan unas niñas por la senda. ¡Y tú, corazón loco, deseas irte con ellas!

Quieres disipar en un momento la alegría, el ansia de poseer. Quieres dar salida al contento que te inunda. ¡Oh!, yo soy un poco más sabio, y no permitiré semejante tontería. Tú, corazón, eres como los hombres de las ciudades: cuando están contentos toman algún excitante, y así malgastan en un momento la alegría, y cuando están tristes, obligan a su alma alegrarse…

Tú deseas irte con esas mujeres y, allí, en un instante, hablando tonterías, malgastar tu tesoro. Pero déjame ser tu maestro. ¡Vamos! No hables, porque en toda palabra se disuelve un poco de alegría…

Mira las nubes, y acepta con devoción los pensamientos que vengan a ti. Medita, gusta despacio cada sensación… Silenciosamente, sin alboroto de palabras vanas, te vas llenando de contento, hasta que éste se desborde por sí mismo…

«El hombre es el creador de valores»

Llamamos bueno o malo, bello o feo, a un ser o a una acción, porque los miramos con el prisma de una doctrina. Bello es… Malo es…

Y esas doctrinas nacen en nosotros, porque al recibir una sensación nuestra alma está de tal o cual manera; si estuviese de otro modo, nacería la doctrina contraria.

Así, pues, todos esos principios tienen por causa el que nuestro espíritu en un instante es de un solo modo, es limitado. Esas doctrinas nacen por culpa de la limitación del hombre. En las cosas no existen. Para ti es bello ese paisaje, y para mí es feo. Luego en el paisaje no está la belleza ni la fealdad. Un acto tampoco es bueno ni malo en sí.

De esa manera explico yo la gran frase de Federico Nietzsche: El hombre es el creador de valores.

El monólogo de mi tío

Despertó mi tío a las doce y se dijo: he dejado mi casa, he dejado a mi mujer, he dejado a mis hijos, porque estaba cansado de oír y sentir. Sentir cansa. El perrillo es insoportable porque siempre nos sigue y se hace sentir eternamente… Pero ahora he topado un compañero insoportable, el más insoportable de todos los compañeros: soy yo mismo. Ni aun en el sueño puedo abandonarme. ¡Nunca puedo separarme del perro de mi yo…!

«¡Pero si es igual a Ricardo!»

Esta frase de mi madre me ha hecho recordar intensamente a mi tío Ricardo, el volteriano. Decía mi tío:

Por muchos años será imposible ser libre pensador y tener tranquilo el espíritu.

Muchos años y generaciones dura moribunda una doctrina cuando vivió mucho tiempo. Una doctrina que muere sigue viviendo como sentimiento.

La lectura

A la lectura atenta de los libros filosóficos debe preceder una menos profunda y razonada. Así nos preparamos para entender los pasajes oscuros, pues sabiendo qué tendencias imperan en el autor, aquellos se hacen claros y fáciles. Así, acontece que el segundo libro que leemos de un autor, es mucho más fácil que el primero.

En esta clase de obras generalmente son necesarias dos lecturas, y si en la primera pretendemos comprender todas las ideas, resulta un trabajo de grandes fatigas. Primero es comprender la doctrina en general, y luego viene el estudio detallado de cada pensamiento.

El dios término

La espera del fin hace menos dolorosas las cosas tristes y más agradables las alegrías. La idea de que va terminar pronto, nos apega, nos hace encontrar divino un placer. ¿Entendéis, pues, por qué yo alabo a la muerte como el acicate para la vida, como la creadora del valor de la vida? ¿Qué será una vida eterna de alegría? Esta no puede vivir sin el dolor. Los términos placer y eterno se contradicen. Los conceptos nacen por comparación, tienen su origen en el límite. Para que nazcan los conceptos de dolor y placer es preciso que el alma cambie, y entonces poder decir:

