En el centenario de
Pensamientos de un viejo

De la rebeldía al éxtasis

Con motivo del centenario de la publicación de “Pensamientos de un viejo”, el primer libro de Fernando González, el Fondo Editorial Eafit y la Corporación Otraparte presentan una edición conmemorativa. Esta es una invitación a su lectura.

Por Ernesto Ochoa Moreno

El título que encabeza estas líneas es el mismo que hace muchos años, el 16 de febrero de 1981, se me ocurrió para mi primer artículo de prensa sobre Femando González. Fue en el periódico El Mundo, de Medellín, en el que un mes antes había empezado a publicar una columna de opinión que, en homenaje al maestro, acabó llamándose Mundoaparte. Me había hecho el propósito de escribir sobre el solitario de Otraparte en la primera oportunidad en que mi colaboración coincidiera con alguna efeméride fernandogonzaliana. Ese 16 de febrero de 1981 se cumplían 17 años de su muerte.

Utilicé la misma expresión “de la rebeldía al éxtasis”, un tiempo después, para un artículo más de fondo que me solicitaron para la revista Lámpara, de Ecopetrol, reproducida años más tarde en El Colombiano del 21 de abril de 1995. Gustavo Restrepo, director de la Corporación Otraparte, escogió la expresión, con mi aprobación y agrado, para bautizar la exposición permanente que se muestra en la Casa Museo Otraparte, de Envigado. Hoy, con motivo de los cien años de la primera edición de Pensamientos de un viejo (12 de abril de 1916), vuelvo a echar mano del título. Estoy convencido de que con este libro juvenil arrancó el viaje de la rebeldía al éxtasis del místico de Otraparte.

No aparece la palabra rebeldía en las páginas del libro. Pero la obra sí nació de una rebeldía. O después de una rebeldía. De hecho, el 20 de agosto de 1911, a los dieciséis años, Femando González, estudiante de quinto año de bachillerato, fue expulsado del Colegio San Ignacio. En la carta de despido, el sacerdote jesuita Enrique Torres, rector del reconocido plantel, le dice a don Daniel González sobre su hijo:

“Comenzando apenas sus estudios de filosofía y no bien cimentados su principios religiosos ha leído con verdadera pasión obras de Voltaire, Víctor Hugo, Kant y sobre todo Nietzsche, los cuales han apagado la luz de la fe y han secado en su corazón todo temor saludable. No cree absolutamente, afirma él a sus compañeros, en la divinidad de Jesucristo ni menos en la Iglesia Católica…”. Además, el muchacho descreído se había negado a confesarse y a comulgar en los retiros espirituales de ese año.

Con el inri de ateo y rebelde, el hijo adolescente de doña Pastora Ochoa se refugia en la finca de su tío Ramón Ochoa en las montañas envigadeñas, lee desaforadamente a los místicos, como Santa Teresa, y también autores prohibidos (Schopenhauer, Voltaire, Nietzsche), y empieza a escribir en libretas sus pensamientos y filosofías, las cuales a la postre se convertirán en su primera obra, publicada en la imprenta de J. M. Arango, con bella carátula del caricaturista y dibujante Ricardo Rendón y con prólogo de don Fidel Cano, fundador y director de El Espectador.

No es Pensamientos de un viejo un libro irreligioso ni antirreligioso, como se podría esperar de un “echado” de los jesuitas. Ni tampoco es, mucho menos, un libro religioso. Pero sí se adivina en él una incipiente espiritualidad teñida de respetuoso escepticismo, que no agnosticismo, en la que empieza a orear la presencia de un Dios presentido que, como él lo dirá más tarde, buscaba como su mamá buscaba las agujas en las esteras.

Dirá el escritor varias décadas después, en Los negroides: “Le negué todo al padre Quirós. ¡El primer principio! Negué el primer principio filosófico, y el padre me dijo: ‘Niegue a Dios, pero el primer principio tiene que aceptarlo, o le echamos del colegio’… Negué a Dios y el primer principio y desde ese día siento a Dios y me estoy liberando de lo que han vivido los hombres. Desde entonces me encontré a mí mismo, el método emotivo, la teoría de la personalidad…”.

