Poesía

De vez en vez tenemos que
ocuparnos de música,
si queremos
progresar en la vida filósofa.

A mi tumba

El balso, las guaduas,
las tres palmas
me convidan a comprar finca
en Envigado.

Soy tan joven ahora, que
                los deseos
me hacen cosquillas dolorosas.
Casi todo el día lo gasto
engañando los deseos.

Este cuerpo se me volvió
un ansioso de propiedad:
toda la luz para mí,
la noche toda para mí,
para mí «La mangada de Francisco»,
«La casa de don Álvaro»
que tiene palmera
y en donde
hicieron los santos de Envigado.

Vamos a ver fincas, le digo
               a Margarita…:
Desde la mangada de los Carvajales
se ve el campanario…;
en el viejo solar del doctor Manuelito
hay palma, arizá y el canelo
               único en Envigado.

Antes eran las muchachas…
Ahora son los prados
para edificar la casa
en donde vivan los pensamientos
sanos y maliciosos
como animalillos salvajes
de ojos
«más allá del bien y del mal».

Son las luces, las sombras, los
                                  matices
que hay en el camino para
                 la estación,
en donde los guayacanes
                 hacen guiños
a mi corazón.

Un día me dije, para engañarme,
que todo era mío, porque
en todas partes
podía orinar, y pensar
echado en decúbito dorsal.

Pero ¿los pensamientos? ¿Los
pensamientos, cuidados por
dos fieros mastines
para que no los contamine
                 el pueblo vil?

Mi carne, alma hecha fibras,
tiembla ahora por el ansia de propiedad,
así como curva y múltiple hoja
de «La palmera de don Álvaro»
al soplo del vendaval.

Una casa, un prado, un huerto,
dos mastines, una vaca y un
              Maestro.

Todo en un alto, para contemplar
                                 el espacio
por donde llegarán
                  mis pensamientos.

Y para amojonarme.
Me urge el deslinde…:
unas tapias, dos mastines,
porque el contacto del
                  pueblo vil
me duele.

Vagar sin casa: eso
era en la juventud.
La mujer en cinta y el pensador
exigen casa, y dos mastines
para cuidar
                  al que llegará

Fui cazador, andarín
mirón y perseguidor;
pero ya exige
el que está para llegar
que hunda nudosas raíces
como las umbrosas ceibas
                  de la plaza.

Pero nada puedo comprar
                  y, así,
hoy me fui al cementerio
                  y vi
que allí abrazarán mi ansioso cuerpo
las barbudas raíces de las palmas.

¡Esa mi casa! Y los mastines
serán dos cipreses
grávidos de silencio…
Cipreses oscuros, quietos,
hieráticos mastines…
¡Esa mi casa! ¡Y todo en Envigado!

1935

* * *

Bajo los guayacanes

Salud: adorámoste;
también a tus hijos:
                    la belleza
y el proteico dinero.
¡Eres madre prolífica!

Tuyos los frutos todos
que alimentan al guerrero:
concentración, irradiación
y la bella serenidad.

Pero ¿cuál ese bailarín,
ágil como lagarto luciente
y duro como vergajo…?
Es
el claro concepto mental.

Y como tú, Salud, eres mía,
yo soy el joven,
soy el irresistible
bailarín cósmico;
soy
¡El brujo!

1935

* * *

Mi hijo

Me voy del tiempo
huyendo de mí.
El mí lo he creado
en 34 años
de cochinerías.
¡Me persigue mi creación!
Creé un muñeco diabólico
que me hace gestos
                inmundos.

Detrás de mí corre el muñeco;
mi creación no me abandona…
Huyo a los astros lejanos
para no ver a mi hijo monstruo.

¿Cómo es este misterio?
¿Yo me creé a mí mismo?
¿Yo soy mi padre?
                ¡Enigmas!

Quiero matar a mi hijo:
matar lo que me he realizado;
se llama
y me hace horribles muecas.

Me hace caer y me escupe;
se esconde bajo las camas,
se sienta a mi mesa
y me sopla palabras.

Está en mis ojos,
dentro de mis oídos,
en los bolsillos de mis ropas
                y me escupe.

Medellín, 1930

* * *

Poema a la vida carnal

¡Llueve! También en mi corazón carnal…,
pues hay en él
un remoto anhelo de morir ya:
estoy fatigado de lluvias y de soles,
de amores y de odios, d’ estas estaciones
en mi corazón carnal.

