Elogio de los Maestros

Por Carlos Gustavo Álvarez G.

“Respecto a mi persona, le diré que nací en Envigado el 24 de abril de 1895, en una calle con caño; que no soy de ninguna academia; que no tengo títulos, pues los de bachiller y abogado los perdí, y que me alegra mucho eso, pues el que no pierde todo, muere todo”.

Fernando González

Un lector cuyo nombre extravié en uno de esos manejos ignorantes de la Internet, me hizo llegar un mensaje celebrando mi comunión de puntos de vista con el maestro de Otraparte, Fernando González. Esta columna es un amoroso llamado para que de nuevo me envíe su dirección electrónica —un favor que también les pido a quienes me escriben y a los que en la mayor parte de las veces no puedo hablarles del café con leche, del arroz o de alguna de esas cosas que comparten o discrepan, porque no sé dónde mandarles mi carreta.

Tiene razón mi corresponsal. Cada vez admiro más en este país bañado en sangre, pero que naufraga en la bobería fatua de su clase dirigente, el legado del Maestro Fernando González. Soy un filósofo nato y un verdadero creyente en la posibilidad que tiene el hombre de cambiar el mundo a partir de la revolución en su pensamiento y la afirmación de su identidad. Y soy un cultivador activo de los principios de Fernando González. Algunos de los cuales son, así muy breve y tajantemente: la necesidad de anteponer el pensamiento crítico, contestatario y deliberante a toda forma de conformismo palaciego, la obligación de afirmarnos como Nación en el reconocimiento y la superación de nuestras tareas y no en la copia descarada de los modelos ajenos; el deber de formar nuestra vida —laboral, amorosa, espiritual—, en el esfuerzo, la disciplina y la continencia en contraposición a ese paradigma de pereza y parasol que ha alimentado desde el narcotráfico hasta la corrupción estatal.

En mis viajes fantasmas a Medellín, cuando Nana me desembarca por ahí y puedo colarme en Otraparte, me paro en el balcón a respirar esa porción de aire y a invocar el espíritu del mago. Y lamento no haberlo conocido estableciendo con él una relación de discipulado como la que tuvo con el Maestro Estanislao Zuleta. Y es que en esta época de profesores gremiales y alumnos afanados, no se entiende bien la vital transparencia y el espiritual compromiso que representa el vínculo entre el Maestro y el Discípulo. Porque más que reunirse de mala gana mutua en un salón de clase, es embarcarse en la historia de la vida con un pensamiento que es piel y corazón, volcado sobre el maravilloso y cruel sentido del universo.

He vuelto a bucear en los textos del Maestro Estanislao. Y desciendo como en un novedoso tobogán por las maravillas de su pensamiento vital. Vigente como faro está su Elogio de la Dificultad, que debería promoverse como texto de estudio a ver si limpiamos el pensum de tanta lambonería. Dice: “Nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, sino en la forma misma de desear. Deseamos mal. En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor, y por lo tanto, en última instancia, un retorno al huevo”.

Así pensaban. Y así eran. Los maestros Fernando González y Estanislao Zuleta. Sea esta columna el espacio para agradecer a quienes me escriben, a través del incontenido elogio de quienes me enseñan. Acto de amor, invitación a leerlos, porque la esperanza es un camino lleno de espinas, pero es el único.

Fuente:

Álvarez G., Carlos Gustavo. “Elogio de los Maestros”. Periódico El Colombiano, Medellín, edición desconocida.