Los libros que nos agradan…

Conversaciones sobre
los libros y autores
que le agradaron a
Fernando González

Friedrich Nietzsche

Invitado: Frank Bedoya
—Noviembre 2 de 2019—

Libreta de Fernando González con algunos de los escritores que le agradaban

* * *

Sin darnos cuenta nos habíamos salido de Georgia e íbamos por unas calles, hacia oriente, las que al final desembocan en unas mangas que bordean un riachuelo. Es paraje solitario y silencioso, muy agradable. Y de pronto se detuvo y me dijo: «Qué bueno que hubiéramos comprado aquí, cuando la tierra estaba barata, un solar, y ahora podríamos construir un salón para venir a beber café, a conversar y a leer. Tendríamos una biblioteca con sólo los libros que nos agradan».

Fernando González

Citado por Félix Ángel Vallejo en
Retrato vivo de Fernando González

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Friedrich Nietzsche (1844 - 1900)

Friedrich Nietzsche (Röcken, actual Alemania, 1844 – Weimar, id., 1900) fue un filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras estudiar Filología Clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, a los veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado por el academicismo universitario. La vida del filósofo fue volviéndose cada vez más retirada y amarga a medida que avanzaba en edad y se intensificaban los síntomas de su enfermedad, la sífilis. En 1882 pretendió en matrimonio a la poetisa Lou Andreas-Salomé, por quien fue rechazado, tras lo cual se recluyó definitivamente en su trabajo.

Entre las divisiones que se han propuesto para las obras de Nietzsche, quizá la más sincrética sea la que distingue entre un primer período de crítica de la cultura y un segundo período de madurez en el que sus obras adquieren un tono más metafísico, al tiempo que se vuelven más aforísticas y herméticas. Si el primer aspecto fue el que más impacto causó en su época, la interpretación posterior, a partir de Heidegger, se ha fijado sobre todo en sus últimas obras.

Como crítico de la cultura occidental, Nietzsche considera que su sentido ha sido siempre reprimir la vida (lo dionisíaco) en nombre del racionalismo y de la moral (lo apolíneo); la filosofía, que desde Platón ha transmitido la imagen de un mundo inalterable de esencias, y el cristianismo, que propugna idéntico esencialismo moral, terminan por instaurar una sociedad del resentimiento, en la que el momento presente y la infinita variedad de la vida son anulados en nombre de una vida y un orden ultraterrenos, en los que el hombre alivia su angustia.

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Frank David Bedoya Muñoz (Medellín, 1978) es historiador de la Universidad Nacional de Colombia y fundador de la Escuela Zaratustra (actualmente Grupo Sofos). Se ha desempeñado como profesor, formador político en la Empresa Socialista de Riego Río Tiznado en la República Bolivariana de Venezuela, contralor auxiliar en la Contraloría General de Antioquia, asesor en el Congreso de la República de Colombia y conferencista especializado en los procesos de la Independencia en América Latina. Entre otros libros, ha publicado 1815: Bolívar le escribe a Suramérica y En lo alto de un barranco hay un caminito, obra que reúne cinco relatos, un ensayo y dos conferencias sobre la vida y obra del Libertador Simón Bolívar.

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Yo no soy irreligioso. El hombre es algo, es tolerable, por las religiones. Estas lo forman y lo ascienden. Entiendo por religión un ideal de conducta, por ejemplo un ser ideal (Dios) como modelo al que uno tiende a asemejarse. De ahí el control y la disciplina de donde va saliendo la obra de arte que se llamará El Hombre. Hoy somos aún subhombres, monos pervertidos.

Al hombre no se le puede quitar la religión (idea de perfeccionamiento); el hombre es artificial, un ser relativo…

De ahí viene la tragedia de Nietzsche, el ateo, el solitario más solo. Comenzó al perder al amigo, al perder a su dios, que era Wagner. «¿Por qué soy todo luz?».

El hombre al ascender se va quedando solo y al fin no le queda sino el amor a la grandeza. Pero no basta la grandeza abstracta, no personificada. Lou Salomé se asustó como un ciervo. ¡Pobre Nietzsche, creer que una mujer podía gozar en su corazón volcánico! El jesuítico Paul Ree se llevó a Lou Salomé.

El régimen nietzscheano no era para ninguno. Hay que tener un dios concreto, un amor personificado. «¿Por qué soy todo luz?». Todo amor, debió decir. Sus éxtasis eran como los de Santa Teresa. Pero su amor era abstracto. Lloraba cuando la visión del retorno eterno.

El hombre tiene que tener dios porque no es absoluto. Dios, encarnado en un amigo, en alguien que sirva de interlocutor y de escala. El hombre es el que da y recibe, el que cambia. «No es bueno que Adán esté solo».

Lo que sucede es que la religión va ascendiendo con los creyentes. Quitadme mi religión y tendréis el animal inmundo en toda su desnudez. ¡Cómo brilla para mí esta verdad!

[…]

Estuve leyendo la vida de Federico Nietzsche. Me entristece esta vida noble de un ser que buscaba el amor y el arte y sólo encontraba bajeza. Era muy bueno, muy alto, muy grande. Quien puede ser amigo como él, es muy grande. Su muerte, sus editores, su… ¡todo es conmovedor!

