Presentación

Yo ficción

Martes de Otraparte

—20 de diciembre de 2022—

Portada del libro «Yo ficción» del taller literario «A mano alzada»

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El escritor Marco Antonio Mejía Torres, director del taller de escritores A mano alzada, y sus participantes, invitan a la presentación del libro de relatos «Yo ficción». Autores: Beatriz Alzate Guerra, Carmen Rosa Basto Flórez, Eddie Vélez Benjumea, Elkin Darío Cossio Betancur, F. Sánchez Caballero, Hernando Villa Garzón, Jorge Iván Ortega Montoya, Julie Rego Rahal, León Javier Betancur Ospina, Luis Correa Vélez, Paola Rego Rahal y Rosalía Suescún Giraldo. Las cuatro primeras antologías del taller son «A mano alzada» (2008), «Siempre martes» (2016), «Rumor en martes» (2018) y «Martes negro» (2021).

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Esta obra: último libro, último encuentro con nuestro maestro Marco Antonio Mejía Torres, conmemora siete años de talleres a su lado: encuentros a la vera de la literatura, de la realidad, de las ­ficciones y citas con el yo poético, prosístico, relator, para, como dice el profesor, «dar palabras a las palabras». Son ellas mismas, las palabras y no otra cosa, las herramientas que trajo al taller «A mano alzada», una expresión cultural con parajes en Otraparte, el hogar del asombro, de los símbolos, la casa por «el derecho a no obedecer» de Fernando González. Durante estos años de reuniones, charlas, cátedras magistrales y aprendizajes continuos por la casa del mago de Otraparte pasaron muchos talleristas. Unos permanecieron desde el principio, otros se llevaron consigo las palabras, para hacerlas materialización de la existencia. Sin embargo, toda persona que una vez se sentó en la mesa de esta casa, pudo cultivar algo seguro: la certeza de que habitó en él o en ella el poder de la literatura.

Los autores

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Las palabras, eran estas la única herramienta que traje a este taller en el que me iniciaba: la palabra que genera la ilusión de parecerse a lo que nombra. El ropaje que me sienta cómodo ha sido el enseñar, y no el enseñar porque haya tenido un dominio de la ­filosofía, la literatura o el periodismo, sino porque en los parajes de estas tres visiones emergió el asombro, la curiosidad, la revelación de una imagen, de un símbolo, de un secreto, de un misterio. Vi, oí, sentí. ¿Qué vi, que oí, que sentí? ¿Qué imagen me desató el asombro? ¿Qué símbolo reclamó mi curiosidad? ¿Qué misterio me llevaba a buscar su revelación? La respuesta pueden saberla tanto aquellos que me vieron en la sombra abierta de las aulas, como quienes hicieron parte de la tarea artesanal de herrar los ejercicios de escritura que delineábamos como horizonte en los encuentros de «A mano alzada».

Marco Antonio Mejía Torres
Director Taller A Mano Alzada

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Yo existo, ergo escribo

~ Prólogo ~

Por Marco Antonio Mejía Torres

Inesperado fue el anuncio cuando el mundo conoció el nombre de Annie Ernaux, ganadora del Premio Nobel de Literatura del año 2022. No estaba en la lista especulativa de favoritos, las motivaciones de su escritura —ocupada en poner entre líneas, asuntos de sí misma, revelaciones de la intimidad— no parecía gozar del prestigio suficiente para que esa vertiente de la «literatura del yo», o «autoficción, fuera tomada en serio; aun así, pudo saltar las escalinatas que la pusieron ante el trono del mayor reconocimiento de las letras, el Nobel. La realidad es contundente. Voces que antes eran tímidas, salieron de su arrinconamiento para subrayar que no estaban equivocadas aquellas manifestaciones de la creación literaria en las que el autor hace de sí mismo el personaje de su obra. Ya sin recelo, ocupó el sitial que se arriesgó a conquistar.

El tránsito del escritor para descubrirse en las escenas de la propia vida sin atribuírselas a un otro imaginario, viene unido al destino mismo de la historia literaria. Si bien es reciente la exposición de hacer literatura con los trapos sucios y limpios de la propia casa —como puede verse en las publicaciones que, desde hace algunas décadas, privilegia la ficción del yo, con su dosis de realidad y desliz de esa verdad a favor de la creación estética—, sus antecedentes se remontan a excepcionales momentos en diversas épocas. Hoy quizás nos sorprendan por eso, porque se vislumbra aquello que estaba vetado para la naturaleza ficcional de la escritura: inmiscuirme en ese espacio de exclusividad en el que habitaban héroes, acontecimientos extraordinarios y desbordes de la imaginación.

En las primeras líneas de la Ilíada y la Odisea: «Canta, oh Musa, la cólera del pélida Aquiles», «Háblame, Musa, de aquel varón ingenioso», se le atribuye a esa fuerza inspiradora todo lo que a continuación está escrito. Homero simplemente copia, es el amanuense de la voz de la Musa, de su revelación. No hay en esencia un autor. Pasará un buen tiempo para que quien escriba se reconozca a sí mismo y logre independizarse de la sobre naturaleza que le habla al oído. Ni Dante, a quien vemos —en la que quizás es la primera gran obra de la literatura del yo— pasearse como protagonista por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, aclara que no es él, sino «el amor que todo lo mueve», lo que da vida a esas páginas en las cuales Dante se da el lujo de castigar a sus enemigos y darles alegría eterna a sus amigos.

