El “Libro de los Viajes”,
50 años después

Por Ernesto Ochoa Moreno

Ayer se cumplieron 50 años de la primera edición del Libro de los Viajes o de las Presencias, de Fernando González Ochoa. “Se acabó de imprimir este libro el 14 de agosto de 1959”. El editor fue Alberto Aguirre y la impresión se hizo en la Tipografía y Editorial Gamma, de Medellín. Lo anunciaba así, en cuatro párrafos cortos, un volante promocional:

“En este Libro de los Viajes o de las Presencias (el primero suyo que se publica, desde El Maestro de Escuela, en 1942 (en realidad, advierto fuera de texto, fue en 1941), Fernando González, de acuerdo a su auténtica vocación de Maestro, enseña un método para encontrar la Intimidad, para ser, en verdad uno mismo.

No se trata de la fría divagación conceptual, sino de la cálida orientación, vital, humana, en ese Viaje definitivo.

Fernando González es el Viajero. El único que hasta ahora ha aparecido en esta Colombia todavía informe. Su enseñanza tiene, hoy, un valor decisivo para los colombianos.

La editorial Aguirre siente grande orgullo al iniciar sus tareas con Libro de los Viajes o de las Presencias”.

Certero el concepto de Alberto Aguirre sobre el libro que traía entre manos y en el alma y con el que inauguró su labor de editor. Un año más tarde, en 1960, el escritor envigadeño le diría al sacerdote jesuita Jaime Vélez Correa, refiriéndose a este libro suyo que todavía olía a nuevo: “En éste expresé dramáticamente, dialécticamente, partiendo de mí y de mi Envigado, cómo se hace el viaje desde sus raíces, desde su yo hasta el Cristo y el Padre y el Espíritu Santo. (…) Este librito, el de los Viajes y Presencias, lo viví siguiendo a Cristo con mi cruz, es decir con mi personalidad de envigadeño airado, lleno de amor y remordimientos, y puedo decir, por eso, por ser de Cristo, que allí se contiene mucho del Viaje, mucho del camino y del modo apropiado para viajar. Va a hacer un año que salió al público ese librito y, ¡ay, ay!, no ha habido en Colombia, que yo sepa, un solo lector que sospeche las estrellas que contiene. Pero tal es también la voluntad divina”: (En “Fernando González visto por sí mismo”, Edición facsimilar, Ed. UPB); puede leerse en Otraparte.org.

Editorial Bedout, a la que González había presentado el manuscrito, puso reparos a la publicación del libro, lo que desató la ira del maestro. Pensó entonces, desencantado por la incomprensión que lo rodeaba, irse de Colombia. Y fue en esa mañana de furibundo viaje pasional por el rechazo a editar su libro, cuando coincidencialmente se apareció Alberto Aguirre por Otraparte, la casa del maestro, de la que era visitante habitual (“Uno de los visitantes del silencio —diría Fernando en su última entrevista— es Alberto Aguirre. Estar en su corazón es como estar en un trono”). Él se comprometió a editar el libro. “¡Margarita, nos quedamos en Colombia!”, gritó eufórico el escritor. Y en agosto apareció el modesto volumen, que el autor quería empastado en rojo oscuro, casi negro, color de madera de ataúd, según sus instrucciones al editor.

Como lo advertí en la presentación que escribí para la tercera edición del Libro de los Viajes o de las Presencias (Editorial Universidad Pontificia Bolivariana (1995), “es una obra de maduración y de madurez. En él se recoge el proceso filosófico y espiritual del autor durante un largo período de crisis vital que lo sumió en el silencio y en la soledad durante casi 20 años”. Para Alberto Restrepo González, en Testigos de mi pueblo, la obra “es la confesión de un proceso de iluminación y una catequesis de comunión con Dios, hallado a partir de la más oscura entraña del yo”. Y también, “es un libro trascendental, cuya vigencia está reservada a tiempos futuros”. Tiempos futuros que, tal vez, pueden ser estos, cincuenta años después. Tal vez, apenas.

Fuente:

El Colombiano, sábado 15 de agosto de 2009, columna de opinión Bajo las ceibas.