Los demonios sueltos

María Teresa Uribe de Hincapié

Dirigida por Marta Hincapié
Colombia, 2010 – 37 minutos

Una niña de 7 años emprende un largo viaje para asistir al sepelio de su abuelo, un jefe liberal del occidente del Departamento de Antioquia. Corre el año 1947 y la violencia bipartidista en Colombia está en ciernes. Meses después, Jorge Eliecer Gaitán, líder liberal, es asesinado. La niña era la hoy reconocida investigadora María Teresa Uribe de Hincapié. Ella, en ese viaje, descubre ese otro país al margen de la historia tradicional, el país de montaña y de selva, el país de amenaza, miedo y violencia, el país de los desterrados. Luego, a lo largo de sus años como socióloga y profesora universitaria, se dedica a investigar sobre estos temas y en especial a tratar de desentrañar cuáles demonios se soltaron en este país y por qué arrasaron de esa manera con los poblados, con las familias, con las personas. Colección Grandes Maestros, Universidad de Antioquia.

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Marta Isabel Hincapié (Medellín, 1964) es abogada, periodista y documentalista de la escuela CCEC de Barcelona, ciudad donde residió entre 1999 y 2009. Colaboradora habitual en espacios documentales de La 2 de Televisión Española, profesora de documental de la Universidad de Vic (Cataluña- España) y la escuela de cine ESCAC (Terrassa- Cataluña).

Vídeos recientes: “Binomis, Sonido + Imagen. Reflections” (CaixaForum de Barcelona), ópera “Roses de Gos” (Alberto Roig, Francesc Capella e Iban Beltrán), ópera “El Salón de Anubis” para el XII Festival Ópera de Butxaca-Teatro Nacional de Barcelona (de Toni Rumbau, Joan Amargós y Luca Valentino), Performance Multimedia Ciudad de Vic-Cataluña “La Mirada del Otro” (compañía de danza Lanónima Imperial / Juan Carlos García), ópera “Món de Guerres 1.714” para el Festival Grec de Barcelona y Festival de Música de Perelada (de Albert Mestres y Ramó Simó), obra de teatro “Do’m” (de Albert Mestres y Enric Casasses).

Documentales recientes: “El cuento de Héctor”, “Elvis”, “Un gimnasio de toda la vida”, “Desde el bus”, “Aquel sonido que hace el cine”, “Miguel Carvantes, solución de un enigma”, “Oficios con alma”, “Cartas desde la niebla”, “Piel”, “Héctor ha vuelto”, “Los demonios sueltos”.

Martahincapie.blogspot.com

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A mi amiga Martha Hincapié, la mueve la desazón, la inquietud; su caminar se dirige siempre a cuestionar lo aceptado, indagar en lo ya sabido. Así, sus documentales ingresan siempre en zonas en las que la mirada común no reconoce inquietud alguna y en espacios en los que pareciera no haber nada. Por ello nos sorprenden, nos dejan una tremenda incomodidad; mas no se trata de espacios físicos, la mirada que se abre en el ojo de la cámara, no se detiene en paisajes o imágenes bellas, los espacios son rostros y los rostros son los espacios de la geografía interior de sus personajes; geografía interior que se revela nuestra y que pone de presente olvidos y amnesias por donde la vida, palpitante e inquieta, ha sido olvidada.

Marta Cecilia Vélez
Cinematria.blogspot.com

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Las imágenes recorren emociones que desnudan almas, sentidos que se encuentran de improviso, provocando al espectador un prolongado silencio, un reflexivo estado de ánimo y una tímida confesión con los pensamientos propios. Así es como le quedan el cuerpo y la mente al espectador cada vez que asiste a una historia que nos cuenta Marta Hincapié Uribe en el territorio de la pantalla cinematográfica.

Educada como documentalista bajo luces artificiales, se llevó su aprendizaje al exilio europeo y al campo de batalla audiovisual español, donde imitó, perdón, donde elevó la célebre frase de Julio César a un signo que fue propio de su trabajo en el siempre espinoso campo del documental: “Vio, llegó y venció”. Y en un lugar tan competitivo con ciudades cargadas de proyectos audiovisuales como Madrid, Valencia o Barcelona, ella supo a qué enfrentarse, trabajó duro y hoy su nombre es reconocido gracias a su tenacidad.

“Los demonios sueltos” abre una nueva etapa en la carrera de esta digna y necesaria documentalista. En sus trabajos vemos, aliñados en sus planos, en sus fraseos, en sus ediciones, gotas de Haneke, perfume de Herzog y soplo de Angelopoulos, grandes referentes para todo profesional de la imagen en movimiento. Sus documentales arrancan la cabellera del espectador, sacuden los bombeos del músculo más fuerte del organismo y dejan un reguero de carreteras abiertas a la emoción.

