La Copa de la Vida está
vacía para Colombia

Un texto jurídico de Fernando González

Con motivo de un nuevo aniversario de la muerte de Fernando González (febrero 16 de 1964), el Literario Dominical entrega a los lectores este texto inédito, que enriquece la literatura jurídica del pensador envigadeño, nunca ajena a su filosofía y a sus concepciones de la vida. Aunque no están recogidas en un libro, son varias las sentencias y los alegatos que, como juez y como abogado, dictó y expuso Fernando González, siempre polémicos, originales y que desbordaban la acartonada y seca doctrina de las causas judiciales. El año de 1947, en que fue escrito este texto, es crucial y angustioso en la vida del filósofo antioqueño. El 28 de enero de ese año había muerto de leucemia su hijo Ramiro, un mes antes de graduarse como médico de la U. de A. Fue un golpe duro para un hombre solitario que, a partir de 1941, en que escribió El maestro de escuela, se había ido sumiendo en el silencio, en medio de la incomprensión de la sociedad y de múltiples dificultades económicas. En 1942 había sido nombrado asesor jurídico de la Junta de Valorización de Medellín, de donde fue despedido en 1945 por denunciar un fraude, no sin dejar antes escrito el libro Estatuto de Valorización, que recoge la legislación existente sobre el tema y en el que plantea, con su inconfundible estilo, un agudo análisis de la situación social en Colombia. De esa época apenas se conocen las cartas escritas entre 1944 y 1963 al jesuita Antonio Restrepo. También de 1945 son las Arengas Políticas, publicadas en El Correo, y los últimos cuatro números de la revista Antioquia. Para la Colombia de hoy, para la Colombia de siempre, lo que aquí dice Fernando González adquiere valor de denuncia. Y de iluminación.

Ernesto Ochoa Moreno

— o o o —

Medellín, noviembre 5 de 1947

Honorable Tribunal Superior de Medellín:

En el Juzgado 5.º Superior me encomendaron la defensa de Miguel Ángel Álvarez, acusado de la muerte de Abraham Ocampo.

Apenas de vez en cuando me ocupo en asuntos penales. Para mí la pena es lo más beneficioso; para la conciencia de todo hombre lo es; pero el hombre social cree que la pena es «deshonrosa», y sí lo es, si por «honra» se entiende la fama social. Mejor dicho, el delito apetece la pena, pero la vanidad huye de ella.

El delito y el pecado apetecen la pena, porque la mala conciencia no muere sino en ella. Un defensor así, con esta moral, en Colombia, es un imposible: por eso no ejerzo sino obligado.

Hace dos meses apenas que en Sabaneta, fracción de Envigado, me llamó un viejo tendero para que asistiera a su hijo en la indagatoria… Me preguntó que qué le diría a su hijo y le contesté que le dijera que contara la verdad. Luego le dije que no pedía la libertad con fianza, porque era responsable de haber matado durante embriaguez, por temor, por pánico que le tuvo al que murió, que se le fue acercando, silencioso, lentamente, y el muchacho creyó que era a atacarlo y ¡zas…!: le dio puñalada en el corazón y huyó despavorido. Su hijo, díjele, tiene que penar para su bien, y, si sale ya, ya, como está saliendo todo asesino, y estuprador y ladrón, que todos salen al otro día y quedan de jefes civiles y políticos y graduados honoris causa, pues entonces Sabaneta se perderá para el género humano. Envigado ya está perdido: allí, los «fogoneros» y camioneros y obreros de Rosellón, ¡zas!, se suicidan cuando no están bebiendo, cuando tienen un ratico de ocio… In otio dificilis quiet: en el ocio no puede haber quietud; es decir, quien no tiene vida espiritual, sucedáneos, algo para cuando no esté manejando el camión, no puede estar ocioso: se suicida, más bien.

