Una revista

Por Eduardo Escobar

Aleph es una revista de distribución gratuita dedicada a la filosofía, la literatura y el arte, y al análisis de los grandes debates de la cultura occidental. La publica el poeta Carlos Enrique Ruiz en la empinada Manizales. Y ya llegó al número 166. Un milagro. Aleph es de aspecto modesto y hasta anacrónico y está impresa en un papel sin demasiados brillos ni estridencias de policromías. Empero, es una de esas pocas revistas que uno se ve obligado a leer de pe a pa. Porque no es de entretenimiento. También enriquecedora.

El último número fue dedicado a un inolvidable caballero envigadeño llamado Fernando González, un hombre a quien hace tiempos llamé aquí un escritor imprescindible, porque para mí lo ha sido desde que leí siendo apenas un adolescente despistado. El remordimiento, que me prestó un amigo de la familia, un maestro jubilado llamado Miguel, como el Arcángel de la espada, que olía a demonios, o mejor dicho a tabaco de tienda de esquina, casado con una mujer que… Pero dejemos quieta la pobre señora con nombre de mamífero marino.

Fernando González es un escritor imprescindible por muchas razones: por la singularidad de su expresión, su independencia de criterio y por la unidad de fondo de su obra hecha de fragmentos y chispazos de genio e ingenio. Para el número de Aleph en su homenaje, María Dolores Jaramillo, que fue la coordinadora e investigadora, consiguió documentos inesperados aun para quienes podríamos preciarnos de conocer todo del trabajo y la vida de Fernando González.

Por ejemplo, unas cartas; Aleph trae una, que el filósofo dirigió a Carlos Mario Londoño, eminencia gris del conservatismo colombiano a mediados del siglo XX y su vecino en la parroquia envigadeña, sobre la situación de España y el estado espiritual de Europa. Llenas, claro, de reflexiones íntimas. Porque su obra es sobre todo una gran autobiografía, de mucho interés además para reconstruir la historia del país, la de un intelectual cristiano perdido al norte de los Andes, de vastas lecturas y sobre todo bien rumiadas.

El número de Aleph descubre facetas desconocidas de la personalidad del escritor envigadeño. Y redescubre testimonios como los comentarios de Baldomero Sanín Cano sobre Viaje a pie, el libro que dedicó a su travesía entre Envigado y el Valle del Cauca en 1929. Fernando González aún es tenido por algunos compatriotas como un escritor menor de la provincia antioqueña en tiempo cuando allá cocían los mejores frutos de la inteligencia colombiana Tomás Carrasquilla, León de Greiff y Pedro Nel Gómez. Pero su obra captó la atención de los mayores escritores del continente desde el principio y de pensadores de la valía de Valery Larbaud y Jean-Paul Sartre en Europa, y como el norteamericano Thornton Wilder, quien dijo que con El maestro de escuela González había reinventado la novela.

En efecto, es una novela minimalista de antes de que fueran la moda, sobre las miserias de los intelectuales en un país habitado por unos animales muy parecidos al hombre, según él mismo dijo. Muchos críticos colombianos posmodernos de cuyos nombres prefiero no acordarme aún coinciden con los arzobispos que en vida de Fernando González condenaron sus libros como pecados, como desaciertos mortales. Lástima por ellos.

Pero lo mejor es que el lector vaya a buscar Aleph en la librería más próxima. Para que se deje sorprender si no lo ha hecho, antes de que sea tarde, por el pensamiento del Brujo de Otraparte, como lo llamó un nadaísta. Aquellos que ya lo consideran un escritor imprescindible confirmarán su admiración por el humorista, místico, libertino, amargado, exultante, deprimente, estimulante pedagogo, filósofo y antifilósofo, nacido en 1895 y desaparecido en 1964.

Fuente:

El Tiempo, martes 6 de agosto de 2013, columna de opinión.