El Hermafrodita dormido

Fernando González

1933

Dedicatoria

Siempre hay seres humanos detrás de nuestras acciones. Por ejemplo, al publicar mis libros he sentido que sería muy bueno que Alfonso y José Vicente González dijeran que estaban agradables. El último murió en 1932. Me falta un ala. Este es para Alfonso. Aparecen tantos jóvenes y mueren tantos colegas de juventud, que estoy medio muerto, por lo menos se me quita el miedo a la muerte. Las nuevas juventudes son como nuevas visitas, con quienes no encontramos qué decir. Decididamente, pasados los treinta años, cada día es más evidente que nuestro puesto en la tierra lo necesitan y reclaman otros. ¡Abran campo, pues, queridos amigos muertos, que me siento empujado hacia vosotros! Pero mientras tanto cantemos a la juventud, que es lo único. Lo demás son las meras nadas. La juventud es bella aunque no se bañe. Por eso, por amor a ella, para no separármele, he querido permanecer siempre aficionado y no ser profesional. Así puedo contradecirme, no tengo obligaciones, me parece que estoy aún en el colegio de los jesuitas y que no he terminado mi documentación. Porque soy también un jesuita soltado. Me da hasta risa pensar en el asco que le tengo a la terminación de los estudios, a la vejez y a la muerte. Porque cuando uno cree que ya sabe una cosa, es porque ya se murió. Todos son muertos, menos los que nos documentamos y nos documentamos, como los jueces que se demoran y se demoran. ¿El juicio? ¡Va! Eso es matar el proceso filosófico… Lo único que sé es que la filosofía es un camino, una amistad y no un matrimonio con la verdad. Ésta no se ha casado, es virgen, una virgen juguetona. Quien afirme que ha poseído la verdad es un… viejo sofista.

— o o o —

Introducción

I

¿Quién es Lucas de Ochoa en los días en que saca en limpio sus aventuras italianas? Cada rato sale a la ventana del Consulado, donde trabaja, mira para el cielo y llama a Dios. También cuando sale de paseo con los hijos mira para el cielo, como las aves de presa cuando se asolean en los tejados. Tiene una gran seguridad de que somos hechura y de que podemos recibir energía. La cuestión es ponerse en relación con ella. Casi todos cortan la corriente y se arrugan como pasas. Se siente vivir en comunicación con todo lo creado. «Hasta allá —dice—, hasta el sol más lejano está unido a mí». Muchas veces despierta durante la noche y siente la solidaridad con las estrellas, siente que el sol está calentando el otro hemisferio y ve a la tierra que va por su camino, tan bella.

Se entra a los templos y se está durante horas parado contra una columna, porque afirma que tiene relaciones con Dios. ¿Quién es Dios? Contesta que la esencia, lo que no es hecho. Que Dios no es formal. Dice que tiene algunas cosas como ayuda para sus relaciones con Dios: por ejemplo, los rayos del sol que entran por las ventanas de las iglesias y que se materializan en los corpúsculos del polvillo ambiente; el sol, al cual mira de reojo, mientras respira lenta y profundamente; la luna silenciosa y las estrellas multicolores. También durante la noche se acurruca en su lecho y grita interiormente: «¡Cógeme, llévame lejos, a otros planos emotivos! ¡Cárgame, madre mía! ¡Yo soy hechura!».

II

Vive en Francia. Está canoso y hace dos años que cada mes pesa menos. Se está consumiendo, porque el fin de la vida es luchar para hacerse consciente. Últimamente se airó con una señora anciana, su amiga, y la insultó. A la hora comprendió que la voluntad violenta vuelve como puñal contra el airado. Comprendió que había ascendido, pues le es imposible airarse y maltratar a los seres. Sintió la solidaridad de toda la creación. En todos los ojos se ve al espíritu; cuando se ha llegado a ese plano de existencia, no se puede ofender a ninguno, ni a quien nos ofende. Nadie es malo, nadie, ni la niña que asesinó a su padre; hay gente que aún no ve, pero en todos los ojos está el espíritu. Además, no podrá aparecer el sucesor del hombre sino cuando haya desaparecido toda ceguedad. Mientras haya uno solo atrás, no podremos pasar el río que nos separa de la tierra prometida.

III

Después de airarse y de arrepentirse, durante días salía al sol y entraba a las iglesias, pensando:

Cada día me consumo. No debo quejarme de estas experiencias, porque ellas me hacen doctor. El fin de la vida es llegar a la muerte con el cuerpo consumido por la jornada y el alma como luna llena que se asoma.

Le pregunté cómo oraba en los templos. Dijo que apaciguaba la mente, hacía el vacío interior y recibía energía y órdenes. Que el espíritu comienza a hablar sin voces apenas uno lo pide y está listo. Que a Jonás no le dieron ninguna orden con voces de sargento, sino que la conciencia le ordenó; la ballena es símbolo, lo mismo la tempestad. Cuando se ha oído la conciencia y no se obedece, se camina por las tinieblas. Que la conciencia le ordenaba quedarse en Colombia en 1931 y que se vino.

Apenas lo sacaron de Italia, entre dos policías secretos, llegó enfermo a París y luego a Marsella, en donde estuvo agonizando de peritonitis. De la agonía no recuerda sino que tenía ansia infinita de beber agua de los Andes, de una fuente maravillosa que nace en «Las Palmas», cerca de Medellín.

Luego se estuvo durante un año convaleciente y escribiendo constantemente: Tengo una gana loca de ser bueno. Es decir, de comprender más cosas, de apropiárselas, de trascender más y más la apariencia.

IV

Pero afirma que deviene consciente, reaccionando. Por eso no reniega de sus locuras pasionales en cuanto lecciones. Rameras, odios, hábitos desordenados…, en fin, dice que en el retrete invoca a Dios para que lo saque de la carne, pero espíritu maduro, como estrella que aparece en las cimas de los Andes.

Reacciona demasiado fuertemente y luego se enerva. Oscilaciones terribles de inervamiento tenso y depresiones. De ahí que sus juicios sean tajantes, y que luego se contradiga, para terminar por irse para un templo a buscar a Dios y decirle que lo saque de las apariencias. Por eso se burla de su persona y sostiene que el valor de sus escritos está en que son la relación de sus luchas, no en la verdad, la que no se halla nunca en palabra de hombre. Esta es, a lo sumo, manifestación de una conciencia que deviene. La verdad es muda, no sufre adjetivos, ni nombres; únicamente un verbo: Ser. La apariencia Existe, es decir, es manifestación.

El lector de este libro debe tener presente lo anterior al leer juicios sobre naciones y hombres, de los cuales ahora se ha desprendido Lucas Ochoa como de vestidos. Los juicios, afirma, son como el rastro que deja la babosa en el sembrado de lechugas.

Pero es fácil entender a nuestro hombre cogiendo al acaso una de sus libretas de bolsillo del año 1933, vivido en Francia. Hojeándola al azar, se ven, pegados a las páginas, multitud de tiquetes de la Sociedad francesa de básculas automáticas, y otros de la Sociedad de fotografías balanzas automáticas. En los primeros está únicamente el peso, con la fecha, mientras que en los segundos se halla también el retrato. En ambos vemos que el peso de Ochoa ha descendido en tres meses a 56 kilos, subido a 60 y vuelto a 57.

Uno de tales retratos, en el que parece que se hubiera vuelto todo cabeza, tiene esta leyenda alrededor:

«Agosto, 7, 1933. — El 4 de agosto enterré al pie del árbol del jardín un papelito con la promesa de no enojarme durante un mes. Los hijos y la mujer me rogaban cambiar lo de no fumar por no enojarme, y resolví sostener el no fumar y agregarle la ecuanimidad».

En agosto, 20, 1933, hay una nota que reza:

«Me parece que la tierra fecunda mis propósitos. ¿Acaso no somos hijos de la tierra? Así como a las plantas, y éstas a nosotros, así a mis propósitos. Hay mucho hálito divino en la tierra. Hoy enterré un papel con la promesa de no emitir juicio en dos semanas».

Por ejemplo, en la siguiente nota vamos a coger vivo a nuestro hombre. Ama a Francia mucho; la cree el lugar en donde hay más razonables y equilibrados, y, sin embargo, en julio, 10, en la libreta, alrededor de uno de los retratos, hay esta leyenda:

«Julio, 10, 1933. — Retrato de un hombre que está más triste que la tristeza. Hace cinco días que no fumo, pero estoy hecho un alma de asesino. Odio a Francia porque hay muchas rameras. Odio a Francia, exportadora de rameras. Odio a Francia, porque me ha hecho nacer el disgusto por todo: parricidios, infanticidios, estupros, avaricia, moho de la moneda sueldo».

Un espíritu presa de la carne pasional, loco entre la carne. Al lado de otro retrato se lee:

«Parezco un futuro guillotinado. ¡Qué abismo de dolor en este rostro! Pienso en lo odiosa que es mi vida de Europa. ¡Dejar mi tierra ancha e inocente por este hormiguero humano!».

«Julio, 11, 1933. — Estoy en el séptimo infierno y no sé por dónde salir. La vida me presenta su cara de los mil horrores. ¿Qué hice? ¿Quién me suelta su veneno?

Si esto no se compone pronto, pronto, moriré.

Casi estoy seguro de un cáncer».

V

Al copiar lo anterior, resolví transcribir toda la libreta, para que se entienda en las circunstancias tormentosas en que emitió sus juicios-insultos contra la libre Francia y para que se conozca bien al individuo que escribió este libro acerca de Italia. Como actualmente está entregado a mirar para el cielo, es contra su voluntad que esto se publica; sostiene que son cadáveres, partículas cadáveres de un alma que trajina, excrementos pasionales. «Tú —me dice—, no comprendes que no tiene valor lo escrito o lo actuado sino en cuanto desenfunda el alma» (se refiere al acto de sacar un cuchillo de su vaina). «El género humano es solidario y no hay Francia ni Italia: hay hombres, y mientras uno solo se quede atrás, ninguno pasará de esta etapa. Los juicios que publicas son apenas reacciones de un alma que está tan metida en la carne como una nigua (1). No quiero bulla con mi nombre; ofréceme fama o dinero y quizá me venda, pero diré que me vendí y llamaré a Dios en la noche y en los templos y retretes hasta que me reciba lo que me diste. Ya me he vendido; ya me he prostituido en todo, y lo diré, porque mi alma chilla como Jonás dentro de la ballena, o como gatos en el tejado».

Copiemos, pues, la libreta y ninguno se sienta ofendido, que los juicios de este libro son reacciones causadas por los policías policromos de Italia, por la mujer única de Marsella, por las actitudes de Aquiles Starace o de Mussolini, o bien, por el encuentro de algún motorista de tranvía impertinente o por la lectura diaria de crímenes horribles. También, que Ochoa se hunde en la inmundicia y luego sale enfurecido, lanzado para arriba como pelota de caucho y renegando de todo…, para terminar mirando al cielo, como los gallinazos que se asolean en los tejados de las casas en Medellín.

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(1) Animalillo que se entra en la piel de los pies, en América.

Libreta nº 615

Julio, 4, 1933. — Hechos, hechos. La conquista de mí mismo.

* * *

Hace hora y media que ni fumo ni pienso. Son las diez y cuarto. No pienso, luego soy.

* * *

No bebí café en La Prefectura hoy. (Plaza en Marsella).

* * *

Estoy un poco mejor. Hace dos años que sufro, envenenado, paroxismos, incapacidad.

* * *

Tema para desarrollar: San Francisco de Asís no pasaría hoy de obtener una notícula irónica, corrosiva, en Le Journal, y no podría hacer lo que hizo.

La Prensa es el medio de hoy para imponer movimientos. Por ejemplo, si se le propone popularizar el monótono canto guerrero de los negros: ¡Ay, ay, aaayyyy!!!

* * *

Hace dos horas y un cuarto que no fumo, pero emito juicios. No puedo detener el cinematógrafo interno, tan vulgar como el mundo en que vivo. Somos netamente solidarios.

* * *

Hace dos horas que no fumo. Tengo deseos de quemar los cigarrillos. Los dejé en casa. Cuando los queme, se levantarán las volutas del humo como en un sacrificio.

* * *

Julio, 5, 1933. — Hoy voy a quemar mis cigarrillos.

A las doce, quemé los cigarrillos que tenía.

* * *

La doctrina de la relatividad, Nietzsche, acabaron con lo existente y dieron nacimiento a los sugestionadores. Con una camisa se hace hoy un movimiento. Antiguamente, Jesucristo dijo que si no había fortaleza dentro, existía un sarcófago lleno de huesos y camisa.

* * *

Julio, 6, 1933. — ¡Terrible curso! La familia me es insoportable porque la amo. Un hombre que ama, es pasional. Hay que romper.

¡Insoportable mi vida en Europa! Sobre todo ¡formar una familia! ¡Eso fue lo mejor que hice! ¡Un error, un error haberme vinculado! ¡Llévame pronto de esta carne y de estos sentidos que se meten a juzgar!

VI

A continuación de lo que precede está la nota acerca de Francia, y el retrato. Después hay lo siguiente, muy curioso:

Julio, 20, 1933. — Después de una semana volví a fumar. La culpa fue del método, pues no reprimí el carácter, no inhibí la ira y los pensamientos tristes. Hoy recomienzo con ayuno y buen humor. Mucha culpa tienen Berenguela y los hijos que, por miedo a verme encerrado y furioso, me aconsejaron que fumara.

Esta mañana pensé que hace tres años escogí espíritu y que no he obrado de acuerdo con mi decisión; una vez decidido, no se puede retroceder, so pena de muerte. Por eso es mi gran tristeza continua. Hay que progresar día a día cuando uno se decidió por el espíritu, o por el cuerpo. No se puede dudar ya durante la marcha.

* * *

Julio, 27, 1933. Viernes. — Señor: que mi decisión de no fumar sea apoyada. Padre nuestro que estás en los cielos…

* * *

Julio, 29. — Hoy me va a ayudar Dios. Comencé a no fumar, no juzgar y no airarme. Sobre todo que los sentidos no juzguen; son jueces autonombrados. El juicio es también excremento pasional.

* * *

Julio, 30. — Enterrados siete cigarrillos. Mi hermano Jorge también resolvió comenzar. Lo hicimos a las tres y son las diez y estamos como huérfanos.

* * *

Julio, 31. — En el cafecito oloroso a orines, al lado del Huveaune, hace veinte horas que no fumanos y no juzgamos ni odiamos. Tristes, sobre todo Jorge.

Las 9 p. m., con ganas de fumar. Parece que la vida no tuviera interés.

* * *

Agosto, 3, 1933. — Desde ayer a las cuatro me encerré en mi cuarto, airado dizque porque me contradicen en casa. Pero es disculpa; la ira es porque no fumo y porque no emito juicios. Tengo tanto desespero por salir como el Filocleón de Las avispas, el viejo juez que quería salirse hasta por las rendijas a juzgar, a condenar.

* * *

Agosto, 5. — Hace seis días que no hablo ni fumo. Jorge tampoco. Con un compañero se facilitan estos asuntos. No se pueden escribir bellos libros si no se tienen lectores; brincar, si no se tienen admiradores y hacer actos heroicos en la soledad, es el summum de la grandeza.

A cada instante pasan, como relámpagos, sentimientos de que la vida nada vale sin fumar en el café y sin emitir juicios. Llegan quejas hondas, tristes, de todo el organismo. De pronto, la mano se mueve instintivamente para el bolsillo de los cigarrillos, y da un desconsuelo inmenso pensar que jamás, jamás se fumará. Pero es cierto que no sentimos ninguna tristeza por no haber fumado.

Cada acto en que se fumaba es una tentación. Sobre todo desayunarse, almorzar, comer y beber café. Éste, sin emitir juicios acerca del país en donde se vive y sin cigarrillos, es igual a nada.

* * *

Agosto, 7. — Comprendo el sentido del sacrificio y del envejecer, del caer el cabello y los dientes, del arrugarse el rostro. El hombre se hace grávido en cuanto lucha y se consume. El siglo xix bajo el aforismo mens sana in corpore sano, no vale nada. Cuerpo sano y cuidado y lucio no puede ser cuna sino de los gusanos.

Hay un error fundamental en el fascismo, marxismo, hitlerismo, rooseveltismo y todos los sistemas que quieren agrandar a las naciones por el sistema del dominio sobre los demás, por el triunfo en competencia, por la voluntad violenta. Son movimientos egoístas que crean el odio y la reacción, los nacionalismos. Estamos sedientos de un redentor que nos traiga una ola de otra cosa.

* * *

Agosto, 13. — Tengo orgullo por mi continencia y por mi sobriedad de actitudes.

Una gran tentación de fumar, pues comí con una familia amiga en La Reserve, y al frente estaba un viejo muy sano y apacible que consumía, consumía alcoholes y cigarrillos mientras emitía juicios reposados acerca de todo.

¡Me mata la pasión de juzgar! Fue uno de los momentos más débiles de mi vida. Me duele aún no haber juzgado y fumado. ¡Consumía deleitosamente ese viejo francés! Comen y beben muy bueno aquí. Es gente realista. Tienen una santa que era virgen y usaba calzones de hierro.

* * *

Agosto, 16. — Tengo un sentimiento claro de la vejez. ¡Qué terrible la posibilidad de ella! Hasta hoy no existía para mí. Veía viejos, pero no pensaba que podría serlo yo. Hoy la vejez me parece como un ser que se ha metido en casa. Madame Taylor me regaló un gato de dos meses.

La vejez se metió en casa como el gatito de Madame Taylor.

VII

Es un gran sensual. Casi puede decirse que ahí está su fortaleza, pues ella le sirve para rebotar como la pelota de caucho. Es una inmundicia que mira para el cielo. Con fragmentos de su correspondencia de los últimos días vamos a estudiarlo.

En carta de 27 de junio de 1933, dice:

«Conocí a la mujer única de Marsella, una muchacha poderosa que se pasea pescando por la calle de Roma. A veces tengo la manía de seguir a las mujeres, pues me parece que ellas tienen en alguna parte algún secreto. Desilusión, pues nosotros somos los del secreto, según lo dijo Cojuelo en el recado que le envió a una sirvientica: “Dígale que se venga sin calzones esta noche, que le voy a decir un secreto”.

Se desnudó y ¡téngase usted! Eran unos pechos como los cañones antiaéreos que llevó el difunto Vásquez Cobo a Tarapacá. Se paró al frente del espejo; alzó los brazos, los bajó y bregó por doblar de para abajo esas tetas beneméritas. Me dijo: Je suis unique a Marseille…, y sonreía triunfalmente».

Indudablemente que le vino la reacción, pues en carta de 2 de agosto de 1933 encuentro lo siguiente:

«La mujer sigue siendo para mí como larva de coleóptero; me produce náuseas. A cada dos minutos miro para el cielo y llamo a la Belleza, al que está escondido, y has de saber que oigo el ruido de sus alas, cada vez más, cada vez más. Es como la aurora, que cada vez más, cada vez más.

… La única conquista que puedo contarte es que ya me dan asco las mujeres. Con la ayuda divina vencí eso que me hacía desesperar. Si vieras las sensaciones tan raras que tengo al ver cuerpos de mujeres en la playa. Es muy raro. No sé explicar. Es un complejo en que hay sensación de larvas inmensas de coleópteros, trompas retráctiles de elefantes, abdómenes de insectos. En fin, creo que se trata de la intuición del alma fisiológica, el alma de la carne, el deseo de encarnar.

Mi única esperanza es volver a Colombia preparado para morir, graduado en eso. Medita bien: que sienta náuseas por la vida orgánica y que tenga relaciones divinas.

Mucho es saber que hay dos vidas. Pero ¡qué malo no poderte explicar esto de los cuerpos de mujeres! Pero es de las mujeres que están en la edad del deseo. Los hombres también. Apenas los intuyo, vomito. Mi amigo sacó una fotografía de unas mujeres desnudas en la playa. Ayer me la mostró. Como fue sentadas, con las piernas estiradas al frente de la máquina, éstas quedaron gruesas y cortas y tuve la sensación de órganos retráctiles como tentáculos de pulpo o trompas de elefantes, y vomité».

Durante el mismo tiempo de reacción contra la mujer única, escribió lo siguiente acerca de las francesas, lo cual a nadie ofenderá, pues este hombre es fatalidad evidente.

Puesto que hay otras notas en que habla de la virtud de las campesinas de Francia, hay que tomar tales ímpetus por lo que son, reacciones de Marsella, puerto cosmopolita y donde hay, por ejemplo, más de ochenta mil mujeres inscritas; agréguese ochenta mil hombres que viven de ellas y lo que no está legalizado… Pero en Marsella se encuentran muchachas más ágiles que los gatos. Dice:

«¿Cuál es el hecho que más aparece en mi conciencia? Las mujeres de Francia. Míralas pasar. Carecen de misterio; no tienen secreto; no hay en ellas inocencia. No existe el amor, el cual esencialmente consiste en la conquista de una inocencia. En Francia no existe, pues, el amor. ¿Qué arte puede haber sin amor?

Míralas pasar. Convérsales. No tienen ningún secreto. Desde la más tierna infancia sus pechos caen a la altura de las costillas falsas. Observa las artistas de cine y de teatro. Todo se les cayó desde la más tierna infancia. Un secreto que las muchachas prometen y no cumplen, es el amor.

Francia tiene pocas barreras y se llama el país de la mesura. La moral son linderos que crean el pecado y, por consiguiente, el misterio, el amor, la picardía, la gracia. Ésta consiste en la agilidad con que el hombre se mece en la barrera que separa el bien del pecado, sin dejarse ir; es un asomarse a lo prohibido.

El arte es también un cerco de leyes, y el amor, summum de todo, nace de la moral.

Aquí piden cien francos por una cosa que no puedo decir y cincuenta por otra que tampoco puedo decir: Voilà l’amour!

En Francia no hay barreras. Nada es bueno, nada es malo; nada es verdad, nada es mentira. Entonces ¿por qué existe aún Francia? Por el franco. El franco y el sueldo son el límite del francés. ¡Es mucho amor por el dinero, mucha economía, mucha hambre! Ahora comen más y están enojados con los yanquis que vinieron a la guerra, porque les enseñaron a bañarse y a comer bien. El franco es como la atmósfera que pesa sobre nosotros y nos evita reventar. El franco limita al francés y lo hace una nacionalidad que no perecerá; es la explicación de sus triunfos y de sus cualidades».

La sensualidad de Lucas es la continencia, un fenómeno español y suramericano. Efectivamente, el misticismo español es sensualidad contenida. La noción de honor femenino es de España y Suramérica. Mirar tras las celosías, atisbar, rumiar las promesas de unos ojos. Mientras que Francia es un país satisfecho en amor. No hay francés que no esté ahíto. Creo que en estas cortas frases queda explicado el malentendu de Ochoa y las mujeres únicas. En Francia no gustan de las ilusiones, y a uno como Lucas, le dicen: Espèce d’idiot

VIII

Muy naturales parecerán estos datos biográficos a los lectores de Mi Simón Bolívar, libro en el cual comencé la historia de Lucas Ochoa. Recordarán muy bien que es asimétrico; que estuvo hemipléjico durante el año 1928.

Pues los paroxismos le volvieron hace poco. En su correspondencia y notas está descrita esta crisis:

«… Grandes y buenas noticias le tengo acerca de mi salud. Resultado del examen del líquido cefalorraquídeo, negativo. Hay, eso sí, 0,80 de albúmina, y lo normal es 0,20 a 0,40. El Doctor Aymés le envió el resultado a Berenguela, junto con una boleta en que dice que es relativamente satisfactorio, y que fuera donde el Dr. Sedán para estudiar el fondo del ojo. En la tarjeta que envió para éste, se lee: “Ochoa Lucas. — Crisis comiciales muy raras. Albúmina citológica en el líquido”.

El Dr. Sedán dijo: “Usted puede estar contento, señor Lucas, nada de sífilis, nada de tumor; reflejos normales, pupilas iguales y astigmático”.

Parece que sea la misma enfermedad de Mahoma».

En carta de 2 de junio se lee:

«Ayer salí de aquel hospital “San José”, donde pasaron cinco de mis días, felices. ¡Qué silencio, qué manos y qué almas! Es suave el catolicismo para con sus buenos siervos, como yo. Las Hermanitas de la Presentación son las únicas mujeres que me gustan.

Las noticias que le puedo dar es que no hay tumor. La radiografía es normal. La leyenda dice: “Cráneo soberbio. Ninguna anomalía, salvo un enorme seno frontal derecho”.

Mi vecino de cuarto era el abate Peracca, enfermo del corazón por la gordura. Se paseaba en calzoncillos a medio muslo, redactando el testamento, y a las doce gritaba que si no le daban almuerzo se iría para el restaurante.

También había un paralítico que ya no movía ni la cola y que gritaba al ver a su mujer: ¡Maguí…! ¡Maguííí!! (se llama María). Cuando la hermanita le daba el café con leche, exclamaba a cada sorbo: O que c’st bon! O que c’est bon!

Al abate Peracca lo cogieron las hermanas un día robando pan en la cocina, vestido de calzoncillos y una capita. Queda dicho que Peracca es italiano. ¡Aprenda a deducir!».

Si el lector entrara ahora a la casa de nuestro hombre, lo más probable sería que lo encontrara con un frasco de Kalmidor en una mano; acaba de beber una cucharada y mira para el cielo. Vive de Kalmidor y píldoras azigol. En el frasco de éstas se lee: «Supresión de los bromuros. Para todos los estados nerviosos. Alejamiento progresivo de las crisis».

Legumbres y legumbres. Pero también está entusiasmado con unas gotas de sales radioactivas.

Resumiendo su vida aparente: enterrar papelitos con promesas y juramentos. Mirar para el cielo. Tomar calmantes. Caminado lento unas veces, rápido, otras. Períodos en que emite juicios acerca de todo y épocas de mutismo. Encerrarse durante días en su cuarto, para llamar a Dios.

IX

La esencia actual de la filosofía de Lucas es que la emisión de juicios hace parte de lo que llama excremento pasional. Lucha contra su persona, beber, fumar, cohabitar, amar, odiar, reaccionar, emitir juicios.

El juicio no hace parte del espíritu, sino de la persona. Toda proposición es reacción. «Italia es hermosa»; en esta proposición hay una reacción. «La tierra es grande»; «Dios es infinito», etc., etc.

Hasta hoy se había considerado a la razón como facultad espiritual. Ochoa sostiene que hace parte de la apariencia. Dice que arte y ciencia son apariencias, pues no hay sino un verbo sustantivo: Ser. No se puede concebir nada existente fuera del Dios escondido.

Sea lo que fuere de toda esta metafísica, lo cierto del caso es que nada mejor que emitir juicios en el café, mientras se fuman los cigarrillos. Y ninguno hace estas cosas con el deleite de Lucas Ochoa, sólo que la metafísica lo pervirtió… O quizá goce tanto por eso mismo, porque lo considera pecado.

«Vas a publicar todos mis excrementos pasionales». Eso me repite acerca de este libro sobre Italia y sobre muchas cosas, que he arreglado con sus apuntes, correspondencia y conversaciones.

Lo he titulado El Hermafrodita dormido, pues me parece que las páginas acerca de esta obra griega merecen darle el nombre a todo el libro. Es una serie de juicios acerca de Italia. Mussolini, por medio de su policía, llegó a leer algunos de tales apuntes y arrojó a nuestro filósofo de su península. Fue incapaz de comprender.

El epílogo contendrá algunas notas de Ochoa, necesarias para conocer los juicios que ha emitido acerca de las otras naciones y de los sucesos de Colombia. Pero mejor será no decir nada de ésta, porque es mi madre.

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I T A L I A

Primeras impresiones

Génova, 12 de marzo de 1932.

Génova es ciudad bonita, mucho; original, porque no es plana. Tiene algo de Manizales. Es, con Venecia, la que posee más carácter. Los genoveses son comerciantes y nada más. Es la tierra del ambicioso Colón. Conociéndola, nos explicamos los motivos que lo indujeron a ir en tres cáscaras hasta Guanhaní: comerciar, comprar y vender; oro para comprar el cielo.

Italia está muy organizada; reduce cada día sus importaciones y aumenta las exportaciones. Los impuestos aduaneros son enormes, por ejemplo, para el café. Produce bananos en La Somalia y otras posesiones africanas y prohibió la importación de ellos. Está cerrada para nosotros.

Hay un nacionalismo terrible, lo mismo que en toda Europa. Nosotros somos hospitalarios hasta la bobada. Un pequeño ejemplo es nuestra ley sobre visa de pasaportes, que está basada en la reciprocidad; gratis a italianos y suizos, porque así lo hacen ellos; pero Italia y Suiza son países de turismo; les conviene que vengan por aquí a pasear. A nosotros ¿qué nos ha de convenir que vayan buhoneros italianos a traficar en nuestros pueblos? Para Francia le visan el pasaporte a cualquiera, pero le ponen un letrero que reza: «Prohibición de ejercer trabajo remunerado en Francia». Somos muy inocentes. Nuestros países de Suramérica se están llenando de la hez de la tierra. Cuando leo la Prensa de allá, me quedo repitiendo: Somos inocentes hasta la bobada; somos inocentes, pero aún no estamos pervertidos completamente.

