Prólogo de Mi Compadre

Por José María Velasco Ibarra

Es muy difícil escribir la biografía de un hombre. El hombre es libre en ciertos momentos profundos de su vida. En rigor puede autodeterminarse. Pero la vida corriente de un personaje esta influida por multitud de acontecimientos y sucesos que hacen de una vida, por individual y enérgica que se la suponga, efecto, resultante, reacción de causas, antecedentes y acciones extrañas a la libertad. Por esto es muy difícil escribir la historia de un personaje. El biógrafo parte de su estado mental propio, absolutamente diverso del estado mental del biografiado. Con estado mental extraño a los acontecimientos que produjeron los actos del héroe, se juzga sin piedad, se condena sin misericordia, se aplaude sin discernimiento. Se olvida que una cosa es describir una batalla desde el apacible gabinete de trabajo y otra, muy diversa, actuar en ella como capitán en medio de las balas y escuchando los cañones.

Una biografía para ser buena tiene que constituir el reflejo de los estados del alma del biografiado. ¿Cómo obtener esto? El historiador narra hechos objetivados ya, extraños a su alma. ¿Cómo alcanzar que una historia sea el reflejo de los pequeños estados de alma que han producido el acontecimiento historiado?

Las historias son defectuosas, desfiguran los sucesos, porque quienes las escriben se valen tan solo de la lógica, de las facultades intelectivas y discursivas; porque se desprecian los pequeños sucesos, las insignificantes emociones.

Se olvida que el acontecimiento voluminoso es fruto de hechos y pasiones vulgares, de afectos aparentemente despreciables.

La psicología contemporánea da la importancia que se merecen las sensaciones, los estados de conciencia, por simples, por rudimentarios que aparezcan. Para el juicio vulgar son inútiles las páginas en las que se ponen de relieve las emociones de detalle, los insignificantes cambios de conciencia. El verdadero filósofo opina de otro modo. Si queremos comprender lo humano, principiemos por comprender todas las insignificantes revelaciones de lo humano.

El historiador moderno no se preocupa únicamente con ver el hecho objetivo y con entender lógicamente las causas y efectos. Esto no basta. Hay que sentir el hecho. Hay que revivir el acontecimiento, lo pasado, pero revivirlo real e intensamente, es decir, sentirlo, intuirlo emocionalmente. La historia se compone de ráfagas de sentimiento, emociones y pasiones. El historiador, el biógrafo, tienen que reproducir en su interioridad y con una intensidad que sea vida esas ráfagas de sentimientos, emociones y pasiones para que la pluma retrate bien el hecho y no se reduzca a formar caricaturas, a enunciar aprobaciones artificiosas o censuras irracionales. El historiador que no siente, desorienta y pervierte. El historiador que siente, rinde homenaje a la justicia, infunde espíritu al acontecimiento y manda que el pasado se levante de la tumba para que aleccione el presente.

Es la técnica de Fernando González. Para el psicólogo antioqueño todo estado de alma tiene valor trascendental. Nada se pierde en el cosmos. Todo repercute. En historia, Fernando González emplea el método intuitivo y emocional. La razón analítica descompone lo real y lo desfigura siempre más o menos. La razón analítica, aplicada a la historia, es decir a los estados mentales de otro, a los acontecimientos pasados, cristalizaciones de estados mentales y emotivos, desfigura lo real y se expone a calumniar lo humano. Hay que intuir el suceso. Hay que sentir los personajes. Solo cuando el historiador o el biógrafo reproducen en su interioridad lo extraño, lo distante, en forma tal que se emocionan y se unimisman con lo extraño y lo distante, son ecos fieles de lo que pretenden describir.

Si no me equivoco grandemente, es el criterio intuitivo y emocional el que inspira todas las páginas de Mi Compadre.

El general Juan Vicente Gómez es un fenómeno que se debe comprender como se comprende un felino, un paquidermo, un saurio. Bien están las valoraciones morales. Pero se debe comprender también; pero antes se debe comprender. No está todo en censurar, en dogmatizar. Lo que es tiene su razón de ser; hay causas que lo explican. Es necesario entender esas razones y buscar esas causas. La crítica es fácil; el arte, difícil. Dogmatizar es sencillo; entender, cosa ardua. Fernando González quiso comprender un hecho: el general Juan Vicente Gómez y su dominación de treinta años en una República que fue la voluntad libertadora de la América española.

El filósofo colombiano necesitó sentir la vida y la obra del general Gómez. En cuanto sea posible el historiador debe conocer el medio que va a historiar. El ambiente en que se mueven los acontecimientos explican estos con mucho más precisión que todos los esfuerzos lógicos. Flota en el ambiente del hecho toda la razón del hecho. Por esto Fernando González fue a Venezuela y palpó, presenció, sintió y vivió la vida venezolana.