¿Y qué sucedió? A los ocho días vino uno y contóme que el viejo tendero había buscado a un defensor, que ya es genio en Medellín, y que éste le dijo: «Si me hubiera llamado a mí desde el principio, con dos declaraciones arregladas su hijo estaría ya en libertad». Y como este señor es gloria de la política y de la Universidad, me dije que yo no servía para defensor.

Defender, defensor: según lo veo en el cielo de la conciencia, defensor es aquél que trabaja para que la justicia reine en quien lo buscó. ¿Y qué es justicia? Es el mayor bien de la tierra: es darle a cada uno lo suyo: al delincuente su pena, que es su único remedio, y sólo su pena. Defensor que le evite al delincuente la pena que merece, le causa mal eterno. Y la pena frustrada se le pegará a tal «defensor» tarde o temprano, como la lepra de Naaman al paje del profeta. A ese «defensor» del pobre muchacho de Sabaneta, se le pegará la pena, aquí o en aquel «sitio» o lo que sea, que no está en el espacio ni en el tiempo, y que llamaremos infierno o Justicia Divina.

Supongamos que mañana salga el muchacho de Sabaneta, merced a las «dos declaraciones» del genio este del Partido Liberal o Conservador… Pues en la subconciencia suya y en la de los vecinos y en la de los niños se irá creando la desvalorización de la vida humana, y de la verdad, y de la pena, y de la justicia, y de todos los valores… ¿Qué digo? ¡Si ya vivimos en tal estado, si ya la Copa de la Vida está vacía…!

Antier, Magistrados, envié a mi secretario a llevar a unos declarantes cuyos nombres me dio mi cliente; el secretario fue a buscarlos a un pueblo vecino y los trajo en automóvil, y leed:

—Doctor, ¿qué opina de esto…? Cuando íbamos a entrar al Juzgado, el Sapablanca me dijo: «Pero vea, ¡a nosotros no nos han ensayado ni pagado…!».

La Copa de la Vida está vacía para Colombia. Hace 18 años que peca contra el Espíritu Santo.

* * *

Y tengo un reclamo que hacer a algunos de los señores magistrados, a saber: a poco de la defensa que hice de este Miguel Ángel Álvarez ante el Jurado, se trató de designarme para Juez Superior y algunos señores Magistrados hicieron constar que yo era ateo y que mi defensa de Álvarez había sido bufa. Si algo he hecho con todo mi corazón y mi poca inteligencia es amar a Dios y defender con fe, con mucho estudio y tenacidad y buena conciencia ilustrada a Miguel Ángel Álvarez, y le he dado ayuda económica y está trabajando y tengo por él cuidados paternales. Suplico a los señores Magistrados que tuvieron ese error, que me excusen de esta queja, que fue que se me escapó.

* * *

No pude negarme a esta defensa de oficio, porque al estudiar el proceso viví que Miguel Ángel Álvarez apenas si es culpable de ser campesino enfermo, oscurecido habitante de esta Segovia paludosa, en donde la única luz es el oro, que es de extranjeros anglosajones que chupan el subsuelo y entristecen, entenebrecen las conciencias: amos del juez, del alcalde y del alcaide, del colector y del mesero: allí todo se vende y todo se compra.

En todo caso, tuve la satisfacción de que el Jurado, compuesto por un médico bueno y comerciantes entendidos, todavía no machuchos en sus arterías de bolsa y de mostrador, aceptaran la verdad; que el Juez también, y que ahora el Fiscal pida la confirmación.

* * *

Diré apenas los hechos evidentes en que fundé mis razonamientos y mi pasión discursiva:

1.º — El mismo Abraham Ocampo, el muerto, pudo, antes de expirar, narrar los hechos, y dijo:

Aconteció que en el día de hoy, yendo yo cargando unas bestias, por el paraje Las Peñas…, y en momentos en que me encontraba cerca a mi casa…, como a eso de las ocho a.m., observé que el señor Álvarez disgustaba con su antigua concubina, y cuando vi que le iba a tirar con un machete, me dirigí hacia ellos, cogiendo a la Jiménez, para evitar pudiera ser herida… Cuando realizaba esto, Álvarez se me dejó ir…

De esta narración se desprenden estas consecuencias: que mienten los otros tres testigos presenciales, amigos del difunto, al decir que ese día y a esa hora Álvarez llegó a la casa de Ocampo, estando éste allí y que se dio a reñir con la Jiménez.