Nacionalismo

Marzo, 17.

Todo esto es obra de la sugestión de un hombre: Mussolini. Ha logrado que todo italiano se crea un Napoleón y crea que ganaron ellos solos la guerra.

De esto se concluye que para engrandecer a los pueblos hay que instigarles la vitalidad. Es la única lección que puede sacarse de esta repugnante dictadura. Mussolini ha convencido a las nuevas generaciones de que son iguales o superiores a cualquiera, y apenas se convencieron, la creencia deviene realidad y el mundo la va aceptando mansamente. «¿Qué no puede hacerse con el hombre?», preguntaba el Libertador.

Prohibida la importación de lo que Italia o sus colonias puedan producir. Todos los países de Europa se encierran.

Conclusiones: Prohibir la entrada a Colombia de todo lo que pudiéramos producir. Es una vergüenza que allá introduzcan comida. Instigar la vitalidad, predicar que nuestra tierra es más bella y mejor. Sólo nos falta creerlo.

Para eso, el medio es la Prensa y la escuela. Cualquier cosa se puede hacer de un pueblo por medio de la escuela y la Prensa. De ahí que lo primero que hizo Mussolini fue apoderarse de la imprenta y de la niñez.

El principio de reciprocidad que anima nuestras relaciones internacionales, es absurdo: porque si algún país tiene posibilidades para vivir de sí mismo, es la gran Colombia, con dos océanos, con todos los climas y todas las alturas, con las faldas de los tres Andes, sus mesetas y sabanas; ríos con sus valles inmensos. Por ejemplo, es una gran inocencia el que se pueda introducir maíz, frísoles, arroz, huevos, a semejante tierra. Y sombreros, telas, etc. Lo único que debía permitirse, por ahora, es la entrada de maquinaria.

El art. 2 de la Ley 69 de 1930 es absurdo. Los países que no cobran por visar los pasaportes, es porque tienen gran renta en el turismo. Esto sucede con Italia. Mientras que los italianos que van a Colombia es a vender telas, sombreros, corbatas y tronquitos de mármol.

Ya que somos pocos en gran tierra, se podría visar pasaportes únicamente a gente muy sana que fuera a trabajar las industrias agrícola, pecuaria, manufacturera o extractiva, con capitales mínimos de tres mil pesos. Visar pasaportes como se está haciendo, revela una inocencia terrible. Hay que prohibir la entrada de comerciantes y de aventureros.

Colombia es un paraíso porque tiene apenas ocho millones de habitantes. Las desgracias y corrupciones de Europa provienen de la densidad de la población. Por eso, aquí las casas son como inmensas jaulas, sin patios, sin solares y sin aire. Por eso, aquí hay estatismo, socialismo, comunismo, y no hay vida de familia, no existen las amistades tan deliciosas entre familias vecinas. En estas tierras se vive como en hormigueros desorganizados.

Conclusiones:

1ª. El afán de que vayan gentes a Colombia es sugestión; nos parece, como a los niños, que los defectos de los mayores son perfecciones.

2ª. La felicidad colombiana consiste en que somos pocos con mucha tierra. No necesitamos gente, inmigración, sino sabiduría. La Argentina no puede ser nación; es un conglomerado amorfo y desgraciado; perdió el idioma, perdió el carácter; se hicieron fortunas a la carrera: eso fue todo.

Muchas cosas podría decir acerca de lo que veo en Europa, para comprobar que Colombia es hoy el país más fácil para la felicidad humana y que sólo falta un poco de sabiduría.

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Génova

Abril, 4, de 1932.

Tu carta me hizo resurgir en la conciencia estados psíquicos que hace tiempos no venían; fue como acicate para mi alma. Resentí los momentos de euforia creadora que he tenido, siempre a instigación tuya.

Lo que me gusta es sentirme alto, cerca del calor solar, eufórico, pletórico, capaz de amor y de sacrificio.

Pero en Génova no hay sino comerciantes y gatos preñados. Es la ciudad de los gatos y el plato genovés se llama Tripa, una especie de mondongo sin caldo. Hay muchos perros, todos con bozal, y las mujeres los sacan a mear, encadenados. Si la paciencia que gastan para dejarlos oler los rincones y los troncos de árbol la tuvieran estas mujeres europeas para cuidar sus hijos, el fascismo sería una gran institución…

Colón era genovés, y esto se puede afirmar a priori. No era español ese ladrón, avariento, que robó el premio asignado al que primero viera la tierra del tabaco y de las loras.

* * *

Gatos preñados, tripa, comerciantes y callejuelas. Ciudad original y patria del hombre más avariento, obstinado y empujador que ha dado la humanidad: Cristóbal Colón. Cielo bello, lejano y sirvienticas con los tacones torcidos. Ahí tienes a Génova, mi nueva patria.

Europa no me agrada. ¿Para qué? Tal vez los que vengan en busca del amor fácil, encuentren mejor esto; pero allá, en Colombia, es más bello el cielo. El suelo y el cielo. Hay montes de verdad, casas verdaderas, comida sana, frutos recién cogidos, leche con la crema. Aquí todo es falsificado y todos tienen hambre. Son muchos en escasa tierra. El error de nuestros gobernantes es desear la inmigración. Somos mejores, porque somos pocos, precisamente.

* * *

Mayo, 4, de 1932.

¡La primavera es bella! Una mañana, el cielo lejano y azulísimo, el sol tibio y los árboles con pequeños renuevos. Y comienzan los jardines a llenarse de estas flores italianas tan amarillas, tan rojas, tan verdes, tan de un solo color. Aquí me he reconciliado con el amarillo. Las mujeres principian a llevar vestidos de colores puros y la Vía xx de Septiembre es una escuela de colores andantes. Nadie ama los colores como el italiano, pues es la tierra de ellos. Los policías, soldados y niños van emplumados, adornados. Aquí el macho, como entre los animales, es más engalanado que la hembra. Y suenan las voces rápidas, pues hablan aprisa como nadie; parece que riñeran. En fin, es el mes del amor, pero las mujeres no se entregan sino al que tenga plumas, penachos, sombreros en ángulos. Aquí no importa sino el color; el coito es unión de colores.

Giovinezza, giovinezza, che si fugge tuttavia… Bella… Se vuoi venire…

Pero Italia carece de mesura, de buen gusto. Mussolini es una pirámide de mal gusto. Un hombre tan afirmativo, tan oloroso a semen de establo, es el que ha convertido a la juventud italiana en fascista. Tú, acostumbrado a la delicadeza de Francia (2), no podrías soportar a este dictador incapaz de crear una literatura, un arte, nada bello. Todo se reduce a frases gruesas y rotundas, a camisas negras. Mussolini es un antiguo carnicero que leyó a Nietzsche a la carrera. En fin, nada tan fastidioso para mí, que estoy maduro, como este dictador.

No tengo fe en el hombre sino como lodo para que florezca en él uno que otro espíritu superior. Basta decirte que no he visto una sola figura interesante; apenas un sacerdote que llevaba un bastón delgado, cogido sobre la espalda con las manos enguantadas de negro; el sombrero lo tenía un poco torcido para un lado y los calzones asomaban unos cinco centímetros bajo la sotana. Caminaba con impertinencia, como si no le importara Mussolini; tenía figura de ser capaz de estarse diez años en un calabozo y de salirse por una gatera que abriría pacientemente. Lo seguí durante mil metros. De resto, ni aquí, ni en Milán he visto nada en hombres y mujeres. Mussolini me causa disgusto en todos sus actos y colaboradores. Por ahí está Ludwig siguiéndolo como un perro. ¡Qué asco! Al fin y al cabo Juan Vicente Gómez es original, único, y yo lo estudié por amor a la grandeza humana. Una guerra con los franceses parece necesaria, porque es mucho el odio que tienen por la bella y frágil Francia, de quien sólo conozco a Marsella, en diez minutos de automóvil, de noche, pero cuya sonrisa percibí y lloré. ¡Sólo Francia es bella! (3).

Había en el muelle una putica que tocaba el acordeón para que le arrojaran sueldos desde el barco, y había tanta gracia en ella, que estoy seguro de que en el cielo reciben a las pecadoras francesas en un barrio especial que se llama La Bouterie. Las mujeres italianas no quieren sino liras, comen ajos y no se bañan sino en verano. Los yanquis introdujeron el baño y las comodidades a Europa, durante la guerra europea. Lo admirable son las flores amarillas, y azules, y rojas, y color de yerba mascada y color de todo lo que chilla. ¡Oh tierra de los colores y del mal gusto mental!

El italiano no es idioma hermoso. Tiene muchos che, che, chi… Es algo semejante a los colores. Pero muy explicable todo, pues de aquí fueron los romanos, la civilización Grande, Monumental, etc. Mira ¡qué diferente Grecia! El hombre y el pueblo que valen, jamás lo dicen. Aquí nos enloquecen con tanta algarabía de la Italia del Duce. Evidentemente, nada insoportable como un hombre que domine a un pueblo física y mentalmente. ¡Manada de corderos inmundos!

No pienses por el momento en publicar nada de lo que te escriba. Todo me parece tonterías cuando soy yo el que las pienso y las escribo. Tengamos correspondencia que corra, que nos caliente el corazón.

En el Duomo de Milán, en una capillita subterránea, tienen el esqueleto de San Carlos Borromeo y cobran cinco liras por mostrarlo: eso hace mucha falta en Colombia, un santo.

Vivo solo, silencioso y bregando por recuperar la aprobación de mi conciencia para poder escribir una obra noble y digna. Es triste la noche, aquí solo, en un silencio lleno de reproches. ¿Sabes por qué no es buena Europa para mí? Porque lo mejor que tiene es para los que gozan con el amor sexual, y hace tiempos que una fornicación me vale meses de pena moral.

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(2) Después, viviendo en Francia, comprendí que había que hacer mucho distingo a esta apreciación.

(3) Después de vivir en Francia he rectificado estos conceptos. Vivir es rectificar.

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Mayo, 6.

Ayer tarde un ruso disparó tres tiros a Monsieur Doumer. Ignoro la causa para que esto me tenga conmovido. Pienso que la animalidad humana es grande; que las degeneraciones son infinitas, así como las santidades. El padre Almanza y la prostituta del amor francés; el que dispara contra el pobre anciano presidente y el que regala cinco liras de seis que tiene. Pero todos los actos se ejecutan en busca de la felicidad. ¿Qué es, pues, el hombre? Por mi parte, pasó mi período de escritor y tengo ansia de volar, de darme, pero no encuentro a qué darme. Es un período de incertidumbre. Recuerdas que en Caracas escribí: «Dejo la puerta de mi cuarto abierta, porque me parece que entrará alguien, la felicidad, etc.». Pues este confuso sentimiento ha aumentado en mí. Me siento irresistiblemente llevado a dejar todas las puertas abiertas. Hasta en sentido físico, no puedo dormir con las puertas y ventanas cerradas. Es como si dentro me murmuraran: «Van a venir». ¿Quién? No sé, pero estoy esperando y tengo la intuición de que me va a venir alguien. ¡Deja abiertas las puertas! ¡Deja todas las puertas abiertas! Me sorprendo a veces por la calle repitiendo esta cantinela. Tengo otra que me obsede estos últimos días: No pienso, luego soy. Con esto quiero decir que sólo el que es capaz de dominar el pensamiento, es individuo. Se refiere a mi teoría de que el olvido es una facultad que se adquiere en los grados altos de civilización.

Si me vieras en el apartamento conversando conmigo mismo, sobre todo en el excusado, dándome consejos… En fin, mi vida en Italia va muy agradable. Sólo que nací para la soledad y hago desgraciado a cualquiera que viva conmigo.

Mañana viene Starace, secretario del fascismo, a decir un discurso en la Plaza de la Victoria. A las diez y media iré a oírlo y te contaré. Es hombre afirmativo, odioso, desmesurado, discípulo de estos Márdenes. ¡Qué plaga, Dios mío, los predicadores de la voluntad violenta, impulsiva!

Aquí en Vía Malta, a la vuelta de mi casa, hay un gato negro, con los ojos verdes, y es mi consuelo. Lo miro y me voy pensando: ¿No será posible llegar a tener el alma tan bella como este gato los ojos? Y continúo el camino con más firmeza de propósitos, más recto, las espaldas a lo militar, ojos despreciativos por la humanidad común. Aquí es la vivienda de los gatos. Ahora están grávidos, pues mayo es el mes de los burros. Mi ocupación predilecta es buscar en la calle a los que están en celo y seguirlos, seguirlos, para conocer bien el alma encarnada.

* * *

Mayo, 8, domingo.

Hace tres días que llueve continuamente. Para hoy tenían la fiesta de entrega de insignias a los nuevos fascistas. Vino a ello el Secretario del partido, Aquiles Starace, un tipo odioso, cara larga de machete, forma que abunda aquí. Publican su retrato; lleva ocho condecoraciones. No hay italiano que no sea Caballero, Gran Oficial o Comendador y que no tenga cintas y medallas. Se pagan mucho de estos abalorios. En Italia hay dos tipos definidos: el carirredondo, con la mandíbula inferior más poderosa que el cerebro, que es el tipo Mussolini, y el cara de machete, como nuestros jóvenes de quince años, en los internados, que es Starace.

Hasta los niños de cinco años pertenecen a cuerpos militares. Se llaman los balillas, en recuerdo de un muchacho genovés que arrojó una piedra contra algún soldado de los muchos que han dominado a Italia, y cuya hermosa estatua se alza en la placita Balilla.

Desde hace días estoy dedicado a observarme a mí mismo. Es como observar a un niño. ¡Cuántos caprichos, ideas, imágenes y deseos nacen en uno! Nuestra única salvación está en contemplarnos con ironía y benevolencia. ¡Pobres Mussolini y Starace!

Pensaba ahora que todo régimen en que se pierda de vista que el fin es el individuo, es una maldad humana. Sólo el hombre es una promesa; la sociedad no. Ésta es una manifestación accidental del hombre. De ahí mi antipatía por este socialismo gregario de Italia. A mí no me conmueve sino el individualismo místico. La sociedad es una forma para que el hombre se perfeccione. Y porque Europa ha olvidado esto, carece de civilización verdadera. Tiene lo que ha buscado: máquinas, lujo, riqueza material. Pero en cuanto a hombres, no produce casi nada, no produce sino al asesino del pobre viejo Doumer.

¡Curioso esto de observarse uno a sí mismo! Si vieras cuántas veces aparece en mí el deseo de traerme para el apartamento solitario a una de estas italianas sonrosadas. Afortunadamente sólo tomo el asunto como crítico: me dedico a convencer al Lucas del seminario de que eso es un engaño de los sentidos; me pongo a contemplarles los tacones, los ojos, la frente, los pechos, para actualizar la convicción de que son accidentes del alma encarnada…; o bien, me voy tras una jorobada, tras una coja, y medito en el problema de la manifestación del espíritu en formas tan repugnantes. El hombre está muy cerca, muy cerca del escarabajo, y cuando medita, está cerca de los ángeles. Pero qué cosa tan curiosa es haber nacido, haberse encarnado, amar los pechos, gustar de los besos y del restregarse de los cuerpos. Indudablemente que somos antiguos gusanos, antiguos escarabajos, comedores de carne y de excrementos, no satisfechos aún. De ahí esta dualidad mía terrible: me gustan los pechos duros y erectos y después de apretarlos contra mi corazón, grita el espíritu encarnado: ¡Hijo de puta!

También me gusta mucho ir al museo de Milán, a contemplar dos momias peruanas de hace unos tres mil años. Son mujeres acurrucadas, con pelo; las piernas dobladas contra el vientre, y una de ellas se está tapando la cara con la mano izquierda. Ante estas bellezas, ¡a cuántos peruanos se les despertarían los ímpetus creadores de más carne! ¡Es muy curiosa la sensualidad y el hombre es muy curioso! Es sabroso pensar que un sapo desea a la hembra y llegará a parecerle que su vida carece de importancia si no posee a la sapa… Lo más divertido que hay es la sensualidad, fuente de toda apariencia.

Ayer, en la Galería Mazzini, hubo una feria del libro. Exponían casas editoriales de toda la península.

No aparece un espíritu noble y grande en Italia. Estéril es la dictadura. Hasta Marconi es pobre gregario. Todos sometidos. El régimen este produjo la esterilización de D’Annunzio. Es cosa interesante, y así podrás juzgar del hombre que manda. Por sus frutos los conoceréis. ¡Qué grandes literatos produjeron Alejandro, César, Napoleón! Aquí llaman a los copartidarios, gregarios y camaradas.

Se distingue el fascismo, eso sí, por haber producido la literatura del corporativismo. Han adelantado en esto de organizar el trabajo en forma corporativa, hasta donde no puedes imaginar. Aquí todo trabajo es en forma corporativa y se produce mucho y de todo. Pero esto es precisamente el socialismo y es lo único que puede producir el socialismo, lo único que de él puede esperarse. Producción anónima, numerosa, máquinas. Pero ¿el hombre? ¿Por qué abandonar al hombre, que es el fin de la creación? ¿Acaso fue creado el hombre para trabajar? ¿Fue creado el hombre para la obra? ¿No es, por ventura, el hombre, el rey de la creación? El hombre fue creado para ascender en conciencia, para desencarnarse a través de áspera brega…

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Miguelángel

Mayo, 9.

¡Q día! ¡Qué cielo lejano, profundo, diluido! Fui a pasear durante dos horas y me parecía resentir el estado espiritual con el cual contemplaba la Naturaleza en mis buenos días del Noral, cuando escribía Mi Simón Bolívar. Iba repitiendo mis cantinelas: ¿Para qué apresurarte a gozar, si todo renace? ¡Cuán bello es todo lo creado, día, noche, luz!

Imagina que ayer leí un poema de Buonarroti, cuyo título es: Que la noche es más bella que el día, porque el hombre, el mejor fruto de la tierra, es hecho durante ella. ¿No te parece que ésta, más que el Moisés, sea la obra maestra de Miguelángel? ¿Dónde has visto un razonamiento más sencillo, más inocente, y que tenga una nostalgia de amor tan grande como terreno de nacimiento?

Ayer volví a la Feria del Libro. Libros empastados, a doce centavos. Me vine con Rimas y cartas de Miguelángel, la Ética de Spinoza y Decamerón de Boccaccio. Venía con tal paquete, intranquilo, como si me quemara las manos, pues no me gusta leer, ya que no me he leído. ¿Qué diablos de ética, si no soy capaz de ordenar una hora de mi vida? Boccaccio ¿con toda la inmundicia que hay en mi alma encarnada, antiguo escarabajo quizá?

Pero Buonarroti me salvó. Tiene unos versos nostálgicos, que hablan siempre de belleza, de eternidad y de la tristeza deleitosa de la vida efímera. ¡Cuán feliz, oh hermano mío, cuán feliz me siento porque sé que moriré y que seguirán las cosas bellas apareciendo! Es felicidad de lágrimas. Debido a eso, no me entrego a la prostitución, no leo y camino como un buen loco que no quiere correr. Todo es pintura, todo es efímero. ¿Dónde te hallas, belleza sustancial? — «Mirando nel volto della sua donna, vede in Dio la bel anima di lei, che ogni mortal bellezza e imagine dell’eterna» (Buonarroti).

Nada como la vida de Buonarroti, percibiendo a Dios por fugaces momentos; ¡pobre gran alma encarnada! Pero los otros libros nada me dicen hoy. Te seguiré escribiendo todo lo que sienta y piense.

— o o o —

Roma

Mayo, 27.

Estuve en Roma diez días. Vine ayer y encontré los cigarrillos «Pielroja» que me enviaste. No sabes qué alegría y fumadera me diste. Me estoy fumando la patria, repetía en el café, ante una bella tacita. Porque aquí se fuma mal y caro. El tabaco es monopolio del Estado, junto con la sal y la quinina. Se encuentran a cada paso tiendecitas muy hermosas, en donde se lee: Sale e tabachi. Ahí venden sal, quinina, cigarros, cigarrillos, pipa, boquillas, papel para cigarrillos, picadura, candelas y estampillas. Generalmente son mujeres las vendedoras. Los cigarrillos son malísimos, pero bellos. Así es todo en la tierra del color. Hay cajas de cigarrillos con boquillas de ocho colores. Fuman mucho, beben mucho café y vino, pero nadie se emborracha. En cines y teatros fuman: In questo teatro si puó fumare la sigaretta.

¡Qué hermosa una morena, color de oro nativo, que estaba hace cuatro días sentada en el Capitolio, en la baranda desde donde se contempla todo el espacio del Foro y de la Vía Sacra! Allá, bajo un cielo más embriagador que el vino de Frascati, estaba sentada esta muchacha, mirando a las ruinas, despreciativa: el desprecio de la juventud triunfante por las ruinas, ¿qué más razonable? Tendría veinte años, y mientras la contemplaba, humilladas todas mis teorías y abstinencias, sacó una sigaretta, le golpeó una punta contra su brazo y la encendió. Entonces me bajé para el Arco de Adriano, completamente tentado, completamente vencido. ¡Maldito sea este amor infinito que tengo por la juventud, por la juventud dura, pecosa, vibrante, amor mucho más grande que por la verdad esquiva, burlona, casi, casi aparente! La verdad es siempre una promesa, un indicio, y así, mientras estemos encarnados, podremos subir al séptimo cielo y luego el Diablo nos abofeteará…

Confieso que no hay día de mi vida en que no levante los ojos al cielo y en que no caiga en el pecado. Vivo levantándome y cantando la gloria de la continencia.

¡Si vieras cómo fumaba la maldita! Bella, impertinentemente, como burlándose de mis treinta y siete años estériles en gracia y de mi pretensión de heroísmo por no fumar.

Yo venía de la iglesia de los capuchinos, de ver un cementerio que tienen en una capilla subterránea, hecha con huesos y llena de momias. Y como acababa de terminar el invierno, olía a momia húmeda. Todo allí, lámparas, adornos, altares, es hecho con fémures, cráneos y vértebras; los nichos en donde están, en posiciones humildes, los frailes momificados, son también de huesos humanos. Mi pituitaria iba temblona de repugnancia como útero herido por el partero con la uña. Me parecía que garganta y narices estaban repletas de polvillo de cadáveres de santos momificados y humedecidos. En tal estado se me aparece en el Capitolio una muchacha, más sana y llena que uva moscatel, dura, seca, olorosa a carne nueva, con medias cortas que llegaban arriba de los tobillos; las piernas eran doradas; se había quemado los vellos con un fósforo. Era algo chata, nariz imperante que en la punta tenía una pequeña canal que indicaba la separación de las aletas. Muy fornida, muy voluptuosa. Me llenó todos los sentidos de cosas vivas; me hizo despreciar la continencia. Subí de nuevo las escalas, mirándola, ansiándola. No quiso mirarme… Esperaba ahí a un joven y se fueron a jugar el eterno juego del amor, restregones y mordiscos, caricias y heridas, bajo las sombras deleitosas del Palatino, cerca de la casa de Julia, hija de Augusto…

¿Qué podía hacer sino fumar? Mi derrota fue a tres pasos de la tribuna de Cicerón, del arco de Adriano, de la tumba de Rómulo, de la casa de las Vestales, de Nerón, Nerón…

¿Qué vida puede haber como la romana, en medio de ruinas, de flores y de juventud? Momias santas y huesos por millares para recordarnos que la vida es apariencia rápida, y bellezas vivas que nos urgen para la perpetuación de la apariencia efímera y que a ratos parece lo único real. Roma es en verdad el teatro insuperable de la vida: santidades y prostituciones, felicidad y tristeza. Es absolutamente imposible destronar a Roma.

Desde que llegué a Roma soy feliz. Vivo la juventud; amo el vino y los viñedos de la campiña romana, sobre todo los que vi desde una terraza de la Villa D’Este: parrales que forman cortinajes en sus andamios, bajo los cuales hay sombras con manchas de sol; por allí debajo caminan mujeres vestidas de colores. Más lejos se ven trigales, campos de amapolas, manchas de flores multicolores. Y en Roma te urge la carne, te gritan los sentidos; allá todo es pintura, todo pasa, el amor es cosecha como la uva, el durazno y las cerezas.

Yendo por una de las carreteras de la Campiña romana, se ve una especie de torre arruinada, bella en la soledad de los campos, cuadrilátera, con huecos que debieron ser ventanales, y dicen que es la tumba de Nerón. ¡Sola y abandonada, como lo está en la historia el gran Aenobarbus!

Siempre Roma está llena de turistas que visitan monumentos y ruinas, llevando planos, cámaras fotográficas, guías; todos creen que se están ilustrando y civilizando. Está uno en San Pedro, por ejemplo, y de pronto pasa un hombrecillo sudoroso que lleva detrás a sesenta otros sudorosos: él es el guía y ellos son los alemanes; aquél se detiene y dice: aquí está el cadáver de san fulano, conservado; aquí hay una muela de la santa. Los alemanes apuntan y el guía los lleva corriendo a mostrarles otro lugar santo, pues lo espera otro grupo de turistas.

* * *

Mayo, 31.

Ayer regresé de Roma, de mi segundo viaje de ocho días a la ciudad color de oro, o, mejor, color de tiempo. «¡Esa pátina!», como repite Alfonso Robledo desde el Monte Mario; nuestro Ministro ante el Quirinal repite y repite: «¡Esa pátina!».

Roma apega. Me enamoré de ella como de virgen atrevida. Me parece imposible vivir lejos de Roma. Por entre los árboles caen luces materializadas, doradas: la ciudad es color de rosa, de ruina. La luz es torrencial; llueve luz. Y sales tú y te encuentras ya, ya, una ruina de dos mil años, y por allí, sentada en un tronco de columna de mármol, una muchacha bella que te indica así el camino: «Voltear a la derecha y allá, cerca del Coliseo, está la Casa dorada de Nerón». ¡Qué familiaridad! Parece que los emperadores fueran los amigos de los cocheros y de los vendedores de recuerdos.

¡Caramba! Traigo los sentidos repletos de Roma; los ojos deslumbrados por ella; los sentidos llenos de la ciudad y de los contornos poblados de amapolas, trigales, viñedos, olivares. ¡Qué vinos esos de los Castillos Romanos! Pero el que más me agradó fue el de Montefiasconi, llamado Est, Est, Est, así:

En 1110, me parece, en la comitiva de un rey bárbaro, pues Roma es para los bárbaros como la luz para los cocuyos, llegó a Montefiasconi un príncipe nórdico, cuyo nombre olvidé a causa de esta memoria que no me permite sino conservar las emociones. Llegó y probó del buen vino y resolvió quedarse, y a causa de este vino llegó a más de cien años, y al morir dejó un legado para que anualmente le derramaran sobre la tumba tres barriles al grito de Est, est, est, que en su idioma quiere decir: este es el vino bueno que conserva el calor de la juventud.

Por esos viñedos y por esas ruinas y entre las muchachas de Roma palpitó en mis arterias el santo ardor de los veinte años; tornó a mí la plena juventud de sentidos e inteligencia pictórica. En Roma la metafísica se hace pintura; el misticismo es del ojo y del tacto. Luz, llaman a Dios Leonardo y Miguelángel.

La vieja Roma está debajo de la actual. Tumban tres o cuatro casas; cavan unos metros, con mucho cuidado, y aparecen pedazos de columnas, cimientos, pavimentos. Vienen los críticos y dicen cómo debía ser el monumento en su época e interpretan las señales dejadas en la piedra. Aparecen cuadernos de fotografías del monumento y grabados de él tal como debía de ser en su época. «Fotografías del templo tal como está hoy». «El templo tal como debía ser en los días del Emperador fulano». Aparecen folletos en que se le describe y se narra su historia. Es literatura que constituye una de las rentas mayores de Italia. Estas cosas, junto con postales y miniaturas en mármol, las venden a la entrada del monumento. Se establecen allí doscientos vagos que aprendieron un discurso descriptivo en cinco idiomas, y tras ellos pasa anualmente toda Europa. Dicen: «Aquí, señoritas, era el vomitorio; en este cuarto dormía Popea y en aquél, Nerón, y por este corredor Popea iba a buscar de noche a Nerón o viceversa, según el caso…».

En la casa de Nerón, en un corredor largo, se para el guía, y, para mostrar el eco que hay allí y comprobar que por él se paseaba el Emperador con el fin de oír quiénes hablaban bien o mal de su gobierno, grita: «¡Nero!». (El eco repite lúgubremente: ¡Nero!). Y sigue gritando: «¡Nerón! ¡Estás en el infierno! ¡Ven a buscar a Popea! ¡Nerón, estás en los infiernos! ¿Por qué mataste a tu madre? ¡Nerón, malo Nerón!».