En el iceberg de su doctrina cinematográfica, esta realizadora navega siempre al filo de la ola más devastadora que escupe el mar; no tiene miedo ante semejante cresta de espuma, sal y agua, porque tras el mareo de la marea alta, siempre llega la calma, y sus trabajos transmiten eso, viajes extremos por las emociones y un final de trayecto sereno, silencioso.

Uno de sus valores como documentalista y que pocos profesionales poseen es el riesgo de ir hasta el final de la aventura que escribe, transforma en imagen y convierte en documental. Sus historias reales son narraciones que los espectadores se quedan como propias. Hacen reflexionar, y mucho, en una época donde la sociedad está dejando de hacerlo. Por eso su trabajo es tan necesario y su ideario resulta tan importante para nosotros como espectadores de la realidad que nos abrasa cada día.

Manel Dalmau

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Los demonios sueltos - Marta Hincapié

María Teresa Uribe de Hincapié

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La nueva lista negra

A propósito del artículo “Las confesiones de los García” publicado por El Espectador el 17 abril de 2010, Sofía Hincapié (13 años), sobrina de Marta y nieta de María Teresa Uribe de Hincapié, escribió el siguiente texto, publicado en la sección Cartas de los lectores del mismo diario.

Por Sofía Hincapié Vargas

Hoy ya no está el señor Carlos Castaño, pero sí está el ex director del DAS. No sé dónde podrá encontrarse, pero donde esté debe estar concertando con un grupo político homogéneo en su causa la próxima lista para acabar con los indeseables revolucionarios o “guerrilleros” de este país.

La lista debe estar encabezada por mis hermanos y yo. ¿Quién más que nosotros podríamos ser unos terroristas en potencia?

Claro, crecimos entre todas las historias contadas desde una mesa y comiendo fríjoles todos los sábados, sin falta, donde mi abuelita Teresa. Este es un almuerzo de carnaval, donde cada uno de los integrantes de la familia se desahoga con lo que tiene atrancado de la semana. Este es nuestro sitio seguro para decir cosas y opinar con libertad.

Es allí donde mi abuela, con toda la delicadeza y dulzura, nos enseña, por ejemplo, cómo hacer explotar una bomba. Sí, una bomba cargada de sabiduría, respeto por el prójimo, sensibilidad y solidaridad, entre historias de batallas y guerras donde la principal arma son las letras, los libros de personas que, como ella, quieren un mundo mejor y más incluyente, donde todos tengamos derechos iguales, donde todos tengamos acceso al estudio, al saber, a comer y a trabajar en un mundo de igualdad.

Es en ese almuerzo donde concertamos y discutimos problemas de pobres, ricos, católicos y ateos. Todo dentro de un respeto profundo por el otro, sin importar los gustos o preferencias de cada ser humano, sino, más bien, el fondo de algún problema que nos desvela en la semana.

Esto nos ha hecho a mis hermanos y a mí susceptibles de ser blanco de los que quieren asesinar a los que hemos nacido en un hogar afortunado, donde sí se aplica la verdadera democracia, donde reconocemos que por muy familia que seamos, somos todos distintos y pensamos todos diferente, pero cada uno de nosotros está comprometido a luchar por un país mucho mejor.

Aquellas bombas de fabricación casera que nos enseñó a hacer mi abuela los sábados en familia las hacemos explotar los lunes en nuestros colegios y universidades, ante nuestros compañeros, que lastimosamente resultan heridos al saber que los sábados nos enriquecemos de saber, del deber ser, de buscar la felicidad, de poder, poquito a poquito, despojarnos de la ignorancia de creer que acumular por acumular objetos materiales no es sinónimo de felicidad.

La verdad sea dicha, lastimamos a nuestros amiguitos de colegio contándoles historias de misterio y terror que oíamos donde mi abuela, por ejemplo, cuántos niños formaban parte de la lista de los huérfanos o los que morían por hambre, o cuántos desplazados había por la violencia de los bandos, los cuales ahora ni nunca supe si estaban bajo las leyes o por fuera de ellas. De todas maneras eso en Colombia viene a ser lo mismo.

Mi hermana Sara Luisa debe ser la más terrorista de los tres nietos de mi abuela. Ella llora cada vez que ve una injusticia, cada vez que hay un niño en la calle despojado de todos los derechos que la Constitución le otorga: el estudio, la seguridad, la salud, etc. Ella ha aprendido de mi abuela que la violencia genera más violencia, que el país tiene que cambiar, que TODOS cabemos en él, siempre y cuando cumplamos las leyes y respetemos profundamente la democracia. Esto en el país no existe, o por lo menos no se cumple.

