La libertad agresiva
de Fernando González

Por Alfredo Vanegas M.

“Alfredo Vanegas Montoya, integra, en estas breves páginas, una viva y palpitante síntesis biográfica del Mago de Otraparte. Extractando y ordenando trozos sangrantes escritos por aquel luminoso espíritu encarnado, logró realizar, como en certeras pinceladas, un soberbio retrato vivo del genial autor del ‘Libro de los viajes o de las presencias’”.

Félix Ángel Vallejo
Medellín, febrero 23 de 1976

“Un hombre como yo, que odia el ochenta y nueve por ciento de los procedimientos humanos en boga y de las opiniones en boga, pues al hombre en sí lo desprecio y a veces lloro por él…”.

Fernando González

Cúmplense doce años de la muerte de Fernando González y el séptimo de la desaparición de su cráneo que como él mismo dijera, citando a Goethe, era una vértebra hipertrofiada cual las espinas del rosal son hojas transformadas.

Cuando las realizaciones de los hombres los convierten en personajes de dominio popular, poco importan los antecedentes biográficos ya que la vida y obra se confunden. No obstante, anotaremos tangencialmente, que el “Mago de Otraparte” nació en Envigado el miércoles 24 de abril de 1895 en una casa situada en la calle 20 —denominada de Marceliano Vélez— distinguida con el número 15 – 44 y cerca de la plaza de mercado. Era descendiente de Don Lucas de Ochoa y López Alday quien, con otros colonizadores Españoles, especialmente Asturianos, pobló inicialmente a Envigado. Su recuerdo lo evocó con emoción en el Libro de los viajes o de las presencias. Por su indisciplina debió retirarse del Colegio de San Ignacio, regentado por los Jesuitas, para terminar el bachillerato en el Liceo de la Universidad de Antioquia. En el Alma Mater De La Raza se recibió de Abogado. Para optar su título presentó un original trabajo denominado Una tesis. Sus actividades posteriores, y muchas de la primera infancia están ampliamente descritas en sus obras. A sí mismo se describió en el Libro de los viajes, de este modo:

“… miraba, pero sin ver, a los buses y a los que pasaban; jugueteaba inconscientemente con el cayado de su bastón viejo, sin contera, acariciándolo; o bien, sobaba de para arriba sus cejas peludas, estirando luego los pelos más largos, y después las sobaba de para afuera, hacia las sienes, arreglándolas. Grandes órbitas oculares salientes; enormes senos frontales, sin duda. Los ojos encuevados allá, eran entonces inexpresivos. Tiene ojos muy cambiantes en color. Son como esos cielos mugrosos de los días lloviznados, en que hay mucho vapor de agua, el cielo está lechoso en todo su ámbito y nubes no densas cubren toda la montaña. Así eran entonces. Y cuando su universo interior se conmovía, empezaba el cambio de expresión y de color, hasta el verde gatuno, en la pugnacidad. Era como si todo lo que pensaba se asomase; como esos balcones de casas de los pueblos, en las plazas, en donde a cada momento se asoman, y nos parecen bellos, feos, alegres, tristes, según los asomados. Las cejas peludas eran como sobradillos de balcón también.

Este hombre, me dije, está como desnudo. Es hermético. Isabelita dice que nada sabe de él. No habla, pero está desnudo. Sabe uno quién es, qué piensa y siente, si lo mira a los ojos. Ahora está desocupado, está ido. Si le hablo, se irá.

Debo permanecer aquí al unísono con él. Si logro acompañarlo en su estar ido, su no estar en ninguna parte, no sentirá desagrado y se irá habituando a mí.

Entonces me dediqué a pensar en eso de los ojos y en las grandes venas, como lazos retorcidos, de sus sienes, y a observar discreta pero atentamente los queratomas, la seca y en parte muerta piel de su cara. Sobre todo en las orejas, que son grandes como tejos, había manchas muertas. Respecto de sus ojos resumí mis meditaciones en una frase que me gustó: el valor de los ojos es el de los que se vayan asomando a ellos, porque son balcones. La definición es: aquellos órganos por donde se asoman los de la casa”.

