Las alas de su tierra

Por Carlos Gustavo Álvarez G.

Desde las épocas en que el Nadaísmo lo proclamaba como su santo patrono, Antioquia no vivía un fervor similar al que se respira hoy por el pensamiento y la obra de Fernando González. Y es que las actividades culturales —editoriales, sobre todo—, que comenzaron el 16 de febrero al conmemorar 30 años de su muerte y que se extenderán hasta el 24 de abril de 1995 cuando se cumplirá el primer centenario de su nacimiento, entrañan algo más que una pasión capciosa por las efemérides. Son una gesta de homenaje y gratitud a quien con los pies sobre la tierra de Envigado les abrió a sus coterráneos las puertas del universo y el universo del asombro.

Hoy están por todas partes, regados la mayoría en el retiro o el ejercicio de tareas públicas. Belisario Betancur, Otto Morales Benítez, Javier Henao Hidrón —su biógrafo más reconocido—, Alberto Aguirre, Hernando Gómez Buendía, Manuel Mejía Vallejo y Juan Luis Mejía, entre otros, constituyen la vasta legión de los “Fernandólogos”.

“Sembró en nosotros la irreverencia y nos volvió irreverentes. Sobre todo a los conservadores”, le dijo el ex presidente Belisario Betancur a un auditorio nutrido que se congregó el 16 de febrero en la Casa de Antioquia (1). Asistían al lanzamiento de la tercera edición de Fernando González, filósofo de la autenticidad, el libro de Javier Henao Hidrón sobre “el brujo de Otraparte”, como le decían al filósofo. A quienes muchos reconocen como la luz más singular e importante de sus vidas. “A Colombia no le ha pasado nada tan grande como Fernando González…”, dice el periodista Alberto Aguirre. Por su parte, el escritor Manuel Mejía Vallejo lo reconoce como “la persona más importante que he conocido”. Y no resulta distorsionada por el afecto la afirmación de su hijo Fernando González Restrepo: “Él me enseñó a volar alto. A mí, como a toda la juventud”.

Memoria de otra parte

Gran parte de ese magisterio de la libertad individual, de esa docencia de la búsqueda, la ejerció en “Otraparte”, un pedazo de tierra que adquirió en 1937 con un olfato certero de quien sabe para dónde va la valorización, porque también en eso tenía visión de futuro. En 1940 terminó la construcción de una casa que habitó con su familia hasta el día de su muerte. Y en la cual se respira el espíritu del maestro desde que se abre la puerta de color azul (que tiene inscrita en latín la leyenda: “Cuidado con el perro, o sea el señor de la casa”). Hoy es un resguardo pequeñito de Envigado, un municipio donde no hay analfabetas y “toca destinar las escuelas a otras funciones por falta de alumnos”, y que a juicio de Vedher Sánchez Bustamante, quien pertenece a la junta asesora de la Casa Museo en que se ha convertido, “no ha producido guerreros sino sabios”.

Otraparte sobrevive, esa es la verdad, por la tarea empecinada de los “Fernandólogos” quienes desafían el ímpetu urbanizador que la ha acorralado y el interés escuálido de la primera autoridad municipal, quien le presta a la casa del maestro el mismo desprecio que ejerce por la vivienda majestuosa en historia de Débora Arango.

Otraparte fue armada con pedazos de otras partes. La fuente adornó la plaza principal del municipio de Caldas, los vitrales fueron traídos de Cali y de Envigado las lámparas, las rejas forjadas a mano pertenecieron a la Casa de la Moneda y en el primer piso se extiende imponente pero no incómoda, una banca que perteneció a la iglesia de Cartago. Don Roberto y doña Ligia, los cuidanderos, tienden por las tardes, sigilosamente, cuerdas para secar la ropa, que atraviesan el patio diseñado por Pedro Nel Gómez. “Escuche”, me dice Vedher Sánchez, mientras nos asomamos al balcón. El oído se centra en el canto interrumpido de los pájaros, una sinfonía inigualable. “Siempre ha sido así”, dice.

“Como a los cinco años me corté un dedo —dice Sebastián González Flórez, nieto del maestro, que va por las tardes a cumplir un sagrado rito del recuerdo—. Me trajeron a pasar la convalecencia y me quedé acá”. Era 1961. “Nos levantábamos temprano a ordeñar. El abuelo escribía después por la mañana. Mucho. Lo hacía en unas libretas gruesas de carnicería con un lapicero de tinta roja. Relataba todo lo que observaba y sentía”.

Sebastián y Javier Henao Hidrón coinciden en señalar la muerte de su hijo Ramiro, el 28 de enero de 1947, a los 22 años, como el episodio más triste en la vida de Fernando González. “Era más para mí que yo”, dijo el maestro quien, según Manuel Mejía Vallejo, se tendió la noche de la desgracia en la hierba de Otraparte, y se quedó desnudo mirando al firmamento y llorando hasta que amaneció.

Mirar al cielo

¿Cuál fue la importancia de Fernando González? ¿Su vida magnífica, incesante en el caminar hacia sí mismo, infatigable en la búsqueda de la divinidad? Su pensamiento terco y nuevo y esperanzador que partió en dos una sociedad conservadora y sectaria? ¿Su estilo literario directo y francote, definido por Juan Luis Mejía como el más sabio a la hora de reflejar el ser antioqueño? Tal vez alguno, tal vez todo. Lo cierto es que el maestro se anticipó a muchas cosas y marcó una huella profunda en la mente de quienes lo rodearon.

Entre otras cosas, por su forma de ser anticlerical pero a la vez mística. “En Fernando González —dice Javier Henao Hidrón— el místico aparece desde su primera juventud. No sólo en los últimos días”. Pasó toda la vida buscando a Dios. Hasta el día de su muerte.

“Vinimos por la tarde con Álvaro, mi papá —dice Sebastián González—. Mi abuelo me dijo: ‘Tranquilo, negrito, que yo me alivio’. Nos fuimos a las 6 de la tarde. Después se pasó para otra pieza y se murió”.

Padre involuntario del escándalo. Patriarca de un Nadaísmo que osciló en su corazón entre su afecto por Gonzalo Arango y la desazón que le produjo el movimiento porque los nadaístas se abandonaron al infierno de la publicidad.

Negador de Antioquia como una forma crítica de manifestar su antioqueñidad. Para muchos el hombre más importante que ha dado la tierra y a quien se le está debiendo el reconocimiento y la elegía nacionales. Todo fue Fernando González, quien resumió así la historia de su vida: “Soy una inmundicia mirando al cielo” (2).

Notas de Otraparte.org:

(1) Escuchar “Homenaje a Fernando González en la Casa de Antioquia” en la sección Voces de Otraparte.
(2) En El Hermafrodita dormido define a su alter ego Lucas de Ochoa como “una inmundicia que mira para el cielo”.

Fuente:

Álvarez G., Carlos Gustavo. “Las alas de su tierra”. Revista Credencial, nº 88, Bogotá, marzo de 1994, p.p.: 60 – 62.