Los hijos del dios Pan
tuvieron revista en 1915

La revista ‘Panida’ circuló en 1915 para expresar ideas y difundir poemas, ensayos y narrativa de autores del mundo e iluminar la villa.

Por John Saldarriaga

Por qué será que en la historia siempre faltan datos. Por ejemplo, cien años después de la circulación de la revista Panida, nadie sabe quién ganó el “hermoso cuadro al óleo” que rifaban “entre los avisadores y suscriptores”, según el aviso que apareció en el primer número, del 15 de febrero de 1915.

Esta revista, hecha por 13 hijos del dios Pan, todos menores de veinte años, tuvo una vida efímera y, sin embargo, fundamental en la literatura y el arte de Colombia. Sin mencionar que ayudó a despertar el ambiente aldeano de Medellín.

León de Greiff garabateó en ella sus primeros poemas; Fernando González, las primeras “Meditaciones”, que, por cierto, irían a parar a su libro Pensamientos de un viejo; Ricardo Rendón, dibujos, ilustraciones y caricaturas, como esa célebre y aún vigente que hizo de Tomás Carrasquilla; Libardo Parra Toro, algunos versos que, sin duda, abrían el camino de lo que después haría con el seudónimo de Tartarín Moreira, importante en la música popular…

Así los resumió León de Greiff:

Músicos, rapsodas, prosistas,
poetas, poetas, poetas,
pintores, caricaturistas,
eruditos, nimios estetas;
románticos o clasicistas
y decadentes si os parece;
pero, eso sí, locos y artistas,
los Panidas éramos trece.

Los hijos de Pan

“Los Panidas surgieron con el deseo de cambiar la mentalidad de una sociedad dominada por los empresarios —comenta el escritor Darío Ruiz Gómez—. Fortalecieron las ideas que ya venía practicando Tomás Carrasquilla, de costumbres liberales y laicas, para la vida cotidiana y la educación. En el bambuco, por ejemplo, Tartarín Moreira cambió esa idea del dramatismo del amor, el amor imposible, por el de la exaltación del ego del antioqueño. Ricardo Rendón imprimió a la caricatura una estética nueva, influenciada por escuelas francesas e inglesas…”.

La revista Panida fue el órgano de expresión del grupo Los Panidas, que se habían organizado como tales un año antes, en 1914, en reuniones de bohemia en el café El Globo, de la calle Boyacá, a escasa distancia de la iglesia de La Candelaria. En ellas hablaban de literatura y leían poemas y cuentos.

Ese grupo, conformado, además de los mencionados, por Teodomiro Isaza, Rafael Jaramillo, Bernardo Martínez, Félix Mejía, Jesús Restrepo Olarte, Eduardo Vasco, Jorge Villa, José Manuel Mora y José Gaviria Toro, llegó a tener oficina en el segundo piso del Edificio Central, cuando fundaron la revista, según cuenta Javier Henao Hidrón en el libro Fernando González, filósofo de la autenticidad.

“La aparición de cada número de la revista —revela Juan Luis Mejía en el prólogo de la edición facsimilar que publicó el Instituto Colombiano de Cultura a finales del siglo pasado— era acompañado de estruendosas fiestas que escandalizaban a los apacibles parroquianos y que contribuyeron a tejer una serie de leyendas alrededor del grupo”.

Entre esas leyendas, tal vez se refiera a esa del supuesto pacto suicida entre sus integrantes, que de haber sido cierto, solamente cumplió el caricaturista.

Diez números

Diez números aparecieron de esta revista quincenal. Es decir, cinco meses para tanto esplendor.

Y entre trabajos propios, firmados casi todos con seudónimos, también daban espacio a textos de autores colombianos como José Asunción Silva, Guillermo Valencia o José María Vargas Vila, y a extranjeros del momento o que dieran algo diferente qué pensar a los antioqueños de principios del siglo veinte, como Jacinto Benavente, Oscar Wilde y Ramón del Valle-Inclán.

Empieza a anochecer. Mi barrio antiguo / está como durmiendo su pereza / de largo a largo. Al contorno ambiguo / lo acaricia un azul. La tarde reza / su última oración en los callados / senderos del lugar y echa un sudario / de nieve gris al mundo. Emperezados / suenan los bronces en el campanario. / Luego, muchas estrellas que al acaso / parecen sostener un cielo raso / de terciopelo azul. Desde los cerros / viene un olor de recortado arbusto, / mientras conturban el silencio augusto / los lejanos aullidos de dos perros. Son versos de Libardo Parra Toro.

Una de las “Meditaciones” de Fernando González dice:

“Llegóse un hombre a la cabaña del solitario Van-Rum y le dijo: ‘Consuélame. Yo asesiné a un compañero y los remordimientos me muerden ahora como perros rabiosos…’. Y dijo Van Rum: ‘El acto que ejecutaste impulsado por la ira o por la venganza, lo juzga tu alma ahora que no está airada, o cuyo deseo de venganza se ha satisfecho. En eso consiste el error, origen de tus remordimientos’ (…)”.

Se leen versos fuertes como mazazos de herrero de León de Greiff, en “Balada desolada”:

No he llegado a veinte años / y ya todo me cansa: / viviendo sin engaños / vivo sin esperanza; / porque mis ilusiones / reposan ateridas / y todas mis canciones / están entristecidas / por el saber amargo; / porque sé cómo es vana / la vida, el viaje largo (…).

“Los Panidas dejaron una huella imborrable, que perdura cien años después —dice Gustavo Restrepo, director de Otraparte—. En la revista plantearon temas e inquietudes que después consolidarían sus creaciones”. Y termina diciendo: “Este grupo no duró, porque estaba conformado por seres solitarios”.

Algunos datos de la revista

  • 10 centavos valía la revista. 50 centavos, la suscripción por seis números o un trimestre.
  • Los tres primeros números fueron dirigidos por León de Greiff, los otros siete por Félix Mejía.
  • Salieron capítulos de Pensamientos de un viejo. Cinco títulados “Meditaciones”, y uno “Desde mi tinglado”.
  • La Editorial Eafit publicó una edición facsimilar de la revista Panida a principios de este mes.
  • El caricaturista Ricardo Rendón firma algunos poemas con el seudónimo Daniel Zegri.

Fuente:

El Colombiano, lunes 28 de diciembre de 2015, sección Cultura, p.p.: 24-25.