Réquiem por un maestro

Por Juan José Hoyos

Parecía un curita de pueblo, recogido y místico, pero detrás de su silencio y de sus barbas de profeta habitaba un sabio. También, un poeta mayor, un teólogo singular, un gran escritor y un gran maestro. Por eso vivió siempre a la enemiga, como su tío Fernando González: cuando niño, lo echaron del colegio de las hermanas; de adolescente, lo echaron del colegio La Salle; de joven, lo echaron del seminario; y ya viejo, lo echaron de la universidad donde trabajaba.

Hablo del padre Alberto Restrepo González, quien nació en Envigado en 1939 —hijo del médico Francisco Restrepo Molina y de Graciela González Ochoa— y murió en esta misma ciudad el pasado 20 de marzo.

Morir, en su caso, era un decir porque él pensaba que la vida era un prepararse para la muerte. «Yo sé que voy a cambiar mucho, eso va a ser otra cosa muy distinta, otra dimensión…, pero si no me sucedió nada con pasar de espermatozoide a feto, y luego a niño, y ahora a viejo senil, ¿por qué me va a pasar algo cuando me muera?». Esto fue lo que respondió a una pregunta de Alexánder Sánchez Upegui, de la Fundación Universitaria Católica del Norte. «Yo no tengo miedo de morirme, ni ganas de morirme, ni afán, ni pereza de morirme. Considero que estoy madurando para la muerte».

El padre Alberto estudió en los seminarios Menor y Mayor de Manizales, adonde fue a parar después de tener algunas diferencias con los superiores del Seminario de Medellín. Después de su ordenación sacerdotal, fue párroco en Palestina, Filadelfia, San Diego, Arboleda y Montebonito, en el departamento de Caldas, y luego colaborador del Centro de Evangelización y Catequesis de la Arquidiócesis de Manizales y catedrático del Seminario Mayor de Panamá y de varias universidades y seminarios de Medellín.

Desde 1993, también fue autor de una columna que publicaba El Colombiano y que no tenía nada que ver con los escándalos del día. Su título parecía salido de un libro de su amado tío: «Escuelita». En su columna, el padre Alberto se ocupaba de temas que, aunque no parecían actuales, por eso mismo siempre lo eran, como una novela de Dostoyevski. Casi siempre eran reflexiones sobre el sentido de la vida o sobre su modo personal de pensar la religión. Sus alumnos reunieron buena parte de esas columnas en un libro con el mismo título: Escuelita, que apareció en 2004.

El padre Alberto decía que conoció a Fernando González desde que abrió los ojos: era hermano de su madre y tenía la costumbre de ir a su casa a tomar tinto cuando salía de misa. «Yo nunca, nunca, jamás vi a Fernando hacer algo que él negara, nunca lo oí decir una mentira», decía a sus amigos. «Puedo decir que Fernando fue un hombre que me enseñó a vivir, no a través de libros, sino con el ejemplo, porque yo lo vi vivir, y sé que las palabras de su obra él las vivió». «Yo lo recuerdo caminando solo con su boina y su bastón por la carretera de Medellín a Envigado, se agachaba a recoger piedrecillas, a mirar los pájaros, todo, lo veía todo».

A lo largo de su vida, Alberto Restrepo publicó, entre otros, los libros Testigos de mi pueblo —un ensayo sobre los grandes escritores de Antioquia, desde Epifanio Mejía hasta Tomás Carrasquilla— y su obra clásica Para leer a Fernando González. Quedan inéditos su libro Astrolabio y su novela El silencio empieza mañana.

Después de conversar con él muchos días, cuando todavía pertenecía al mundo de los vivos, comprendí que hay verdades que solo se descubren con el silencio. Hoy me digo: ¡Qué bueno haber sido alumno de la escuelita del silencio del padre Alberto!

Fuente:

Hoyos Naranjo, Juan José. «Réquiem por un maestro». El Colombiano, domingo 3 de abril de 2022.