Boletín n.º 154
Mayo 18 de 2018

Día Internacional
de los Museos

Los cuadernos de
Fernando González

Fernando González Ochoa (1895 - 1964)

Fernando González Ochoa
(1895 – 1964)

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La Corporación Otraparte se une a la celebración del Día Internacional de los Museos (Mayo 18) compartiendo con sus amigos diversos textos e imágenes relacionados con la obra de Fernando González. El Comité Consultivo del Consejo Internacional de Museos (ICOM) propone cada año un tema que los museos pueden utilizar para valorizar su posición en el seno de la sociedad. El de 2018 es «Museos hiperconectados: enfoques nuevos, públicos nuevos».

En la actualidad gozamos de una nueva concepción de museo. Ya no es sólo el lugar en el que podemos acceder a un conjunto de colecciones que hablan de nuestra historia, el arte o la ciencia. Ya no es solamente el lugar perfecto para recrear la mirada y adentrarnos en el silencio reflexivo, sino que se abre a otras percepciones estéticas, involucra todos nuestros sentidos y nuestra capacidad de dialogar con aquello que observamos.

La Casa Museo Otraparte ofrece diariamente una atmósfera que se reinventa en cada rincón. Un aire que habla de otros tiempos, pero sobre todo del futuro, de lo que vendrá a partir del intercambio de experiencias, de la conversación animada en torno a un libro, a un tema de actualidad, o simplemente en torno a las pequeñas aventuras cotidianas. En ese momento en el que la casa o sus jardines detienen por un segundo el tráfago de la rutina y les regala a sus visitantes una pregunta, una sonrisa, un deseo de emprender el viaje hacia ellos mismos, ya ha cumplido su misión de museo, es decir, de inspiración, de aguijón estético y metafísico.

Son muchas las riquezas y los secretos que guarda discretamente en sus cajones, en el color de sus vitrales, en la frescura de sus paredes blancas, en la sobriedad de todo cuanto la habita. Allí esperan amorosamente a que la mirada y el interés táctil de un visitante puedan encontrarlos, darles un nuevo sentido a su existencia, rescatarlos de la bruma de un solo significado, de una sola realidad. Son también nuestras experiencias parte importante de un legado humano y universal construido por todos. Y Otraparte, como muchos otros lugares en el mundo, lugares que se ramifican y conforman un enorme tejido que nos cobija y nos alimenta, quiere propiciar en sus espacios y jardines estos hallazgos fundamentales del ser, esta búsqueda de conciencia, de memoria, esta sensibilidad que nos permita ir adelante, el «progredere» al que nos invita Fernando González.

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Día Internacional de los Museos 2018

Día Internacional
de los Museos 2018
Icom.museum

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¿Qué me gusta? Ayer me preguntaba Félix: «¿Qué te gusta para trabajar?». Examiné despacio, y no me gusta ser abogado, ni gobernador, ni periodista, ni comerciante o industrial. Únicamente me gusta pensar, estar pensando por ahí, de pie bajo los árboles, sentado en el excusado o paseando despacio por lugares desiertos. Claro que habría sido mejor ser hombre de iglesia, pues el sacerdote está todo el día por ahí, confesando muchachas, y no le impiden los negocios. Las muchachas son para mí un excitante del pensamiento; no es propiamente que yo sea carnal, como lo veremos, sino que cuando hay muchachas en mi vida, se me ponen los problemas morales. Me excitan. Lo he visto muy claro ahora, cuando me vine de Marsella, a causa del cruel Mussolini. Me paseo por Medellín, por los atrios de las catedrales o por las calles del comercio, y no veo los negocios, las cosas que se pueden vender más caras. Me repugna el periodismo y conversar de nombramientos, o sea, de política colombiana. Los amigos me miran con lástima, como a ser inútil. Como miran a los eclesiásticos…

Con Félix, me detengo frente a la casa donde vive la hija de un jefe conservador, enriquecido a causa de trabajar en el Congreso; esa hija del político tiene ojos de languidez de entrega tal, que se me ponen los problemas teológicos. Y digo: «Hay instantes en que quisiera haber muerto; pero, compréndeme, quisiera haber muerto, y si me ofrecieran diez mil años de vida, los aceptaría. Mejor dicho, la vida fenoménica es un mal, un sufrimiento, pero es una posibilidad. Una vez muertos, hay una liquidación y tenemos definitivamente la cantidad de conciencia adquirida; ya no existimos sino que somos. Aceptaría, agrego, mientras la hija del congresista abre la ventana, diez mil años de experimentación, para aumentar mi conciencia».