Como ésta fue amante de Ocampo, luego, a continuación inmediata, concubina de Álvarez, y luego de otro, con quien se fue a habitar a la vivienda de Ocampo, claro está que si Álvarez hubiera ido ese día y, estando allí Ocampo, se pone a reñir con la Jiménez, se induciría que su viaje fue con la intención de buscarle pelea a Ocampo.

Pero si la verdad es que fue en busca de unos costales; si allí no estaba Ocampo, tenemos como verdad indiscutible que el disgusto con la arpía esa no fue intencional, con intención contra Ocampo, sino casual, o mejor, sin intenciones lejanas y bizcas.

Y si luego nos percatamos del hecho de que las psiquis de esos dos campesinos, en sus subconciencias, estaban lastimadas por celos, y reproducimos en la imaginación el aparecer Ocampo repentinamente, durante el disgusto, y arrebatarle la mujer al otro, etc., tenemos que hubo reacción incontrolable en Álvarez y que se vio en situación de combate, en que ninguno semejante a él, o sea, campesino uncinario y sifilítico segoviano, hubiera hecho cosa diferente de la que hizo.

* * *

2.º — Y llegado a este punto, expuse al Jurado la diferencia que hay entre riña y combate, a saber:

Riña es aquel altercado que comienza por disputa de palabras, que se va acalorando, en que las almas van entrando lentamente, arrastradas, pero con espacio dado para medirse y ver o prever poco más o menos el camino recorrido y el que viene…

Combate es la situación conflictiva y repentina en que se ve un hombre. Es el reventar imprevisto de situaciones psíquicas. Allí no hay modo de prever ni de controlarse, porque ante lo súbito, situación súbita, actúan reflejos.

* * *

3.º — En su indagatoria, muy sincera, Álvarez dice que Ocampo lo atacó al quitarle la mujer; que él se defendió; que recibió varias heridas, entre ellas, cuando estaba caído, una en el pie…

Cuando leí esto y vi que los médicos no trataban de esa herida del pie, tan importante para señalar como dedo la verdad, hice venir a Álvarez, lo hice descalzar y allí estaba la cicatriz…

—¿Cómo fue esta herida, Álvarez?

—Fue cuando Ocampo me atacaba, que yo retrocedía, y en la zanjita del agua que pasa por el frente de la casa me caí y él me tiraba en el suelo…

Entonces pedí que lo examinaran los físicos legistas de aquí, y dijeron que allí estaba la cicatriz y que la herida la había recibido estando en el suelo… Para realizar o actualizar esto en la conciencia de los jurados, fue para lo que me tendí en el suelo y reconstruí la escena…, y por eso dijeron algunos, que no gustan sino de la oratoria aérea y de garganta y vientre de los suramericanos, que yo era loco… ¡Bendita «locura»! Bien haya mi santa madre que me parió cabezón y nada colombiano, es decir, ni «liberal» ni «conservador», una nada en que está el soplo de Jehová. Y perdonad el yo, señores.

Oratoria suramericana — ¿Qué tiene que ver la madre del reo, que llora, y los hijos del reo, y todo el dolor que hay en el mundo, con la justicia? La justicia distribuye lo que es propio del hombre a quien juzga: si el dolor le es propio, eso le da, y el dolor entonces es benéfico. Huir del dolor es de los pueblos que viven en el instante, como sombras.

La verdad es lo eterno, y propio de ella son todos estos conceptos: justicia, rectitud, paciencia, pagar, sufrir, etc.

En Suramérica, las defensas se reducen a pintar al dolor como al supremo mal; y esto indica que en Suramérica se considera el placer como el bien supremo. Suramérica es presentista, afeminadamente compasiva y, por lo mismo, cruel.

