Prólogo de
Salomé / El remordimiento

Por Daniel Restrepo González

Duermen las gónadas del niño. Por eso es remanso de inocencia y candor. Despiertan las glándulas del joven, con hormonas a torrentes, y éste se torna rijoso, pujante, explosivo, ignívomo como un volcán. Apremian el amor y los instintos en el hombre maduro, y lo llaman y lo acucian, y éste pugna por realizarse, por transmitir la vida. Y en el viejito no se apagan las urgencias. Podemos comprobarlo con el pordiosero nonagenario, Polito, que se confesó con el Padre Elías:

Yo…, cuando me duermo…, el alma se me va púai… a rocheliar con las muchachas… ¡Qué sueño tan pendejo, padre, el que tuvianochii!…: que estaba rocheliando con la Teresa, la viejita que se murió hace tantos años!…; y la Teresa estaba mismamente como la noche del casorio…; ¡je…je…je!… ¡Ave María, padre Elías!…: El alma no se muere ni se duerme… y se larga a rocheliar puai, por los rastrojos… ¡je… je… je!… (TI 113-114).

Al Padre Elías mismo, setentón ya, ¿no lo acuciaban los reclamos de la carne y las nepentes manos de Martina? Ahora me sorprendí en el confesonario diciéndole a un amancebado que la inteligencia, el señorío, etc. Y a poquito, a las tres y media, me cacé a mí mismo sentado aquí en el patio de la casa cural, haciendo imaginarias novelas carnales con la Perraflaquita, disfrazadas de “virtudes de sacristía”. (TI 64). ¡Qué vitalidad y amplitud la de esa mano! ¡Mano verídica, mano de la vida! ¡Mano salutífera! ¡Mano verdadera! (TI 25).

El cronograma del párrafo inicial nos dibuja los diversos climas psicológicos en que los autores pueden encontrarse al escribir sus libros. Fernando González, a sus cuarenta años, se hallaba en el tercer renglón cuando escribió a Salomé en 1934 y El remordimiento en 1935.

A Fernando le gustaban las mujeres, claro está. Todo un varón. Pero su anhelo fue siempre dominarse. Quiso siempre escalar las alturas. Por eso se adueñó de las estrellas. Su máxima conquista fue Dios. El ideal que buscó desde pequeño, y buscó siempre, fue conocerlo de vista (CR 120). ¿No leemos acaso: No he cambiado de objetivo: desde niño u óvulo atisbo a la juventud eterna y la busco y rebusco en caños, albañales, cuevas, muchachas y viejos. Desde niño me definí o conocí como el que atisba a Dios desde su letrina (CR 104)? Y dijo también:

¡Sólo Dios, sólo la idea de belleza! (Sal. 30).

Veo a Dios. ¡Cuán bello es el que está escondido, el que susurra bajo las formas de la vida! (C R 19).

¡Oh, Tú, nombre inefable, Presencia! Soy lo que tengo de tu anchísima presencia, de la realidad inagotable que hay en Ti partout, y que, ay, no viví durante mis años mozos (LVP 206).

Soy casa abandonada, pero que no quiere ser casa de marranos. Antes, fui casa de marranos (LVP 238).

La verdad, o sea, Dios, la coloco por encima de la patria y de todo (CE 14).

Por mi alma hay una gran cantidad de alas de gaviotas…; por allá vuelan, las patas bellísimas contra la cola ágil. Ya verás, ya verás… Y Dios me hace señales; ahora es cuando todo el universo se me ha convertido en señales divinas; es como un guiño de ojos. Creo que Dios me llama. Despierto a las cuatro, y siento la seguridad de que me llaman (CE 86).

Hace tres años que busco a Dios, como mi mamá buscaba las agujas, en Envigado (CE 87).

Dios me está llamando, sigue llamándome… Necesito sentir a Cristo en mí. Entra, Señor, entra y barre y embellece… ¡Qué hermoso eres! ¡Empuja, pues, y derrumba! ¡Llámame con voz más urgente! Yo no puedo ir a Ti, pues “venga a nos tu reino”. Empuja, urge, incita (ME 108-110).

Fernando vivió la primavera en París. Se relata en Salomé. Eran la luz y el calor emergentes. Resurgía la naturaleza de la gélida muerte del hielo. Allí atisbó los amores de Salomé con sus amigos, los gatos; los amores de los canarios en sus jaulas; los amores de la Madame Rousseau con su marido y sus mozos; los amores de Tony.