Cuento esto para que se vea cómo, a pesar de ni siquiera haber hablado con la hija del conservador, ella me ayuda a que se me pongan los problemas. Pues lo mismo sucedió con Teanós y con Toní: allá las dejé vírgenes en las orillas del Huveaune, pero me preñaron a mí de remordimiento. Hoy sé por qué progresa moralmente el hombre; conozco el mecanismo del libre albedrío, a causa de estas dos mujeres.

Por eso, mis novelas no acaban; en ellas, la gente no se casa; a veces se muere, así como mueren los seres reales, porque estaban viejos o enfermos. Ayer examiné un libro de Chejov y vi que Andrés Efimich se murió en el último capítulo, a consecuencia de los dos primeros. En los míos, no: Toní no se muere, ni se casa, ni le sucede nada. Se queda virgen; casi no trato de ella en mis cuadernos de Marsella, y, sin embargo, es trascendental, eje de los problemas que se me pusieron, incitadora de mi actividad, materia de mi experimentación, y madre de un hijo que tuve y que me sirve para explicar el mecanismo del progreso: El remordimiento.

Fernando González

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Primera página de «Una tesis» de Fernando González Ochoa

Primera página de Una tesis.

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Mecanuscrito de la última parte de «Mi Simón Bolívar»

Mecanuscrito de la última
parte de Mi Simón Bolívar.

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Álbum de recortes de Fernando González y Margarita Restrepo

Álbum de recortes de Fernando
González y Margarita Restrepo.

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Fernando González, narrador

Qué humor, qué oído para el lenguaje, para el habla. […] Quizá el mayor humor sin estridencias de Fernando González. […] Justamente la vida, arroyos, ríos de vida. Donde quiera que Ud. toca: vida.

Thornton Wilder, sobre Don Benjamín,
jesuita predicador
, novela (o lo que sea) de F. G.

Por Elkin Obregón S.

Hace muchos años, unos cuantos ociosos pusimos sobre el tapete un ocioso tema, cuál era el mejor escritor colombiano. Se vivía ya en pleno gabismo, pero Benjamín Botero (q.e.p.d.) y este cronista se decidieron por Fernando González.

Oficiábamos, como todos, en el culto a Gabo, pero, parodiando al poeta Pombo, optamos por oráculos más altos. Al menos, por uno. No nos referíamos, creo, al autor de esa obra magnífica, larga confesión de agonías, de búsquedas, de hallazgos, de epifanías. Aludíamos más bien al simple y llano hecho de escribir; y me reafirmo: su sola manera de decir las cosas es tan bella como lo que dice.

Produce placer degustar esa habla fresca, rotunda, escueta, elocuente; un habla que no se propone ser hermosa, pero que lo es como ninguna otra, y fluye siempre, llena de burlas e improperios; pero también, y sobre todo, de amor. Pues eso: por curiosa paradoja, la magnitud de ese corpus espléndido oculta un poco el brillo de su lenguaje. Para no entrar en complicaciones, lector, te remito a la revista Antioquia (referente en buena parte de lo que aquí se está diciendo), publicada por González a lo largo de varios años (1936-1945) y que en sabia hora editó en un solo tomo (en 1997) la Universidad de Antioquia. Del estupendo prólogo de Alberto Aguirre cito dos párrafos que me vienen a cuento; en uno opone al «lenguaje melifluo» de los escritores colombianos el «verbo descarnado» del envigadeño. En otro, se refiere así a su prosa: «Límpida, translúcida, de un sobrio hálito poético». Y concluye: «Es un deleite leer la prosa de Fernando González».

Quod erat demonstrandum.

Nota. Le robé el título de esta croniquita a Miguel Escobar Calle, quien, a propósito de Don Benjamín… enfatizó en esas páginas de González su vocación de narrador. Muchos aciertos debemos a Miguel Escobar, cuya obra, dispersa en prólogos, notas y conferencias, pide a gritos un libro. Editores no faltan.

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Coda

En su espacio semanal de El Colombiano, Ernesto Ochoa Moreno dedica una columna al libro Para leer a Fernando González, al que juzga con justicia el más completo estudio sobre el pensamiento del filósofo de Otraparte.

Al final del bachillerato fui condiscípulo de su autor, Alberto Restrepo González, al que llamábamos «el envigadeño»; era un joven apacible y cordial, apreciado por todos. A ese aprecio se agregó un profundo respeto a raíz de un episodio en la clase de literatura en el que Restrepo demostró una dignidad y una entereza cuyo recuerdo nunca me abandona. Estas pocas líneas me impiden memorarlo como se debe. Tú te lo pierdes.

Fuente:

Obregón S., Elkin. «Fernando González, narrador». Periódico Universo Centro, n.º 92, Medellín, columna de opinión Caído del zarzo, noviembre de 2017.

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Caricatura de Fernando González por Diego Roldán

Fernando González
Caricatura © Diego Roldán