Fidel Cano, quien tenía a la sazón 62 años y moriría tres años después, escribe un prólogo que mantiene vigencia como acompañamiento y penetrante mirada sobre lo que se encerraba en el libro y autor tan prematuros. En él pergeña casi como un padre la figura y la lucha interior del joven colaborador habitual de su periódico, en el que habían aparecido textos de González que después harían parte del libro. Fidel Cano, a quien el joven admiraba, dice de él que es “un atormentado”, rastrea sus escepticismos y sus angustias y se atreve a presagiar su futuro: “Vese, efectivamente, en los ‘Pensamientos’ de González, o por lo menos creo yo ver, que el escéptico alojado en ese espíritu busca con afán entre las mismas nieblas y sombras de sus dudas y negaciones, senderos que le lleven a una fe —no me refiero a escepticismo y fe religiosos, sino a estos dos estados de alma respecto de ideas de otro orden—”. Y se atreve a pronosticar: “Es seguro que la aparición de este libro le confirmará la posesión de un nombre distinguido en el escalafón intelectual de Colombia; pero todo esto, con ser muy brillante, no es todavía más que una aurora: el orto de la inteligencia que así se anuncia no tardará y será espléndido. De ahí mi afán por ver a Femando lleno de fe en la vida, en la bondad, en la justicia, y enamorado de lo verdadero, también con todo el ardor de un creyente”.

En Pensamientos de un viejo se hallan en germen los ulteriores desarrollos filosóficos que Femando González exploraría y plantearía en toda su obra. Esta, su opera prima, que no dejó de sorprender cuando apareció, porque se apartaba del estilo de la literatura colombiana del momento, es ciertamente un libro inmaduro pero cuyo mérito estriba, como lo advierte uno de los más profundos estudiosos del escritor antioqueño, Alberto Restrepo González, “en ponernos al desnudo, desde su primera juventud, la fidelidad de González a las líneas fundamentales de su pensamiento: la centralidad del yo; el vitalismo antiintelectualista; la burla de todo lo que fue impuesto alguna vez y no adquirido por esfuerzo propio; la inquietud por Dios, que apenas negado se hizo sentir en él; el anhelo por conseguir la mesura y el dominio de sí; la idea casi obsesiva de que lo esencial es la autenticidad, el vivir la propia vida”.

Y está ahí, también, el arranque de sus viajes —pasional y mental y espiritual— hacia la Presencia. Con sus elucubraciones de “joven envejecido” inicia el solitario de Otraparte su búsqueda de esa Presencia, llámese Ser, Neant, Intimidad, Dios, que culminará en una incontestable vivencia mística.

A algunos que no se atreven a superar la pugnaz rebeldía de Fernando González a todo lo largo de su vida, les incomoda que se hable de él como místico. Les parece que es desdecir de su “vivir a la enemiga”, de su no confesada aconfesionalidad, de su insomne diatriba contra la mentira, contra la inautenticidad. Todo lo contrario. La rebeldía, en Femando González y en quien, como él, busca la verdad, desemboca siempre en lo místico. Y viceversa, quien se abre a lo místico no pude dejar de ser rebelde, destructor de mentiras y componendas. Llámese místico o “mistagogo” —en cuanto “pedagogo del misterio” — como lo denomina Santiago Aristizábal, joven y perspicaz estudioso de la obra del maestro, el pensador de Otraparte abre insospechadas fronteras espirituales, que no se encierran en lo religioso o lo confesional. Pues a pesar de haber sido considerado como un hereje vitando y de haber sido prohibida por la jerarquía católica la lectura de algunas de sus obras, nunca renegó de la fe en la que se crió, vivió y murió. Él mismo lo dijo: “Los jerarcas me llamaron ateo, y fui beato”. Un adjetivo que yo leo a la antioqueña: “biato”, es decir, piadoso y rezandero. Místico, para decirlo sin tapujos.

Y todo empezó con un muchacho de 16 años al que expulsaron los jesuitas del Colegio de San Ignacio por rebelde y descreído y que, entonces, escribió un librito, publicado hace cien años, que aún hoy sorprende y cuestiona. Un viaje de la rebeldía al éxtasis.

Fuente:

Ochoa Moreno, Ernesto. “De la rebeldía al éxtasis”. El Colombiano, suplemento dominical Generación, Envigado, domingo 22 de mayo de 2016, p.p.: 10 – 11.