Adiós, Otraparte

Por Juan Luis Mejía Arango

Hay ciertos lugares que conservan la presencia de los que se han ido definitivamente. Los espacios permanecen con el carácter que su habitante les imprimió con el tiempo. Uno de esos lugares es «Otraparte». Se pasa frente a la vieja casa y por los corredores puede ver uno a Fernando González paseándose o despidiendo al amigo, la boina vasca ladeada y empuñando el bastón.

Cuando se pasa de allí, empieza Envigado. De alguna forma la casa es un límite. Hace mucho tiempo fue de un alemán. De esos alemanes misteriosos, que se radicaron por aquí, con su mujer, sus recuerdos y quizá su pecado.

Cultivaba hortalizas con la minucia de un relojero. Las eras rectilíneas, el riego oportuno, los agujeros del desperdicio para fabricar abono. Y las hortalizas crecían abundantes. El dueño las vendía en la vieja plaza de Cisneros.

Un día el camioncito donde llevaba las legumbres, decidió voltearse. Debajo del camioncito y de las verduras, quedó el alemán.

La huerta se convirtió en un rastrojo; pequeños guayabos y chagualos empezaron a poblar el lugar.

Hasta que Fernando lo adquirió. Lógicamente se llamó «La Huerta del Alemán». Él se iba por las tardes a arrancar rastrojo y a pensar. Los muchachos pescaban gupis y sardinas que las garzas habían depositado en los laguitos que formaron los pozos del abono. Eran los tiempos bravos de la revista Antioquia.

Por el frente pasaban los ofendidos por el artículo de turno, arreándole la madre. Y él, impávido, arrancando maleza y pensando. Cuando el lote estuvo limpio, se construyó la casa. Amplia, con corredores, con pozo, con un buen balcón para sentarse a ver el atardecer en la montaña de Las Palmas.

Y fueron llegando los objetos: la reja forjada a mano, de la Casa de la Moneda. La banca de la iglesia de Cartago.

La fuente del antiguo parque de La Estrella (1). Las lámparas que fueron de la capilla de Envigado. El capitel en forma de sátiro y el arcón, que una carabela perdió en el golfo, camino de Santa María.

Y los tiempos no arreciaban. Le entraron ganas de irse de aquí. De marcharse a otra parte. Primero la intención fue ir a Chile. Luego a México. Por último la decisión de quedarse definitivamente en Envigado, viviendo aislado en la nueva casa, pero cerquita a la plaza donde tomar tinto, chismografiar y ver las muchachas.

Desde entonces la casa se llamó «Otraparte» y Fernando empezó a sembrar los árboles definitivos. El cedro vecino del algarrobo. Los cipreses paralelos. El pomo, el guamo, el madroño. Dejó crecer los guayabos a su arbitrio. Y en abril la casa era inundada por el aroma de las flores bicolores de los francesinos.

La agitada vida transcurría en la tranquila «Otraparte». Allí escribía libros y cartas que mortificaban. Allí leía a Spinoza y aprendía de las hierbas medicinales. Desde allí peleaba con los bogotanos (2) y se querellaba con los vecinos. Por las tardes se iba para la pesebrera a ordeñar las novillas. (Recuerdo la hermosa foto de Guillermo Angulo). O recibía las visitas de los amigos, de los oportunistas y de los curiosos. Mientras oían el concierto de ranas al atardecer, tomaban postrera y hablaban de la vida, de la muerte y del gobernador de turno.

Con Velasco Ibarra hablaba del hombre americano. Con Gonzalo Arango de la «nada» de Unamuno. Con el padre Ripol del hijo muerto. La vida transcurría lentamente. La casa se fue llenando de presencias. Los chamones anidaron en los cipreses. Los azulejos llegaron al cebadero. Y las abejas que venían de fecundar la vainilla del cañón del Cauca, se aclimataron en el balcón, donde en la noche los murciélagos comían su ración de frutas. (Recuerdo también la caricatura que le hizo Rendón (3), en donde las orejas enormes dan la sombra de un murciélago con las alas abiertas).

En «Otraparte» murió Fernando González hace diez y seis años. Su presencia se conservaba en la casa, en los arboles que plantó, en los animales que la habitaron.

Muy pronto todo esto desaparecerá. Martel, el perro, decidió marcharse desde el otro día. Adiós, Otraparte.

Notas de Otraparte.org:

(1) «Allí vamos a poner esa pila de hierro que le quitaron a la plaza de Caldas…»: cita de Fernando González en: Osorio, Luis Enrique. «Fernando González me dijo…», Revista Cromos, marzo 7 de 1942, pp. 42-44 / 58-61.
(2) «Nuestra lucha no es contra Bogotá como ciudad, sino contra ‘el espíritu de Santander’ que allí reina. No es contra los santafereños, sino contra los periodistas y políticos»: Revista Antioquia n.º 3.
(3) El dibujo descrito fue hecho por Horacio Longas. El de Rendón, en el cual se destacan también las grandes orejas del maestro, puede verse aquí.

Fuente:

Mejía Arango, Juan Luis. «Adiós, Otraparte». El Mundo Semanal, n.º 114, sábado 18 de julio de 1981.