Fernando González

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Así habló Zaratustra

Fragmento

Por Friedrich Nietzsche

Cuando Zaratustra cumplió los treinta años, dejó su patria y el lago de su patria y se marchó a las montañas. Aquí disfrutó de su mente y de su soledad y no se cansó de ambas en diez años. Finalmente, sin embargo, su corazón se transformó, y una mañana se levantó con la luz del alba, se colocó frente al sol y le dijo:

¡Gran astro! ¡Cuál sería tu suerte, si no tuvieras a quienes alumbras!

Durante diez años has venido a mi cueva: estarías harto de tu luz y de este camino sin mí, sin mi águila y sin mi serpiente.

Pero nosotros te esperamos cada mañana, tomamos de ti lo que te sobraba y te bendecimos por ello.

¡Mira! Estoy ahíto de mi sabiduría, como la abeja que ha recogido demasiada miel, necesito de las manos que se extienden.

Querría regalar y repartir, hasta que los sabios de entre los humanos de nuevo se alegren de su necedad y los pobres de su riqueza.

Para ello debo subir hasta la profundidad: ¡como tú haces por la noche, cuando caminas por detrás del mar y también llevas luz al submundo, astro hiperabundante!

Debo, al igual que tú, «descender», como dicen los humanos, hacia los que quiero bajar.

Así pues, ¡bendíceme, ojo apacible, que puedes mirar sin envidia incluso una felicidad excesiva!

¡Bendice el vaso que quiere rebosar, que el agua fluya dorada de él y lleve a todas partes el resplandor de tu deleite!

¡Mira! Este vaso quiere estar de nuevo vacío, y Zaratustra quiere ser de nuevo humano.

Así comenzó el descenso de Zaratustra.

2

Zaratustra bajó solo de la montaña y nadie le salió al encuentro. Cuando entró en los bosques, sin embargo, apareció de pronto un anciano frente a él, que había dejado su solemne cabaña para buscar raíces en el bosque. Y así habló el anciano a Zaratustra:

No me es extraño este caminante: hace algunos años pasó por aquí. Zaratustra se llamaba; pero se ha transformado. Entonces llevabas tu ceniza a la montaña: ¿quieres hoy llevar tu fuego a los valles? ¿No temes el castigo que se da al incendiario?

Sí, reconozco a Zaratustra. Puro es su ojo, y en su boca no se esconde lo repugnante. ¿No camina por tanto como un bailarín?

Transformado está Zaratustra, en un niño se ha vuelto Zaratustra, un hombre que ha despertado es Zaratustra: ¿que quieres ahora entre los que duermen?

Como en el mar viviste en la soledad, y el mar te llevó: ten cuidado, ¿pretendes desembarcar en tierra? Ten cuidado, ¿quieres arrastrar de nuevo tú mismo tu cuerpo?

Zaratustra respondió:

—Amo a los hombres.

—¿Por qué —dijo el santo— me marché yo al bosque y a la desolación? ¿No fue porque amaba demasiado a los hombres? Ahora amo a Dios: a los hombres no les amo. El hombre me parece una cosa sin terminar. El amor a los hombres me mataría.

Zaratustra respondió:

—¡Qué decía yo del amor! Les llevo a los hombres un regalo.

No les des nada —dijo el santo—. Quítales mejor algo de peso y ayúdales a sobrellevarlo, es lo que mejor les hará: ¡si te hace bien a ti! Y si quieres darles algo, no les des más que limosna, ¡y deja que te la mendiguen!

—No —respondió Zaratustra— no doy ninguna limosna. Ya soy suficientemente pobre.

El santo se rió de Zaratustra y le dijo así:

—¡Pues verás cómo se apropian de tus tesoros! Son desconfiados con los ermitaños y no creen que vengamos a regalarles nada. Nuestros pasos les suenan demasiado solitarios por las callejas. Y cuando oyen caminar a un hombre por la noche desde sus camas, mucho antes de que el sol se levante, se preguntan: ¿a dónde irá el ladrón? ¡No vayas donde los hombres y quédate en los bosques! ¡Vé mejor aun donde los animales! ¿Por qué no quieres ser como yo, un oso entre osos, un pájaro entre pájaros?

—¿Y qué hace el santo en los bosques? —preguntó Zaratustra.

El santo le respondió:

—Hago canciones y las canto, y cuando hago canciones, río, lloro y gruño: así glorifico a Dios. Con canto, lloro, risa y gruñidos glorifico al Dios que es mi Dios. ¿Pero qué nos traes como regalo?

Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras, se despidió del santo y dijo:

—¡Qué tendría yo para daros! ¡Pero dejadme que me vaya rápido, antes de que os quite nada!

Y así se separaron el uno del otro, el anciano y el hombre, sonriendo como sonríen dos muchachos.

Pero cuando Zaratustra estuvo solo, habló también a su corazón:

—¡Será acaso posible! ¡Este viejo santón no ha oído nada en su bosque de que Dios ha muerto!

Fuente:

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