Observa la falta de respeto al tutear al gran emperador, estos guías que dicen El Duce con voces dulzonas. Nerón vivió exactamente en los días decisivos de la lucha pagano-cristiana, y, como representante del paganismo, sufrió su memoria la más negra persecución. Todo lo suyo, más que lo de ningún otro, fue destruido. Afortunadamente su casa, Domus aurea, apenas fue descubierta en estos últimos tiempos y de sus dos mil y tantas salas, sólo han desenterrado unas cuarenta. En ellas hay frescos en que se inspiró Rafael para sus trabajos en el Vaticano (en su época conocían apenas un cuarto, al que bajaban por medio de cuerdas). Este monumento es el más completo e interesante y el que más me emocionó en la Ciudad Eterna. Se extiende por muchas hectáreas bajo modernos edificios. Pero te advierto que números y fechas son inciertos; no me interesa sino la emoción.

Voy a saltar de emoción en monumento, pues Roma no tiene orden. Así como a una estatua de Nerón pueden haberle cortado la cabeza para ponerle la de algún santo, así mi alma tiene a Moisés al lado de Popea; a la hermosa turista morena, al lado de la momia de Santa Rosa de Viterbo.

Viterbo es cerca de Roma y allá tienen a la santa, sin narices, las manos secas, toda ella seca y negra, con los dientes como proa, pues no hay labios, y rodeada de exvotos. A su lado, vendiendo recuerdos y medallas, está una monjita bigotuda, bigote de vellos apenas. Reparte por la reja los recuerdos de la santa y recibe las limosnas y hace la que ora. A mí me tentó el diablo y dejé de mirar a la momia y miré a la monja con pasión: ese bigotillo me urgía, era un acicate delicioso. Ella estrujaba una rosa entre sus manos y me sonrió… Lo importante es extraer de las cosas bellas la emoción que nos rejuvenece, que nos fortifica. Asimilarse arte y vida. Generalmente viajan para aprender y escribir, para deslumbrar a los que se quedaron en casa. Por eso van con los guías, apuntando anécdotas y fechas, y no ven nada en realidad, no sienten. El único sistema para viajar es la lentitud y la facultad de demorarse en donde nos coja el amor. Pero, ¿la fotografía? Nada se ve por enfocar: «Hágase más para acá, a la derecha; levante la cabeza…». Con un fotógrafo no se puede viajar.

Yo creo que se debe ir en busca de juventud. Correr, por ejemplo, por las Termas de Diocleciano o por el Vaticano, entre pedazos de mármol, y sarcófagos y bustos, hacia los cuartos en donde están la Venus de Cirene y el Apolo de Belvedere. Llega uno, los contempla, se conmueve, toca, piensa en la juventud y en la belleza; después respira profundamente y decide vivir casto y contenido; escribir un libro sobrio como las nalgas de la Venus o como las piernas del Apolo. Se repite uno: lo bello es lo sencillo y que arroja vida de dentro; la belleza es centrífuga. Después sale uno despacio, lleno de armonía, sintiéndose hijo de Dios. ¡Ecce homo! He ahí el fin del arte: producir emoción de grandeza y dignidad; producir el embellecimiento del género humano.

¿Quién no se siente grande al contemplar el Moisés? Esa cara de joven de treinta y ocho años, con esas barbas de setenta y ese cuerpo de treinta. Se me pareció a don Martín Arango, el dueño de las fincas de Las Palmas, en Envigado; sobre todo, los pómulos son los que tenía don Martín. De allí salí completamente ennoblecido. ¡Cuán grande es el poder de la belleza! La belleza tiene su reino, como repetía Rosario, la negra que crió a mis hijos.

Moisés - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

Hasta hoy he visto tres Venus: la de Cirene, en el Museo Nacional, en las Termas de Diocleciano; la Capitolina, en el Museo del Capitolio, y la que está en el Museo de Los Conservadores. Aún no he ido a ver la Venus agachada, en el Vaticano.

¡Ay, caramba, que estoy completamente joven y resuelto a escribir un libro que sea como la Venus de Cirene!: cuerpo que es sólo la idea de cuerpo materializada en mármol; un conjunto de formas hecho unidad y que arroja emoción viva al que contempla, así como una pradera emana vapor de agua cuando la acaricia el sol matutino.

¡Quiera Santa Rosa de Viterbo que yo escriba un librito que sea como estas Venus; que pueda caber en el bolsillo de las muchachas turistas, que arda en amor como las nalgas de estas mujeres de mármol!

En Roma no hay santos como los de Misael Osorio, de Envigado. Aquellos santos de nuestro pueblo y nuestra niñez que eran un palo comido por el comején y vestido de colorines y en cuya punta se acomodaba la cabeza de Pilatos o de San Juan. En Roma cogían una Venus, le tapaban el sexo y los pechos y tenían una santa. De ahí que los papas fueran santos y sátiros. Es muy fácil comprender la historia del catolicismo al saber que la Roma papal está sobre la pagana y que las mancebas de los papas eran modelos para imágenes de santas.

* * *

Junio, 4.

Tengo ansia de escribir. Es mi pasión que vuelve dominante apenas me renace la juventud. Ahora tengo veintisiete años apenas. Dormido y despierto sueño con estar en las playas del mar, desnudo, bocarriba, bocabajo, sintiendo los músculos, sobando mi cuerpo… ¡Cuánta energía gasto en controlar mi ansia de ver toda la luz, todo lo que hay en el universo! Pues estoy aguantándome esta gana de escribir, porque ante el papel blanco tiemblo como el muchacho ante la mujer desnuda. Un gran miedo de dañarlo, gran temor de dañar esa posibilidad que pudiera ser una obra sencilla, armoniosa. ¡No ves! Yo sé de tres adjetivos que sirven para determinar qué sea una obra de arte, y no los encuentro. Ante la cabeza de la Furia dormida que está en el Museo de las Termas, estoy seguro de que hay tres adjetivos que demarcan la obra de arte, pero me pongo a copiar mis pensamientos y no vienen esos tres alambres de púas que encierran lo bello. Pero vamos a definir esto por orden:

Durante mucho tiempo estuvo Miguelángel sin coger pincel ni escoplo, entregado a leer poetas y oradores y a componer versos. Era la desilusión —dice el biógrafo— que acomete frecuentemente al genio y nunca a los mediocres. Pero en ese cansancio renacen las fuerzas creadoras. Este dato me ha consolado de siete meses que tuve de absoluto despego por las formas y por la vida. Aún dudo de mí, pero si me vieras por la calle, solitario, invocando a Dios para que me dé fuerzas para crear la obrita de que hablé arriba. Obra pequeña: ¡eso es!, ¡eso es! Pequeña. Este es uno de los adjetivos para definir lo bello en arte. Aun el Moisés, con ser tan inmenso, te parece que lo puedes llevar para la casa. Pero más aún lo griego. Las Venus y el Efebo del Subiaco te dan la impresión de que puedes llevarlos, que caben en todas partes. Lo bello no tiene dimensiones. Los que hayan contemplado a los dioses griegos y al Moisés, me comprenderán. Al decir pequeño, quiero significar lo que no tiene longitud, ni latitud, ni espesor; que nada le sobra; que es una idea materializada y que la materia es la precisa para que la idea se manifieste. Mientras que la obra frustrada es aquella que tiene materia sobrante, inanimada. Es muy difícil hacer comprender estas cosas espirituales; sólo a quien las ha vivido se le pueden sugerir. Hay mucha diferencia en la enseñanza de aritmética, por ejemplo, y la enseñanza de la estética. Sigamos, pues. Quizá la palabra no sea pequeña, sino liviana. Las obras feas, pesan, y es propiedad de la belleza espiritualizar la materia. Ésta, al mismo tiempo que sirve para que la idea se manifieste en formas, está oculta por la idea. La idea, en las obras bellas, no sólo ocupa toda partícula de la materia que la realiza, sino que forma un aura, así como dicen los ocultistas que pasa con el alma y el cuerpo. Cada forma de estas estatuas griegas y del Moisés se te presentan como formas vistas ya y no te admiran; es porque son la idea de la forma y esa la tenemos en la mente todos. ¡He ahí la sencillez! No causan impresión de mucho trabajo; no causan admiración, sino que ponen al espíritu del contemplador en relación con las ideas puras, con… La Fuente. La Venus de Cirene, el Efebo del Subiaco, el Moisés, son los mejores libertadores del hombre. Por eso, la consecuencia de la obra de arte es purificar, ennoblecer al género humano.

Pequeño, sencillo y liviano tienen casi el mismo significado en este ensayo sobre el arte. De paso te diré que después de vivir en Roma, se convence uno de que el único arte verdadero es la escultura. Eso es la obra de Dios.

Llevo muchas palabras y no he logrado comunicarte las emociones que me embargan, que han ido naciendo en mi ser a medida que el sol se acercaba a Italia y hacía brotar las hojas de los árboles. ¡Cuán impotente es la literatura! Apenas uno que otro grande hombre ha logrado sugerir por medio de la escritura.

Ya los viñedos son cortinajes y muy pronto colgarán los racimos y caerán las ramas. El buen vino. Bacos, sátiros, venus; luz milagrosa de Italia; poema de los colores; tierra de las formas, donde toda idea está encarnada y donde Dios tiene figura humana. Ni una idea pura. Formas, formas. Todo es pintura.

Es un milagro prodigioso la primavera para un hombre del trópico; por eso me volvió la plena juventud, el encontrar milagroso cada instante de la vida.

De Roma me vine con una greco-turca, alma bella en cuerpo hermoso. La belleza abunda en los reinos vegetal, mineral y animal, pero no en la especie humana. Indudablemente que este fenómeno proviene de nuestra complicación; todos los seres tienen la sencillez del instinto y son obras maestras; todos ellos parecen definitivos como el Moisés. El hombre tiene la inteligencia y el pecado; se critica; percibe ideales y de ahí nace el remordimiento. Parece que el hombre no es obra definitiva; para mí tengo que es un espíritu que transita en la carne. Esto me contenta y me hace agradable la vida: pensar que no somos el cuerpo, ni las pasiones, sino transeúntes que pasamos por una experiencia terrestre. En todo caso, cuando raramente encontramos un ser humano sensible a la belleza y al bien, nos consolamos, nos sentimos contentos de ser hombres.

Acabo de releer lo anterior y estoy disgustado. No poseo aún la sencillez. Hay demasiadas palabras; no aparece lo que he sentido. La palabra es materia muy difícil para que emociones e ideas tomen apariencia. Menos la palabra hablada, pues el gesto es plástico; la vibración muscular contribuye a crear la forma; la expresión de los ojos es casi espiritual. Para convencerse, basta observar a un ciego cuando habla; se nota que carece de un elemento creador. En fin, hablando se puede crear: la mímica, la acción, la actitud, etc. Pero la palabra escrita es casi inerte.

Observa el mapa de Italia: está inclinada de Noroeste a Sudeste como una pierna de mujer que marchara para América. De mujer, porque el tacón es Luis xv. Precisamente arriba de la pierna están Génova, la Riviera de Levante y la de Poniente. Génova entre estas dos. Esas riberas son de lo más bello del mundo. ¿Dónde encontrar sitios más risueños y verdes? ¿Entradas de mar tan inverosímiles? ¿Collados y jardines semejantes? De suerte que Génova…

Ahí me interrumpí; acabo de llegar de Lido D’Albaro, donde hubo una exposición de trajes de baño. A la orilla del mar, hacia levante. Fea la gente en Italia; los hombres son afeminados, cara de machete, delgados y tienen las nalgas más abajo de su lugar. No bailaban bien en ese Lido y los que se creían elegantes, era que tenían estereotipada una actitud que vieron a alguien. Ese alguien sí era elegante: tenía naturalidad.

Ahí me tienes otro adjetivo de los que buscaba para adueñarme de la belleza. Pero pequeño, liviano y natural, una vez escritos, no tienen lo que yo viví al sentirlos y meditarlos. ¡Sólo la escultura es arte de verdad!

Allá, sentado en una mesita, se me acercó un hombre y me dijo que estaba ocupada. Efectivamente, había un sombrero. Es el modo de tomar posesión de todo, mesas, asientos de tren, butacas de teatro. ¡Y todo está ocupado! Son cuarenta y dos millones de hombres sin valor civil, que obedecen a un loco y que no caben; no hay parcela que no esté ocupada y exprimida. Ahora están secando pantanos para acomodar a la gente, pues no la dejan salir; la necesitan para la guerra que prepara el carnicero de los ojos dilatados.

Así, la vida es muy dura y el egoísmo crece. No creas que yendo de paseo pueda uno entrarse a un prado, a un monte; hace poco, el propietario de un jardín mató a un niño que entró un metro en su terrón para coger una pelota que había rodado. Por eso, los napolitanos buhoneros y los sacerdotes y la hez del mundo llegan a Suramérica y se creen en el paraíso. ¡Pobres pueblos inocentes que reciben de Europa la literatura acerca de la necesidad de inmigración! ¡Cuánta inocencia hay en Suramérica! Que se preparen para el día en que ya Mussolini haya hecho su guerra y que abra la puerta a todo este mundo de peludos. Allá no saben que en estos pequeños países de cuarenta y sesenta millones de habitantes odian a los niños, los consideran como un castigo. Europa necesita las guerras para disminuir su población; necesita las tierras no ocupadas aún, como Colombia. Es tiempo de prepararse para resistir. Los que viajan por aquí, se dejan sugestionar y vuelven a Suramérica con las ideas que les meten en la cabeza, por conveniencia. Por ejemplo, nada ha progresado espiritualmente Europa desde el Cristianismo. El estado de ánimo del europeo corriente es de odio al vecino de casa, a los hijos que llegan a complicarle más la lucha por la vida.

¡Pensar que allá dicen hace cien años que necesitamos inmigración! ¡Pensar que ahora estudia Colombia un contrato para llevar familias del sur italiano, lo peor de lo peor! ¡Qué necedad! ¿Quién está amplio y con luz y aire y tierra y niños felices y llega a creer que son males esos dones? A Colombia le falta unidad de ideal y de amor, nada más.

Te copiaré de mi cuaderno de notas, para que veas la maldad que produce la aglomeración en que viven, y también para que conozcas la cobardía de los italianos que desean pelear con la frágil y valerosa Francia:

* * *

Mayo, 31, de 1932.

Ayer, en Nervi, en el restaurante Marinella, un italiano de la orquesta, que parecía el dueño del establecimiento, cogió a un bello y rubio niño alemán, que entró a repartir tarjetas en que pedía en cinco idiomas limosna para continuar su viaje alrededor del mundo, indudablemente mandado por un padre explotador, lo cogió, digo, y al tirarlo a la calle, le dio un bofetón.

A poco llegó el padre o explotador del niño a desafiar al italiano, quien le aceptó el pugilato, pero ahí mismo, en su establecimiento, pues se negó a salir. Después de dos buenos golpes del alemán, salieron otros italianos a ayudarle al cobarde y le hicieron montonera. Afortunadamente, algunos extranjeros intervinieron para disolver la contienda. La mujer del alemán intervino entonces, furia impúdicamente fea, dándole puntapiés al italiano en los órganos genitales, a pesar de los que contenían a éste. Gritaba insultos en su idioma bárbaro. Una mujer alemana airada es espectáculo desastroso.

Calmada la riña, los italianos del establecimiento felicitaban a su compatriota, y éste ha sido uno de las actos más cobardes a que he asistido en mi vida.

Puede afirmarse que el italiano es cobarde; sólo cuando lo ven es capaz de obrar: cuando lo incitan por medio de cintas coloreadas, de aplausos y condecoraciones. Así pasa que entre sus aviadores sólo hay vuelos en bandadas, como el de Balbo (4).

En Italia ha habido únicamente guerrilleros y jefes de bandidos, como Garibaldi, tipo del guerrero italiano, jefe de una montonera vestida de camisa roja, cordones y medallas, a la que aplaudían las mujeres. Esta es la psicología de Italia.

El italiano es incapaz de heroísmos ignotos, humildes, como dar limosna sin que lo vean, pelear en trincheras inmundas y fangosas, atravesar el océano en barca de vela. Un Lindberg italiano es un absurdo. ¡Basta verlos tan bien vestidos! Cordones, alamares, pecheras, camisas negras, rojas y verdes, cantando himnos en honor del Duce. Obsérvese que todo movimiento nacional toma en Italia como símbolo una prenda de vestir, la camisa. Aquí el alma está en la camisa y su color, pues es la tierra de las flores y del sol, la tierra de la apariencia. En cada país hay que buscar lo que sea propio del medio ambiente: en Italia todo es arte sensual, y en ello es insuperable. Su idioma es un bullicio, un conjunto de sonidos, y es imposible traducir un autor alemán, francés o español al italiano. Conversan a la carrera, sin decir nada; se entienden por la música, más bien que por las palabras.

También es el país que ha producido la gente más perversa, anarquistas, envenenadores, asesinos, bandidos, vengativos. No comprende uno cómo, dada esta psicología, pretenden pelear con Francia, para quitarle Saboya, Córcega, Niza y varias colonias. Puede que el primer día de hostilidades hagan un viaje en aeroplanos agrupados e incendien a Marsella, pero apenas se alargue la pelea, en la oscuridad, sin quién aplauda, sin en dónde pasearse con las medallas ganadas… ¡Da risa esto!

Si vieras los sombreros, la cantidad de sombreros que hay en Italia. Los balillas llevan un gorrito, torcido sobre la oreja, que apenas simula un lunar postizo. Hay toda clase de sombreros: sombreros mariposa, sombreros lanza; sombreros gusano del trópico. Los carabineros llevan uno, con penachos iguales a los de un gusano que hay allá en Colombia. Los deportistas usan sombreros en que cuelgan medallas que dicen haber ganado en torneos, y hay sombrero con cien medallas. Cada facultad de la Universidad tiene un sombrero. A cada seminarista le ponen uno, según el país de donde vino…, y admirémonos, aquel pequeño objeto de caucho que llaman sombrero francés, lo fabrican de colores y le ponen penachos.

A la gente la llaman: «El medalla de oro fulano». «El medalla de bronce…». ¡Qué pendeja es Italia y cuán bella!

Los policías merecen un capítulo. Van por parejas, caminando despacio, mostrándose, buenos mozos, vestidos de frac azul, pantalón con raya roja y sombrero de tres picos. Van como unos patos, jóvenes y arrogantes, y a una muchacha que estudia en Roma, becada por el gobierno colombiano, le oí decir: «¡Virgen mía! ¡Nada tan lindo como los policías, los motoristas y los carabineros!».

Los que regulan el tráfico, están parados en mitad de la calle, en posición de firmes, sin bolillos, tiesos, elegantes, y maniobran de este modo: ponen horizontales los brazos, y para indicar que pueden seguir automóviles y tranvías de lado y lado, doblan enérgicamente el antebrazo sobre el brazo, primero el derecho, pero con mucha energía, como si tuvieran la palanca de Arquímedes. Después dan media vuelta, de modo que miran en dirección de la calle, y ejecutan el mismo movimiento para que pasen los peatones, que aquí se llaman pedones. Las manos y brazos que ejecutan esos movimientos armoniosos están enguantadas de blanco hasta un poco más abajo del codo, en donde los guantes se abren en forma de corola. Es ritual. ¡Cuán pendejo y bello país!

Son como los actores en la Escala de Milán. Hay que verlos cómo se llevan la mano al corazón y cómo dan un paso, como para dejarse caer, cuando suben las voces.

Ayer, a mi hijo Álvaro, que me hablaba de las batallas de Garibaldi y de los comentarios en su colegio, le dije: «Aprende a no confundir. El soldado y el General valientes eran aquellos suramericanos que iban de alpargatas y fondillirotos, como Bolívar, a quienes no importaba que les hirieran la cara. Herir en el rostro, fue la orden que dio César a su legiones galas, y los soldados romanos, la juventud romana de Pompeyo, huyó. No confundas, pues, a ninguna camisa con Simón Bolívar».

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(4) Mientras saco en limpio estos apuntes, Balbo vuela para los Estados Unidos con muchos compañeros y mucha bulla.

— o o o —

Génova

Junio, 7.

Me parece haberte contado que Génova es la ciudad de los gatos.

Amanece a las cuatro y media y a las seis se oye un ruido extraño por toda la ciudad. Son las sirvientas que salen a las ventanas de los seis pisos de cada edificio, armadas de unos aparatos como raquetas, para sacudir, a golpes, colchones, alfombras, cobijas.

Génova es casi tan hermosa como Manizales la vieja, la de antes del gran incendio. Es la ciudad abanderada de túnicas y calzoncillos. En una de sus callejuelas (vichi), estrechas como hondas cortadas con inmensa navaja de barba, debieron flotar algún día los calzoncillos de Colón.

El centro de la ciudad es la calle Veinte de Septiembre, que tiene unos dos mil metros, desde la Plaza de Ferrari hasta la Plaza Tommaseo.

Al sur de tal calle se extienden callejuelas llamadas vichi, en pendiente que trepa hasta dominar el puerto, y que luego desciende hasta él. Al norte también se sube por vichi y calles modernas, hasta dominar el vallezuelo y las faldas del cementerio, llamado Staglieno.

También al oeste de la plaza Ferrari se baja por callejones, muy comerciales y concurridos unos, y repletos de prostitución los otros, al puerto, al Puente de los Mil, a la Estación Príncipe, a la Génova de los buhoneros. Y al este, desde Plaza Tommaseo, se sube al barrio moderno y aristocrático de Albaro. De aquí se extiende, durante kilómetros, la moderna Génova, hasta Nervi, por la encantadora Rivera de Levante.

Por el oeste todo es un paraíso hasta Tolón.

La ciudad vieja es la que está rodeando la bahía, la cual mira al Sur, y que se compone de callejones que no tienen más de dos metros de anchos, por cincuenta o sesenta de altos. Son como hondas cortadas; los edificios tienen seis pisos o más. Caserones viejos, cubos con ventanas iguales, de las cuales, y de cuerdas tendidas entre las casas, penden ropas interiores, camisetas, cogepechos que chorrean agua sobre los transeúntes. Tienen nombres como «Vico bocanegra», «Vico degli orefici», «Subida de la Magdalena»…

Pero lo más interesante es que es una ciudad de cuatro pisos, pues está edificada en montículos, vallezuelos, pendientes. Sube el viajero y domina las partes bajas, y puede trepar como cuatro veces más, por dédalos ininteligibles, por ascensores, por callejones en donde encuentra nichos en la pared con imágenes antiquísimas, y, sobre todo, gatos preñados…

Ya pasa la primavera; ya no huele a juventud; las gatas están grávidas, y gatas y gatos, echados al sol, están pelados, flacos y tristes de tanto amar. No hay tierra como la italiana en donde la luz y el sol enloquezcan tanto los sentidos y hagan caer a los seres en la locura de las pasiones. Supe que pasó la primavera porque las mujeres huelen a descomposición, pues gestar es descomponerse; sobre la muerte, canta la vida su canción engañadora. Los hombres están rojizos y con la mirada extraviada. Mucho más que en el trópico, la Naturaleza ofusca a los seres en Italia.

A mí no me interesa el violín de Paganini, que lo tienen por aquí. Mejor es la calle Veinte de Septiembre; entornar los ojos y contemplar la muchedumbre de colores puros que son las mujeres y los militares.

Los cogecabos

De estos no hay en Suramérica y les he seguido atentamente las costumbres. Son un producto de cuarenta y dos millones de peludos encerrados en esta tierra estrecha. En Colombia tendremos cogecabos el día en que se cumpla nuestro deseo de inmigración.

Es en la calle Veinte de Septiembre. Son unos viejos miserables que siguen al que va fumando, hasta que arroja el cabo, que ellos recogen y guardan en el bolsillo. Son como los garrapateros colombianos, que siguen a las vacas en los prados para coger los grillos que saltan al caminar ellas.

De la calle Veinte de Septiembre se sube al Puente Monumental por unas escalinatas. Se llega al atrio terraza de una iglesia llamada San Esteban, que antes fue templo pagano, y allí encuentras una multitud de viejos y de viejas, gatos y gatas, asoleándose, almorzando de envoltorios de papel. Entre ellos están los cogecabos desenvolviendo y desmenuzando su botín, echando la picadura en un pedazo de periódico para secarla al sol.

La estatua de Garibaldi

La plaza Ferrari es el centro de tranvías y peatones. Allí está la estatua de Garibaldi. Mil palomas currucutean (5) posadas en las riendas del caballo, en el anca, en los estribos, y en la cabeza del guerrillero. Siempre que paso hay una paloma negra en la punta del gorro de Garibaldi.

Cerca de Garibaldi hay un subterráneo que es al mismo tiempo excusado y emboladuría. A la entrada de este lugar hay siempre un recogecabos. ¿Por qué? Meditando en este problema llegué a concluir que es hábito del fumador arrojar la colilla cuando interrumpe la corriente de su acción o pensamiento para ejecutar un acto accidental, por ejemplo, interrumpirse en su camino para entrar al excusado. También puede influir el hábito adquirido de arrojar el tabaco al entrar a las casas, llegando a arrojarlo aunque esté permitido fumar. Doy la siguiente hipótesis a los psicólogos: El hombre, cuando interrumpe el hilo de sus voliciones para un paréntesis, arroja el cigarrillo.

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(5) Americanismo. Es onomatopéyico.

Los cafés

¡Qué bueno sentarse en uno de estos cafés de verano, al aire libre, en calles y plazas! Mesitas colocadas en un espacio separado por arbustos. Pedir un café y encender un cigarrillo colombiano. Pero es preciso sentarse solo o con un amigo o amiga que no hable sino de vez en cuando. No es que la soledad sea lo mejor, pues somos sociables, sino que hay poca gente digna de que por ella se cambie la soledad. Se necesita una persona cuya corriente nerviosa fluya sin vibraciones, continua e igual. Casi todos son enervantes, casi todos somos desarreglados.

Lo importante en el café es dejar ir los ojos, músculos y espíritu. Distenderse, así como el gato cuando hace el arco con su columna vertebral y estira sus patas para que el fluido le irrigue cada fibra. La lección que da el felino es la del reposo. Los italianos ignoran reposar: ojos alocados, manos inquietas, cabellera erizada, enervados, enervantes.

Yo he visto en el café a uno que miraba a su compañera como si fuera la última vez, como si la vida no le ofreciera más posibilidades; la mirada del buen parroquiano de café debe ser apasionada, pero razonable, impregnada del sentimiento de que nada urge ni es absolutamente necesario.

El que miraba a la compañera de tal manera incontrolada, era un joven de mucho pelo, pelo crespo, abundante. Indudablemente que el gran faquir Blakamán es napolitano. Aquí hay muchos peludos, pelo tupido y polvoriento, como si hubieran jugado a echarse tierra en la cabeza.

Hay otra juventud untada de gomina y que usa barbilla, imitando a Grandi, ministro de relaciones exteriores. El diez por ciento de la juventud es así y ninguno tiene mandíbula propia para llevar barbilla. Es como uno de barbilla que llevaba ayer en sus brazos a un niño, siendo así que la barba arregladita es impropia de quien lleva niños.

Ahora están bailando en el café. La muchacha saca las nalgas y adelanta el vientre como las hormigas hembras cuando salen de los hormigueros para emigrar, volando, que las otras no las dejan libres y ellas rebullen el abdomen.

Un atentado

Junio, 8, de 1932.

El domingo, 5 de los corrientes, me paseaba por la plaza Corveto cuando oí: «¡Correo Mercantil! ¡Atentado contra la vida del Duce! ¡Últimas noticias!».

Creí que habrían ultimado al dictador y me conmoví, pues el día en que lo maten, quemarán a Italia. Tanta pasión contenida, cuando salga será un cataclismo. Sólo el temor detiene a tanta gente pobre, sin trabajo y sin el consuelo de la crítica.

Era únicamente un escándalo de afeminados. Un pobre hombre fue cogido en la Plaza Venecia, en donde trabaja Mussolini, y dicen que le encontraron dos bombas, una colgando de los tirantes, y la otra en el bolsillo trasero de los pantalones. También llevaba un revólver y dizque confesó que venía de Francia para matar al Duce. Eso fue todo. Eso es lo que comunican las autoridades, pues hay un señor Polvorelli encargado de distribuir a los periódicos lo que deben publicar. ¡Cuánta vergüenza esta tiranía! Al hombre no se le puede hacer bueno por medio de la coerción, del miedo y del asesinato. La bondad no es un barniz, sino fuerza centrífuga. Los métodos psicológicos son los que hacen bueno al hombre: educar, estimular, sugerir. Leído un diario en Italia, leídos todos.