Este que era malo, pero que llevaba dentro de sí a otro que sabía cómo debe manejarse el bueno, trasegó por mundo que sólo ahora descubrimos. Cuando apareció, el 20 de Noviembre de 1933, El Hermafrodita dormido, afirmó la Editorial Juventud: “Libro de fuerte personalidad literaria, algo realmente nuevo en las letras hispánicas. Impresiones artísticas y político-sociales de Italia. El estudio psicológico más penetrante que se ha hecho de Mussolini. Entre desconcertantes paradojas, bellas imágenes, sarcasmos, frases descarnadas y sinceridades, terribles a veces, Fernando González dice verdades enormes, porque tiene el don poético de ahondar en las cosas”. Es que Fernando, como lo afirmó El Espectador, fue no sólo un exquisito filósofo, sino un erudito ensayista latinoamericano. Este aserto fue profusamente confirmado por la crítica internacional que en más de una ocasión de él se ocupó. Veamos:

Gabriela Mistral: “Los libros de Fernando me sacuden hondamente. Hay en él una riqueza tan viva, un fermento tan prodigioso que aquello me recuerda la irrupción de los almácigos en humus negro. ¡Es muy lindo estar tan vivo!”.

Luis Cano: “Fernando González despedaza la vida de Simón Bolívar con feroz adoración y persigue encarnizadamente, a través de unas páginas de magnífica violencia amorosa, todos los gestos y los momentos del Libertador y los enciende como carbones para quemar, sin que los consuma su propio misticismo fulgurante”.

Con similares conceptos se expresaron notables figuras del intelecto. Ellos bastarían para hacer un estudio de tan importantes y sesudas críticas. Mas, como ahora tratamos de su obra, volvamos a sus inmortales páginas. Sobre el método y la libertad afirma en Don Mirócletes:

“Ahora, ¿cómo se consigue manifestar por canales abiertos, sin embolias, la individualidad? Mediante métodos. Yo soy el hombre destinado para hablar de método. Cuando pronuncio esta palabra, salta dentro de mí el alma, así como el feto en la preñada. ¡Qué bello y qué raro; pero cuán lógico: Fernández, el de las embolias, el que no tiene personalidad, es el nuncio de la personalidad y el destructor de las embolias! Es porque nadie en la tierra aborrece a otro como yo aborrezco al hijo del alcohólico Mirócletes, al hombre que nació con dientes, como fruto madurado en alcohol, y que mordió a su madre en el pezón izquierdo… El hombre ha vivido en la miseria y el vicio, ha abusado y corrompido todos los sentidos y músculos; ha logrado hasta convertir la boca en vulva, hasta sentir placer en los hedores de la putrefacción. El hombre es hijo de Adán y éste era Mirócletes en el paraíso. Somos un enredo de embolias, semejantes a ovillos de hijo cuando un niño juega con ellos. Y resulta que nuestra bella individualidad no puede fluir por esos canales obstruidos. Hoy día, el hombre no manifiesta sino los vicios, las formas viciosas de obrar, y su alma está oculta, en espera de un libertador. El caso del hombre es el mismo de Manuel Fernández.

Nos libertaremos por medio de los métodos. Sométase cada cual a una disciplina; yo no deseo imponer las mías; las cuento como ejemplo. Método es modo de hacer una cosa. La virtud del método está en él mismo, en obligarse a vivir de un modo que no sea el heredado, aquel a que acostumbraron nuestras células los antepasados. ¿Qué me importan los antepasados? Yo debo autoexpresarme. En los actos a que estoy habituado se manifiestan Adán, Eva y Mirócletes Fernández; ahora me toca a mí. Por eso voy a darme un reglamento para hacer las cosas, aunque sea absurdo, aunque sea rezar el Padre Nuestro al revés. Mi objeto es destruir en mí la costumbre, y, cuando lo haya logrado, mi alma se aparecerá y tendremos un niño nuevo, una danza nueva, y no estas eternas cosas viciosas, heredadas, imitadas. ¡Cuán terriblemente perjudiciales y necios son los descendientes de grandes hombres: no hacen nada; están ahí como retratos, haciendo caras y esperando que la gente vaya a conocerlos…”.

Estas “blasfemias” generaron, obviamente, la reacción clerical. Enrique Uribe, Secretario del Arzobispo de Medellín, afirmó: “Por disposición del Excmo. Señor Arzobispo, el libro Don Mirócletes está prohibido y es pecado mortal reimprimirlo, leerlo, retenerlo, venderlo, traducirlo a otra lengua o prestarlo a los demás. Esta nota se basaba en la condena formulada por Monseñor Manuel José Caycedo, así: “…está prohibido bajo pecado mortal porque ataca los fundamentos de la religión y la moral con ideas evolucionistas, hace burla sacrílega de los dogmas de la Fe y con sarcasmos volterianos ridiculiza las personas y las cosas santas, trata de asuntos lascivos y está caracterizado por un sensualismo brutal que respiran todas sus páginas”. Mientras esto sucedía, Unamuno, Marañón, Miró, Vasconcelos y Azorín —indiscutibles valores de las letras hispanas— sentían “un placer interior por la obra extraordinaria y única que revela a los Españoles de la península de cuánto es capaz el genio psicológico de un criollo de Suramérica…”.