Lo primero que se extingue con la cultura es la oratoria sentimental: Cristóbal Colón cogía a los indígenas de Santo Domingo con la visión de colorines; les ponía camisas de colores y de ellas los agarraban cuando huían. Del mismo modo, el orador suramericano puede hacer linchar a un hombre, pintando el dolor terrible que causó su acción que le imputan, y al día siguiente hacerle erigir estatua, describiendo el dolor que padeció al ser linchado. Por eso decía muy bien el difunto Roosevelt, no el cojo, sino el cazador de leones y que se tomó a Panamá, que los suramericanos son monos.

Los suramericanos no son el homínido, pues éste era el hombre primitivo, muy fuerte, muy serio, muy pechón y peludo. El suramericano es el híbrido de todas las razas, fruto raquítico, estítico, hablador, prometedor, compasivo o cruel, variable más que mujer preñada, vendedor del suelo y subsuelo, pagador de los maestros de escuela con la renta del aguardiente; en una palabra, presentista.

Por eso, señores, no acepté el Juzgado con que me honrasteis a raíz de mi oración ante el Jurado: no vivo en Suramérica; habito en ella y padezco. Iba a aceptar, estaba decidido, pero vi que si juraba, perjuraba. La pobreza me incitaba, pero alguien me detuvo, al susurrarme: «Ni tú, ni los jurados, ni nadie tiene derecho a esto: a condenar a los pobres y absolver a los ricos». ¿Y a qué? A presidio, a un lugar corruptor, sin distingos. No hay lugares disciplinarios para la infinita variedad de enfermos… Un Código Sustantivo de anomalías, bueno, pero engañoso, pérfido, pues el procedimental y la pena son bárbaros.

Digo absolver a los ricos y condenar a los pobres, y explico: como el rico paga su orador suramericano, y el jurado es suramericano, sale libre, y honrado, y abrazado, a causa del presentismo de que traté arriba. Y como el pobre no paga orador, sale maltrecho y se pudre en el olvido. Al ver el estado de los pobres, hay que convenir en que los ricos debían matarlos. Es tan estúpido, tan nonada un pobre, que, siendo diez millones en Colombia, pierden las elecciones.

Por eso quedé graduado, o requetegraduado, pues graduado estaba, de loco, al defender con ardor frío, con lógica, sin gritos, con demostraciones y experiencias, a Miguel Ángel.

Quien lea este proceso cuidadosamente, verá que Álvarez estuvo en situación defensiva; en conflicto imprevisto, sin poder huir.

* * *

4.º — También comprobé que Ocampo murió porque los médicos lo dejaron morir, por incapaces, o porque estaban por ahí en parrandas, en todo caso, por descuido inexplicable, y el doctor Mejía Cálad, profesor en la Facultad médica, que era jurado, dijo que se trataba de uno de los hechos más vergonzosos de que hubiera tenido conocimiento, y repetidamente les habló del caso a sus discípulos.

Efectivamente: a las once llegó el herido a Segovia; allí le reciben declaración; los médicos no le amarran venas y arterias, y sin curarlo lo remiten al hospital de La Salada y… allí se les muere a las cinco y media, en la operación… Léase bien: en la operación, lo cual indica que no intervinieron estos doctorcitos de la Universidad de Antioquia sino a las cinco y media. De once a cinco van seis horas. ¡Claro que se tenía que morir un hombre que tuvo las cubital y radial abiertas durante cinco horas…!

Hice averiguar si le habían hecho alguna cura…, y contestaron: «Ya se cambió todo el personal»…

Si los señores Magistrados mandan investigar este delito de bachilleres, apenas rinden tributo a la justicia.

* * *

¿Qué indica esto? ¿Qué le indica a un educador, a un estadista? Que no hay escuela ni universidad; que no hay médicos, ni investigadores; que no hay siquiera pajes.

Hay que tener en la cuenta que un pueblo es un microcosmos; que así como sea una aldea, así es la patria.

