Fernando González

Por El Mundo (Editorial)

Por convicción, y no por el deseo oportunista de rendir un homenaje a quien en vida desdeñó la gloria y dijo “¡Denme el busto en plata!”, queremos resaltar hoy la figura y el pensamiento de Fernando González Ochoa, al cumplirse veinticinco años de su muerte. Porque estamos convencidos no sólo de la actualidad, cada día más contundente, de su obra, sino también de lo benéfico que es para Colombia volver la vista hacia este inmenso pensador antioqueño, que fue rechazado y olvidado en su tiempo, pero frente al cual es notorio el interés y el redescubrimiento de las nuevas generaciones.

Cuando el 16 de febrero de 1964 falleció en Otraparte Fernando González, empezó a nacer ese “mañana” en el que estarían los lectores para quienes escribió sus libros y a quienes urgió siempre a mantener viva la llama de una libertad en la que la rebeldía y la autenticidad deberían ser una lucha sin cuartel contra la mentira bajo todas sus formas.

En estos días, con motivo de los veinticinco años de la muerte del maestro de Otraparte, tanto en Medellín como en Bogotá se están llevando a cabo actos conmemorativos en su honor y la prensa le ha dedicado espacios y suplementos especiales. No son homenajes póstumos, porque en Fernando González nada hay póstumo, sino que todo es vivo y permanente. Tal vez sea la memoria arrepentida de un país que no quiso entender al único filósofo verdaderamente tal que ha tenido, y el remordimiento de una sociedad que dio la espalda, mojigata y escandalizada, a quien amorosamente le señaló a su tiempo una orientación y una guía, en el mismo lenguaje y con la misma franqueza con que sus contemporáneos se entregaban solapadamente a la desorientación y la inautenticidad.

No solamente en el campo literario, en el que el escritor envigadeño fue un innovador, sino también en el campo de las ideas, donde Fernando González fue el más original y el más audaz, su obra está aún por descubrirse. Por desgracia perduran todavía prejuicios e interpretaciones falsas de su pensamiento, y dolorosamente esta Colombia que tanto amó y para la que quiso ser “maestro”, cada vez está más alejada de la verdad, con más miedo de que se le descubran las mentiras que él, sin tapujos ni medias tintas, fustigó y criticó.

Sería lamentable que el interés que ahora despierta Fernando González se quedara en la epidermis de una conmemoración histórica o de una celebración fáustica, actitudes ambas que riñen con su estilo y sus enseñanzas. Fernando González no es un personaje para recordar, hundidos en una enfermiza nostalgia, sino que es presencia viva, actuante y pugnaz, que tiene que incomodar. Hacia la verdad, hacia el mejoramiento, hacia esa Intimidad que nos empecinamos en rechazar, fugitivos de nosotros mismos y de nuestro destino de colombianos.

Alinderar el pensamiento de Fernando González en una ideología, en un credo partidista, o utilizarlo como bandera de cualquier interés que no sea la verdad, sería profanarlo. Por eso es “maestro”, porque está por encima de y en contra de todo lo que no es auténtico. La Colombia que él describió en sus análisis sociológicos, políticos o de costumbres, aunque distante en el tiempo, sigue por desgracia siendo la misma y más urgida si se quiere de que alguien tenga el valor de hablarle como él le habló, de recriminarla como él lo hizo, de desnudarla sin contemplaciones. Tal vez nuestra sociedad ya no se sonroje farisaicamente con el lenguaje crudo del Mago de Otraparte, pero cada vez tiene más miedo de descubrir esa verdad que él nunca ocultó, a riesgo del rechazo y el olvido.

Como periodistas nos emociona la lección de Fernando González como pensador independiente, como paradigma de la libertad de expresión. “Un pensador —decía— debe tener una pequeña fortuna… debe tener todas las libertades”. Eso fue su vida, su pensamiento, eso fueron sus libros: un himno a la libertad. Y esa libertad, llena de amor crítico, de hiriente ternura, de absoluta entrega a la verdad, es lo que Colombia necesita hoy. En Fernando González puede y debe aprenderlo.

No podemos concluir este comentario sin aceptar que el maestro de Otraparte se hubiera muerto de risa, o hubiera estallado en santa cólera de saber que algún día sería tema de un editorial. Contrariando ese sentir suyo hemos tenido esta osadía porque estamos convencidos de que Colombia necesita de sus enseñanzas, de su pensamiento. Nosotros somos esa juventud lejana, esa generación futura para la que él escribió. La verdad fue el desafío que nos dejó. Por eso, hoy, a los veinticinco años de su muerte, él sigue vivo. Más vivo que nunca.

Fuente:

Periódico El Mundo, jueves 16 de febrero de 1989, página Editorial.