Pero, a pesar de escarceos, Tony quedó virgen. Ante el altar de la Señora del Perpetuo Socorro, en la iglesia de la rue Paradis ofreció Fernando los calzoncitos de Tony, en calidad de exvoto por el triunfo, después de haberlos olido con inocencia y fruición en el almario de las maderas balsámicas.

Era el Fernando que había dejado vírgenes (como dejó intocada otrora el José bíblico a la mujer de Putifar, que le dijo: “acuéstate conmigo”) a Margarita, la dentrodera de la casa del cruel Ubaldo Ochoa, a la Teanós de Grecia y a la Tony de Alsacia. (CE 33, ER 29).

Era el Fernando que había sucumbido in turpia con la joven mulata, fortísima y virgen; y con la coja Matea (DM 178); y consignó en sus libretas: Si le dije a Tony “non serviam”, o sea, “no me acostaré”, fue porque ya me había acostado con otras. (ER 39).

Entonces, ¿Fernando fue un lúbrico? Algunos lo afirman. Son mojigatos o miopes, aquejados de aberraciones inconfesas. Pero él no fue vulgar. Fue un hombre contenido y austero que le cantó a la castidad (cf. VP 195). Y cuando erró, que humanum est errare, siempre lo acompañó el remordimiento, que le sirvió como acicate, como instrumento mágico o artilugio de ascenso en la superación y en la enmienda.

“El remordimiento es la inquietud o pesar interno que queda después de ejecutada una mala acción”, nos dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.

Fernando lo definió así: Remordimiento es la intranquilidad que precede, acompaña o sigue a una acción. Por eso divide el remordimiento en precedente, concomitante y consiguiente (ER 116). Y lo explica.

Cuando Fernando escribió El remordimiento, que es un tratado sui generis de teología moral, quiso mostrarnos que el remordimiento es la herramienta justa para perfeccionarse y escalar. Es ésta, doctrina suya “original”, y denota una gran clarividencia.

No fue Fernando, pues, un crapuloso. No fue un viejito verde. No fue pornográfico. A la juventud le inculcó respeto por su cuerpo, respeto por sus actos, respeto por el amor y la fecundidad, respeto por las funciones genitales y sexuales, respeto por la vida. Leamos al respecto: Paseo dominical, a pie, acompañado de mis hijos. ¡Qué bueno poder evitarles los vicios sexuales! Crecerían fuertes y firmes. No serían subhombres… (MSB 25).

La vida entera de Fernando fue un remordimiento tormentoso, colmado de dolor. Diría yo que de tragedia. Leamos lo que de un caso concreto expresó en el Libro de los Viajes o de las Presencias:

Recuerdo ahora con gran remordimiento a aquella muchacha vasca que fue a buscarme al anochecer, enamorada del dios que le habló por mí. Ese día encontró al dios que hay en mí. Y cuando fue en busca del cielo entrevisto, encontró la cobarde fealdad. El dios se había ido y mi cuerpo era instrumento del diablo más bizco y feo de todos. Ésta es una de mis vivencias más aterradoras: hundí en tristeza y escándalo a una buscadora de Dios. ¡A cuántos seres que querían volar conmigo les hice serpear y cuántas elaciones apagué! (LVP 172-174).

El Fondo Editorial Universidad EAFIT nos había regalado hace tiempos con las ediciones de Pensamientos de un viejo y de El Payaso Interior. Hoy nos sorprende, enhorabuena, con un nuevo volumen que contiene El remordimiento y Salomé. Es EAFIT una institución benemérita que propende por nuestra cultura y progreso. A ella, muchas gracias.

Abreviaturas usadas en este prólogo para
citar los libros de Fernando González
:

CE Cartas a Estanislao
CR Las cartas de Ripol
DM Don Mirócletes
ER El remordimiento
LVP Libro de los viajes o de las presencias
ME El maestro de escuela
MSB Mi Simón Bolívar
Sal Salomé
TI La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, tomo I

Fuente:

“Prólogo” en: González, Fernando. Salomé / El remordimiento. Fondo Editorial Universidad EAFIT – Corporación Otraparte, Medellín, agosto de 2008.

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“Salomé” y “El remordimiento”