Antes era dolor, ahora es alegría…

Mi gato es profundamente escéptico

Durante muchos días estuve hundido en la más negra tristeza. Pero es cosa propia del alma, y que se observa en gran manera entre los solitarios, el prepararse por medio de la tristeza y del decaimiento para la sutil alegría. Y mientras más largos y penosos sean los días negros, más violento y saltarín será el contento. Los grandes filósofos y poetas han sido siempre los grandes atormentados, pero también los grandes felices. Y la razón es que estos dos conceptos, alegría y tristeza, nacen por comparación de estados de alma: un hombre que permaneciera en un solo estado de espíritu, no podría saber qué es la alegría, ni qué cosa es el dolor…

Yo estuve, pues, profundamente triste, hasta que la maliciosa alegría se fue apoderando de mi corazón, como si fuese el vino más añejo… Y despertando con mis gritos al amigo Rum exclamaba: ¡Ya me he libertado! ¡Ya no hay nada por encima de mí, puesto que los conceptos sólo existen en mi alma: puesto que soy el creador de la verdad…! ¡Ya no tengo ningún amo! ¡Ya no hay por encima de mí ninguna idea ni ser alguno! ¡Ya mi existencia depende de mi querer…! Y quiero vivir para conocer todas las verdades, todas las alegrías, todas las tristezas… Hasta que mi corazón y mis ojos se hayan cansado…

En ese punto, al ver los ojos burlones que ponía Run… run, se me enfrió la locura. Pues el gato es más profundamente escéptico que yo, y juzga estos alborotos como tentaciones de la carne…

Espíritus libres

Ser un gran carácter consiste en tener pocas relaciones con el mundo externo, y vivir impulsado por escasos motivos.

* * *

Una acción es el triunfo del motivo más poderoso.

* * *

El remordimiento es el dolor de los instintos vencidos.

* * *

Una alegría es el canto de un motivo satisfecho.

He visto que unas veces éste es el motivo más poderoso, y otras el más débil. He visto que el interior del hombre es un constante crecer y disminuir de motivos, un constante venir e irse de deseos.

* * *

Un hombre que tenga la creencia de que es muy bueno tener gran carácter, puede muy bien prometer. En él, ese prejuicio tan arraigado es casi imposible de ser vencido por nuevos anhelos… Pero nosotros, los espíritus libres, que miramos la vida como un ancho campo de investigaciones; nosotros que deseamos multiplicar hasta lo infinito las impresiones que nos produzcan los seres extraños, nada podemos prometer.

Ella. —¿Me querrás siempre?

El soñador. —Nada sé. Si fuese una individualidad, entonces estaría seguro de ir por la vida en línea recta. Pero ¿qué sé yo cuál de estos múltiples seres que forman mi interior será el más poderoso dentro de un instante?

¡Oh, las alegrías de nosotros los espíritus libres! Somos como débiles hojas movidas por el viento. ¿Qué saben del futuro las débiles hojas alegres…?

Cultiva tus pasiones

Me pide usted señora, que le enseñe la manera de saborear la vida durante este año… ¡Qué sensación tan deliciosa he gustado, al ver que usted me trata como a un buen padre espiritual!

Quisiera tener manos regordetas de cardenal, o dedos sarmentosos de místico, diestros en el arte de escudriñar los doblefondos de las conciencias… Veo con agrado, y experimento por ello un gran orgullo de asceta, el que usted y algunos otros bellos corazones femeninos me den el divino oficio de director de vidas. ¡Ay! ¡Qué tristeza sentí por no llevar una túnica griega, cuando usted me pidió que la enseñara a gustar la vida…! Siempre fue mi sueño el ser admirado por una bella mujer extraña; jamás me ha importado nada la admiración de un hombre, y gozo intensamente cuando una mujer me mira como a un conocedor de secretos