Después de viajes, publicaciones y conflictos internacionales —fue expulsado de Italia por El Duce— se radicó de nuevo en Envigado.

“Vi a Grecia y vi a Florencia y me volví para Envigado, a la Huerta del Alemán, que ahora se llama Otraparte. Envigado es escenario muy propicio para padecer y meditar: la gente es individualista y no se mete en nuestra vida. El valle es solemne y muy anchas y de muchos verdes las montañas que lo enmarcan. El clima es propicio a la edad vieja. Estoy bien en Envigado. Los dioses, muchos, están cerca y aman estas noches que son como días dormidos. Estoy mejor que en París o en Roma, que tanto me agradaron”.

Allí bajo las ceibas sembradas por Rengifo nos repetía sus coloquios con alguno de sus editores. Se empeñó el Maestro en no suprimir ni las palabras vulgares ni los versos negros:

“El editor me decía con mucha prudencia: — Suprímales esos pequeños lunares, pues quién quita que algún día la gloria… Me tentó. Al oír la mágica palabra se me apareció el busto de Verlaine en los jardines de Luxemburgo; se me presentó su gran cabeza deforme en donde siempre está posada una paloma: La Gloria. La mía será en Envigado, en el jardincito al frente de la Iglesia en donde me bautizaron, entre las ceibas de la plaza, y será un afrechero que se posará en mi cabeza deforme también… Pero a pesar de todo, a pesar de la gloria, no puedo suprimir una sílaba”.

Sus parientes mucho tuvieron que ver con la derecha colombiana —su esposa, Doña Margarita, es hija del ex presidente Carlos E. Restrepo— por ello, se le tuvo por Conservador. Mas, sus actos y conceptos en veces lesionaron la casta azul. En nota dejada al autor de este ensayo, en una de sus obras, afirmó:

“Alfredo: Usted es del Concejo. Pongan, por Dios, en el salón, los retratos de Pedro Uribe Restrepo y Luciano Restrepo Escobar, penúltimo y último Presidentes de Antioquia…, que dejó de existir de derecho, pero no de hecho. Eran Envigadeños. Y que el retrato de Mariano Ospina Rodríguez quede a su izquierda, debajo de ellos; que quede, porque escribió bien de Envigado en su biografía de José Félix, y debajo, porque su alma solapada de indio boyacense fue la que socavó poco a poco La Federación y puede ser llamado el padre de este feto monstruo, República de Colombia, capital Bogotá”. (Nov. 62).

Como por la misma época se iniciaba el M.R.L., al comentar la candidatura López frente a Valencia anotó:

“Defendí a los presos liberales en Antioquia después del nueve de abril. Ahora creo que la negativa a inscribir a López es una torpe rabulería. En Envigado votaré por los Lopistas de la Ayurá porque ahí está el negro Aniceto, el que fue policía. Vive en Buga. Creo que es el auténtico pueblo. No sé qué pensarán Félix Ángel (Vallejo), Carlos Mario (Londoño) y Gonzalo (Arango). El nieto de Don Pedro (López) será Presidente”.

Como por algo se le denomina “El Mago de Otraparte“, he aquí el presagio de su muerte:

“Mi primo Ramiro, un niño de cinco años, puso flores al diablo en un rincón de la casa —‘para que no lo vaya a quemar mucho en el infierno’—. Yo también quisiera comprar al juez que se sentará al borde de mi cama, veinticuatro horas antes de expirar, un día de estos catorce años siguientes, a liquidarme: 1931+14=1945. Entre 1931 y 1945 está ese día. El sol saldrá nublado o brillante. Las mujeres cuchichearán, y, como no han tenido tiempo de bañarse y componerse, olerán mal; mi agonía y muerte aterrarán a mis amigos y parientes; tendrán la boca seca y al otro día estarán persiguiendo a las cocineras. Así es la cosa”.

Acertó quizás en el espacio. En términos de tiempo falló por 19 años. El maestro ocupó su pequeño vestido de tierra el 16 de febrero de 1964. Luego se fue “la vértebra atrofiada” pero queda la eterna vivencia de su obra.

La Ayurá, Envigado, febrero de 1976

Fuente:

Periódico El Colombiano, Suplemento Dominical, 7 de marzo de 1976.