Hacen un ruido infernal con este pretendido atentado y critican e insultan a Francia, porque permite que allá respiren los perseguidos. Voy a copiar en italiano algunos párrafos de esta literatura de la tiranía:

«L’imponente manifestazione che ha stretto in uno slancio spontaneo e irrefrenabile, stamane, il popolo di Roma, al quale in spiritu era unito tutto il popolo italiano attorno al Duce, ha detto al mondo tutta la essultanza del popolo italiano per il nuovo atto della Provvidenza che ha salvato Mussolini e l’Italia, tutta l’esecrazione per il tentativo nefando di un sicario non degno di essere nato nella nostra terra».

«Il Secolo xix» dice:

L’Amore del popolo. — I giornali, interpreti del anima del popolo, esprimono tutta l’indignazione per questo nuovo episodio della delinquenza antifascista e concordemente rilevano che l’unica cosa da constatare e il grande afetto che si nutre per il Duce fra le folle italiane, fra i laboratori della terra che si rinova, fra gli artigliani e fra i laboratori piu umili, fra i combattenti e fra i fanciulli del popolo. E ogni volta e in ogni occasione si rinnova la comunione degli spiriti fra il capo e il popolo…

«Gli italiani si riconoscono oggi nel amore al Duce e considerano la sua vita e le sue fortune come la vita e le fortune della Nazione e pensano che il suo forte e felice destino, vittorioso di ogni insidia e di ogni tradimento, sia il forte e felice destino de la Patria».

Obsérvese bien esta literatura de sonidos y exageraciones. No sé por qué, existiendo ésta, se ha tomado al trópico como el lugar de la literatura de sonidos.

Un país así, que tiene unidad dependiente de las contingencias de la vida y destinos de un hombre, es desastroso. Jamás una nación o colectividad debe considerar su vida dependiente de la individual de un jefe. La Iglesia católica ha adoptado el principio de no unir sus destinos a ningún régimen, y por eso reconoce monarquías, dictaduras, atropellos triunfantes, y se aparta y abandona a los caídos, por buenos que le parezcan. Considera que su misión está por encima de las apariencias y que para durar debe acomodarse a los tiempos y a las nuevas formas. La Iglesia sostiene a los gobiernos hasta que caen y luego se une a los revolucionarios triunfantes. Asimismo, jamás debe unirse el destino de una nación al de un hombre, y si lo hace, no pasará de tener la vida fugaz del individuo humano. La Italia fascista vivirá lo que viva Mussolini. Es el gran defecto de las dictaduras; todas ellas dan unos días de aparente progreso, pues sólo hay una voluntad que piensa y ejecuta; sólo hay tres o cuatro que roban. Muerto el tirano, muerta la gallina y quedan las ruinas de tres o cuatro monumentos. Respecto de la Iglesia, el actual Papa ha recibido dineros de la dictadura y ha comprometido los destinos del catolicismo: todo el clero italiano está a sueldo de Mussolini, desde el Papa hasta el capellán. Instigados por el gobierno italiano, declaran año santo tras año santo, para aumentar el turismo y las rentas del Estado y de la Iglesia. Este Papa ha comprometido a la Iglesia y su memoria será de mal recuerdo. Francia y su clero miran ya con ojos desconfiados a San Pedro. Cuando venga la reacción, la mañana menos pensada en que griten: «El Correo Mercantil, con la muerte del Dictador», se confundirá en un solo enemigo a los fascistas y a los frailes.

Reléanse los párrafos italianos trascritos. Ese estilo redondo, en que no se dice nada, es de la tierra de las amapolas. Apenas se aprende el italiano, se comprende a D’Annunzio y su vida de inquietud hasta conseguir un palacio y una renta.

La libertad del hombre no se puede tocar, sino encauzar. Todo, familia, sociedad y Estado, es un medio para el progreso del individuo. Éste es la única promesa de la tierra; es el hijo de Dios vivo. Mientras que Italia, y más o menos todos los Estados de hoy, son socialistas: el individuo para el Estado y para la Sociedad. El único santo visible hoy en el mundo es Gandhi y lo tienen en la cárcel los ingleses, los gentlemen ladrones. No violencia. Resistencia pasiva.

Lo llamativo y que admiran los extranjeros que visitan a Italia, es precisamente lo que podía salir de tal régimen: Institución del Dopolavoro, carreteras, monumentos hechos para darles trabajo a los camaradas, estudios sobre organizaciones sociales, policía secreta muy hábil, orden forzado, silencio en calles y plazas, ningún tumulto del pueblo hambreado, ninguna reclamación, ningún delito descrito en los periódicos… Pero ninguno ha oído nunca el nombre de Mussolini pronunciado fuera de Roma, en donde están los aplaudidores pagados. Ni la pobreza ni los males se pueden mostrar.

Tú recordarás que en Venezuela vimos y estudiamos a Juan Vicente Gómez, palo de hombre (6) que desde hace treinta años es lección viva para Suramérica; especie de brujo de la montaña de la gran Colombia, intuitivo genial, santón y diablo. ¡Ese sí es hombre! El mundo no quiere saber que para encontrarlos hay que ir a Venezuela. Ese tiene la bondad de la paloma y la astucia de la serpiente. ¿A dónde, en Suramérica, llegan con respeto los barcos extranjeros? ¿Cuál es el país que gasta su propio dinero? ¿De dónde salen los groseros capitanes ingleses de la marina mercante renegando porque no pudieron gritar? Cada día que pasa y a cada folletillo que recibo de los suramericanos que emiten juicios en Europa, admiro más y más a mi compadre. Mientras que en Italia no tienen nada interesante: hacer ojos napoleónicos en el palacio de plaza Venecia. Hasta el hombre de la motocicleta, que precede a Mussolini en sus paseos, es plagio de mi compadre. No hay que compararlo con Mussolinis, Leguías y Machados; Suramérica tiene un grande hombre que respeta la memoria de Bolívar; los demás son tiranuelos y gente de periódico y elecciones. Suramérica será bolivariana o nada.

Grande es el hombre de Maracay que fue capaz de meter a la cárcel a los emisores de juicios que no querían trabajar, que hace milagros, cura a los enfermos, echa bendiciones cuando sale de la iglesia, a donde va el veinticinco de julio, su aniversario, y llama al hipopótamo que tiene en Maracay, en una charca, y el hipopótamo le obedece, como si fuera el Nuncio.

Se mide el progreso de un país por las almas grandes que produce, como Francia, que desde hace seis siglos da hombres interesantes; como Italia, que producía hombres geniales; pero hoy parece que a Italia le hubiera caído durante cuarenta días y cuarenta noches el diluvio de la esterilidad.

El alma humana no se manifiesta sino en la libertad externa y por medio de la tiranía individual sobre las pasiones.

Pongámonos de acuerdo acerca de este problema de los gobiernos; vamos analizando sin apresuramiento y aparecerá la idea límpida que tengo para Suramérica, paraíso de una cercana y futura humanidad.

El bien y lo bello son dictadores, porque nos enamoran y queremos ser buenos y bellos. Es la dictadura del amor y de la inteligencia. Un grande hombre ejerce una dictadura y asciende a la especie humana. Únicamente que la humanidad pesa tanto que un Cristo apenas logra derramar sobre ella una aurora de espiritualidad, que luego tapa la ola inmunda de la carne.

Pero ese gran tirano de Cristo ¿a quién ató y azotó y abofeteó y desterró porque no lo seguía o para que lo siguiera? Lo seguían porque él era la felicidad del camino.

Hoy la humanidad tiene la gloria de poseer a Gandhi, quien ejerce la dictadura. Todos ellos son ejemplos, caminos, y de todos ellos puede decirse lo mismo: no ejercen coerción sino sobre sí mismos.

Son bellos. Y está en el centro del espíritu el amor, la tendencia a la belleza. Esta es para el hombre como el imán para el hierro. Es ley de todo lo viviente, someterse a la belleza.

Tal es la dictadura. Tal debe ser el gobernante: un dictador. Sujetos a él los hombres por la caricia irresistible de la espiritualidad, y por la firmeza de su alma.

Pero hay quienes pretenden suplir la belleza que les falta con policía, cárceles, rifles y sacerdotes pagados. Hay que ser grandes para usar de estas cosas. Italia no produce ya ni tratadistas de derecho penal. De aquellos que hablan mal del régimen, no se vuelve a tener noticias. Las sentencias de los tribunales italianos son la voluntad de Mussolini hecha palabras.

Acaba de llegar el periódico de hoy; está lleno de insultos a Francia, porque da asilo a los antifascistas. Los llaman fuorusciti (salidos fuera). Dicen: «Un tal esfuerzo financiero (porque el tipo ese tenía billetes de mil liras) documenta una evidente asociación entre los salidos fuera y algunos misteriosos sectores franceses. El movimiento de billetes de a mil, en tiempos de crisis mundial, es más que sospechoso. ¿Quién paga? ¿Y para qué fin último se paga?».

Il Lavoro Fascista dice: «Se l’antifascismo internazionale si serve della potenza, ebbene noi risponderemo con il terrore…», etc.

Son amenazas para Francia. Una guerra es inevitable. Italia quiere colonias, desea que le abran campo y se le dobleguen. No se despierta en vano, impunemente, la voluntad impulsiva, la voluntad de dominar y humillar a los otros. Es igual a Alemania de 1914.

¡Y qué mal se vive en un pueblo que tiene hiperestesia nacionalista! Está uno siempre con los nervios heridos…

Todo puede ser antipático, aun el deseo de mejorar, cuando le falta la gracia de la inteligencia. El nacionalismo, en la forma alemana e italiana, es desarmonioso y enervante.

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(6) Modo venezolano para indicar magnanimidad. Así llaman a Bolívar.

El parque Acquasola

Junio, 9.

Hace pocos momentos estuve en el parque Acquasola, para recuperarme al sol, porque estoy muy débil. Allá estaba una viejecita caderona, que casi no podía mover las piernas, apoyada en su bordón, y que se agachaba difícilmente a recoger palillos secos. ¿Qué puede recoger en un parque de estos? Formó un haz; abrió un trapo que sacó del bolsillo del delantal; para extenderlo, lo cogió por una punta con los dientes; formó como una bolsa y echó allí la leña que iba recogiendo. Había que verla ir lentamente, moviendo las caderas difícilmente con movimientos de pato y mirando a diez metros a la redonda para buscar chamizas.

¡Hacía este trabajo tan limpiamente, con tanta conciencia! Muy modosa, muy aseada, tan inválida y recogía palillos con solemnidad. ¡Si esa dignidad humana le pusiéramos a nuestro trabajo todos los hombres!

Aquí hay mucho pobre, pero saben trabajar. A cada parcela le sacan el jugo con método. Hay que reconocer que el europeo, y sobre todo el italiano, es un gran trabajador. Lo obliga la población que aumenta y estrecha. Francia no quiere hijos para no complicarse la vida. ¡Pensar que en Suramérica hay tanta tierra y que ningún trabajo se ejecuta bien! ¡Si yo pudiera dedicarme a escribir un libro, a ejecutar algo, como lo hace esta viejecita de Acquasola!

El amor al Duce

Junio, 13.

De un telegrama de Roma acerca de Sbardoletto, el pobre a quien le encontraron dos bombas y un revólver:

«Hoy, diez de junio, el terrorista Angel Sbardoletto fue puesto a disposición del Tribunal Especial para la Defensa del Estado».

Este Tribunal Especial es el que juzga y condena a todo el que pertenezca a otro partido que no sea el fascismo; está prohibido todo partido político. Las penas son presidio de por vida y destierro a unas islas sombrías. Los culpables desaparecen y nadie sabe más de ellos. Continúa así el telegrama:

«El Procurador General ha iniciado inmediatamente los actos instructorios. El Sbardoletto fue llevado esta mañana a las cárceles de Regina Coeli. Pocos instantes después de su salida de la Questura, las puertas de Regina Coeli se cerraron a las espaldas de Sbardoletto. El criminal fue encerrado en una celda del tercer brazo del edificio, reservado, como se sabe, a los delincuentes que merecen especial vigilancia.

La Revolución fascista tiene el deber y el derecho de defenderse y de acabar con toda tentativa, promovida en cualquier parte, dirigida contra sus hombres y sus institutos. Basado en sentimientos de paz social y de trabajo tranquilo, el Estado fascista responde, sin embargo, a la violencia con la fuerza inexorable. Ninguna piedad y ninguna atenuante pueden ser admitidas para los criminales que se atreven a dirigir sus manos sacrílegas contra el Jefe del Gobierno y contra el Régimen, en el cual se resumen hoy, más que nunca, los nuevos éxitos de la Nación entera con su fuerza de renacimiento espiritual. El criminal político será, por lo tanto, duramente aplastado».

Schiacciare es aplastar, dar forma plana a lo que no la tenía.

El telegrama ese viene de Roma para toda la Prensa, redactado por Il Capo del Ufficio Stampa del Capo del Goberno, un tal Polverelli. Esa oficina controla la Prensa; todas las noticias son redactadas allá.

De suerte que al pobre Sbardoletto, por hallarle dos bombas, lo van a schiacciare, seguramente, pues no hay tribunales; ya lo dijo Polverelli, lo aplastarán.

Por ejemplo, el 11 de junio publicaron todos los periódicos la noticia de la reunión del Gran Consejo Fascista, redactada en Roma, y terminaba así:

«Il capo del Goberno chiude i lavori del Consiglio pronunciando le seguenti parole: “Camerati, también en esta sesión hemos hecho buen trabajo; estoy contento; se levanta la sesión”.

Una calurosa ovación saluda al Duce mientras deja el aula del Consejo».

Tales son todas las noticias, íntegramente redactadas en el despacho de Mussolini por el famoso Gaetano Polverelli.

Lee y creerás que se trata de un hombre muy amado:

«Cincuenta mil personas aclaman delirantes al Duce, renovándole el juramento de fidelidad y devoción. — Roma, 7 de junio de 1932. — El alma de Roma ha vibrado aún otra vez en torno al Duce, con ese ímpetu ardiente y arrollador que nuestro pueblo sabe encontrar en los instantes de más viva pasión, como si sintiese afluir a sí la onda múltiple de sentimientos y de fe que a la Urbe, corazón secular de Italia, va de toda región y de toda tierra nuestra, a llevar, con el eco concorde y profundo de la vida nacional, el palpitar y la voz de toda la gente itálica… (?)».

Eso no tiene sentido: no dice nada. En italiano es como un juego de sonidos. Tal es el estilo; hace once años que los Polverelli publican tales cosas en miles de diarios.

Dos son los ejes de la dictadura italiana: la Prensa y la niñez; periódicos, libros y maestros. Jamás, ninguna tiranía anterior organizó la Prensa de tal modo que es un instrumento terrible. «La Oficina del Jefe de la Prensa del Jefe de Gobierno» es la redactora de todo el periodismo y casas editoriales. Las noticias de la vida diaria están controladas; no se puede contar de los suicidios, robos y otros crímenes. Los periodistas pertenecen a las milicias fascistas; son agentes de confianza del Gobierno.

Respecto de la educación, el niño es del Estado, y balilla desde los cuatro años. Lo esencial es hacer del niño un fascista, un militar, un hombre creyente en que Italia vale más que el resto del mundo, debido a Mussolini. Éste quiere levantar generaciones bajo la sugestión de sus propósitos de combate.

Que su pensamiento íntimo es la guerra, aparece evidente por el hecho de que impide la emigración. Ningún otro sentido puede tener el veto a la salida de una población excesiva y fecunda.

El periodismo hace hoy lo que desee; no hay europeo que no lea un diario todas las mañanas; su vida sentimental, sus opiniones, sus pasiones, su ambiente todo emotivo para la vida de relación, lo forma el periódico que lee.

El periódico y el cinematógrafo son hoy instrumentos decisivos para crear el movimiento, la pasión, la gloria, lo que se desee. En los países aun democráticos, el periodismo, el cine y la radio son dirigidos por la industria. Los editores crean por medio de ellos la gloria literaria o científica; las fábricas de armas hunden el pacifismo, etc., etc.

En Italia, el Estado, o sea Mussolini, tiene en sus manos las riendas de la Prensa, el cinematógrafo y la radiofonía. Por medio de la organización del sistema corporativo de las industrias, haciendo a las corporaciones órganos del partido, las colocó bajo su control.

Un elemento que se le escapaba era el clero. Lo compró; le dio dinero; se constituyó en su protector y ahora el Papa es su gran aliado.

¿Triunfará entonces? Tiene todo en sus manos, pero no tiene un fin noble y sus métodos son envilecedores. ¿Qué se propone? No lo dice; se limita a repetir que la grandeza de Italia. No triunfará, porque el alma humana no puede ser violentada; ella no se mueve y crece sino por la instigación de la belleza.

Sólo hay una dictadura que triunfará: la que ejercen las almas grandes. Aun el ser más perverso no crecerá un ápice por medio de la violencia. Azotando a un esclavo, cada día será más esclavo. La virtud no se impone. Un pueblo debe preferir el desaparecimiento a la tiranía. Por eso, la ley moral nos manda asesinar a los tiranos.

Mussolini causará en Europa un cataclismo; el Mediterráneo estará rojo de sangre.

¡Qué terrible la vida de los hombres de pensamiento libre en Italia! Diariamente publican una lista de diez o doce condenados a diez años de confinamiento en las islas, por el delito de pertenecer a partidos Disueltos.

Oigamos a Mussolini, que acaba de escribir unos párrafos para definir en una enciclopedia el fascismo:

«El Fascismo es una concepción histórica en la cual el hombre no es lo que es (?) sino en función del proceso espiritual al cual concurre en el grupo familiar o social, en la nación o en la historia, al cual todas las naciones concurren».

Esto es jerigonza alemana, pues fue carnicero socialista desterrado en Alemania y Suiza, y allá leyó filósofos alemanes; formó una mezcla de Marx y de Nietzsche. En católico significa: el individuo no importa; el Estado es todo. El individuo es trabajador del Estado, útil solamente en cuanto es provechoso para él.

Esta es la tiranía más negra y no se explica uno cómo la Iglesia apoya a este hombre. «Dios creó al hombre para conocerlo, amarlo y servirlo». Fue al hombre a quien creó Dios, y todas las otras cosas se las dio para que cumpliera su fin de conocerlo y amarlo.

Continúa Mussolini: «El individuo fuera de la historia es nada».

«Ne individui fuori dello Stato, ne grupi (partiti politici, associazioni, sindicati, classi)».

El último párrafo nos explica por qué no hay libertad de Prensa, ni de asociación, ni de palabra, ni de trabajo. El ciudadano es del Estado y el Estado es Benito Mussolini.

Ya nos explicamos el «Tribunal Especial para la defensa del Estado», las relaciones Polverelli para los diarios y el volver planos a los que piensen en atentar contra el Duce.

Siempre han existido tiranos, pero les daba vergüenza y sostenían que había libertad. Mientras que Mussolini es desvergonzado y dice que la tiranía es la justicia.

El hombre tiene el cuello grueso y la mandíbula inferior prognata; los labios prognatas. Calvo, robusto, de mediana estatura y hace ojos para asustar. Está convencido de que se parece a Napoleón, pero se parece más el Coronel Mendoza, el hermano de Mendocita, de Medellín.

Este carón es impulsivo. Sufrió mucho en la niñez porque su padre era un herrero que lo maltrataba y su madre una maestra de escuela elemental, enervada. El herrero era anarquista y, después, Benito fue carnicero y fue desterrado por mala conducta. En Suiza sufrió hambres y desprecios de los socialistas franceses y de otras naciones. Pretendió suicidarse, arrojándose a una charca cerca de Ginebra.

Es un carón impulsivo. El General Juan Vicente Gómez es de gran poder de acción, pues ha dominado a un pueblo de leones, pero se distingue por su facultad de control. Hay dos voluntades: la impulsiva y la frenadora, o sea, autodominio. En ambas es genial Gómez. Mussolini es el hombre fiera, es el drama del cañón en Europa, incapaz de dominarse.

Debe su triunfo a que en 1918 se necesitó un impulsivo que matara comunistas, un asesino de asesinos. El pueblo italiano es grande para los instantes en que hay que matar por las calles, al son de la música y con camisas negras. Se le ocurrió imitar a Garibaldi en la camisa; los comunistas no tenían. De ahí el triunfo del hombre de los ojos abiertos.

La población europea

Junio, 16.

La Europa que conozco es hoy una llaga de la humanidad. Aquí no hay religión, ni amistades, ni sentimientos humanos. En Italia los sacerdotes son como cualquier traficante: viven de algún hueso de santo inventado. En las ciudades europeas no hay amistades entre los vecinos; nada sé de quienes habitan en los seis pisos que hay encima de mi casa, cada uno con dos o tres apartamentos. Recogen cabos de cigarrillos, chamizas en los parques y huesos en las canastas de la basura. Los pobres se mueren de frío en invierno y de calor en verano.

Italia es una gran miseria humana en cuatrocientos cincuenta mil kilómetros de tierra toda edificada, labrada, abonada, hecha un jardín paradisíaco. ¡Pero son tantos! Por eso habrá guerras y guerras, para disminuirse. Algún día nos exigirán la tierra que tenemos en Suramérica. ¡Felices nosotros! ¡No sabemos qué bien tan grande es nuestra soledad en las montañas y llanuras! Cada bobo de los que nombran presidente, repite: ¡Inmigración!

En Envigado, con la amistad de Misia Rafaela, de Néstor y de Conrado, en las grandes praderas y tupidos bosques, fue en la única parte en donde me he sentido humano…

Viven de un hueso de santo o de una fuente que cerca tiene un árbol bajo el cual se apareció la Virgen. Y digo santo inventado, porque no canonizan sino a los muertos de las grandes potencias, prefiriendo siempre a Italia. Sucede como para los cardenales, que teniendo Suramérica más de cien millones de perfectos católicos, no tiene sino un cardenal, e Italia treinta y tantos. Santo suramericano, no existe. Para una canonización hay que intrigar, pagar dinerales a las congregaciones de la Curia Romana, pagarle al fiscal, que se llama abogado del diablo, etc. Generalmente se obtiene que la canonización de varios santos se haga el mismo día, para pagar a escote los gastos de la fiesta, que son arruinadores para el que se metió a hacer canonizar a un difunto.

Y las grutas milagrosas y fuentes santas y minerales, son otro invento de que viven los europeos a costa de América. Basta haber vivido y observado. Mussolini, por ejemplo, ordenó a los médicos que dijeran que el arroz es mejor alimento que todos, pues desea aumentar la producción. Llevan a Mr. Caillaux a Aix en Provence y lo retratan con un vaso de agua Sextius en la mano; dice un discurso, y me tienes a todo viejo artrítico de América que va a consumir agua hasta reventarse, en Aix en Provence. Y los más inocentes para dejarse explotar por los europeos son los yanquis. ¡Cómo consumen!

¡Yo vi canonizar! ¡Qué puta, puta que es Roma! Yo vi entrar al Papa en San Pedro, sentado en la silla gestatoria, echando bendiciones, mientras el pueblo enloquecido gritaba: E viva il Papa! Parecía el emperador que entraba en el Circo. Mi vecina, una mujer, mugía… Se excusó diciendo que así era como aplaudían en Alemania, su patria.

No creas que mi religiosidad haya sufrido. Soy y moriré cristiano. No confundo las apariencias con el espíritu religioso; no aprecio a los santos por su canonización. Tampoco nunca se inclinará tanto mi alma como ante mi señora la Virgen, que me consuela en todas las tribulaciones. Solamente he querido decirte que en Europa existe hoy apenas el cadáver de la religión, y que trafican con él.

Pero también hay que pensar que esa alemana que mugía cuando pasaba el Papa, quizá era un espíritu que apenas daba sus primeros pasos, tan encarnado como está pegada a la leña la pulpa del coco no sazonado aún.

¿Qué podía hacer el Papa con Mussolini?, argumentan algunos. ¿Pero acaso Cristo no fue en busca de la Cruz y Gandhi en busca de la Cárcel? Un Jefe religioso ¿puede pactar con el crimen y con el maltrato del alma humana? ¿Puede pactar con dictaduras y ausencias de la Ley?

Hay demasiada diplomacia, demasiada comodidad en la política de San Pedro. En fin, mi alma no ha encontrado consuelo en la Roma cristiana.

— o o o —

Pompeya

Julio, i.

Tengo un montón de cosas bellas para contarte; tengo un gran tronco de mármol para darle forma. ¡Si fuera escultor! O más bien, es como si tuviera en el alma una ciudad sepultada, rellena de fango, ceniza y piedras, todo ello solidificado: así es Pompeya y así está mi alma con estos viajes por Italia.

Así como van cavando con mucho cuidado cada centímetro de esa pasta solidificada de Pompeya, para no dañar algún fresco, una estatua, un falo o un recibo del usurero Cecilio Giocondo, yo me dejaré mecer lentamente en estas cartas por mis recuerdos. Dejaré que dicten mis narices, mis ojos, mi tacto, pues también estoy repleto de belleza y podría dañar algún pequeño fresco; dañar la historia de Anita Tilotta; dañar una pequeña Venus que se está tapando los pechos con las manos truncas en el asa de una terracota, o dañar el gran falo, los dos grandes falos erectos que servían de aviso en la Casa del Lupanar… Sobre todo, Santa Rosa de Viterbo, ¡que no vaya a dañar la descripción de Pompeya, en donde he sido más feliz durante mis treinta y siete años! Si pudiera contarte tales como fueron estos dieciséis días, haría obra de arte.

El judío Ludwig anda detrás de Mussolini, como perrillo encadenado. Ya está en prensa su libro y saldrá a la vez en catorce idiomas, según avisan de Milán. Se llamará Conversaciones con Mussolini. Del 27 de mayo al 3 de junio de este año, poco más o menos, conversó diariamente una hora con el dictador; le envió el manuscrito y Mussolini corrigió la obra, catorce palabras apenas, dice el israelita. Pero de esta repugnancia por la dictadura me salvó Santa Rosa de Viterbo: ya recorrí la Calle de la Abundancia y visité la Casa de los Vetti; visité la Casa del Gran Lupanar, sólo con el guía; las señoras quedan fuera porque a los hombres hay que iniciarlos en las treinta y tantas posiciones. Y sobre todo, ya toqué la cabeza motilona de Cecilio Giocondo, durante un día calcinado, en esa bendita ciudad del Falo y del Amor. ¡Qué cara tan vulgar y alegre la de Giocondo, el prestamista de Pompeya…!

La escultura

Julio, 2.

Dice Miguelángel:

«Non ha l’ottimo artista alcun concetto ch’un marmo solo in se non circonscriva col suo soverchio, e solo a quello arriva la man che ubbidisce all’intelletto».

«Un óptimo artista no tiene concepto alguno que un mármol en sí no circunscriba con su demasía (col suo soverchio)». No existe palabra para traducir Soverchio. Por ejemplo, en este caso quiere decir Miguelángel que todo concepto es realizable en el mármol, está circunscrito por lo que sobra del mármol. Al hacer a Moisés, el soverchio era aquello que le quitó al mármol para que apareciera el viejo.

En fin, no sé cómo explicar; son versos que, con la expresión esa, contienen la definición de la escultura y determinan lo que es la piedra en la creación humana. Me atrevo a decir que esos versos son definitivos acerca de la escultura. Repitamos:

«No tiene el artista concepto ninguno que no esté circunscrito en la demasía de un mármol. Y a esto llega sólo la mano que obedece al intelecto».

Anita Tilotta

Hablaba de estas cosas de Miguelángel con Anita Tilotta, en el Casino de Las Rosas, en la Villa Borghese. Me dijo del modo más halagador: «Ma Lei é un vero artista, un filosofo…». Tenía ojos grandes y me dominaba con el soverchio romano de sus formas. Sí; un artista y un filósofo en rijo era yo aquella tarde. Había ido a despedirme de mi ciudad. Porque mi Patria es Roma. Sólo allá… Anochecía; el sol de las siete caía por entre las ramas sobre la pared dorada del casino y contra las doradas ruinas de la muralla.

Aquella tarde tenía yo una capacidad voluptuosa que daba gusto. Me parecía ser uno de los dioses vencidos al lado de Venus en la pelea con los galileos.

Así estaba hacía rato, cuando se sentó a mi lado esta mujer demasiada. Más de quinientas mesitas estaban ocupadas en ese espacio que le robaron al público para formar el café, y cuando llegó la mujer, doscientos ojos se dirigieron a ella, pedigüeños. No quise mirar, para poseerme. ¡Ay, que siempre, desde mi tierna infancia, he sido tentado duramente por la carne; ella ha sido mi gran amor y mi odio! Me puse a reflexionar: «Seré dueño de mí; mi cara se hará ancha y fuerte como la de Vespasiano. Todas las cosas vendrán a buscarme».

—¡Por favor! Si vienen, diga que esta mesita está ocupada. ¿Le desagrada?