Este expediente, Maestros y Señores, es un proceso contra la Colombia de hoy, país cuyo dios es el dinero malganado; país que ya siente náuseas por el trabajo; país abandonado ya de la gracia. A la Colombia de 1947 se le puede aplicar lo que a Macbeth: para ella como para él, la Copa de la Vida está ya vacía. En Envigado, por ejemplo, ya no hay sino choferes y fogoneros de camión de pasajeros. En los pueblos colombianos, donde antes se veían caminos y senderos transitados por niñez estudiosa y conquistadora, por laboriosos campesinos, y en donde el sol salía y se ponía para alumbrar bregas creadoras y para acompañar sueños agradables, hoy pululan ladrones de gallinas y de presupuestos, y el sol amanece para calentar gusaneras y se oculta para que estos culos de humanidad duerman abrazados a sus vergüenzas, que no a sus remordimientos, que estos son de hombres.

Pero la gloria de Dios se manifiesta en armonías: así es como la imagen de Simón Bolívar fue quitada de las monedas de diez y de veinte centavos. El hombre de cara angulosa, que se dio todo a imposibles, no está ya en las monedas que sirven para pagar lupanares, minas, petroleras y…

Este fenómeno de la prostitución tiene vericuetos sin número, como el de los honores: como estos se dan, no para compensar trabajos y sacrificios, sino comodidades fungibles, se convierten en mercancía y en condecoraciones de putas: gane usted, joven, las elecciones, robando y matando, y será doctor honoris causa. Véndase y entregue el subsuelo patrio (ya no hay sino la cáscara), y será presidente de la Unión Panamericana, o de la ONU o del Concejo, y doctor honoris causa de Pensilvania, Massachusetts, Ohio Universities, etc. ¡Qué puto el Homo sapiens tropicalis!

¿Y cómo es esa Universidad? Así: el doctor Lazarito los examina:

—Dígame, ¿cuántas son las condiciones de los impuestos…?

—¡Cinco!

—¡Dígalas…! (Y con la mano izquierda, dedo índice, va separando dedos de la mano derecha, principiando por el meñique, a medida que el estudiante enumera… ¡Una…! ¡dos…! ¡tres!).

—¡Le faltan dos…!

Las dos las tiene Lazarito guardadas… Esa es la Facultad de Derecho.

A los médicos estudiantes les tienen de textos, enciclopedias: anatomía, ocho tomos; ocho mil grandes páginas, de memoria; libro que se usa para consulta en otras partes. Terapéutica, dos tomos de dos mil páginas, y en el examen les exigen de memoria las dosis y el formulario, y así todo…

En los exámenes, como los profesores son jóvenes, los más intrigantes de la generación anterior, se lucen sobre el muchacho; no buscan qué sabe el muchacho, sino qué ignora, y se burlan de él… En los últimos dos años han enloquecido por sobremenaje y por humillación, cinco jóvenes.

¿Y el resto, las escuelas y colegios? En Colombia se paga a los maestros y los gastos de enseñanza con el producto de la venta de aguardiente… Esto nadie lo creería: que se envenene al pueblo, para educarlo.

¿Y los ingenieros? Allí sí son prácticos: les enseñan a contratar carreteras al mar, pavimentación de calles, formar Panamericanas de Construcción…

¿Y los arquitectos? Mirad, señores Magistrados, las casas de lámina de revista que hacen. Compran una colonial, con patio y aire y el alarife les levanta ahí una de lámina de revista yanqui, de adobe parado. Estos son la calle Lovaina de la Universidad, los alarifes. Ya no emboñigan, sino que revocan con piedra de Bogotá, y la casa que vende esa piedra, descuenta para el arquitecto el 20%. ¡Dizque piedra de Bogotá!

* * *

Conclusión: Miguel Ángel Álvarez es mísero segoviano oscurecido, habitante de espelunca, y su acto fue normal.

Señores Magistrados,

Fernando González

Fuente:

Periódico El Colombiano, Literario Dominical, Medellín, domingo 14 de febrero de 1999.