Mi hermano Guillermo no llora como Sara: él es fuerte, inteligente y sabe tenazmente de historia universal; eso también lo aprendió de mi abuela, pues ella lo repite constantemente: el que no conoce la historia está condenado a repetirla. Guillermo, mi hermano, también sabe de historia de luchas y combates griegos y romanos y del Libertador Simón Bolívar. También se sabe la de mi bisabuelo Eduardo, médico del pueblo y para el pueblo, cuya satisfacción de curar y no atesorar lo llevó a gastar lo poco que tenía en remedios para sus pacientes pobres. (Mi bisabuelo sería un perfecto blanco de las balas asesinas si estuviera vivo).

Yo, que soy la tercera en la lista negra y la tercera nieta de mi abuela, que tengo 13 años y ya estoy dentro de las filas del terrorismo de este país, fui entrenada también por ella para combatir, hacer explotar y derrumbar el hambre, el odio y la violencia. Cambiar la forma de hacer política, una política transparente, dirigida por gente honesta e incorrupta, donde haya igualdad y no existan brechas tan grandes entre los colombianos.

Mi tía Anita, hija de mi abuela y médica como mi bisabuelo, está ayudando al terrorismo con su estudio riguroso y haciendo ciencia.

Mi otra tía, Martica, que brinca entre cámaras de video y muchos sueños para armar historias, maneja cámaras de poder, poder para hacer cine…

Mi padre, el hijo mayor de mi abuela: sabio, paciente, tolerante. Siempre está agarrando un arma, el arma del respeto incondicional que nos regala cada día a sus hijos, padres, hermanas y a su esposa. Al profesional intachable, al ciudadano impecable, al ingeniero civil que construye progreso, ese que fue criado por mi abuela en medio de la liberación femenina, la paz, el amor, es un terrorista.

Mi abuelo, Guillermo Hincapié Orozco, otro sabio intelectual, paciente y respetuoso señor, también siempre planeando ataques contra sus nietos, ataques de crucigramas, libros, risas y buena escritura.

Esta familia, y me atrevería a decir que la que viene en camino también, va a continuar y a perfeccionar todas las enseñanzas que nuestra profesora de ética, historia y política nos ha instruido, y es por esto que mis hermanos y yo estaremos inscritos en alguna lista de terroristas y, lo que es peor aún, sabiendo nuestro destino, no vamos a dejar de repetir las enseñanzas de una grande como es mi abuela, que pudo ver la luz en la oscuridad de la caverna.

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Sofía Hincapié Vargas
. Estudiante, Colegio Alemán, grado 8. Nieta de María Teresa Uribe de Hincapié, mujer que ha pertenecido a la lista de elegidos para ser asesinados, por haber luchado de la mano del “saber” y por haber entregado todos sus años a formar personas desde lo ético y lo estrictamente profesional, a confrontar ideas terroristas y asesinas, vinieran de donde vinieran, fueran de la derecha o de la izquierda, de arriba o de abajo, una mujer que dedicó todo su tiempo de lunes a domingo (no incluido el sábado) a estudiar la forma de encontrar un mundo mejor para cada uno de los colombianos. Y por supuesto, de su familia.

Fuente:

El Espectador, domingo 6 de junio de 2010, sección “Cartas de nuestros lectores”.

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María Teresa Uribe de Hincapié,
creadora de pensamiento

El valor civil de
una intelectual

Como ensayista, la profesora no ha olvidado su compromiso de ciudadana; como ciudadana, no ha descuidado el pensamiento que transforma. Una mujer trascendental para Antioquia.

Por Juan Bernardo Rosario Duque

Quizás “la profe”, como muchos por tantos años le han llamado, crea que no ha tenido ni el tiempo, ni sobre todo la tranquilidad necesaria para desarrollar una carrera humanista más útil socialmente o compuesta por obras de mayor aliento, de mayor duración.

Y ahora que el gobierno de la ciudad, entre otras instituciones, le hace por fin un homenaje a quien tanto le ha servido, es bueno recordarle a la profesora María Teresa Uribe que, aunque cortas o contingentes, sus reflexiones para nada han carecido de validez, pertinencia y sobre todo de utilidad.

Y al ver, desde esta fecha y hora, buena parte de la obra intelectual de María Teresa Uribe de Hincapié, podemos encontrar coherencia ética y académica, sumada a un compromiso vital con los ciudadanos y ciudadanas con los que en estos años ha compartido el espacio regional y local.

Como en Hannah Arendt podemos ver en ella a una teórica política comprometida con su tiempo y sus congéneres. Una mujer que como Arendt ha creído en eso de humanidad que todos tenemos, a pesar de estar arrojados contra nosotros mismos y vivir un mundo signado por el consumo y el sometimiento, rutinarias labores diarias que nos condenan a no ser.