—Con mucho gusto, señora…

Y se fue por allá, quizá al orinal. Mis narices temblaban. Un viejo barrigón que ya estaba rojo como hipopótamo salido del agua, me miró envidioso. Yo temblaba. «Esta es la romana, la abundante mujer de los Césares».

—¿Me permite ofrecerle un café o un helado?

O, no! Grazie!

Le miré las piernas. Iguales a las que toqué en Ostia, durante los días en que estuve desnudo en la playa. Piernas llenas; piernas romanas. Un punto más y salían de la idea de pierna que exigía mi capacidad sensual. Era un cuerpo que estaba en el punto indeterminable e inestable que se llama salud y madurez. En el minuto y segundo en que toqué el cuerpo de la mujer de Ostia, aquella carne debía ser poseída, o se pasaba. Es la edad peligrosa, la cima. El cuerpo de la mujer de Ostia estaba moreno de aceite de coco y de sol, color excelente, color de Efebo del Subiaco, de mármoles enterrados. ¡Pátina!

Aquella tarde me consumía la sensualidad. Le hable de los ríos suramericanos que se meten en el mar doscientos cincuenta kilómetros; anchos diez leguas y profundos como… Aquí me atranqué; no le dije sino que el Orinoco tenía ciento cincuenta metros. Cuando miento, cuando hago literatura, no me obedece la máquina de escribir.

Le gusté a la romana y hablamos de vida y arte hasta las ocho. Mi acción al contarle de los ríos suramericanos, de su longitud, y anchura y profundidad, era llena, sensual e implorante. Era tanta mi capacidad sensual aquella tarde que todo yo me volví caricia implorante. La abundancia de vida, hacía plásticos mis movimientos. Así es mi arte, una demasía vital, desbordarse de la sensualidad. Por eso, en Roma me siento perfecto animal en su medio.

Al contarle a la Tilotta la violencia serena y majestuosa con que se hunde en el Océano Atlántico el Amazonas, separando sus aguas y formando un río entre el mar, la acción de cada músculo era calidísima y la palabra rotunda como vestido de mármol hecho por Canova…, y entonces comprendí más que el arte es sensualidad, así como tierra son las flores y toda la apariencia de sobre el haz del globo.

La vida es idea aparente, y el secreto del arte consiste en lograr que la obra, estatua, cuadro, escrito o acción, sea apenas vestido bajo el cual vibre la idea como pecho de joven bajo la tela.

En aquel instante todas mis emociones de Italia se hicieron vida. Desapareció todo; olvidé que me esperaban en la Embajada de Colombia. El cuerpo de mujer presente era el centro del universo. Urgí. Le hablé del Ruiz, cono perfecto, levantado en la altura de inmensa extensión de arena y de nieve, a cinco mil trescientos metros, que rompe el cielo como el Amazonas el Océano. Volcanes de América, tan diferentes de ese conillo pisado por tantos turistas y tan estudiado; cráter de teatro que alimenta a los hambrados de Nápoles; volcán hecho negocio.

Le conté que el Amazonas corre como una vena del pie del Moisés, atravesando toda Suramérica por la línea ecuatorial…, y le dije que allá es donde más llueve, y que por eso hay selvas cuyos troncos se juntan y adhieren formando una roca de madera, y le dije que usábamos sombreros alones, y que la tierra no es de nadie, tierra virgen, y que montábamos en pelo…, y en este punto, llena de ternura, aceptó un helado.

—Camarero, dos helados…

—Sí; pero en copas…

Gelato in coppa es el más caro y se compone de capas de todos los helados y es de varios colores. ¡Varios colores! ¿Comprendes qué puede significar helado de varios colores para una italiana? Ante un helado en copa…

El Museo Vaticano —me dijo— no me agrada, porque han mutilado todas las estatuas. A los dioses les han quitado… il piú buono… y a las venus las han vestido…

¡Piensa cómo pasaría mi última noche de Roma! Al salir de su casa, unos policías secretos me pidieron el pasaporte. Me vine para Génova haciendo la cara dolorida y satisfecha a un tiempo de Vespasiano. ¿No te acuerdas de los bustos de este emperador? Le dolía una pierna y hacía un gesto muy agradable. A causa de esa dualidad engendró al político Tito y al perverso Domiciano, desconfiado y cruel. Ya te hablaré de la casa de esta familia Flavia y del lugar preciso en ella donde le hundieron a Domiciano un puñal en la barriga.

Me vine eurítmico, porque aquella mujer era fuerte y olía a juventud. ¡Cara dolorida y satisfecha la del Cónsul de Colombia en Génova! ¡Tanto Amazonas y volcanes y helados para una noche de amor! ¡Cuán efímero todo sobre el haz de este planetucho!

— o o o —

Génova

Julio, 3.

Ayer tarde fui a la calle para despejar la mente. Recorrí el andén que sigue la orilla del mar, Corso Italia, en donde están los balnearios. En general, me pareció pobre y triste esta Génova con sus habitantes. Es que Roma es la urbe armoniosa y sus gentes son fornidas, de estatura regular. Aún existe el tipo heroico. Sus mujeres siempre discretas y como frutos maduros. En Génova, las gatas y las mujeres están fláccidas; a las mujeres les arañan las nalgas en la calle Veinte de Septiembre. El genovés es vulgar como su dialecto. Muy venales las mujeres. En fin, se trata de Cristóbal Colón.

No sabía que uno se enamorara de una ciudad. Por Roma siento timideces, impulsos, ensoñaciones. Pasaba las horas en las Termas de Diocleciano, esperando a que el custodio del cuarto de la Venus de Cirene estuviera descuidado, para acariciar el mármol. La tengo aquí, mi Venus, en las manos…

Beatitud

Julio, 4.

El día está mejor que yo. Tanta luz y tanto azul, en vez de alegrarme, me intranquilizan. Brotan múltiples deseos: estar en Ostia, solo, en vestido de baño, bocarriba al sol y rodeado de juventud. Ir ahora a la playa D’Albaro con los hijos para que gocen; renunciar a mí en favor de ellos. Si me fuera solo, no me dejaría gozar el sentimiento de abandonarlos, y si con ellos, me harían enojar y sufriríamos. Muchas veces han dicho, después de haberme sacrificado por ellos: «Es mejor el papá de Óscar y de Lía».

Así, pues, mi vida tiene limitaciones innumerables. Busco la Beatitud, o sea la tranquilidad que produce el desprendimiento de los deseos. Consiste en aquel estado en que jamás el día está más bello que nuestra alma. Quien lo adquirió, embellece al mundo y nunca éste le embellece sus horas; cuando más, le sirve de teatro a su gloria…

Falto de beatitud, pues me siento apegado a las cuatro Venus: la de Cirene, en el Museo Nacional; la Esquilina, en el Museo de los Conservadores; la Palatina y la Venus agachada, en el Vaticano. El nombre de ésta es muy bonito en italiano: Venere accoccolata o accovacciata. No encuentro otra palabra bella para traducir sino ñangotada, la posición que adoptan los campesinos de Envigado para oír la misa. Se ñangotan, o sea, siéntanse sobre el talón del pie derecho y sacan las manos por la abertura de la ruana, para acariciarse la cabeza. La Venus está ñangotada. Esta palabra es más bella que las italianas correspondientes.

Diariamente iba a examinar, tocar, vivir y besar la Cabeza de Euménides durmiente, en el Museo Nacional. Allá está el Hermafrodita dormido…

Si me vieras esperando a que el custodio se descuidara, para acariciar la Venus, sobre todo la carne palpitante que tiene entre la comisura de las axilas y los pechos. Da la impresión de que si uno aprieta, la carne resbala.

El objeto verdadero de mi viaje fue ir a ver la Venus de Cirene… y las otras obras esenciales. Si no enumero también las otras Venus, y los galos, y el Hermafrodita, y la Cabeza de Furia dormida y… me da remordimiento. Me parece que soy infiel.

El objeto verdadero fue ir a ver las Venus, el Hermafrodita durmiente, los galos (dos obras de la escuela de Pérgamo) y la Cabeza de Euménides. Estas obras griegas y el Moisés de Miguelángel son toda Roma, la esencia romana.

¡Estas son las esenciales! Solo, despacio, paladeando, tocando. Eso escogí, y siempre que vaya a Roma será para verlos; no quiero saber de nada más. Mientras existan esos mármoles, Roma será el centro del universo. Cuando tenga dinero, allá iré a gastarlo; cuando mis deberes me lo permitan, para allá me iré, y cuando esté triste, los traeré a mi casa, pues para ello fue que nací con imaginación.

Pero estoy falto de beatitud. En Roma me entristecía no poder llevarlos conmigo, robármelos.

El último día entró un japonés y se puso a mirar a la Venus con sus ojos de sapo. ¿Qué sentirá un amarillo al contemplarla? También entró un alemán, con dos muchachas flacas que leían la Guía:

«Sala ii (B). — La Venus de Cirene (Cirenaica, África), encontrada en las Termas de Cirene, estatua acéfala de perfecta belleza que reproduce el conocido motivo de Afrodita Anadiomene, esto es, que sale del mar y en acto de arreglarse los cabellos; quizá original griego (artista anterior a Praxiteles, quizá Eufranoro) o réplica maravillosa de original bronceo del siglo iv. Es verdadera obra maestra, ya por la gracia del conjunto, ora por el exquisito acabado de la ejecución, o por el tono cálido y casi cárneo del mármol, reforzado por la coloración más acentuada de la tela del manto».

Las muchachas flacas leen, sin mirar a la estatua; apenas han terminado, comentan que es obra importante, porque está con letras gordas en la guía, y la miran. Estas alemanas huelen acre; han viajado hoy por todos los museos, apresuradamente, porque vinieron en tren popular y se acaba el tiempo. Después, esta noche… a pesar del cansancio, pues es mucha la desnudez que han visto, menos en el Vaticano, en donde les limaron el sexo a todos, hasta al Padre Nilo y sus catorce puti (niños desnudos). Al Apolo de Belvedere se le ve apenas un pedazo de testículo por debajo de la hoja de parra. ¡Qué puros son los sacerdotes!

Me sorprendía en la calle haciendo proyectos de raptos en avión, con los custodios por cómplices.

Hay una discusión estética que aclara y explica mi aventura con el arte griego que me hizo alejar de la beatitud. Unos han dado como elemento de lo bello el desinterés; otros, el ansia de posesión. Me parece que San Agustín, o un platónico, dijo: «La contemplación desinteresada de la verdad». Indudablemente que estos idealistas que ponen como efecto de la belleza, el desinterés…, pasaron de la edad de las secreciones.

Cuando pronunciamos ante algo la palabra bello, manifestamos un hecho emotivo, la tendencia a poseer lo contemplado. En este impulso de posesión de lo bello y lo bueno, está lo que constituye el instinto de propiedad. El comunismo es error psicológico.

Bello es lo que produce en el hombre una incitación a la perfección.

Así como para averiguar si un acero está imanado, se le acerca una aguja, para saber si un objeto es bello, se le presenta al hombre.

Si hay incitación, estímulo vital, el objeto es bello. ¿Ningún efecto? Es indiferente, y es feo si hay repulsión.

De ahí que para que un objeto sea bello se necesita que sea superior al contemplador. La belleza, como fenómeno humano, es relativa. Hay objetos bellos para el vulgo.

Y así como puede llegarse a que venenos sean un estímulo necesario, también hay formas de arte para los degenerados. Existe lo morboso como objeto de arte para los caídos.

Así, pues, eso de la beatitud no existe, porque nunca podremos agotar la posibilidad de mejorar. Mientras estemos incitados por la belleza, siempre, pues no tiene límites, viviremos intranquilos.

Deseo belleza para mí y para mis amigos; deseo ser casado y soltero; vivir en Roma y en Colombia; hijos y soledad, viajes y monasterios, mujeres y ascetismo. Pero cuando se intensificó más mi actividad fue cuando toqué los cuerpos de la Venus de Cirene y del Hermafrodita dormido, más, mucho más que el día en que me abrió su puerta la primera mujer.

Touring Club Italiano

Ya me hice a la costumbre de las guías. Hablemos del Touring Club Italiano, antes de la descripción de mi tercer viaje a Roma, pues ya compré la colección de sus libros rojos, que están en las axilas de todas las viajeras.

Se fundó en Milán en 1894 y cuenta con uno o dos millones de socios. (Nunca recuerdo estas cantidades cuando pasan de cien. Por ejemplo, tanto como me gusta la astronomía y no logro contarles a los amigos los kilómetros de la distancia al sol. Me enredo con cantidades que pasen de cien. ¡Soy guerrillero!).

Los socios reciben la ayuda y publicaciones del Club, mediante pequeña cuota anual. Publicaciones magníficas. La guía de Roma es obra maestra, y sobre todo el Atlas Universal.

En Milán fui a hospedarme a su grandioso hotel, de no sé cuántas piezas, y como era la Feria, no hubo puesto.

Repito que jamás se me queda el dato de la altura de los edificios de Nueva York, el número de los pisos, los millones del presupuesto de guerra en Francia y el número de sacos de café suave que produce el Departamento de Caldas…

Nunca podré ser Presidente de Colombia. El Dr. Olaya Herrera se acordaba siempre, durante la campaña electoral, de los metros y pisos del Astor Building, o no sé qué, de la cifra exacta de nuestra deuda…

Jamás me he atrevido a dar reportajes para El Tiempo, como Jorge Cartner, que llega a Bogotá y se acuerda de cuánto debe Medellín y cuántos palos de yuca produce Cañasgordas. ¡Qué hombres tan verracos!

Un poco de orientación
y de sociología

Ya dije que Italia es una pierna de mujer que marcha para el Poniente y que fue sorprendida en el instante en que adelantaba la otra pierna. Las nalgas son Trieste, en el Adriático, y el vientre bajo es Génova, La Soberbia.

La llaman así. Debe ser porque ahora en el verano cada calle y callejón tiene olorcillo propio; cada portón un hedor; miles de hedores a sustancias orgánicas descompuestas.

Es muy difícil adquirir la conciencia de la orientación en esta península extendida de NO. a SE. En Roma siempre creo que Génova está al Norte y es al Noroeste.

Siempre creo. Porque es muy diferente saber una cosa y sentirla. Por ejemplo, sabemos que moriremos y no lo sentimos. Sabemos que existe el Espíritu y no lo sentimos. Adquirir conciencia de las cosas es apropiárselas. Pocos son los que se han apropiado su propio cuerpo, su Patria, el mundo, el Universo… A Colombia he llegado a poseerla mucho; me parece que mis ramales nerviosos se prolongaron por su ambiente.

La cadera italiana la forman Liguria, Lombardía, Piamonte y las tres Venecias. Hay allí grandes ríos que forman lagos; descienden de los Alpes. En el resto, como las montañas son bajas y siguen la dirección de la península, no hay sino cortos riachuelos.

La gente del Norte, habitantes de la parte ancha de Italia, es dulce y agradable; trabajadores insignes; familias ejemplares. Por allí entraban todos los pueblos de la tierra que han invadido a Roma, y por eso son buenos, mansos; se dan fácilmente.

Liguria, donde vivo, es una tira montañosa de costas; los cerros caen al mar formando rincones insuperables: riveras de Poniente y de Levante.

Pero Génova huele a pescados, pulpos, almejas, ostras y tripa de todas las horas del día anterior. Tantos tufillos como horas de pesca.

¡El dialecto genovés! Así como el molusco segrega su caracol, esta ciudad segregó el dialecto más feo. Hay que escuchar a las viejas que venden platanitos de Canarias y de Somalia: ¡Chinqueee franquiiii le piú belleeee…! ¡Bananeeee! ¡Chinqueeee franquiiii!

«Aquí no saben, señor Ministro —le escribí al de Relaciones Exteriores—, qué sea un plátano de a vara, de aquellos de Chiriguaná…».

El dialecto genovés es como arrastrándose en chinelas. Es denso, acre, como sardinas asoleadas.

La gente también es fea. En la playa no he podido encontrar ni un pecho, ni unas piernas.

Roma es otra cosa: aún hay la musculatura romana y hablan un italiano suave. Hay sensualidad que es arte; se cohabita poco, a causa de que la energía se consume en el ambiente.

Los puertos son sensualidad y alimentación de marineros en descanso. Gatas y mujeres preñadas. Arañan las nalgas de las mujeres en las calles; comen mucho ajo y huelen a ello desde mediodía hasta la noche.

Lo que más me preocupa es las preñeces de Génova. Gravideces detestables que se exhiben como reproches. Mujeres preñadas que son cargas terribles para los maridos que las sacan a pasear. Caras alargadas. ¡Qué castigo tan horrible es para el marido europeo la compañía de la mujercita barrigona que lo engañó durante la efímera primavera de la vida o del año! No caben los europeos en Europa. Allá, ustedes, no saben qué significa una preñez en Europa, un niño en Europa.

Tierras con estos problemas de una religión agonizante, cataclismos sociales, comunismos, fascismos, racismos, no pueden amar a los niños que vienen a complicarlo todo.

No existe la familia voluntariamente, sino por el engaño de la primavera. ¿Qué mujer hay en Europa que esté preñada voluntariamente?

Las provincias de la parte estrecha de Italia son estas en su orden, siguiendo para el Sur: Emilia, Toscana, Marca, Umbría, Lacio, Abruzos, Campania, Puglia, Basilicata y Calabria. Para ir a Roma desde Génova, se atraviesan, por la orilla del mar, Liguria, Toscana y medio Lacio.

Sicilia es como una piedra en que fuera a tropezar la punta del pie, Calabria.

Puglia forma el talón y tiene una espuela en el monte Gárgano.

Roma queda en la rodilla exactamente.

La gente del sur, desde Nápoles, es nerviosa, aventurera, sucia, habladores incansables y de muy malas pasiones. Es muy peluda, y la cabellera, rebelde.

Abajo de Génova, en los linderos entre Liguria y Toscana, están las montañas blancas de Carrara. El mármol determinó la aparición de artistas. Por la existencia del mármol, Toscana es la reina de la escultura y de todas las artes.

En estos días van a reventar una mina con doscientos quintales de pólvora negra para arrancar un pedazo de mármol de muchos metros de longitud, muchos de espesor, etc., que Mussolini necesita para el Foro que construye en Roma. Dizque irán muchos turistas «porque es la mina más grande que se haya reventado».

— o o o —

Italia militar

Hay mucha solterona que goza siguiendo a la Montessori, pedagogía y ciencia de mujeres feas y de cuarenta años de virginidad obligada. La religión no las ocupa ya, y, por eso, educan.

La nueva Italia trata bien al niño porque lo quiere hacer soldado contra Francia, célula de estado socialista-corporativo.

«Eja…! Eja…! Eja…! Alalá…!». Así gritan por todas partes. En cada fiesta hay 3.000 balillas innegiando al Duce e al Fascismo. Pero la mujer preñada lo está siempre contra su voluntad.

Treinta y ocho millones; treinta y nueve; cuarenta; cuarenta y dos. Cada seis meses publican la cantidad en que aumentó la población, y Mussolini se regocija. La guerra estallará de un momento a otro.

Desde que llegué de Roma estoy en honda tristeza. Tenía muchas emociones para contarte, y no pienso sino cosas desagradables. Nací con capacidad para ser bueno y feliz, pero no me dejan.

Ahora salí a recuperarme. En el café estaban hablando genovés. Es alargando las vocales, monótonamente, como los bobos, pero no lo son, sino negociantes terribles que ya me han sacado todas mis liras.

Lo que desea el fascismo es lo que llaman Provincias Irredentas: Niza, Córcega, Dalmacia, una parte de Suiza.

Predican el desarme, y el golpe de esponja para las deudas. Es fácil explicarlo. Sostienen que ellos ganaron la guerra, ellos solos, y que debieron darles Marruecos y media Europa. Predican il colpo di spugna para favorecer a Alemania y debilitar a Francia. La unión espiritual con los tudescos es una realidad ya. No hay pedazo de columna o diente de santo en Italia a cuyo alrededor no haya treinta alemanes. Cuando pasan los balillas, a los turistas alemanes se les mueven las piernas automáticamente. Están entusiasmados.

Predican el desarme. Parece inverosímil, pero es fácil entender. Italia es un pueblo armado; no hay ejército propiamente dicho, pues el fascismo lo mira con desconfianza, sino que la nación es ejército. Están armados y preparados física y moralmente para la guerra, viejos, jóvenes y niños. Todo habitante debe pertenecer, para poder vivir, a una corporación, y éstas son militares: dopolaboristas, avanguardistas, balillas, etc. Todos tienen puñal y revólver, fusiles y cañones. Las escuelas son militares. Mis hijos, que están en el Convitto Nazionale Cristoforo Colombo, saben manejar ya el fusil.

Hasta los doce años, el niño es balilla; luego, avanguardista, que son los más repugnantes y sudados, y después camarada, medalla de bronce, o no sé qué.

Desde la edad de tres años, el niño está en ejercicios militares, innegiando al Duce.

Proponen la destrucción de las armas ofensivas y aun de todas, porque Francia, país demócrata, sólo tiene un ejército especializado y la población no tiene otra preparación que la del espíritu crítico. De tal modo, renunciando al ejército, Italia quedará con millones de balillas, policías, camaradas terribles, y Francia, perdida.

Debilitar a Francia y Yugoeslavia. Unirse con Alemania, Austria y Hungría, y vendrá la guerra tan deseada.

Cada policía lleva un gran revólver visible y una caja de balas que parece una máquina «Kodak». Los camisas negras tienen un puñal cuyo mango está entre dos soportes, para evitar que resbale, al hundirlo.

¿No te he contado la historia de Balilla? De la calle Veinte de Septiembre, en Génova, coges para el Norte, por una calle estrecha, y a pocos pasos llegas a la Plaza «Pammatone». Allí está la estatua en bronce de un niño de catorce años, en actitud de arrojar una piedra. La pierna derecha para adelante; el tronco echado para la derecha y con el torcido propio del caso, y el brazo derecho en el instante de ejecutar su función de honda. Es Gianbattista Perasso —Balilla—, que en 1749 comenzó la lucha contra los austríacos, arrojándoles una piedra al grito de «Che l’inse» (¡Que la rompa! ¡Que la comience!).

A cada instante pasan por las calles y plazas, mocosuelos enfilados, con fusilitos, vestidos de camisa negra y con un gorrito del mismo color, con borla negra que pende sobre la cara. ¡Tan pequeños y tan pendejos! Todo pende en Italia; por eso empleo tanto esa exclamación.

Ese gorrito, que también usan los fascistas grandes, no sirve de sombrero, sino de adorno. Lo colocan a un lado de la cabeza. Aquí fue donde inventaron esas rodajitas moradas que se ponen los obispos sobre la corona. Aquí inventaron toda la indumentaria de la Iglesia católica. En Roma, los seminaristas tienen una sotana para cada nacionalidad. Vi unos de rojo de corrida de toros, y eran los alemanes, para que no entren a beber cerveza a escondidas, según dicen.

¡Pobres hombrecillos balillas, criados en un ambiente en que matar, cortar, herir y odiar es una virtud! Esos del gorrito son los balillas, que van a mutilar a la bella Francia.

Pasan otros. Calzones bombachos, de paño gris; fajas en las piernas y botines con los tacones torcidos. Están en esa edad en que el hombre es un pecado mortal solitario. Cara larga y pelo sobre los ojos. Tienen barros hasta en las orejas. Estos vienen al trote, sudorosos, gritando «¡Alalá…!», y desde lejos le parece a uno sentir que huelen a pies. Son… ¡los avanguardistas que le van a arrancar un pecho a la bella Francia!

Balillas, avanguardistas, legiones, camaradas, arcángeles, medallas de oro y de bronce, comendadores, todos, se ponen a gritar repentinamente como unas furias, como si los estuvieran matando: «A noi! A noi! Eja! Eja! Alalá! Duce! Duce!».

El que dirige a estos bobos, va diciendo para efectos del compás: Únop! Dúi!Únop! Dúi!…, y de vez en cuando dice Paso! y todos golpean con el pie derecho.

Únop! Dúi! Únop! Dúi! Únop! Dúi! Únop! Dúi! Únop! Dúi! Únop! Dúi!

El falo de Leoncio

¡Nos vamos ya! A observar ese pequeño mundo; a vivir esta vida de nueve horas que se gastan de Génova a Roma, durante las cuales hay comedias, dramas y aventuras. Los amores, amistades y odios de ferrocarril son diferentes. Cada ciudad, cada forma de viajar, cada situación de la vida tiene su manera.

De Génova a Roma casi todo el viaje es por la orilla visible del mar. Riberas sugestivas que en verano hacen recordar las sensaciones en los balnearios. Todos los sentidos repiten en sus fibras las impresiones recibidas, así: pituitaria, solicitada por el yodo y la sal; piel, herida por el sol; brazos y piernas entre el agua, luchando.

Hasta Spezia, dos horas, se va por entre un túnel que tiene pequeñísimas interrupciones, durante segundos, y se perciben paraísos y se exclama: ¡Caramba, maldito túnel! Son noventa, o sea, uno solo. Es porque se atraviesan los Apeninos ligures.

Se llega a Spezia y comienza a verse la montaña de Carrara; se viaja por esos pueblecitos repletos de troncos y planchas de mármol, que no han podido exportar a causa de la crisis. ¡Si estuvieran por aquí los escultores de Envigado, Misael Osorio y los Carvajales, para que hicieran un San Juan, así, hermafrodita, como ellos saben!

Del soverchio de esa montaña han salido todos los santos que hay en todas las iglesias del mundo y los monumentos de todos los ricos, y las lápidas, en todos los cementerios. Todas las estatuillas y adornos que hay en el universo. Y ¡apenas está arañada la hermosa montaña blanca! En ella, amorfo, estuvo Moisés. Pero no me acuerdo sino de Misael Osorio y de San Juan hermafrodita, cuando paso por allí.

Se llega a Pisa. El padre Torres está enredado por aquí, pues nos hablaba de Pisa en la clase de física. Una lámpara, Galileo. No sé; esto me huele a niñez.

Va un matrimonio alemán, en luna de miel, y salen a la ventanilla para ver la Torre. ¡La alemana quiere ver il campanile! Es igual a la torre del viejo palacio de justicia de Medellín, pero inclinado. Muchas de las cosas que hay por aquí y que las alemanas desean ver, son sugestión…

Es preciso hablar del falo de Leoncio, de Medellín, y cuando muera, lo embalsamaremos y entonces alemanes, ingleses, toda la gente irá a Colombia a ver el enorme Falo Torcido. A Colombia le hace falta un falo, un santo y un chorro de agua hedionda para acabar con la crisis.

Yo seré el guía: «Ici, messieurs, est le falo de Mr. Leoncio, qui se conserve tout entier, moins vingt centimetres qu’on a porté a Marinilla…; par ici, messieurs et mesdames; allons regarder la momie du Saint Pere Márquez. Par ici, messieurs et mesdames».

Para entrar a Pisa, la línea abandona la orilla del mar, lo mismo que para llegar a Grosseto. Desde Orbetello, en donde está la bella punta de tierra alta, monte Argentario, se recorre, hasta llegar a Roma, por la ribera que más invita a bañarse. Inmensa llanura de pastos.

Orbetello… Civittavecchia… Llanura de gramíneas, amapolas y viñedos.

Ya los pastos están secos; ya siegan el trigo y reúnen las gavillas; ya están amontonadas las yerbas para formar pirámides o cuadrados inmensos que parecen casas. Pasó la primavera fecunda y es la hora de coger; todo se seca y los hombres están vacíos.

Giugno, Luglio, Agosto,
donna, non ti conosco…

Llegó la hora de la cigarra. Niños y viejos, toda criatura comió ya hasta la saciedad las cerezas, primera fruta. Ahora las vides tienen sus racimos que maduran en septiembre. Es el tiempo del durazno y el albaricoque. Todo está consumado. Toda fecundación se efectuó. Hay que ir a la orilla del mar a asolear pechos y falos, espaldas y vientres; acumular rayos de sol para el invierno. ¡Cómo huyes, agradable juventud!

Desde Orbetello comienzan a aparecer ruinas, tumbas, torres, aldeas en la cima de caldeados montículos, todos ellos con un castillo muy antiguo allá arriba… Las mujeres trabajan la tierra; por eso, aquí tienen la mano grande.

Aparece la majestad de Roma; edificios dorados. Sentimos náuseas del viaje, de tanta vibración de la columna vertebral. Sería mejor entrar a caballo, físicamente cansado, pero no enervado.

Paró el tren. Amo mucho esta estación Termini en la plaza Quinientos, al lado de las Termas de Diocleciano, a dos pasos de la Plaza Exedra. ¡Pensar que aquí están, a dos minutos, la Venus de Cirene, el Hermafrodita dormido, la Cabeza de la Furia, el Galo suicida, el Efebo del Subiaco, el Nacimiento de Venus, Marte en reposo!