Señora: lo primero que debe usted hacer para aprender a vivir, es penetrar bien el sentido de esta sentencia: no hay pasiones bellas ni feas; el temple de cada alma les da su valor. Ahora, siga usted por la vida, esperando siempre con sumisión lo que ella quiera ofrecerle. Y cuando a su alma llegue algún sentimiento, saboréelo devotamente. Aparte entonces sus sentidos de todo otro objeto, y ponga todas las fuerzas de su espíritu en la pasión del instante: en eso consiste el ser buen solitario. Por ejemplo: si las aventuras de su vida de este año muerto han dado a su espíritu una tendencia panteísta, y si las circunstancias del año de ahora son propicias para desarrollar en su corazón ese sentimiento, pues entonces, cultívelo usted y viva dos meses o más la divina filosofía de Espinosa… Jamás se diga usted: mañana voy a hacer esto… No; espere a ver cómo amanece su espíritu, y entonces viva la vida que su alma quiera vivir… Si amaneciere triste, sería una tontería el ir a visitar a una amiga alegre. Medite su tristeza, siga atentamente los pasos de su espíritu…

Estar siempre dispuesta a saborear todo sentimiento que se llegue al alma, pues bien saboreado todo sentimiento es digno: esa es la máxima que ofrezco a usted con devoción.

El aforismo

¿Qué es un aforismo? Es el fruto, la esencia de una larga meditación. Dice al lector: si eres capaz, medita. Se comprenderá, pues, fácilmente, que nosotros, los escritores de aforismos, sólo escribimos para espíritus nobles. Los escritores del vulgo son los grandes masticadores de las ideas. Un escritor plebeyo es siempre orador.

Un aforismo sólo puede comprenderlo el que lo haya vivido; un aforismo no enseña: hace que el lector se descubra a sí mismo. Si éste no tiene en la alforja de su experiencia el porqué, el alma de la sentencia, ésta es para él una cosa vacía.

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Para sacar fruto de los escritores aforísticos es preciso tener mucha vida vivida. Aforismos son cosas de viejos.

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Las cosas son lo que deben ser, y serán lo que deben ser. Toda la vida futura está en potencia en la vida actual. Y la vida actual y la futura son determinadas por la vida pasada. Y todo ello es Dios.

Al lector

Se me ocurre que este libro no tiene finalidad alguna… Así como no he podido descubrir para qué nací yo, tampoco he podido descubrir para qué nació este libro…

—Mamá, ¿para qué nací, y para qué me despierto?

Y mientras no se pruebe (¡qué palabreja!) que hay una finalidad última, todos los seres preguntarán a sus padres: ¿para qué nací…?

* * *

Pero ¿a dónde conduce este analizar…? Este pensar conduce al hombre a todas partes, es decir, a ninguna… Al final del camino puedes reír, o puedes llorar, o puedes blasfemar. Es un camino que no lleva a punto determinado.

* * *

Esta obra está dedicada al tiempo y a los lectores lejanos. Toda obra debe dedicarse al tiempo. Vosotros, amigos míos, al leer este amargo libro, no pensaréis en él sino en Fernando. Mi sombra os oculta mis pensamientos…

Medellín — marzo — 1916

Fernando González

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El poema no alcanzado

Para Fernando González

   Pedían tus pensares con sus sentidos raros
y enigmáticos como tu espíritu complejo
un poema nichano, donde el «decir de un viejo»
brillara con la lumbre de los marinos faros.

   Nielar quiso mi alma en mármoles de Pharos
un vaso, joya digna de tu maligno dejo
y poner en el fondo, cual divino reflejo,
el desamor, diamante de tus ensueños caros.

   Pero sé que bajaste de la erizada cima,
que traes en los labios la uva de una rima
y el corazón henchido de eróticas canciones:

   Por eso yo en el fondo de mi vaso he dejado
en toledano acero de temple no mellado
sutilísimo dardo que parta corazones.

Ramón E. Arango

Fuente:

Pensamientos de un viejo. Medellín, Fondo Editorial Universidad Eafit – Corporación Otraparte, abril de 2007.

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Pensamientos de un viejo - 1916

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Ultima revisión en febrero 5 de 2017