La «Escuelita»
de Alberto Restrepo

Por Ernesto Ochoa Moreno

«Durante más de diez años El Colombiano ha abierto sus páginas a un hombre de a pie, para que sin censuras ni restricciones exprese su pensamiento, defienda sus opiniones y proponga sus valores».

Con estas palabras inicia el sacerdote envigadeño Alberto Restrepo González su breve nota introductoria al libro que recoge una selección de las columnas que ha venido publicando los días viernes en este diario y que fue presentado recientemente en la Casa Museo Otraparte, donde se puede conseguir información sobre la obra. Son en total 161 columnas, agrupadas en ocho grandes temas, cuya sola enunciación invita a la lectura: «América Latina»; «Colombia»; «Modernidad, postmodernidad y cultura emergente»; «Secularismo, civilismo y sociedad civil»; «Religión, cristianismo e Iglesia»; «Valores, ética y moral»; «Paz»; «Padres, hijos, educación».

La idea de publicar este libro nació de un grupo de exalumnas de la Facultad de Sicología de la Universidad de San Buenaventura, de la que el autor fue profesor durante varios años. Han querido ellas, pienso yo, no solamente rendir un homenaje a su maestro —que eso, por encima de todo, es Alberto Restrepo: un maestro—, sino rescatar de la fugacidad de las publicaciones de prensa el pensamiento y el legado ideológico de quien es sin dudas —así hiera con esto su humildad y su confeso deseo de no figurar— uno de los más densos columnistas de la prensa nacional y, también —así no haya habido un justo reconocimiento—, uno de los más vigorosos exponentes del pensamiento católico en nuestro medio, siempre con una irreductible libertad frente a ortodoxias, instituciones y jerarquías.

La columna semanal de Alberto Restrepo González se llama «Escuelita», como un homenaje a Fernando González Ochoa. Lo explica el autor en la breve introducción, donde confiesa que su labor como columnista está iluminada por la «escuelita», «uno de los iconos fundamentales de Fernando González, símbolo vivo del crecimiento de adentro hacia fuera, y de la autoexpresión de América Latina, a la búsqueda de sí misma». De ahí que en la contracarátula del libro se reproduzca un aparte del texto de Arengas Políticas, de González, en que brota su idea de crear una escuelita en la que se enseñe la autenticidad y la egoencia. De ahí también que en el tablerito que ilustra la escueta carátula se lea esta frase del pensador antioqueño: «El hombre es del tamaño de su amor».

Alberto Restrepo es quien más honda e integralmente ha estudiado el pensamiento y la propuesta filosófica y de vivencia espiritual de Fernando González. Su obra Para leer a Fernando González (que está pidiendo a gritos una reedición) es el análisis más exhaustivo y profundo que se haya hecho del filósofo de Otraparte. Es, por lo tanto, apenas obvio que este libro con las columnas periodísticas de Alberto Restrepo, que es como un compendio de sus reflexiones y sus enseñanzas, esté amparado a la sombra de Fernando González, tío suyo por más señas, pero, sobre todo, el gran filón donde el articulista de El Colombiano ha extraído, a golpes de silencio y penetración, su propio y personal pensamiento, que ahora nos entrega en este volumen.

Restrepo González es también autor de Testigos de mi pueblo y de Raíces aldeanas de la corrupción, de las que el breve espacio no nos permite hablar ahora, pero que son igualmente textos obligatorios en la labor de «maestro de escuela» de Alberto Restrepo, para adobar con otro icono fernandogonzaliano el trabajo y hasta la vida del autor cuyo libro estamos comentando.

La mejor prueba de que unas columnas de opinión son válidas se deduce si, convertidas en libro, mantienen vigencia, actualidad, frescura; si siguen perturbando y orientando; si vueltas a leer, no son simple relectura, sino primera lectura. Y eso lo consigue la Escuelita de Alberto Restrepo. Un libro denso en el que se afronta sin sociologiquerías ni sicologiquerías, que decía Unamuno, la realidad colombiana y latinoamericana, la era postmodernista que nos acosa, la cultura emergente que nos reta, el combate humano, social, familiar y religioso que nos desgarra a diario la piel. La piel del alma, quiero decir.

Fuente:

El Colombiano, columna de opinión «Bajo las ceibas», sábado 13 de noviembre de 2004.