Le debemos a Cervantes el ingenio tanto de la obra —que así bien titula— como de la ingeniosa burla al autor: adjudica a un tal Cide Hamete Benengeli la autoría del Quijote. Pareciera no importarle de quien sí o de quien no es la autoría de su obra, aunque él mismo aparezca autonombrándose en el Capítulo Sexto como el autor de un libro: La Galatea, ejemplar que estuvo a punto de ser quemado en la hoguera por insinuación del Barbero y que el Cura salva por ser conocido suyo y le da una oportunidad a este escritor advenedizo. Uno especula si acaso Cervantes se siente usurpado en su figura de escritor cuando pone palabras de indetenible furia en boca de su Hidalgo Caballero renegando que, por ahí, circula un falso Quijote, no en la vida real, sino en un libro de quién sabe qué rufián deseoso de mancillar el nombre y la obra del de la Triste Figura.

La modernidad que puso al hombre, al sujeto, como el centro del universo, también dio paso al desplazamiento del héroe y pudo así entronizar al personaje humano y su realidad concreta en la obra literaria; llegó incluso a dar cuenta tanto del pensamiento desnudo y del alma en sus contradicciones, como magistralmente lo hizo Dostoievski. Vino luego el antihéroe, el que encarnó Leopoldo Bloom en el Ulises de Joyce, o El hombre sin atributos y agonizante de Musil; y en un golpe final su detritus, su muerte según iban fragmentándose los «nadies» de la obra de Becket.

El caos contribuyó a resucitar a quien nunca había muerto, no al escritor, sino a esa otra cara del autor en la que está una persona común y corriente que solía ocuparse de inventar, de imaginar, pero que le temía o no se le ocurría que los paisajes de su vida podían ilustrar las páginas en blanco de su narrativa. Nada nuevo, dirán muchos, si todo a la larga, ficción o realidad, es obra de un yo, de ese que firma o pone su nombre en la carátula, que da vida o asesina personajes, o crea situaciones e inventa lo no ocurrido con lo que ha ocurrido. La diferencia está en el hecho de sincerarse, en decir que sí, que ese que antes andaba por ahí en las noches buscando víctimas, ese que llaman el Destripador, soy yo, y ese yo es el autor de las famosas novelas policíacas. Extremo con el ejemplo porque es una confesión con sus consecuencias, pero valga citar a Borges que, sin vanagloria, pero sí con lo que él reconocía: su incapacidad de ser otro, o más bien de tener certeza de lo que puede pasarle al otro, confirmaba ser el personaje de todas sus ficciones.

No me apuro a decir que la autoficción sea un género, creo no creerlo. Es, pienso, un instrumento, una herramienta temática de los diversos modos de narrar. Valoro su puerta abierta y franca, su franquicia para darle cabida a eso que parece un asunto de la individualidad, pero que suma al asombroso y múltiple retrato de lo que somos como humanos, tan prolijamente tratado en la crónica, en el reportaje, en el periodismo literario. En estos géneros debe mantener su pacto con la realidad, en la autoficción no, incluso es este último componente: el de lo ficticio, el que le libera de la obligación objetiva. El aborto, el cáncer, la actitud ante nuestra debilidad y fragilidad, el miedo a morir tanto como el miedo a vivir, la infracción de la ley, el secreto que nunca dije, la valentía de compartir lo prohibido y decir que es uno el de eso, el de esto y lo otro, pero sin sentirse obligado a la verdad, porque le otorga en remplazo una fabulación de él mismo como autor.

Nuestro horizonte en el taller A Mano Alzada ventiló los asuntos descriptos en los párrafos anteriores y acogió la propuesta de emprender el ascenso hacia nosotros. Construir colectivamente estas páginas con el Yo de la Ficción desemboca a un ritual de cierre frente a un ciclo en el que estuve como guía durante algunos años que parecen totalizar más de una década. Para conocerles mejor y se auto reconocieran más allá del autor, los invité a hurgar en su experiencia personal y una tras otra se fueron configurando tramas provenientes de sus recuerdos, cicatrices, sanaciones, miedos y alegrías de infancia; tragedias inevitables, paisajes y geografías recobradas; sucesos del día a día, vínculos familiares con esa huella que ahí queda de la figura paterna, de la materna, o de personajes rondando la memoria y en la que se vuelca la amistad, el odio, la fraternidad, o representan amores logrados o inconclusos, rupturas, nostalgias, soledades. Todo devino hasta este último acto anual que deja estas historias al lector: esmeradas, sinceras, pero ante todo humanas, hondamente humanas, en las que el yo se desliza entre las permisividades de esa ficción personal: la literatura en su frontera más cercana con nuestra propia existencia.

Fuente:

Yo ficción. Antología del taller de escritores «A mano alzada», Medellín, diciembre de 2022.