Ya no me gusta el estrujón… ¿Para qué
vivir más
en el corazón carnal…?
Mi voluntad está zangoloteada
por la eternidad…
¡Pero aún amo, ¡ay!, aún amo
la juventud
y así
renacería en algún útero
d’ envigadeña paludosa
para saciar
mi corazón carnal…!

¿Cuándo estará afeitada
mi corporal mansión
para el fúnebre banquete?
Entonces quedaré
estático
mirando
la eternidad.

¡Ay!, esta pierna temblona
y este cerebro semiescleroso
me hacen aburridora
la tierra
como mansión.

¡Echa ya, echa ya la eternidad!

Pero, ayer vi una joven
cuyas tetas eran como nido
de ametralladoras
y comprendí
que debo habitar
el corazón carnal:
porque si no, retornaría,
atisbaría desde los tejados
el coito d’ envigadeños paludosos
para renacer y volver
al cruel apretujón;
para volver a sentir
el vaivén
de los tejidos
comprimidos
de las jóvenes
contra mi corazón.

Ya sólo de vez en cuando
se encabritan mis tejidos
al paso de las jóvenes.
Soy a los cuarenta años
como el anciano toro
que parado en un otero
atisba a las novillas
que no lo ven…
Soy el viejo toro que medita
así:
Bella es la elástica novilla
aunque no se bañe.

Es preciso trascender; debo
aprender
de los coitos con la eternidad.
Mis tejidos
pierden la elasticidad
terrena;
me abandonan las juventudes
tan bellas, pero ¡tan pendejas!

Ayer dialogaban las jóvenes
en el prado de mi casa
y me parecieron
muy bellas, pero
¡tan pendejas!

¡No era diálogo! Era
baraúnda
para disimular
el anhelo
de apretujones violentos…
Esos que se fueron de la Tierra,
impreparados,
las urgían,
para renacer
y, por eso,
desde lejos eran muy bellas,
bellas para el tacto,
y, de cerca,
pendejas para el oído y
para aquello que en mí
está fatigado de la rueda
de las estaciones.
¡Echa ya, echa ya la eternidad!

* * *

Vejez

Triste equivale a viejo:
inútilmente pasan las horas;
metal sin eco, campana rota,
vaso con fisura
es el cuerpo viejo.
El cansancio del viejo es anticipado:
es desgano
como de líquido espeso en el tubo.

Hay cansancio, y cansancio de viejo:
aquél, hasta cosquillas hace de gusto.
Y hay tristeza y hay mil cosas,
pero sólo hay una vejez,
asquerosa,
lo único asqueroso y lo único infernal.

El aura del viejo es húmeda y fría
como los vientos de noviembre,
que son brujas
arropadas en sudarios
sudados por muchos muertos
colombianos.

Lo más asqueroso que hizo Dios
es Colombia 1943.
¿Comprendéis?
¡Llegar a viejo en Colombia…!
«¿Dónde está el maestro?»,
preguntan unos borrachos colombianos
en mi puerta…
El maestro será vuestra p… (1) madre,
vuestra p… (1) patria y
vuestra p… (1) crónica,
alias «historia».
Un hálito de sudarios sudados
por muchos muertos es Colombia;
muertos ensuciados, hedientes,
presidentes muertos,
y sus hijos y sus madres
que fueron unas trilladoras.

Choferes, de automóviles traídos de U.S.A.
a cambio de todo…
El hijo del Manco es del Sindicato;
es rey de choferes,
y el hijo de Eugenio
es el que manda las escuelas…
Un hálito de sudarios nos enfría.
Y mi vecino Chucho Marulanda
está bebiendo con Arango Tavera
hace días… Ahítos de ganancias,
vinieron a digerir lucros,
y sus almas son frías y húmedas,
y lisas y se sienten en
La Huerta del Alemán.

Lo peor fue que ese López
se paró en la alambrada
de mi Huerta del Alemán,
y enantes vino y entró a casa
«a ver al maestro»…
«Maestro» será vuestra crónica,
alias historia,
¡vuestra… madre!

Y creí que bebiendo olvidaría
y no sentiría los hálitos.
Beba, beba la bebida
y reciba las escupas,
¡las babas de las Américas!

El ministro es uno gordo
como un tonel;
contrata las carreteras
y trabaja con la lengua.
Vuestra crónica,
vuestra madre,
¡patria de los «Santos»…!

———
(1) ¡Qué lástima!

Fernando González

Fuente:

Revista Antioquia, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, marzo de 1997.