Padre Alberto

Por John Saldarriaga

La muerte, tan vieja y cotidiana, aún consigue sorprendernos, estremecernos y sumirnos en la tristeza a estas alturas de la vida. Y si se lleva a un ser generoso y sabio, de esos que parecen ir adelante de uno poniendo piedras en el río para asegurar nuestros pasos, como el padre Alberto Restrepo González, uno reniega impotente por ese punto final, terco e inamovible, sin encontrar a quién reprocharle.

Como diez curas presidieron la misa fúnebre llena de humo de incienso el lunes pasado. Un llamativo y simbólico ritual en una Santa Gertrudis más o menos llena. El féretro descansó en el suelo del altar y no en esos soportes metálicos en que suelen esperar los muertos su funeral. Se hubiera dicho que el autor de Para leer a Fernando González seguía dictando su lección de humildad y, en todo caso, de permanente pelea contra la vanidad, como en vida.

Sentado a una mesa de El Café de Otraparte, con esa rara mezcla de hombre ceñudo y amable, diseñó el recorrido que debía hacer para reconstruir el Viaje a pie del filósofo de la autenticidad, en 2012. Total, el sacerdote estudió en Manizales y ejerció en pueblos caldenses. Sin ver la boca que me hablaba, perdida entre barbas largas y grises como melenas epifitas, le oí contar:

«Cuando yo fui a estudiar a Manizales, Fernando me mandó una carta que decía: muy bueno que el espíritu te llevó a la fría Manizales a observar a Dios en el Nevado».

Fuente:

Saldarriaga, John. «Padre Alberto». Gente Envigado, viernes 25 de marzo de 2022.