Y María Teresa, con un valor civil extraordinario, ha estado en la esfera pública local y nacional, proponiendo, debatiendo en esta época extraordinaria pero difícil y en un siglo, como el siglo XX en el que mientras más conocimientos y tecnologías creó, más destrucción humana y material produjo.

Claro, también la época más difícil, más violenta para esta región, para esta ciudad y para su casa de estudios, la Universidad de Antioquia. María Teresa Uribe vio morir a muchos colegas y alumnos en el desangre de los años 80 y 90 del siglo XX que azotó a la ciudad y al Alma Mater.

Compromiso de entendimiento

La violencia que nos azotó en esos años, y a la que le unían lazos profundos, para muchos invisibles, con las violencias anteriores y con las guerras civiles decimonónicas, rebasó la capacidad analítica y las categorías de interpretación de casi toda la comunidad universitaria y de muchos investigadores sociales, ONG, y defensores de derechos humanos que intentaban, más que analizar o proponer, seguir señalando responsables y seguir reduciendo estas violencias desatadas a terrorismos de Estado y guerras sucias; que olvidaban la enorme violencia social, sin origen político, que sufríamos y que seguían atizando muchas veces el fuego con discursos de manual.

En medio de organizaciones sociales ultrapolitizadas y de escasa capacidad reflexiva, muchas veces los textos, las conferencias, las propuestas de María Teresa Uribe no sólo fueron refrescantes, no sólo fueron útiles, sino que variaron la opinión y los marcos en los que se producían análisis sociales y ella, con otros, contribuyó a producir un sano debate y la generación de marcos novedosos de interpretación que alentaron un cambio sustancial en la forma de entender la violencia y el conflicto que sufríamos y de variar las formas en las que la acción política y social se había desarrollado hasta ese momento.

Quizás entonces, podría afirmarse que uno de los campos más prolíficos de la actuación académica de la profesora Uribe ha sido el de ensayar nuevos caminos metodológicos para re-presentar la historia colombiana, entendiéndola desde el proceso de formación de la nación.

Desde el libro Poderes y Regiones: problemas de la constitución de la nación colombiana, escrito con el profesor Jesús María Álvarez y publicado en el año de 1987, hasta La Guerra por las Soberanías: Memorias y relatos en la guerra civil de 1859 – 1862 en Colombia, publicado en el año 2008, con el que culminó, en asocio de la profesora Liliana María López, un profundo reconocimiento de las narraciones y los discursos presentes en las guerras civiles colombianas, desde el año de 1839 hasta el año de 1862, la principal pregunta que María Teresa Uribe se hace, y nos hace, es por las particularidades de nuestro proceso de conformación nacional y por las consecuencias sociales y políticas que esta particular y accidentada historia tiene sobre nuestro agitado presente.

Mestizajes reinterpretados

Y para esto en uno de esos textos vuelve a citar quizás uno de los más lúcidos documentos políticos producidos en América Latina, la Carta de Jamaica, escrita por un exilado y melancólico Simón Bolívar, que intenta reflexionar sobre su primer intento libertador terminado en fracaso en tierras de Venezuela, en donde afirma: “No somos indios ni europeos sino una especie intermedia entre los legítimos dueños del país y sus usurpadores”. Esa afirmación clave sobre nuestra particularidad o novedad, que por primera vez quizás era señalada y que amerita opciones y propuestas nuevas.

De ahí esas inquietudes por el mestizaje de nuestra ciudadanía, por la complejidad de nuestros órdenes políticos y sociales y el llamado a entender esas particulares condiciones de nuestra conformación, para que rompiendo con el complejo de no haber podido ser modernos e ilustrados a la europea o a la anglosajona, dejemos de correr tras lo que no pudimos alcanzar en su momento e intentar procesos políticos y sociales propios más no autárquicos.

Tomando sólo este campo de reflexión y dejando de lado muchos más en los que ella ha intervenido, podemos entender el significado de la obra vital de la profesora María Teresa Uribe, una ciudadana que se ha hecho participe de los tiempos difíciles por los que hemos pasado y en consecuencia se ha sentido con el deber de poner sus esfuerzos, sus energías, al servicio de esta sociedad en tantas cosas injusta, en tantas cosas necesitada de cambios sustanciales.

Sin duda, por lo menos en la región antioqueña, ha sido la ensayista por excelencia, sin duda, en el campo de las ciencias humanas, en Colombia María Teresa Uribe de Hincapié está entre los mejores.

Fuente:

El Mundo, viernes 10 de octubre de 2008, sección “Palabra y obra”.