En Roma

Un cochecillo como los que hay en Barranquilla, pero con taxímetro… ¡Van despacio estas victorias! Destapadas, despacio, despacio y siempre que llego y monto en ellas, el caballo defeca y el olor del cagajón me embriaga. Siempre que huela a pedo de caballo, me acordaré de la ciudad santa.

En estos coches recorren todos los turistas todas las ciudades de Italia, pero más a Roma. ¿Quién hace correr un caballo romano, cuando la calle se empina? ¡Maliciosos! ¡Cuán encantadores los cocheros, tan orgullosos de sus ruinas!

Así vamos y el auriga voltea, levantando una nalga, para decirnos: Termas! Via Nazionale!, y el caballo defeca. ¿No te sientes, oh viajero, presa de vaga sensualidad? Medita en que te hallas en la ciudad de los artistas, en donde la energía nunca se determina en fastidiosa necesidad de cohabitar.

Por la plaza Quinientos pasan automóviles, autobuses y tranvías sin cuento. Mira, oh viajero, esos hombres en cabeza, de pelo abundante y negro, crespo, peinado de para atrás, formando en la coronilla como un abanico. En Nápoles son más peludos aún y más crespos. ¡De allá es indudablemente Blakamán, el gran faquir que hace dormir el pollo!

Pasan mujeres robustas, a pasos largos, vestidas de colores vivos. Muchas golondrinas en el cielo del atardecer; fabrican sus nidos en las ruinas. Los rayos del sol son lluvia de oro.

Siempre tres o cuatro, y a veces cien aviones; por la noche, el cielo es perforado por los reflectores que cuidan la vida del nuevo Nerón. Y, por último, oh Roma querida, la golondrina se llama Rondine y rondinella el pichón. ¡Son innumerables! Vienen de África, con la primavera, y los pequeñuelos caen de los aleros y grietas. Alrededor de las Termas habitan los gatos de ojos que me hacen soñar con tener el alma tan bella como un gato romano los ojos.

En fin, llegamos a Roma y nuestra vida será contemplar y vivir sus glorias, alimentar con moscas una rondinella y, cuando apure la primavera, cuando ya todo desfallezca, dejarnos apretar por Anita Tilotta durante un atardecer, abrazo despedida, dedicado a la Venus de Cirene…

¡Zas! Rápida la mano abierta y cerrarla cuando la mosca vuele. Con el índice de la izquierda agarrarla dentro de la otra mano empuñada. Arrancarle un ala. Abrir el pico de la rondinella y… ¡al buche! Mientras tanto Mussolini soñará que está creando superhombres, cuando no son sino niños sobre cuya frente inocente pende una borla.

La golondrina se irá en el otoño y el año próximo vendrán sus hijas a revolotear en el Palatino, por entre las ruinas del templo Belvedere. Serán nuestra familia romana. Ergo, io sono romano! Soy romano!, exclaman los cocheros, mientras recibimos la tufarada del pedo del caballo.

Colombia y los «cogecabos»

Anoche leí los números del periódico El Tiempo que me estás enviando. Enfermé al enterarme de la vida colombiana, tan triste, tan pequeña, tan baja. Y, sin embargo, eres, Suramérica, mi corazón. ¿Qué pasa? Hasta la miseria y los delitos son pequeños allá; los actuales habitantes carecen hasta de la belleza del sufrimiento. Leo únicamente telegramas a una señorita Reina de la Belleza. ¿No piensan, no sienten las inquietudes de la vida? ¿Por qué emplear los adjetivos soberbio, grande, etc., para esas diversiones? Literatura de mal gusto, exageraciones muy tristes. Estudien, actúen, por Dios, que la vida no perdona a los perezosos. Sánchez Cerro, guerritas, disputas, paseos de Presidente… No citen a Bolívar para eso que constituye ahora el ambiente mental y emotivo de Suramérica. Por Dios, no prostituyan a Bolívar, cuya obra es un tesoro oculto y que puede salvarnos. Sólo en Venezuela lo respetan.

Sí; quieren disimular la pequeñez de la vida que llevan, con adjetivos. Hoy pienso que será mejor permanecer lejos de la Patria, para poderla querer.

Mejor que esos periódicos es el parque Acquasola, en Génova. Allá está sentado en una banca de cemento un recogecabos, desmenuzando su colecta. Manchas de sol caen, por entre las ramas del árbol, sobre el papel en donde tiene las colillas. Imperceptibles ráfagas tibias de este verano bregan por acariciar la cabeza del viejo. Ejecuta religiosamente su tarea. Al lado, un sacerdote viejo y de nariz en punta curva, lee, a través de las gafas agarradas de la tal punta, allá, muy lejos de los ojos, las noticias del amancebamiento entre el Papa y Mussolini. Un cardenal dijo que éste es hombre providencial (!!!).

Me admiró ese modo de llevar las gafas, porque no lo había visto sino en las ilustraciones de Los novios de Manzoni.

Está religiosamente tranquilo el parque en el calor del mediodía, con su carateja sombra producida por las ramas de las encinas. Olvidé a la Colombia de las reinas de belleza y del partido conservador. Apaciguamiento. Inervación; cosquilleo sano en el vientre; síntomas premonitores de buenas funciones fisiológicas.

Cuenta el cogecabos que esas colectas las efectúan para fumar y para vender cigarrillos de contrabando, en cajas muy bonitas. Cuenta que aquí fuman de todo y comen hasta excrementos; dice que al pan le echan ripio de mármol; que hay dichos así: «El pan se hace también de trigo; el vino se hace también de uva».

El recogecabos opina que Italia está perdida.

Roma

Pero estamos en Roma. En cochecillo, en la típica victoria de los turistas, llegamos a la Embajada de Colombia ante la Santa Sede. Villa agradable, en el ángulo de las calles Gaeta y Goito. Tres pisos. Bella terraza lateral en el segundo. Por allí nos pasearemos, mientras las golondrinas juegan sobre nuestras cabezas. Jardín apacible con encinas seculares. Aquí bebió aguardiente el señor José Vicente Concha y allí lamenta a la Patria lejana el Presidente Restrepo, alma firme, compañía bienhechora.

Aquí cerca, a doscientos metros, están las Termas de Diocleciano, la plaza Independencia, la estación Termini y la plaza Exedra. Este será el centro de nuestros pasos; de este lote de tierra sagrada irán nuestras emociones hacia toda la ciudad.

Pasan tranvías para la derecha y para la izquierda del Tíber; autobuses hasta de tres pisos, para plazas San Pedro y Cavour. Ahí sube una muchacha atrayente, y luego otra y otras, con la guía bajo el brazo. Pero venzamos las tentaciones, la propincuidad del sexo.

El cielo es amplio y no se le ve la profundidad y la anchura. Estamos perdidos en el cielo. La luz, abundantísima; hay que ponerse los anteojos verdes. El aire…, no sé…, fuerte, excitante, artístico.

La Fuente Exedra

Es lo mejor de la Roma moderna. Afirmar que una cosa es lo más, revela falta de cultura y de medida; los hombres y pueblos primitivos hablan así: «¿Cuál es más grande de Bolívar y Napoleón?». La mina más grande, el edificio más alto, el pueblo más imbécil…

Pero la Fuente Exedra es otra cosa. La fuente es obra de Guerrieri (1901) y las Náyades y el Atleta son de Mario Rutelli. La obra de éste es lo asombroso. Es el autor también del monumento que inauguraron hace poco en el Janicolo a la suramericana Anita Garibaldi. ¡Obras bellas! Para mí, Rutelli es grande entre los grandes, la única grandeza que hay en Italia fascista.

¡Las Náyades! Son cuatro; cuatro sensualidades en las cuatro posiciones. Desde que aparecieron estos cuatro bronces, cuatro son las posiciones de la mujer que echa los deseos a los cuatro vientos, a los cuatro puntos cardinales.

Son de tamaño un poco más que el natural. Una está acostada de lado, reclinada la cabeza sobre una mano y el otro brazo levantado, de modo que le cae un chorro de agua en la axila. Otra está bocabajo sobre un ganso al que aprieta el buche, y los pechos casi, casi acarician el nacimiento de las alas.

Son las cuatro tan provocadoras, tan vivas, que sentimos que el diablo nos abofetea, como a San Pablo, según leí en una novena escrita en Medellín por el abogado Vicente Villegas. El demonio nos abofetea, pues son obra tan perfecta que se olvida uno de que son de bronce.

Obra perfecta y alucinante. Tiene una de ellas tapado el sexo por el musgo. Durante horas permanecí reconstruyendo en la imaginación las cuatro posiciones. Reclinadas sobre monstruos marinos, o, mejor, sobre los monstruos del deseo. Sus cuerpos sugieren el desmayo causado por las caricias de los monstruos lisos. Las piernas y brazos tienen unos abiertos y dejadeces que hacen desmayar toda castidad. Esta obra maestra es un pecado en la ciudad de los seminaristas. Una de ellas está cayendo de un caballo, o, mejor, atacó a un caballo marino que se defiende como José de la mujer de Putifar. Porque causan el pánico de la muerte; recuerdan que el fin del hombre es fecundar y morir. Las caderas de las cuatro mujeres son móviles, más que el abdomen de furiosa avispa.

En el centro de la fuente, de pies, apretando el cuello de un largo animal, está el formidable atleta que habrá de herirlas, de castigarlas, como dicen en Venezuela. Dicen que es símbolo del triunfo del hombre sobre la Naturaleza. ¡No hay ningún símbolo! Rutelli se burló de quienes le pagaron, e hizo un canto a la vida sana, pletórica. Al genio no se le puede pagar. Las cuatro náyades desbaratan la moral de los seminaristas.

La «compatezza»

Mis cartas se han convertido en relación de viaje de artista aficionado. Esto perjudica a la correspondencia, que pierde agilidad.

Te dije —voy a hablar mal para desintoxicarme, porque últimamente les ha dado por pedirme el pasaporte en las calles— que esta gente es perversa y que en manadas hacen cosas buenas. Por ejemplo, ganan el tenis de parejas y pierden los individuales. En el giro de bicicletas de Francia, llegaron los italianos detrás, pero todos juntos. Eso lo han admirado mucho aquí. Dicen: «E meravigliosa la compatezza dei campioni italiani».

¡Es admirable! Si un niño extranjero riñe con un balilla, le caen treinta, por la compatezza. Ayer jugaban balón en Turín los checoeslovacos y los italianos, para una copa europea. El público apedreó a los checos, porque ganaban. Casi matan al portero y el alcalde de la ciudad notificó que si los checos no se iban, no respondía por sus vidas.

En Compatezza se fue Italo Balbo con cien aviadores para el Brasil. Precisamente eso significa fascismo, haz, compatezza. A los jefes se les llama jerarcas, y a los otros, gregarios.

¡Cuán diferentes nosotros los españoles, individualistas! En la historia de España se encuentra que todas las proezas son de genios solitarios, caballeros andantes que despreciaban al pueblo. ¡Hombres duros y sombríos Don Quijote, Carlos v, Balboa, Juan de la Cosa y Pizarro! Y para España el huésped tiene lo primero. Allá no hay Compatezza. Cada español lleva a cuestas su alma para el cielo o para el infierno.

¿Para cuál la manzana? ¿Para el caballero de los molinos de viento o para el peludo que dice: «Nosotros somos realistas» (Noi siamo realistichi)?

Política realista es la misma historia de Maquiavelo. Siempre Italia ha sido así. Oigamos a Mussolini:

«El fascismo quiere ser políticamente una doctrina realista. Prácticamente aspira a resolver sólo los problemas que se ponen por sí mismos históricamente y que en sí mismos contienen o sugieren la solución. Para obrar entre los hombres, como en la Naturaleza, es preciso entrar en el proceso de la realidad y apoderarse de las fuerzas en acto».

Así fue como estaban aliados con Alemania y Austria, y resolvieron, realísticamente, caerles encima, cuando los aliados ofrecieron más y mostraron que podrían vencer.

La grandeza humana, al contrario, consiste en oponerse a la realidad aparente y crear el futuro, pues el alma humana es creadora de apariencias. Tener un ideal y realizarlo. En fin, Don Quijote se agarra con los arrieros, y con los molinos, y con los de la procesión, para que dejen en libertad a la bella señora que llevan prisionera…

El odio a Francia

Mussolini hace propaganda de odio contra Francia. Ha logrado ya que los italianos no quieran hablar francés, cuando antes todos lo conocían. Diariamente hay en la Prensa notículas como la siguiente:

«Il gesto di fierezza d’un balilla. — Se encuentra desde hace algún tiempo en Nápoles, junto con sus padres, un balilla de doce años que tiene ya en su activo un gesto de fiereza que lo honra. Se llama Antonio Giordano. Cuenta que la conducta muy provocativa de sus compañeros de una escuela francesa para con él, lo obligó un día a reaccionar de un modo que provocó su expulsión de todas las escuelas francesas; y no sólo eso, sino que le costó a su padre la pérdida del empleo, viéndose así obligado a dejar a Francia. El nombre del pequeño Giordano merece ser señalado a los italianos».

Bello es el patriotismo. Pero aquí se trata de un cálculo; desea Mussolini cambiar en odio el amor de los dos pueblos. Ahora está empeñado en hacer de Turín el centro de la moda, para que no compren en París. No sé; aquí se respira un aire antipático. El hombre huele a malos sentimientos. El espíritu humano no puede prosperar sino en la libertad y en la simpatía. Estas dictaduras son buenas para secar rápidamente un pantano, para hacer ya, ya, un palacio, pues nadie les lleva contabilidad. A ratos creemos que es buena forma de gobierno, como mal necesario y pasajero, un castigo que merece el hombre por su bajeza. ¡Qué bajo el hombre, tomado en conjunto! En Italia hay unas carreteras y la gente no roba porque está asustada, pero eso a cambio de la libertad. Parece que ésta es una conquista de unos tres, entre ellos Gandhi, a quien el Imperio tiene que soltar de la cárcel cada seis meses. El resto parece que no puede gozar de la vida sino en la coerción; aún no tienen alma, sino camisas.

Benito Mussolini

Abramos los bellos libros de lectura que usan en las escuelas, con ilustraciones soñadas. Ahí está la biografía de Benito y están los deseos de Benito respecto de la niñez.

Una cabeza de Mussolini. Debajo un niño que saluda romanamente. Leyenda:

«Benito Mussolini ama molto i bambini. I bambini d’Italia amano molto il Duce. Viva il Duce! Un saluto al Duce!».

Una bandera italiana y debajo siete niños que saludan romanamente. Leyenda: Il saluto a la bandiera. Viva il Duce!

Un aeroplano grande, rodeado de tres pequeños. Leyenda: «Un aeroplano, tanti aeroplani. Aviatori valorosi portano le ali dei nostri aeroplani e il nome del Duce nel celo d’Italia e del mondo».

Una mamá que cose, muy bella: «… e mentre la mama cuce, Giulietta scrive: il Duce guida il popolo d’Italia fascista. Dio protegga il Duce!».

Un fascio (haz). Leyenda: «Viva l’Italia fascista! Il fascio!». Los niños lo conocen muy bien. Lo ven en la escuela y en la casa. Lo ven en el pequeño escudo que el papá lleva en el ojal de la chaqueta y que la mamá pega a su vestido. Todos los niños de Italia son pequeños fascistas. Aman al Duce y al Rey. Han aprendido los cantos de la Patria y los repiten alegremente:

Giovinezza, Giovinezza,
Primavera di belleza…

He dejado en italiano lo que puede entenderse fácilmente.

La «mamma» del Duce

En el libro segundo de lecturas, página 43, se lee: «Il Duce. — Dios protege a Italia. Ha dado a esta tierra bendita, siempre, hombres corajudos y de gran inteligencia…». «… e venne anche un liberatore. Si chiamava Benito Mussolini. Era figlio del popolo, aveva scrito pagine di fuoco, era stato tra il fuoco della guerra. Amava l’Italia con tutta l’anima».

«Mussolini es aquel que conduce la Patria hacia la grandeza de la gloria. Por eso tuvo por nombre Conductor (Duce). Los italianos aman al Duce, el mundo lo admira».

En la página 62 del libro segundo de lecturas para las escuelas italianas del extranjero, pues envían sus textos, quieren hacer Italias dentro de todos los países, se lee:

«La mamma del Duce. — La mamá del Duce, Rosa Maltoni, nació en San Martino de Strada, aldehuela a tres kilómetros de Forli. Fue una santa mujer que conoció únicamente el trabajo, el sacrificio, la pena de criar a sus hijos. Era maestra elemental… cuando le nació el hijo que debía tener tan gran destino: Benito Mussolini… Murió joven aún. Illuminó i poveri con la sua bontá. Sará sempre ricordata. Oggi rivive nella vita del suo figliolo piú grande: Il Duce».

Arnaldo

Esta familia Mussolini es de la Emilia, de una aldea cercana a Forli. Benito y Arnaldo fueron soldados durante la guerra europea y después fundaron en Milán Il popolo d’Italia y allí nació el fascismo. Antes fueron anticatólicos y anarquistas.

Arnaldo fue el hermano de pensamiento, y hace un año que murió de un ataque al corazón. Benito lo ha glorificado, como hacían los emperadores. Plaza Arnaldo Mussolini; premio Arnaldo Mussolini; calle Arnaldo… Murió en el seno de la religión católica, ambas cosas a causa de honda melancolía producida por la muerte de un hijo llamado Sandrio.

En su testamento, de octubre de 1928, se lee:

«Antes que todo vuelvo mi pensamiento a Dios, supremo regulador de la vida de los hombres, y deseo morir, si fuere posible, confortado por la Religión Católica, en la cual he creído desde la infancia y la cual ninguna vicisitud de vida privada o política ha desarraigado jamás de mi espíritu atormentado».

Este párrafo tiene la belleza melancólica de la víspera de los viajes. Indudablemente que en esta familia hay misticismo latino. En otro párrafo dice:

«Para mi hermano Benito va la devoción de siempre y el augurio sentido por su noble, férvida y desinteresada fatiga».

Y refiriéndose al hijo recientemente muerto, dice con inmensa ternura:

«La muerte de Sandrio me da una angustia desesperada. Él debe quedar vecino a mis restos mortales, así como tengo fe de que estará vecino a mí en los reinos de Dios».

Un alma noble. Siempre que leo su nombre en calles y plazas, me descubro. Debe estar muy lejos, muy alto, con su querido hijo Sandrio.

No todo es balillas. Existe Arnaldo y, penetrando hondo, en el corazón del Duce se percibe la grandeza humana.

El Duce

Benito era ateo y socialista, etc. Hoy está unido con el Papa. Asiste a las fiestas religiosas. Yo lo vi en el matrimonio de unos condes. Llegó haciendo gestos, relamiéndose los labios propincuos y gruesos (su gesto habitual). Se estuvo durante la ceremonia leyendo en un librito negro. Salió sonriendo, haciendo signos con la mano para que no lo aplaudieran en la iglesia. Es muy teatral. También lo vi en la Fiesta del ala, en el palco del rey. Buscaba a éste para conversarle y se movía mucho. Diariamente lo presentan en los cinematógrafos, en las películas llamadas acontecimientos mundiales. Me complace verlo entrar en la pantalla, caminando con meneos, para simular agilidad. De vez en cuando mira hacia nosotros los asistentes y se relame. En verdad, su mandíbula es poderosísima y tiene algo fatal en todo el rostro. Yo lo amo mucho cuando lo veo en la pantalla. No fuma, no bebe, no juega, no cohabita y trabaja todo el día y está cercado por sus policías, aislado, solitario, sin otro amor que sus pasiones monstruosas. Única distensión nerviosa es conducir automóvil, motocicleta y caballo. Solo, siempre solo. A las doce no se puede transitar despacio por la plaza Venecia y por su camino hasta Villa Torlonia, en calle Nomentana. Va en automóvil, rápido como un diablo, precedido de una motocicleta.

Ahora va camino del catolicismo. Dice:

«Deseo explicar mi evolución. En la juventud yo no creía absolutamente. Había invocado inútilmente a Dios. Pero hoy no excluyo completamente, que una vez, en el curso de millones de años, pueda haber tenido lugar una aparición sobrenatural. Puede suceder que dentro de millones de años una aparición semejante se repita. En los últimos años ha reaparecido en mí la fe de que pueda haber una fuerza divina en el Universo».

La fuerza divina es la vida, y cuando un hombre es constante y no se dilapida en múltiples deseos, vicios y pasiones, tal fuerza parece milagrosa en sus resultados. De ahí que los dictadores, almas simples, fuerzas formidables, al ver los resultados que obtienen, sometimiento de pueblos, obediencia de almas débiles, crean que hay una fuerza divina en el Universo, que los conduce y los protege. Moisés atribuía sus crímenes a Dios, y Mussolini está proclive a la creencia de que Dios tiene camisa negra.

Todos nosotros tenemos la fuerza divina. Llama vacilante en todos, a causa de falta de unidad en los deseos y de agotamiento en los vicios. Pero la misma alma anima a los hombres. Mussolini domina a Italia y es el personaje más visible de Europa y causará una guerra terrible, si no se le humilla el mundo, porque desde niño ha pensado y obrado para ese fin.

Efectivamente, vida sencilla, sin complicaciones. Alejandro, el herrero anarquista que lo engendró, lo maltrataba y le gritaba sinvergüenza y Benito no cedía, continuaba matando pájaros y robando en las vecindades. Por el robo de pájaros lo persiguieron un día y él corrió largo tiempo, pero no soltó los pájaros. Pueden matarlo, pero no cede. Es antipático. Muere Alejandro en 1910 y él escribe: «Y ahora, después de la tregua fúnebre, que la vida coja sus derechos, que siga su camino».

Su triunfo se debe a que desea una sola cosa y está resuelto a pagar el precio de ella, a dar la vida. No ha vacilado un segundo.

Es una fuerza muy superior a todos los hombres que figuran hoy en Europa, Kemal-Pachá, Stalin, Herriot, etc. Le es superior apenas Juan Vicente Gómez, en Suramérica. Hay tres fuerzas humanas hoy en el mundo visible: Gandhi, Juan Vicente Gómez y Mussolini.

Porque no tiene vicios; ni mujeres, ni alcohol, ni juego, nada. Porque no tiene desde la niñez sino ansia loca de dominio, ansia de vengarse, ansia de sangre. Por eso su alma es como catapulta a que nada resiste, ni siquiera la Iglesia católica. Cuando toma una decisión, se siente, se huele, se palpa que echó en la balanza su vida entera. Me gusta este hombre a medida que lo mido, pero es un terrible drama del cañón.

Pienso en Francia, en Herriot, a quien he oído, pequeño alcalde barrigón, fumador y hablador, y no puedo menos de conmoverme. Francia no tiene hoy un hombre capaz de medírsele. Me consuela leer en la tumba de Napoleón: «Quiero que mis cenizas reposen a la orilla del Sena, en medio de este pueblo francés al que tanto he amado». Francia no será vencida; el pueblo italiano no resistirá al galo nunca, nunca.

Después de estudiar poco, le quitó a doña Rosa cuarenta liras y se fue para Suiza, en donde fue mendigo repleto de odio, obrero, carnicero. Ha confesado que a uno que le dio limosna, le regaló un puñal, y que si no lo hubiera recibido, lo habría matado.

Como ha sido un escritor pésimo, un solitario antipático, en Suiza cogió el odio por sus compañeros socialistas.

¡Qué joven para leer a Nietzsche! Nietzsche, que es el alma más noble y elevada, ha sido apreciado por lo exotérico de su doctrina de amor: la dureza. Los que no tienen mucha cultura, cogen de Nietzsche la violencia. Pues este joven italiano, el hijo del herrero, leyó y leyó a Nietzsche. Por eso hoy dice:

«No aceptéis que os afanen y os opriman. Jamás. El que lo acepta es un cobarde».

Toda Italia se deja afanar y oprimir por él. Mussolini la llama cobarde.

Lo esencial en Mussolini es la hiperestesia de la personalidad; es un gran egoísta. Por los ojos se conoce al italiano; los tienen fijos, alocados, reveladores de excitación cerebral. Esos anarquistas célebres han tenido siempre los ojos de Mussolini. Io voglio fare della mia vita un capolavoro. «En cuanto sirvo los intereses del pueblo, multiplico mi vida».

Su finalidad consiste en ser poderoso. La gente vulgar cree que la doctrina de Nietzsche está en la hiperestesia de la personalidad. Nietzsche tuvo muchas profundidades. Él no aprobaría el fascismo, doctrina en que el Estado es la única realidad. El filósofo de los Alpes fue todo lo contrario.

¿Qué doctrina? Hoy publican sesenta palabras de origen extranjero y sus equivalentes en buen italiano, para que no las pronuncien los labios puros de los avanguardistas. Guerra a todo lo francés. Monumentos a los soldados muertos (caduti); los Alpes están cerrados. A noi! A noi! Eja! Eja! Alalá!

La intención da valor a los actos. No veo ninguna buena en la vida de Mussolini.

Amar la grandeza humana por encima de nosotros mismos. El hombre no es fin, sino comienzo, y la tierra no es sino uno de los palacios del espíritu. La Patria es un instrumento; otro es el cuerpo. El alma es divina y todos somos solidarios; mientras haya perversos, opresores y delitos, ninguno podrá ascender a otros mundos.

Vengativo es Benito. «Ellos me encarcelaron muchas veces. Ahora soy yo quien los meto a la cárcel. Ojo por ojo y diente por diente».

Plaza Exedra

Dice la guía: «La plaza Exedra es el majestuoso vestíbulo de la ciudad para quien llega de la estación Termini. Construida sobre la exedra terminal de las Termas de Diocleciano. Está encerrada por dos palacios armoniosos y recibe alegría y vivacidad decorativa de los grandes vasos que hay al pie de cada pilastra de arcada, de los árboles, de las ruinas y de la fuente central de las Náyades (de Guerrieri, año 1885), adornada de Náyades por Mario Rutelli (1901)».

Efectivamente, esta plaza es el vestíbulo amplio y solemne. Bajo las arcadas es delicioso beber café, contemplando a las Náyades. En este instante las bañan; quitaron el agua y cuatro peludos fascistas les soban las nalgas. ¿No te gustaría este empleo?

Contemplar las Náyades y observar a los policías secretos, que tienen su cuartel en la vecina calle Goito. Se pasean por aquí atisbando a los extranjeros. Ya los conozco; usan sombrero gris y cinta negra.

Se acercan muchos viejos a ofrecer fotografías de la ciudad. ¡No interrumpan, que ahora están lavando a las Náyades!

Rafael Núñez

En la plaza Exedra supe que habían nombrado los Designados a la presidencia de la infantil Colombia… Yo iré… Desembarcaré en Cartagena cuando sea llegado mi día y quemaré la paja en las eras. Un adivino de Maracay me dijo que yo tenía los dedos puntudos y la frente alta, y que tenía ochenta años espirituales; me prometió que en 1937 ó 38 yo sería el segundo, y después el primero.

En este día en que sopla el siroco y cae un aguacero, es agradable recordar al adivino de Maracay. Llegaré a Cartagena, cuando cumpla cien años espirituales, muy pronto, porque la receta fue castidad y más castidad, y diré:

«Yo soy encarnación del hombre de las barbas, pero casto. Vuelvo a predicar la Regeneración. Aquí será el mejor puerto y el mejor balneario. Mar multicolor y buques fuertes y ágiles como los que llenarán estos mares, jamás se han visto. Cuerpos como los que se asolearán sobre estas arenas y cortarán como cuchillas estas ondas, ni en Atenas se vieron: el joven casi sin nalgas, pecho amplísimo y piernas duras. ¿Qué se hicieron sus nalgas? Son apenas como dos nudos de raíz de roble… La joven, con cintura como la hormiga preñada o como la avispa que come dulce en el trapiche; pechos duros y con ondulaciones indiciales de los músculos, como el indicio digital que le quedaba al oro que los suramericanos trabajaban. Caderas como ánforas. Un coro que canta los himnos de la Patria:

Castidad, castidad dura
como pecho de virgen…

Evitemos el exceso, hijos míos. He ahí mi programa. No digamos formidable, supremo, grandioso. Jamás diremos que una cosa nuestra es lo más, y dentro de ocho años seremos el país que tiene ritmo suave y que sabe nadar.

El ritmo, hijos míos —los llamaré así, porque pienso ir de barbas—, es nuestro programa. Por ejemplo, para remar se le dice al discípulo: despacio…, despacio…, despacio… El discípulo echa los remos para atrás al primer despacio, y contrae lentamente, pero con firmeza, los bíceps, al otro despacio…, y así pagaremos todo el dinero que han robado y seremos cultos y no gritaremos: ¡Silencio, hijos de puta!, ¡nos hacemos matar!

No; vengo de Roma a buscar un joven para Presidente de la República. Debe ser de cuarenta años; que nunca haya hecho un esfuerzo hasta el agotamiento y que esté por encima de sus deseos. Es decir, joven rítmico, remador, bailarín sonreído».

