Un Mago se aparece
en el Matacandelas

Por John Saldarriaga

Fernando González llegó al teatro. Y pensar que él no hablaba para nada bien de éste.

El Mago de Otraparte llegó a la escena del Matacandelas para hacer una Velada Metafísica.

Fueron dos años de preparación. De lecturas y experimentos. De pensar si alguien debía encarnarlo o si debía ser personaje ausente.

Y doce años de postergación. Su pensamiento ha estado siempre tan presente entre los que iluminan este colectivo teatral —Fernando Pessoa, Estanislao Zuleta, Baudelaire…— que cuando montaban Angelitos empantanados, de Caicedo; Los ciegos, de Maeterlinck; Juegos nocturnos 2, de Jarry, entre los integrantes afloraba la pregunta: ¿y Fernandito, qué? Pero ya le llegó la hora a Fernandito.

Con acceso a libros, documentos, 25 libretas de carnicero —como él mismo las llamaba—, objetos del Filósofo de la Juventud, suministrados sin reparos ni cicatería por parte de la Casa Museo Otraparte y la asesoría de personas estudiosas del pensamiento del envigadeño, como el sobrino del escritor, Alberto Restrepo, la idea fue cuajando.

Éste les dijo que si no abordaban a González como místico —el único más notable que ha parido Colombia— no saldría algo serio. Podría gustar al público el resultado, decía, pero lo más probable es que cayera en lo vano.

Estudiaron las 23 obras del autor, en especial tres: El remordimiento, el Libro de los viajes o de las presencias y la revista Antioquia.

Entendieron en ese viaje por vida y obra del Mago que, así como Fernando Pessoa tenía varios heterónimos —Álvaro de Campos, Ricardo Reich, Alberto Caeiro—, González también había creado los suyos: Lucas de Ochoa, Manuelito Fernández, con los que hablaba y hasta discutía vehementemente.

Cristóbal Peláez, director del colectivo, sintetiza la obra en tres partes: la definición de sí mismo, pues González auscultaba tanto en su ser, el que tenía más a la mano, y se definía constantemente; el aspecto crítico y social, ya que el autor era un cronista y un sociólogo en permanente ejercicio, y el místico, pues desde el misticismo mantuvo su relación con la filosofía, con el mundo, con las mujeres…

Ha sido uno de los desafíos más grandes del Matacandelas. Por una parte, les asustaba la localía y que el paisaje colombiano les diera un color local exaltado. Por otra, les atraía la circunstancia de que tanto González como el Matacandelas comparten raíces envigadeñas.

Difícil también porque, como siempre, no querían representar una obra en especial ni ilustrarla. Tampoco llevar a escena la biografía del escritor. ¿Y cómo separar al hombre del pensamiento, de sus obras? Por eso en Velada Metafísica está Fernando —finalmente resolvieron que Juan David Toro lo encarnara—, y también sus ideas, sus obras.

Por último, un requisito para que Matacandelas lleve a escena una obra es que en ella haya poesía. «Descubrimos el humor de González —señala Peláez— y nos sorprendimos con el gran poeta que hay en él».

Fuente:

El Colombiano, sección «Arte y Cultura», viernes 7 de septiembre de 2007.