Desde Francia escribió un sacerdote redentorista la vida del presidente ecuatoriano García Moreno. Le resultó un libro casi absurdo. ¡Cómo entender los hombres y los partidos del Ecuador partiendo de los hombres, los partidos y la cultura de Francia…!

El libro de Fernando González es uno de los que más honra el Pensamiento de Colombia y de Hispanoamérica. Hay que leerlo despacio. No se busque en él un tratado de moral política. Es una reconstrucción psicológica y un cuadro sociológico con reflexiones críticas esporádicas, agudísimas e inteligentes. Como escritor que quiere corregir y levantar un Continente, incurre en afirmaciones no siempre justas. Pero se debe perdonar a un valiente y a un hombre de continental visión la reprimenda inexorable. Los hombres que se definen merecen admiración.

Indudablemente, Venezuela tiene características entre las Repúblicas Sudamericanas. «Todo venezolano es dictador». «No hay congresos ni elecciones a la colombiana». «Todos son de sangre mezclada: orgullosos y susceptibles». «No sienten a Dios». «Son demasiado llaneros». «Todos son descendientes de próceres». «No hay bajo pueblo: introducen pajes». Espléndidas indicaciones del gran psicólogo colombiano para quien todo pequeño hecho tiene valor trascendental. Explícanse entonces, los setenta años de guerra civil, los presidentes que disponen del tesoro venezolano como de su patrimonio. Explícanse, por la influencia del negro, los presidentes crapulosos. Todos son dictadores. Todos tienden a matarse y a disponer de la patria como de una hacienda. Recrudécense las luchas, cunde la inseguridad, se agota la furiosa agitación llanera y se entiende que domine un general victorioso, fuerte en las batallas, infinitamente astuto, cuya fuerza es la astucia. En la algarabía que forman combatientes violentos, que se precipitan siempre en línea recta, se explica que flote un valeroso, aconsejado por la astucia y por el intelecto hábil, en comunicación con fuerzas sencillas de la naturaleza.

Imposible prescindir de la valorazión ética al tratar de las cosas humanas. Hay tendencia fatal a decir que una cosa humana es buena, mediocre o mala. En este sentido, el general Gómez no significa bajo ningún aspecto una aportación espiritual, superior, en el gobierno de Venezuela. Pero la misma valoración ética, supone previamente un libro en que se comprendan los factores venezolanos y en que se comprenda al general Gómez.

Es bello, dice el profundo pensador de Envigado, lo que cumple su destino, a saber: un sapo bien sapo, un dictador bien dictador. Lo feo, agrega, es un sapo con alas de ángel. Con este criterio, fue bello, fue adecuado el gobierno de Gómez. Fue el gobierno posible en Venezuela, dados los antecedentes psicológicos y sociales del pueblo. Impedir que se maten los caudillos, desarmar a los particulares, eliminar los atracos, hacer carreteras con los vagos, dando importancia sobre todo a las carreteras con fines militares, establecer disciplina, regularidad. Todo esto es bello. Todo esto es bueno. Para obtenerlo, infundir miedo y dirigir por la astucia, por el conocimiento de los hombres y de lo que ellos pueden dar, denota un género de superioridad.

Es la conclusión, si no me equivoco, de Fernando González.

Quienes han atacado al gran escritor atribuyéndole adulación a Gómez, no le han comprendido. Son impulsivos a quienes no les gusta abrirse a todo lo existente y sentir todo lo existente.

Mi Compadre es el libro de un hombre rebelde, de un hombre libre. Si Fernando González hubiera querido, rico se habría hecho sin más que escribir una alabanza en honor del benemérito general Juan Vicente Gómez, continuador de la obra de Simón Bolívar. Pero Fernando González es uno de los raros ejemplos de sabio austero, que respeta los principios. Desde el título resulta irrespetuosa la obra. Mi Compadre… Es de hombre libre lo siguiente: «Gómez oculta, quiere ocultar a todos, su gran capacidad para castigar. Es un ángel y es una tigre parida». Es de hombre libre, es de hondo patriota, y no de declamador vulgar, escribir esto: «Canto a Colombia en Caracas: Lejos de mi amada de aliento salvaje. ¡Patria salvaje y libre! Lejos de mí, y me duele el amor que te tengo y que hasta te insulta. Eres como mujer de treinta y cinco años que arrulla al mancebo de espíritu libre, ¡patria de Camilo Torres! Libertad es tu leche y suaves tus carnes para el pensador. Sobre tu seno, yo desnudo con mis pensamientos desnudos, y tú sonreías. Cómo te amo, mi madre y mi manceba llena de ansias, misterios y misticismos. Guarida de sacerdotes y desterrados. ¿A quién no abres? Patria boba en donde todo es sueños. Tanto imbécil no te merece, no merecen tu libertad».

Con razón Mi Compadre no pudo entrar a Venezuela.

24 de enero de 1936

Fuente:

Velasco Ibarra, José María. «Prólogo». En: González, Fernando. Mi Compadre. Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, sexta edición, noviembre de 1994, pp. 9-14.