El Hermafrodita dormido

No puedo decir cuál de mis mármoles es mejor. Sería infiel. Si dijera que la Venus de Cirene, ahí está el Hermafrodita…

Ahí está acostado con la frágil cabeza entre los brazos, el busto retorcido, apoyado sobre un pecho que parece un lirio, por lo efímero, y las piernas atormentadas para no oprimir demasiado el pene y los testículos…

El Hermafrodita dormido - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

En la playa se acuestan así: el brazo derecho echado para adelante, un poco doblado en el codo; la cabeza sobre tal brazo, reposada sobre la sien derecha. El otro brazo, enarcado alrededor de la cabeza, algo distante. El busto sobre la tetilla, y la otra queda descubierta a cierta distancia de la arena. La pierna derecha un poco flejada, y la otra se estira por encima de aquélla, de manera que el vientre forma un rincón…

Pues así está el pálido, atormentado y frágil Hermafrodita, adormecido en el calor del vago deseo… Sólo que la tetilla es un pecho como un lirio, un pecho que es tetilla y es teta, más hermoso que todos los femeninos.

Es un cuerpo pecado; que atrae y repele. Cuerpo que nos explica cómo los atenienses enviaron a Alejandro un efebo, en premio de sus batallas sublimes.

La garganta enfermiza parece pedúnculo de flor venenosa y nos invita al amor. Todo ese cuerpo pecaminoso nos atrae, hasta el pequeño y suave pene. ¡Atracción maligna! De todo él resulta el complejo de emociones que forman el infierno de la belleza.

Es delgado, femenino y masculino. Quisiera llevarlo y pegarle y besarlo, y adorar a Dios en él.

El Hermafrodita constituye el summum de la conquista en el arte: ¡reunir en la creación humana las bellezas de la mujer y del hombre, unificar la Naturaleza en un mármol!

Sólo puedo decir que desde mi encuentro con el Hermafrodita que duerme en el segundo piso del Museo Nacional de Roma, comprendo muchas cosas que antes ni sospechaba. El reino de nuestro Padre que está en los cielos tiene muchas moradas. El Hermafrodita griego no es la sucia inversión, sino la unificación de las bellezas, Dios padre y Dios madre. En el fondo de la inversión yace el ansia de perfección.

Pero quedó mal eso de que «el busto se apoya sobre un pecho que parece…». Ese pecho está comprimido por el tronco y no se percibe bien. El que parece un lirio es el otro, el que casi cae a la plancha de mármol sobre que yace el pobre atormentado…

Está adormecido, pero emana de todo él, de todas sus células, el sentimiento de que aprieta el pecho duramente, que siente placer-dolor en apretarlo y que pronto se pondrá bocabajo para comprimir también el sexo. Es un cuerpo contra natura que pide a gritos mudos el dolor de las caricias-castigos. El Hermafrodita llama a gritos a los dioses para que lo castiguen en todas las formas, porque a causa de todas las bellezas merece todos los castigos.

Observaciones esenciales:

Primera. Al decir garganta enfermiza, cuerpo enfermizo, este adjetivo tiene un significado especial. No los estigmas de la enfermedad, sino la apariencia y la emoción de lo anormal; quiere decir que el efebo tiene en todo su cuerpo la apariencia de lo pecaminoso.

¿Qué más sano que una mula de esas de Bolivia, en que se trepan los Andes, con sus patas finas y vivas, sus vientres enjutos, los pescuezos en que la mano resbala y las ancas invitantes a la caricia? Pero la mula tiene la apariencia del pecado, es toda ella animal híbrido. Se palpa que no puede concebir. Así, el Efebo que duerme en el Museo Nacional tiene como alma el pecado. Cada una de sus formas indica el tormento de todos los deseos humanos, pero que no pueden realizarse: quiere poseer y ser poseído; quiere engendrar y quiere concebir, y ni puede apretar a Venus ni recibir el castigo sacro de Júpiter rijoso.

Entra uno al Museo. Aparece el efebo-virgen, y dada su posición, dado su tamaño y proporciones, dados el cuello que tiene y las facciones, y la actitud de manos, pies, dedos, piernas, pechos, pene; dado ese modo de dormir clamante, uno intuye qué significa hermafrodita y vive minutos de comprensión del alma griega.

Segunda. El cuello, pecho, brazos y piernas son… No existe la palabra propia sino en italiano. Esile. (Se pronuncia ésile). El diccionario trae como equivalentes, débil, delgado, flaco, sutil, tenue. El tallo o pedúnculo de un lirio es esile; lo es el cuello del cisne, y lo es por esencia el cuerpo del Hermafrodita.

Para ser esile, es necesario que haya suavidad de curva, delgadez llena, línea perfecta y… en fin, se necesita que el objeto calificado así revele la belleza de la debilidad.

Decir magro, delgado, sutil, débil, no es lo mismo. Esile contiene un complejo de cualidades físicas y psíquicas. Esile no puede ser sino lo que tiene una gran alma. Además, esile lleva consigo la idea de belleza pecaminosa, extraña.

Tercera. Hay que ver el tamaño. La plancha tendrá metro y sesenta, y la figura del efebo, uno con cuarenta. Es el tamaño que debía tener. En ello está uno de los secretos de su belleza. Será por ahí de dieciséis años. Parece que siempre tendrá esa edad, porque si envejece, muere. ¡Y hay que ver el color del mármol!

Corrección. Lo anterior lo escribí recordando, realizando en mí al querido Hermafrodita. Ahora tengo a la izquierda la pequeña fotografía, y observo que incurrí en error que me desespera. ¡Es la mejilla izquierda la que reposa sobre el brazo! ¡Claro! Más torcedura, más tormento sensual en la cara desfallecida… ¡Y cómo están bellas las caderas y nalgas y cómo es esile la cintura! ¿Cómo pude creer que la cabeza tuviera otra posición? La cara así, huye del sexo, atormentado por él…

En la fotografía no se ve la plancha en que reposa. ¡Y la tela que está en las rodillas, echada para abajo en la tortura del deseo…!

Esa cabeza y el peinado no se ven en la fotografía. La pierna izquierda está rota desde la pantorrilla, y ésa es la flejada sobre la otra. En fin, al Hermafrodita no se le puede describir; hay que poseerlo. No hubo tarde que yo no estuviera allá, durante dos meses, acariciándolo cuando los guardianes se descuidaban. Sonaba la campana a las cuatro para cerrar el Museo y salía con el pecho oprimido.

¿Se percibe en la fotografía el rostro demacrado por el ardor de los dos sexos? ¡Esa cara seria y triste! La sensualidad verdadera es seria y trágica. Amor que tenga palabras no lo es; tiene gritos, quejidos, arrullos de fiera en la selva. Para el amor no se hizo el lenguaje, sino las palideces y torceduras especiales de músculos y del alma fisiológica.

¡Ven a Roma, ven a Roma, a tocar con ojos y manos, con alma y carne, al Hermafrodita que duerme! Él es la idea de sensualidad masculina y femenina que bajó al taller de un escultor griego y se encarnó en el mármol. Está en la sala dieciocho.

La Sala XVIII

Vale ella por un reino. Pero los turistas no se detienen allí sino por segundos. La Europa cristiana es demasiado pura. Allá están una cabeza de persa moribundo, de la escuela de Pérgamo, y una cabeza de muchacha durmiente, griega del siglo iv.

Cabeza de persa moribundo - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

Las tres obras son tan conmovedoras que uno sale de allí confortado.

El persa tiene en esa cara regada la agonía. Los ojos cerrados, pero el párpado derecho y la ceja tienen contracción agónica. Yo le vi hacer a mi tío Heliodoro tres gestos antes de quedar exánime, y uno de ellos fue igual al de la cabeza del persa. Se percibe que la tonicidad abandona los músculos faciales… ¡Y lo mejor!: que la cara sale de un trozo de mármol color de moribundo y la cabeza está en el tronco, no ha salido aún. De modo que parece una flor que se asoma y se adivina cuán bella será.

Los párpados no están completamente cerrados; en la debilidad de la muerte se entreabrieron y uno cree ver los globos oculares que devienen vítreos y el iris que huye para arriba y hacia atrás… Pusieron en tal sala, juntos, al amor y la muerte, toda la historia de la apariencia.

De los artistas griegos que llaman la escuela de Pérgamo hay en Roma obras que son la mitad del valor de ella. El galo suicida; el galo moribundo, esta cabeza y dos perros que custodian la puerta de salida al patio de la piña, en el museo Vaticano. Atalo i fue el instigador de tanta belleza. Dondequiera que haya grandes obras se encuentra un espíritu inquieto y organizador que fue el estímulo de los artistas.

Entre los generales de Alejandro Magno que lo heredaron, estaba Filetro, que fundó un reino con Pérgamo por capital. Sus descendientes fueron protectores insignes de letrados y artistas…, y «cuando uno de ellos, Atalo i, logró derrotar a algunas montoneras de galos que vagaban saqueando por el Asia Menor, la victoria fue celebrada con monumentos soberbios. Entre otros, hizo Atalo representar en cuatro grandes grupos las victorias más insignes de la raza helénica: la de los dioses contra los gigantes; la de los atenienses contra las amazonas; la de los griegos contra los persas y la de Atalo contra los galos» (7).

Los dos galos pertenecen al grupo del triunfo de Atalo contra ellos; la cabeza de persa al penúltimo, y los perros, no sé… Los artistas griegos de Atalo estaban en la completa posesión del arte; nada antiguo los supera y nada moderno les está cercano. Ni las Náyades…

No hablo de la cabeza de muchacha, encontrada en la casa de Nerón, porque eso es para mí solo.

———
(7) Roberto Paribeni, director del R. Museo Nacional de Roma.

Colombia

Julio, 20.

Es la primera vez en que me toca celebrar esta fiesta afuera. Un italiano que telefoneó al consulado me recordó que yo era un gran mártir. Porque apenas me llegan las noticias del Congreso colombiano, me siento gran mártir del olvido y me voy a la playa para asolearme.

No tenemos sino el veinte de julio. Pero mejor que no se hayan puesto a la tarea; sólo que el tronco de mármol está roto; ¡falta Panamá!

¡Qué bello está el mar! A las sombras de las tiendas, ebrias de sol, las mujeres están acostadas y se les forran las felicidades rápidas y engañosas.

Hay que hacer un gran puerto en Cartagena, un balneario y una carretera como telaraña. Un discurso:

«Hijos míos, he visto a Alemania perder su fuerza apenas implantaron la libertad; el Perú está en la miseria y la mugre desde que mataron a Leguía… Vengo de Italia, en donde un loco sugestiona al pueblo y hace dormir al pollo…

Quiero decir que tú, pueblo, no eres libre. La libertad es joya perdida; la han encontrado por momentos almas que hicieron jornadas de leguas.

Hay que quitarte el libertinaje. Necesitas la mentira, el engaño y la sugestión, en castigo de que Adán haya comido manzana. Te daré tres ideales, tres inyecciones: ser los mejores nadadores, tener juventud bella, y la creencia, sostenida por la Prensa, la radio y el cine, de que el Presidente que vamos a buscar es milagroso.

¡Cómo será el poder de la mentira, que los italianos, con diez años de tiranía, ganan ya algunas carreras de bicicletas! Si Francia sigue cambiando a Herriot por Laval cada ocho días, le va a sacar un ojo Mussolini. Pero Francia siempre será agradable, aunque tuerta.

Parece que niños, mujeres y pueblos necesitan dominadores, así como al algodón hay que meterlo en sacos.

¡Límites! Si no se limita el fumar, fumamos diez cigarrillos hoy y mañana veinte. Mandamientos son límites. Los del pueblo hebreo eran dos piedras. Religiones son límites. Gobiernos son límites. Sirven de camino. Colombia está ilimitada; todos hablan y nadie oye. Paja es lo que hablan. Sin Nerón, no se habrían podido soportar los romanos, y sin Mussolini, no habría carretera para Ostia.

Por lo tanto, permite que te presentemos a un joven que está resuelto a someterse a tu doración. Se llama…

La libertad es el ideal, la conquista. El hombre que se posee no necesita de gobiernos. Pero con la mugre, di, ¿pretendes ser libre?

Grande es el poder de los mandamientos. El primero es el grito de la Patria. Pueblo, grita conmigo: ¡Arranca…! ¡Arranca…! ¡Bruuu!

Dentro de poco todos nos admirarán. El todo está en que la Prensa alabe, alaben la radio y el cinematógrafo. ¡Adiós, pueblo hijo de puta!».

El Régimen

Mussolini acaba de cambiar cuatro ministros, entre ellos a Bottai y a Dino Grandi. Este es un joven de mi edad, el que impuso la moda de las barbillas. A propósito, para los baños se han afeitado todos, porque en la playa, desnudo, un hombre barbado es insoportable. Ayer vi el único barbado que resta.

Grandi dizque es buen orador y lo aplaudieron en Lausana. Hoy lo nombró para ministro en Inglaterra. Estos dictadores son ágiles y celosos. Los periódicos comentan así:

«Es superfluo ya comentar el carácter de estos renovamientos que, sin frecuencia excesiva, a tiempo oportuno y por fuertes razones, opera el Jefe del Gobierno en su Ministerio.

A cada uno de sus colaboradores inmediatos, Mussolini da una tarea determinada, cumplida la cual, y cuando es llegada la oportunidad de disponer de otras aptitudes y experiencias, la responsabilidad pasa a elementos nuevos.

Las tradicionales reempastadas impuestas a los viejos gobiernos por las concentraciones y por las ambiciones parlamentarias, pertenecen al Folklore de la Italia que fue.

Si Mussolini procede al cambio de la guardia, lo hace con criterio infalible de utilización de los elementos directivos».

Me ha gustado el hombre en el cinematógrafo. Cara y ojos de gran capacidad para el asesinato. Una fiera en defensa, pronta a saltar. Es atlético. Si me le acercara, creo que lo amaría. Estamos más cerca de lo que se cree. ¡Si no tuviera esa mandíbula! Si no estuviera casado con esa vieja repugnante que fue su manceba y si no tuviera unos hijos tan gordos y tan brutos.

No hay contradicción. El hombre es repugnante, pero es agradable verlo en la pantalla. Es asesino, pero muy constante. Apenas hay un alma de su clase que me cause mayor placer: Landru. Como todo hombre grande en sus propósitos, tiene relaciones con Dios; ya entra a la iglesia a saludarlo y ya se casó con la manceba; dice que hay una fuerza divina en el Universo. Creo que Francia acabará por doblegarse. Allá hay muchas inteligencias, pero no tiene ahora ningún asesino fuerte, ninguno que sea amigo de Dios.

Mussolini va camino de ser gran factor histórico. ¡Lo que es el triunfo! Un hombre que era tan feo, tan antipático, tan odiado como los bandidos corsos, se ha vuelto hasta buen mozo. En el cinematógrafo es agradabilísimo. Casi se le podría perdonar si no fuera por los fascistas y por la Prensa.

Escrito lo anterior, ahora, a las cinco y media de la tarde, me iré para la playa a ver pijamas y bañistas; desde el balcón que domina el mar, seguiré las costumbres del hombre y pensaré e invocaré a Dios para que me envíe juventud. ¡A cambio de todos los goces sensuales, dame, Señor, sabiduría y belleza!

Silverio

Me estoy demorando mucho y el espíritu tiene un ritmo. Tardo mucho en hablar de los mármoles que me han apegado a Roma, como a la Patria.

Por épocas el espíritu concentra su energía en un grupo de imágenes, incitado por alguna emoción, por algún detalle que sirve como centro; nos parece entonces que toda la vida es lo que amamos, que si la Tilotta, por ejemplo, nos rechazara, tendríamos que arrojarnos sobre los rieles de un tren.

Me río de las cosas de la vida, que son apenas disculpa para vivir. En nuestra ignorancia, las miramos como esenciales. Nuestra vida es un camino, y estatuas y emociones tienen sentido en cuanto ponemos allí nuestra alma. Después toda forma es concha calcárea vacía, sarcófago más o menos refulgente. Tiene vida mientras estamos allí prisioneros, y luego creemos oír en ella el ruido de las olas y las voces de náyades y tritones. Con las imágenes que un día nos tuvieron prisioneros podemos a lo sumo reconstituir artísticamente nuestra historia.

Hoy, en Génova, tendré que recordar a mis cuatro Venus, para escuchar lo que hace quince días me prometieron; tendré que traer a Cecilio Giocondo, para escuchar el poema de amores y tristezas que oí en la silenciosa Pompeya.

Sí; nuestra vida es como debió ser la cáscara terrestre cuando hervía el alma de fuego. Lo cierto es que mi alma rompe las apariencias y nada perdura; lo que ayer me conmovió, hoy es hoja muerta. No sé cómo hacen los Mussolini para pasar años y años repitiendo la misma frase; meses y meses oyendo las relaciones del Secretario del Partido, Aquiles Starace…

Escribo esto porque los mármoles se alejan de mi alma. Fueron un libro que ya leí y me esperan en otra parte. Fui promovido; me faltan muchas experiencias y el fin está en el grado, que consiste en la capacidad para morir agradecidamente. La enseñanza en la tierra consiste en hacernos conscientes de que nada es esencial, ni padres, ni hijos, ni mármoles. Hay que llegar a Dios.

Se alejaron los mármoles al escribir en carta para mis padres la palabra mango, el fruto que no conoce a Europa, el mango tropical, patriota, colombiano. Me cubrió el recuerdo de aquel árbol de donde mi abuela… Pequeño más bien, coposo, copa ancha, esférica, que crece cerca al vallado del solar.

Un atardecer dorado del trópico, bajo su sombra. Era diciembre, el de los anocheceres desfallecidos como virgen en su primera noche de amor, que no puede creer que ya no sea virgen y le dan ganas de llorar. La familia estaba en la pradera del Guáimaro, cerca del mango, oyendo las historias de un terrible pariente guerrillero, enamorado y tímido. Yo tenía seis años. Por allá lejos pasó Juan Tamayo, que venía de arar la tierra, de quitarle al buey el duro yugo entre los cespedones olorosos. ¡Olor reconfortante de la tierra abierta!

Toda la familia estaba sentada en el prado. Unos con el cuerpo estirado y apoyada la cabeza en la palma de la mano; otros a la turca y las mujeres sobre una nalga, el busto inclinado para atrás y a un lado, sostenido por el brazo que se apoyaba en el suelo.

Repentinamente yo grité, no sé por qué: «¡Juan Tamayo, hijo de puta!». Las mujeres palidecieron, el pariente guerrillero me pegó, y me quedé solo, rumiando el rencor. Juan Tamayo saltó la cerca y la noche cubrió mi pueblo natal, tan bello.

¡Soledad triste mi niñez, si no hubiera sido por la intensidad de los sueños solitarios, atisbando las muchachas entre las arboledas y en el huerto familiar! ¡Deleitaciones espiando a las muchachas que leían novelas mientras yo escuchaba a sus pies! Se abrasaban en grato terror cuando Lagardere iba a enterrar su espada.

Con mi tío Silverio comía tierra; tenía doce años cuando murió. Alma pálida como su cara pecosa. Pasó como sombra. Todos lo olvidaron a mi compañero de banquetes terrenos.

Silverio es el centro de mi estado emotivo actual. Y comencé a pensar en estas cosas desde que vi en el Museo Vaticano un busto de joven que tiene la cabeza rapada y las facciones predestinadas para cadáver.

Silverio está unido al recuerdo de aquellas edades helénicas en que se amaba mucho a la juventud.

Cuando era niño, yo comía tierra y quería ver a las muchachas desnudas. Nos íbamos Conrado, Cipriano, Juan de Dios y otros, a escondernos en los rastrojos de la orilla del baño de la Ayurá para ver a las amigas que se bañaban en camisa.

Museo Nacional

De ahí mi goce al aparecer en toda su pureza la Venus griega. Diariamente, a las ocho de la mañana, iba a la plaza Exedra. Pedía un café y lo paladeaba soñando en ser el centro de la mañana dura, compacta y vibrante como campana de cristal. Yo era el centro, porque no había discontinuidad ni en la costra terrestre, ni en el espacio, desde el punto en que estaba mi cuerpo, en Roma, café al aire libre, y mi pueblo en Suramérica. Yo estaba física y espiritualmente unido a lo presente y pasado. Nada hay que no toque.

El galo suicida. — Las diez, hora de los museos. En el patio menor, a la derecha, en un ángulo, está de pies, suicidándose, el galo a quien derrotaron las tropas de Atalo i. Las piernas poderosas, algo separadas para el esfuerzo, pues acaba de matar a su mujer, que cae con mucha decencia, sostenida por la mano izquierda del bárbaro; gira la cabeza a la derecha para descubrir bien el espacio entre la clavícula y la garganta, en donde hunde la espada corta. Cuerpo de humanidad divinizada. Pequeño bigote galo, o sea, que sigue la curva del labio; pelo en crenchas, grasoso, y al cuello lleva un collar, el torquis. El mármol de una pantorrilla tiene una veta rojiza.

El galo suicida - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

El color del mármol es de tiempo. Esto es esencial. El blanco de cal de las estatuas nuevas es insoportable. En el arte hay la consagración del tiempo. Es un elemento psíquico de la belleza, la antigüedad. Sobre todo en las artes plásticas. El monumento a Víctor Manuel, en Roma, es mancha blanca que afea.

¡Cuánta dignidad, angustia y valor tiene el galo en sus facciones! Los alemanes no pasarán el Marne. Es un cuerpo que nos enseña cómo deberíamos ser para poder estar desnudos.

Los testículos y el pene son magníficos. El izquierdo pende más, así como pasa en la realidad, y el pene, en todas las obras griegas, tiene prepucio. Este grupo fue encontrado junto con el galo moribundo del museo Capitolino.

Cabeza de Furia dormida

De tamaño un poco más que el natural. Por debajo de la mejilla sobre que reposa, es plana. Tipo griego, dolicocéfalo. Los ojos se adivinan grandes a través de los párpados que los cierran y que parece que fueran a parpadear. Los labios sensuales están entreabiertos por la debilidad muscular del sueño. Y, como está durmiendo sobre la mejilla izquierda, hay que inclinar la cabeza para verla bien y se tiene deseo de besarla.

Cabeza de Furia dormida - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

El artista debió quedar muerto, pues le dio su vida a esta mujer. Si yo hubiera hecho esta cabeza, no me separaría de ella, no tendría otro amor y sería más feliz que habiendo engendrado cinco hijos. Efectivamente, ¿qué gracia es engendrar? ¿Qué vida les damos a los hijos? Mientras que estas esculturas salen del artista, quedan con su espíritu. No es de mármol, sino de alma que se hacen.

La mujer es la autora, involuntaria, eso sí, de los hijos. Nosotros los artistas no tenemos más hijos que nuestras obras, superiores a los de las madres. El escultor es semejante a Dios, más admirable que las madres; es la madre por excelencia. Respecto de los padres, ¡nada más ridículo que un padre! ¿Por un placer rápido y egoísta se puede hacer respetable un individuo? Los padres son respetables por tristes, engañados por la vida, canosos, jorobados. Sobre todo, es respetable un padre italiano con barbilla presumida a lo Grandi, que lleva al hijo en los brazos. Quisiera haber hecho la cabeza de Euménides. No la hice y no me queda otro remedio que el estoicismo. Esa cabeza es de la mujer que podría amar eternamente, o sea durante un año.

Aquí iba de mis notas. Hoy supe que los dos empleados del Consulado, los italianos Sega, durante mi ausencia en Roma, estuvieron hojeando mis papeles con dos señores de sombrero gris con cinta negra. Por todas partes me piden el pasaporte. Hoy no puedo soportar las ideas de mujer y de fascista. El noventa y nueve por ciento de las mujeres es muy desagradable; son mero adorno. Fascistas y mujeres son colgandejos. Hoy no puedo resistir la idea de mujer. Estoy tan enfermo, que si por mí fuera no existiría Italia fascista. Tengo ansia de retornar a Colombia.

Las mujeres dominan al hombre, y si no lo dominan, lo asesinan. Son pequeños disgustos que nos van socavando las fuerzas. Ellas dizque nos salvan, oran por nosotros. No puedo pensar en estos seres que tienen enarcadas las caderas y que nos hacen pagar con el alma el placer de verlas cuando están en grupo conversando. Fueron hechas para llevarnos lentamente a trabajar la tierra.

Estos Segas pertenecen, pues, a la policía secreta. Ellos y la muchacha colombiana que repite: «¡Virgen mía! ¡Qué bellos los policías italianos!», me han amargado la vida.

Desterrado como Ovidio

Agosto, 12, 1932.

Esta mañana ejecutaba cien movimientos rítmicos ante el espejo, soñando con el Hermafrodita, observando el bajo vientre, para ver que no estuviera un poco caído, cuando recibí una carta urgente de Siena:

«Aquí estoy en Siena, después de una gira por Asís y Perusa, todo maravilloso. El martes estaré en Roma.

Sin saber ni sospechar la causa, se recibió anoche un cable del Gobierno de Colombia en que dice que el italiano iba a cancelar el exequatur de usted, y que, para evitarlo, lo han nombrado cónsul en Marsella».

Apuremos, pues, porque a este humilde aficionado al amor y a la virtud quiere el Gobierno del Duce cancelarle el exequatur, medida extrema que se aplica en caso de guerra y por faltas graves. ¿Cuál será la causa, si ninguno ama tanto a Roma y al Hermafrodita dormido, y si nadie goza tanto en las calles italianas, polícromas? También soy aficionado al estudio de las formas de gobernar a los hombres. Nada he dicho. A lo sumo aplicaba, comenzaba a aplicar mi método para conocer a Mussolini, haciéndolos reaccionar a él y a sus hombres. Por ejemplo, un día me senté en el café de la esquina de plaza Venecia y miré largamente para las ventanas del palacio. Por ahí se paseaban unos diez hombres de sombrero gris con cinta negra, haciéndose los vagos.

Los mozos del café son de la policía también. Nada me dijeron y me fui; en Via Nazionale me atajó un hombre y me pidió el pasaporte; a poco llegó otro, y, mientras leían mis papeles, conversaron en dialecto. «¡Siga su camino!», me dijeron groseramente.

Pude observar a Mussolini cuando va para su casa o cuando llega a la oficina. El automóvil va rápidamente, precedido de una motocicleta y seguido por otro automóvil. A la hora en que va a pasar, obligan a los choferes a desviar, y si hay por ahí alguien que vaya lentamente, le piden los papeles.

Un amigo pudo entrar a una sesión del Parlamento, un día en que asistía Mussolini y que hablaba Grandi. Llevó unos binóculos pequeños. Un oficial se le acercó y le dijo que estaba prohibido usar esos instrumentos.

Un día cogieron a un oficial del ejército que tenía todo preparado para dispararle al Duce desde uno de los balcones de enfrente del palacio en plaza Venecia, durante una manifestación. Desde entonces, cuando resuelve aparecer en el balcón de su oficina, para que lo aplaudan, obligan a tener abiertas las ventanas de las casas de enfrente.

Esto fue todo lo malo que hice. No tuve tiempo sino para los museos.

Volveré a pasearme a pie por los grandes caminos colombianos. Me hacen falta aquellos árboles inmensos y la inmensa libertad.

Apuremos.

Nacimiento de Afrodita

Está en el mismo cuarto de la Furia, roto, color de piedra enterrada durante siglos. Son tres planchas de mármol, unidas de modo que forman como un púlpito rectangular, que debían usar para las lecciones de estética. ¡Qué idea! ¡Hacer de esto una cátedra!

Diosa que sale del mar - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

La plancha del frente tiene metro y medio de anchura, poco más o menos, y las otras, uno. En las caras de fuera es donde está en relieve el Nacimiento de Afrodita.

En la plancha del frente se ve a la diosa que sale del mar, vestida con túnica de tela delgadísima y que se siente que chorrea agua. El mar está ahí, debe estar ahí en donde comienza el mármol… Yo no sabía que en piedra se pudiese sugerir, mucho mejor que en literatura.

Ninfa que ofrece sacrificio a Venus - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

Se ve apenas el cuerpo desde la mitad de las piernas; lo demás está en el agua. Extiende los brazos abiertos, un poco para arriba, para apoyarse en dos ninfas que le ayudan a salir. Los brazos de las tres se entrelazan deliciosamente. Las ninfas son cuerpos acéfalos, pues el mármol está roto, inclinados en actitud de parteras del amor.

Las roturas de los mármoles no hacen sino aumentar la impresión que causan. Esos efebos mútiles, penes truncos, diosas mancas, revelan lo terrible que fue el triunfo cristiano.

Ninfa que toca la doble flauta - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

Afrodita tiene la cabeza vuelta a la derecha y un poco hacia arriba, mirando y agradeciendo a la ninfa de ese lado. Los tres cuerpos, las tres actitudes, los detalles, son la Universidad de la gracia.

