Presentación

Estas palabras mías

—8 de agosto de 2023—

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Carlos Vásquez Tamayo (Medellín, 1953) es poeta y ensayista, profesor titular del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Ha publicado los libros de poesía «El oscuro alimento», «Agua tu sed», «Desnúdame de mí», «El libro de Santiago», «Cuaderno», «Aunque no te siga», «Pasos», «Días», «Pequeña luz», «Derivas», «Ahora juntos», «Perdición» y «Estas palabras mías», así como los libros de ensayo «La nada luminosa», «Arder en el tiempo» y «Las hojas breves».

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Este libro abre un cauce de luz para el dolor de la ausencia de nuestros amados muertos. En una orilla está el llanto en carne viva. En la otra la poesía para acoger las lágrimas. Las palabras cruzan el río, venciendo el miedo de ahogarse, y rodean el grito que no cesa de latir.

Llega así la bondad del que se acerca al pozo hondo y oscuro del duelo para hilar el abrazo de unas sílabas. Para acompañar, para estar ahí, en el silencio y en la comunión, en la ausencia que sangra, en el palpitar de las horas mansas, en el horror de las horas negras.

Cruzan, de piedra en piedra, las palabras del consuelo. La oscuridad se vuelve penumbra. Le pedimos misericordia al río. Y el río abre los ojos compasivos. Y acoge nuestro dolor como si fuera un cuenco de madera fabricado por las manos pacientes y fuertes del ausente. Brotan pequeños rayos de luz en cada página. Esa luz que clama el doliente en cada respiración.

Las vidas perdidas resucitan en este libro. Nos hablan desde el más acá. Desde el magma más profundo hasta la piel que sufre. En estos poemas, Carlos Vásquez alumbra el dolor como si recogiera en medio de un campo gris la única flor viva, para ofrecérnosla envuelta en el rocío de la mañana.

Lucía Donadío

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Carlos Vásquez Tamayo - Foto © Jorge Caraballo

Carlos Vásquez Tamayo
Foto © Jorge Caraballo

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Siete poemas de
Carlos Vásquez

Me emociona la palabra que empleas, alumbrar, una luz dormida, reflejo delicado que baña y demacra. Pasa un día por tus manos la paciencia, dedos de arena, corazón cuidador que oculta y protege. Y entonces parpadean con su fuego callado, llama que entibia y no declina. Las sílabas se entregan alejadas del desespero y los duelos.

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Vislumbro en tu escritura su cara, tu hijo sostiene la esfera. Sentí lo que debe de ser su imagen, ¿habrá algo que pida más quedarse? Perdemos su ser pero no su contorno, la lisura del amado, su velo.

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La imagen que me regalas es de una inmensa belleza. Lo incierto cuidado, la fragilidad, el rocío como quemadura, el agua secreta que la noche destila. Raras gemas de una dureza de manos sin pena. Dos voces, cómo puede hermanarnos la pérdida. El secreto, tesoro tuyo, madera de misteriosa bondad. Ahora tus palabras aletean, tus poemas entran en mí por la caridad de los labios.

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Veo a tu hijo, en sus manos la esfera, su sonrisa dormida, una dulzura luz en su rostro. Un hombre al lado como árbol de ese lugar. En el centro los libros para ofrecerlos como un don secreto, lo indestructible, la savia en la que el tiempo se mece.

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Mirada de la primera edad, pequeñez de una luz rasgada, ojo que mira a quien ve. Mirada de la segunda edad, dulzura infinita de un alma risueña, separado en esas manos puestas ahí para soltar. La madre mira, le dice vete, donde tengas que ir estaré. Mirada de la tercera edad, el hombre manos en la madera, sosegando puntas agudas, atisbo mortal sin amenazas, fruto que dice aquí estoy, esta es mi amarga respuesta.

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Un fluir entra en el aire, resbala el cielo su dulce materia. Se queda suspendido en una duración que desafía el salto rapaz. La paciencia duerme en las ramas, el viento entra y recoge nombres. Las hojas mecen la quietud, caen y buscan su podredumbre, hay una complacencia, un roce parpadeante y discreto. En ese árbol el enjambre se aquieta, el zumbido ramaje se complace y no se quiebra.

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El canto roza el corazón, le ofrece algo sagrado, la inmensidad de las criaturas, un retener que salva y deslava. El barro de la madre, presentimiento al alzarse del hijo. Hubo un momento, en el tuyo se abrió como si gotearas su savia. Empezó a caer en su vasija, vio los meses secretos, los días desamparados, se alejó con los ojos el rayo. Desde ese instante, gritó flotando en el lodo, el puño partido ceniza en la respiración. Abrió, blanqueando tus labios, su sangre dorada. Ahora la oración te promete, ha vuelto de nuevo grávida, un arbusto ya hombre bracea en su lava. Tú lo recibes en la cavidad del dolor, ahora lo llevas, te dejas tallar para que prenda su lumbre discreta.

Fuente:

Vásquez Tamayo, Carlos. Estas palabras mías. Sílaba Editores, Medellín, junio de 2023, pp. 13-19.

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Esfera en madera fragmentada.
Obra de Camilo Duque Donadío.