El busto y el abdomen de Venus están de frente, y, por eso, como es relieve, los pechos quedan muy hacia los costados. Es el único defecto… Pero es tan sencilla, que hasta cualidad es todo; son pechos de recién nacida al amor.

En la plancha del lado derecho hay una ninfa que ofrece sacrificio a Venus, y en la otra, una que toca la doble flauta. Está sentada, con las piernas montada una sobre la otra, entrelazadas en las rodillas, a la altura de los pechos. ¡Exquisita sencillez!

Juno Ludovisi

En ese mismo cuarto tienen a Juno Ludovisi, porque Goethe la admiraba. Las obras de que he hablado son griegas. Roma produjo algo cuando se robó a Grecia y se llevó sus artistas. Lo romano digno de recordarse en letras y arte es de origen griego. Los filósofos y los escultores fueron llevados como esclavos y embellecieron a Roma.

Cabeza de Hera, la Juno Ludovisi - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

Roma, musculada, estatura media y fornida, cabezona, rica, nueva rica…, no podía producir sino la cabeza colosal de Hera, la Juno Ludovisi… Frialdad perfecta. Goethe la admiró; no hay nada que no haya consagrado. Y estudiando bien lo que amaba y admiraba en escultura y pintura, he descubierto que era la encarnación de la perfecta frialdad. El único alemán que no ha sido frío y triste fue Nietzsche. Goethe es aburridor, terriblemente aburridor. Las mujeres que amó eran cuerpos tristes.

Ahí está el arte romano, el noventa y nueve por ciento de toda la cosa vieja de los museos; cuando hay algo bello, es a lo sumo copia de original helénico.

En escultura, los griegos, Miguelángel y Rutelli.

La Venus de Cirene

En el gran patio de las Termas de Diocleciano hay una puertecilla de entrada a tres cuartos contiguos, agrupados en forma de estrella. En uno está Venus, en otro el Efebo del Subiaco y en el tercero la Nióbide. Son tres salitas comunicadas, sin puertas entre ellas, y el custodio es sordo. ¡Viejo feliz que vive en el corazón de la belleza!

Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

Al recibir la noticia de mi destierro, corrí para Roma, a despedirme de tanta cosa, de tantos seres mudos que me enamoraron de la sencillez, y estas notas las escribo al pie de la Venus de Cirene.

Desde el umbral del cuarto de Venus se pueden contemplar las tres obras, de mármoles diferentes, bellezas distintas y escuelas diversas. Es un terceto formado por tres cámaras. La mitad de Roma está aquí, y en un girar de ojos, uno la posee. Estamos en el Santuario. Cuando muera Mussolini, para acá vendré a refrescar mis emociones de belleza. De Génova, la ciudad de la tripa y de los comerciantes, para acá venía a purificar mi alma.

Descripción:

Creo que un metro y setenta y dos centímetros. Acéfala. Apenas el principio del cuello; se rompió por donde debía, lo mismo que los brazos; quedó menos del derecho. Los pies juntos; la rodilla izquierda un poco flejada. El busto un poco echado para la derecha, así como la cabeza ausente, pues se arreglaba los cabellos.

Venus de Cirene - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

Porque acaba de salir del baño y está apoyada en la pierna derecha, con los brazos levantados, arreglándose el cabello de ese lado; por eso, al romperse, quedó menos del brazo derecho.

En lo que resta del otro brazo hay una pequeña tetilla, en el punto a donde llegaba la extremidad de una crencha.

Todo el cuerpo da la sensación de carne juvenil, de esa prieta que uno comprime y reacciona. Es de carne; tiene piel; el mármol tiene piel y epidermis; los músculos se tocan con la mirada. Aquí comprendemos que el ojo es tacto especializado. Los pechos, estos sí, son la cima exacta de la juventud. Así lo prueban esos imperceptibles surgimientos que hay entre las axilas y ellos. Es la mujer en el segundo preciso; es la virgen en el instante preciso de la plena juventud: mañana será tarde y ayer era temprano.

El mármol tiene recuerdos de la tierra rojiza y seca en que estuvo enterrado. Las estatuas absorben la energía terrestre; necesitan siglos entre la tierra para adquirir el fuego sacro, como los diamantes.

La pierna en flexión tiene los músculos en descanso, mientras que en la otra se siente y se toca que sostienen el cuerpo. La nalga del descanso se alarga más; la otra está recogida. La hendidura entre las nalgas; la terminación de ella arriba, el aplanamiento de la región renal y el sugerimiento poderoso de las vértebras; la juntura de los muslos y los espacios amorosos que dejan al juntarse y separarse… ¡Todo ello es perfección para los sentidos! ¡Somos tacto, únicamente tacto especializado!

El vientre y el sexo están determinados por movimientos del mármol. Tiene esta piedra palpitación interna de vida, sugestión de plétora; tiene la continuidad de la acción. Es forma en movimiento.

El ombligo es de mujer virgen. Nudo perfectísimo.

Los pies se rompieron por arriba de los tobillos. Pero fueron hallados y apenas se percibe. Dedos, uñas, todo detalle es perfecto. Por ejemplo, el pie derecho tiene la forma de soportar el peso del cuerpo.

El artista debió quedar agónico, mucho más vacío que en la trasfusión de la sangre. Su vida está en la piedra. Se ve la pasión que puso ahí; se ven las exaltaciones que tuvo.

No es bello sino lo que vive y en cuanto vemos la vida, la palpitación. Esta mujer vive realmente; por eso los cristianos creían que allí estaba Satanás. Se olvida uno de que es una piedra y tenemos centuplicada la vitalidad, nos sentimos poseídos; es intensificación insuperable de la sensualidad, un apego irresistible de la apariencia.

Sobre el mórbido delfín que está al lado, mordiendo un pez, tiró el manto. El color del mármol es ahí rosado, cárneo, y consuena con el de la estatua. Hay música, armonía, acentos; es Grecia.

Venus Capitolina

Igual en belleza es Afrodita, la mujer que ya gozó y que tiene abundante la carne; el ombligo se hunde en el tejido adiposo. No sé cuál sea mejor, pero la Capitolina conoce todos los pecados. Aquélla es virgen.

Venus Capitolina - Ilustración de “El Hermafrodita dormido” de Fernando González - 1933

Al frente, en el museo de Los Conservadores, está Venus pecaminosa, manca, así como la de Cirene. ¡Tiene un estirarse del cuerpo, un lanzarse para lo alto, un recoger de toda la energía para las partes sexuales! Y es más pequeña, más ésile, menos grave que todas, perversa y maliciosa… Es una muchacha de diez y seis años a quien pervirtieron desde los catorce. Tiene toda la forma del cuerpo que aprendió las maldades de la carne antes del día propicio. Nos abofetea; allí se enfurece nuestra nostalgia de pecados. Es obra griega encargada por un sibarita romano. Indudablemente que sirvió de modelo una niña esclava, pervertida, por quien se podía perder el Imperio.

¿Qué tiene tan extraño? ¿Cuál es la causa de que parezca que recoge toda la vitalidad hacia arriba? ¿Por qué da la impresión de que las piernas son más largas, de que el busto es estrecho, de que la vitalidad se recogió en tres nudos? Es la prostituta artificial, la niña educada, alimentada, adiestrada para el placer. Leemos en ella que no goza, sino que es maestra para causar el deleite; que aprendió el efecto de cada movimiento.

A la Venus Capitolina le rehicieron una mano, vulgarmente. Cuando fui a despedirme, eran las diez y media; caía el sol sobre ella a través de un vidrio del techo y parecía carne que temblaba de placer. Entonces resolví no emitir juicio nunca. ¿Cuál más hermosa?

Tenemos, pues, a Venus virgen, a punto de caer en brazos del amor; a Afrodita, flor abierta y a Venus-niña y maestra, de cuya casa salimos heridos y conscientes de que ya nada podrá sernos agradable. ¡Sólo ella! Así como Calígula se paseaba por las terrazas de su palacio llamando a la luna para que se acostara con él.

— o o o —

E P Í L O G O

En París

Agosto de 1933.

No pensar. — No pensar en una cosa es hacerla subjetivamente no existente. Por lo tanto, no se debe pensar en el mal y así no existirá. Hoy vi en Montmartre a un galo, pequeño, que hacía ejercicios muy elegantes de fuerza física. Deseo adquirir la misma simplicidad poderosa en mi facultad de olvido.

No pienso, luego existo. Pensar es muy fácil; todo el mundo vive pensando. La verdadera existencia principia cuando podemos no pensar. ¡Eso sí es catapulta! Pero lo que hacemos todos es rastro de babosas.

Existencia psíquica. — Quien piensa en el mal, aunque éste no exista, lo crea, y se causa las mutaciones correspondientes.

Para efectos anímicos sólo existe aquello en que se piensa.

Por consiguiente, he decidido hoy, en Montmartre, no pensar más en Mussolini. Es un accidente desgraciado de la especie humana.

En los Campos Elíseos

Belleza. — Se tiene esta cualidad en cuanto uno se posee a sí mismo.

Belleza. — Es propiedad divina. Subjetivamente consiste en el efecto que causa la contemplación de lo bueno. Es un movimiento en el alma del contemplador.

Belleza objetiva es propiedad que tienen las apariencias, en cuanto perfectas, y en virtud de la cual causan incitación hacia lo mejor, a la imitación, a la apropiación.

Afán. — Es el sentimiento de que el tiempo dado para ejecutar un acto no es suficiente.

La contemplación del afanado es desagradable. Un ser, en cuanto afanado, carece de belleza. Es imperfección. El afanado teme, está dominado por el pensamiento.

Ningún ser que tenga un pensamiento que lo domine es bello. Bilitis dijo que si queríamos ser amables, no amáramos.

Reposo. — Es el sentimiento de la perfección.

Reposado. — En cuanto perfecto, se es reposado. Jesucristo era muy reposado.

Celos. — Es el sentimiento de que un objeto no es nuestro y que debería serlo, y que es de otro. Somos celosos en cuanto incompletos.

Semejante a Dios es el que siente que todo es suyo. Es cualidad muy fina, propia de quienes pasan de la etapa de la emisión de juicios.

Dios. — Sé que hay un Ser y que soy apariencia suya. Soy perfecto en cuanto me relacione con él. No varía. Parece que cambiara, porque al variar nosotros, los efectos producidos son diversos. Dios no perdona ni condena, sino que, al arrepentirnos, parece que nos causara diferentes efectos. Es inmutable y está dentro de nuestras mil apariencias.

Teodicea. — Esta teodicea que hago en los Campos Elíseos es muy importante, porque a los tiranos hay que contestarles con la divinidad que hay en nosotros.

Existen tiranos porque casi todos los hombres viven únicamente en cuanto almas fisiológicas. Imposible tiranizar un espíritu. La tiranía está de moda, es propia de la vida que se lleva hoy en el mundo. Todos queremos tiranizarnos mutuamente.

Miro pasar las gentes y todos llevan continente luchador; en todos está realizada la voluntad de violencia.

Las novelas, que se publican por miles diariamente, tratan de seres que luchan por la tiranía activa.

El cinematógrafo forma hoy el estado emotivo de la población y lo representa. Miro a los actores. El que besa a la mujer tiene la misma cara de Mussolini. Todos los actores cuyas imágenes están en los vestíbulos de los cines representan la violencia del alma fisiológica.

* * *

Firmeza de carácter. — No lo entienden hoy. Consiste en la perseverancia en la virtud, y, por consiguiente, en transformarse cada día en otro mejor. Lo que está de moda hoy como firmeza de carácter, es la negación del progreso. En cuanto somos apariencia, no podemos ser inmutables; nuestra virtud consiste en la transformación.

Recuerdo. — ¡Qué dicha hay en el recuerdo de los buenos días! El virtuoso tiene una mina en la memoria. Por eso, la soledad es compañera buena de la virtud. El perverso no puede aguantarse a sí mismo.

En los bulevares

En los bulevares atajan a uno hombrecitos de aspecto crapuloso para decirle paso y cobardemente: «Cinéma spécial…». En las calles, cafés y en el Metro las parejas se besan despreocupadamente.

En las calles, sobre todo desde las diez de la noche, se ofrecen las mujeres. A cada cien metros hay casas amuebladas que tienen muchachas que salen de cacería.

La gente se está en los cafés al aire libre a ver pasar el mundo, horas y horas.

No he podido sentir a Dios. El aura de la ciudad es de un rojizo sucio.

Lo más admirable es el Metro. Allí no se pierde ni el que quiera, por las indicaciones que hay en todas partes. Los planos de la ciudad, en cada estación, son admirables e inolvidables. Es mecanismo maravilloso. Mediante él, se puede conocer a París en ocho días. Mediante él, París es más pequeño que toda aldea. ¡Gloria al Metro!

El color de los edificios es de grasosa suciedad. Gris de manteca y hollín. Es una piedra especial, como el cinéma ese.

No se ve el cielo. Durante un mes no me he acordado de mirarlo; creo que es esfumado, gris. No saben ni piensan en el cielo. Los habitantes viven de los viajeros. Los llaman marranos que pagan.

No tienen idea de escultura. Sólo en Grecia. Roma vale porque los emperadores se robaron lo griego. La belleza escultórica sólo ha existido en la tierra durante la vida del pueblo griego.

Lo mejor es ver al francés cuando come. Parece un dios. En todo París, a cada metro, en cada esquina, se come. El francés ama su patria, su casa, su café, su taburete, su gorra vieja. Por casero, por habituado, es el más patriota y es y será la nacionalidad invencible. Los bigotes caídos de los viejos tiemblan cuando dicen La France.

Veo francesitas con sus amigos, soldados negros de África, o japoneses, o chinos, querendonas, caseras, acurrucadas contra ellos, con ese aire amoroso que sólo aquí tienen. De ahí que en toda la tierra se repita: La France. Y no dejan que les roben un céntimo… ¡Ay del garçon que cobre más a un negrito cuando está con su putica!

No he visto riñas ni insultos, como en Italia. No los he oído decir que sean los más, más grandes, más ricos, mejores. Ninguna exageración.

Es muy difícil discutir con ellos, porque razonan muy bien, nadie les gana para razonar.

Lo más bello para mí es la tumba de Napoleón: «Je veux que mes cendres reposent aux bordes de La Seine, au milieu de ce peuple français que j’ai tant aimé». La emoción que produce esto, merece cualquier sacrificio que se haga para ir a París.

Allí cerca está lo más feo que hay en París. El Museo Rodin es una casa y parque apaciguadores. Rodin era una máquina de producir fealdades. No me explico por qué lo admiran en París, y, por consiguiente, no he comprendido a París. ¡El Pensador! Nadie piensa con esa actitud. Un hombre con esa frente simiesca y esos músculos de terciador, puede boxear a lo sumo. Por lo menos, no se parece a mi amigo Luis López de Mesa.

Por allá en Notre Dame y en el Luxemburgo es delicioso. Serio, tranquilo, muchas librerías.

La ciudad huele muy sabroso, como a libros nuevos.

La cantidad de juventud que París consume diariamente es cifra astronómica. ¡Quemadero de juventud!

Irene

Estaba sentado en mi cama, en el hotel, cuando subió por el ascensor una muchacha muy fresca. La llamé y entró. Fue un modo de entrar que me comprobó que en París no existe el pecado.

Olía muy bueno, como a libro nuevo. Me preguntó muy graciosamente que cuánto dinero le daría. Le dije que cien francos. Contestó que ella no se desnudaba por quinientos francos.

Era muy parisiense y se llamaba Irene… Se miraba al espejo y se acariciaba.

Después me dijo que le diera cien francos, y, por último, me pidió un café.

Entonces sentí a Dios en París. Le di los quinientos francos y se fue muy contenta, pero me rogaba que nos acostáramos, y, como no acepté, al salir me envió un beso y me dijo: Espèce d’idiot!

* * *

Al día siguiente volvió Irene y me contaba cosas muy bellas. Era bailarina y entraba a las doce y media. Me repetía siempre que nos acostáramos y terminaba insultándome: Comme tu es stupide!

* * *

Vino Irene y me dijo que tenía quinientos francos y que me invitaba para ir a Deauville. Estaba tan contenta que acepté, para no causarle pena a la muchacha que me exigiera un café.

Gastamos sus quinientos francos en Deauville. Me ha contado cosas muy bellas que yo no sabía. La vida es un arte; ella sabe en dónde se come bien; ella sabe discutir…

* * *

París no se entrega sino con el tiempo. ¡Qué inmensas pequeñas bondades y bellezas tiene!

En el Sagrado Corazón

Acabo de comer en una placita que está aquí cerca del Sacré Coeur, en Montmartre. Era al aire libre. Unos poetas peludos recitaban; unos pintores demacrados hacían caricaturas. Había mucha bondad en toda esa juventud consumida o que se consume. El amor perdido estaba en el ambiente. Corazones ansiosos. He resuelto la manera como repartiría mi vida, si pudiese: cuatro meses en los Andes centrales de Colombia, cuatro en París y cuatro en Roma.

He adquirido la certidumbre de que a Francia no la pueden vencer, porque es muy amorosa.

Al pasar por el cementerio de Montmartre, de noche, intuí que era el depósito más grande de cuerpos consumidos en la locura de la pasión.

Por ahí, por todo París, hay olas de pasión amorosa. El organismo todo se resiste a dormir solo, a despertar solo, comer solo. Todo es besos y simpatía.

¡El ambiente! No puede uno acostarse antes de las doce.

En París está el Presidente americano caído, el tirano en destierro, los perseguidos de Primo de Rivera, Alfonso de Borbón, los mártires de Mussolini, los alemanes que huyeron de Hitler, el inmundo plagiario, y nadie les pide el pasaporte, y se acuestan a las doce después de emitir todos los juicios y de amar hasta el delirio.

No hay ni ha habido sino un París. Quizá al repartir mi vida, se la daría toda a París…

El mundo en 1933

Los siguientes juicios fueron emitidos en los cafés, mientras fumaba cigarrillos turcos.

Tres son los distintivos de nuestra vida de hoy, a saber:

Primero. Del pueblo judío tenemos la fuente de las ideas religiosas y morales.

Segundo. De Grecia tenemos el arte y el razonamiento.

Tercero. De los yanquis tenemos la organización y la máquina. Francia es razonadora. Nadie le gana. Alemania reacciona muy feo. El nacionalismo actual de Hitler es desagradable y escandaloso. Mussolini prepara una guerra contra Francia, lentamente, con frialdad, tal como preparan en Italia las venganzas entre las familias. El italiano, de Florencia para el Sur, es hombre cruel, vengativo, peludo.

La máquina yanqui trajo un desarreglo definitivo en las ideas morales y estéticas. Marchamos por entre tinieblas.

En estos días agoniza el movimiento más bello de estos tiempos: la objeción de conciencia ante el servicio militar. La culpa es de Mussolini. Gandhi tendrá que ayunar hasta la muerte.

Quiera Dios que dure aún dos años el tiempo en que se pueda fumar cigarrillos en los cafés de París, y emitir juicios.

— o o o —

Suramérica

Dije que no publicaría los juicios de Lucas Ochoa acerca de Suramérica, porque ella es mi madre, pero es necesario.

Tales juicios se hallan en su correspondencia, que he reunido trabajosamente.

I

«… Mañana iré a París para hablar mal en los cafés, para comentar, para oír a los suramericanos, para ver si olvido un gran deseo de ser bueno y de ser útil a Colombia. No crea que es charla; mi enfermedad proviene del anhelo de ser bueno y de la incapacidad absoluta para ello. Nosotros, los destructores, lo que desearíamos destruir es a nosotros mismos. La gana de ser bueno está en el espíritu de todos, más aún en los criminales. Todos somos hijos de Dios, en cuanto al espíritu; lo que nos distingue es el poder de efectuar la bondad.

Según averiguaciones, están buscando empréstitos en Londres. ¡Se tiran en Colombia!; este año van a acabar con ella.

¿Ha leído los periódicos de allá? ¿Cuál es peor? Se necesita uno que los dome, se necesita un padre, un gobierno fuerte que los meta en la cárcel, como hizo mi compadre en Venezuela. Los partidos políticos son fuerzas que necesitan conductores y no mesas eleccionarias. Las generaciones de Suramérica son raquíticas, púberes con barbas canosas. No hay una voz; no hay nada; hay un pueblo ciego que va a la ruina».

II

«Mi querido José: Mil y mil gracias por el ofrecimiento de tu apartamento en esta ciudad de París, semillero de santos. Ya iba a comprar el tiquete y estaba feliz pensando que averiguaría quién es la bella coja que se pasea a las doce de la noche por los Campos Elíseos, cuando he aquí que apuran mis males y resuelvo irme donde un doctor a que me retrate los intestinos.

Te encarezco que me invites para agosto; sólo en París no existe el pecado. ¡Qué cantidad de juventud se consume en ese horno! Estoy aterrado. En toda ciudad hay calle de la putería, menos en París. Invítame, pues, a esa ciudad en donde es natural el amor. Allá comprobé que éste es como el cigarrillo, que mientras más se fume, más ser fuma. El único que ha salido virgen de allá es Robledo Díez, a causa de que se le fue por dentro el amor, amor a las ideas puras. ¡Pobre Robledo Díez, que está escribiendo dizque la sociología de Suramérica, como si allá hubiera sociedad!

Dale un abrazo a Vásquez Cobo, nuestro ministro, por la batalla de Tarapacá. Si vieres a Alfonso López, dile que él sí me gusta; que si lo nombran Presidente de Colombia los obligue a controlarse, a no juzgar, a no escribir tanta bobada; que prohíba los periódicos todos. Ese hombre puede que sea un Presidente tetiparado, como la mujer única de Marsella».

III

«… Como si allá hubiera sociedad… Pues lo que hay es un horno en donde se funden las razas; es apenas un caos, pero es la cuna del porvenir, sobre todo la Gran Colombia de Bolívar. ¿Qué milagro no es posible allá? En esos valles y selvas infinitas, regadas por ríos de verdad; en esas montañas madres del Amazonas y del Orinoco, puede aparecer de nuevo Moisés con dos piedras y diez mandamientos. Pero, ¿qué hacen tantos jóvenes suramericanos en estas conferencias de Europa? ¿Por qué no se libertan y dan su aporte a la humanidad? Aquí, por cien francos, publican las revistas y diarios que Paraguay tiene razón contra Bolivia o viceversa, y les venden cañones a todos. Esos jóvenes hablan muy bien el francés y publican folletos.

Tal ha sido el resultado de las guerras locas entre Paraguay y Bolivia, Colombia y Perú: cuatrocientos folletos compuestos de títulos.

Esos jóvenes, cuando dicen algo, profetizan de para atrás. Perdimos mucho con la disolución del colegio profético de Israel. Muerto Samuel, los adivinos son unas pelotas de viento. Son como los muchachos, que apenas uno mueve una mano, gritan: “¡Mueva la mano!”; apenas uno se para: “¡Párese!”, y afirman que mandan a uno. Son iguales a un loco que hay en Marsella, que cree que manda los tranvías: siempre en la plataforma, con el cuerpo sacado, la mirada de para adelante y el gesto de quien va a dar la orden de disparar, y cuando nota que el carro se va a detener, le hace señales para ello, con gesto y ojos terribles, iguales a los de Mussolini. ¡Lástima que tanto loco gaste tanto nervio en tanta inocencia!

Con estas guerras y conferencias anda revuelta la literatura suramericana; dan ganas de llorar; llueven pajas por el Amazonas y el Magdalena. Acaba de llegar otro folleto de X. X. ¡Éste sí que es! ¡Virgen Santísima! Se llama “Le conflit entre la Colombie et le Pérou, par X. X., Senateur de la Colombie, professeur a l’Academie international de la Haye, membre… etc.”.

Apenas recibí este folleto, me fui para el hospital San José. El abate Peracca se ha mejorado; está alto y delgado. Estábamos Berenguela y yo sentados en un sofá, en el corredor, cuando pasó y nos preguntó si no había ninguno; se entró a la despensa y se robó un pan. ¡Pobre abate! Su tormento es la barriga.

El paralítico ha mejorado mucho y es hasta milagro, según dicen las Hermanas, pues lo llevaron a morir y no le hacen remedios. Ya mueve las manos y espanta las moscas; ya dice que no quiere desocuparse en la cama; le aparece, pues, la vergüenza, lo cual es señal de salud; no hay como un moribundo para no dársele nada. Cuando su mujer entra, exclama él: “O Marie, que tu est belle! Tu as changé de robe aujourd’hui!”. Pero es incrédulo el tullido. Me preguntó la Hermanita qué significaba “Je m’en foutre de la Vierge de Lourdes”, pues así le contestó cuando ella le dijo que lo llevarían al santuario.

El otro tullido de que le hablé, se murió. Así es que de mis compañeros no quedamos sino dos y yo soy el más joven. Los otros son una generación nueva de tullidos, pero que hacen lo mismo que los antiguos; sólo en literatura se innova; en parálisis no se ha inventado una nueva manera para desocuparse en la cama. Hasta me parece que los tullidos de ahora degeneran… Ya no hay un abate Peracca; ya no hay un marido de Maguí…».

IV

«… ¿Para qué vinieron de Suramérica a la conferencia de Londres? Tiene razón Alejandro López. Aquí no quieren sino vendernos y vendernos armas, cominos, troncos de mármol y ropa. Les halagan la vanidad a los suramericanos con secretarías de comisiones y con la publicación del retrato. En la conferencia de Londres, me apunto a Francia, el país de la avaricia; es hasta bello; nadie le saca el dinero. El francés no es místico, no es poeta, no es sino el gran chimbero (8). ¡Qué pueblo tan curioso y tan grande! Sus cualidades para la vida real no las tiene ninguno. No es verdad que hayan hecho revoluciones idealistas: fue por el dinero; el que toque el haber de este pueblo de obreros, tiene una revolución. No son mentirosos, odian la guerra, pero si los atacan, se hacen matar. Tengo locura por contemplar de nuevo el galo que se suicida, en el Museo Nacional de Roma. Me apunto a Francia en la conferencia de Londres y en todas, pues cuando se ven a gatas, aparece una virgen. ¡Una virgen en Francia!

Mientras que en Suramérica tarda mucho el milagro. Es la tierra grande y hermosa por excelencia, pero siguen pariendo y pariendo muchachos canosos, Sánchez Cerro, Machados… Y sobre todo, esos que están por aquí escribiendo folletos acerca de las guerras de Bolivia, Paraguay, Perú y Colombia. ¿Por qué envían a esos niños a Europa, a París? Inmediatamente se corrompen; olvidan el español (9).

Es urgente continuar en algo la obra del doctor Francia. Prohibir la venida de jóvenes y la entrada de los que no sean muy útiles. Cada país de Suramérica debe fundar un instituto de inmigración. Se permitirá viajar por aquí a la gente preparada para ello. Estoy confundido con los discursos de los jóvenes suramericanos en la Conferencia del Trabajo».

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(8) En la edición príncipe no aparece la nota al pie de página. (N. del E.).
(9) La acción diplomática admirable de Eduardo Santos, durante el conflicto entre Colombia y Perú, la dañaron los publicadores de folleto.

V

«… Ahí me tienes el modo como debían arreglarse nuestros asuntos en Europa, a saber: dejar aquí a un silencioso encargado de nuestros negocios; que él asista a las conferencias y organice consulados, ad honorem. Europa es pequeña, con las facilidades de transporte que hay, y no se necesitan tantos jóvenes y viejos generales en cada capital. Darles autoridad a hombres mudos. Es necesario aprovechar la inteligencia, cuando aparece, ya que es tan escasa».

VI

«… Lo más triste es venir a la Liga de Naciones. El sitio donde más se opina, donde hay más intemperancia, es Ginebra. Suramérica debe organizarse, sin esperar nada de Europa, la cual está peor que nosotros, más intemperante aún.

Ya, ya va la Sociedad de las Naciones a poner la paz en el Chaco; ya, pues les venden a ambos países cañones y aeroplanos y les envían viejos generales.

Hay que volver a España. Organizar nuestro continente y tener amistad con ella; volver a la fuente limpia, que somos centenar de millones, propietarios de la mayor riqueza espiritual de los pueblos modernos ¿Qué literatura supera a la española? ¿Quién tiene esos clásicos, esos místicos, esos conquistadores?

La sangre que nos dio a Simón Bolívar hay que llevarla de nuevo. En cien años ha tomado la preponderancia el mulato. Por eso hay un Sánchez Cerro en cada esquina y un folleto en cada joven que viene a las conferencias. Yo me quedaré por aquí, al lado del Hermafrodita, para amar a Suramérica hasta el dolor».

Fin

Fernando González

Fuente:

González, Fernando. El Hermafrodita dormido. Sexta edición: Medellín, Fondo Editorial Universidad Eafit / Corporación Otraparte, septiembre de 2016.

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El Hermafrodita dormido - 1933

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Última revisión en noviembre 21 de 2017