El remordimiento
de Fernando González

Por Auguste Bréal

El escritor colombiano Fernando González está dotado de la facultad de ver a los seres bajo aspectos particularmente vivos y de mostrárnoslos así cuando escribe. Es el arte de escribir. También posee un don de simpatía tierna e irónica que, desde las primeras líneas, nos inclina a su favor. Sentimos que se divierte con todo lo que ve; estamos seducidos: nos divertimos con él, nos convertimos en sus cómplices.

El nuevo libro que acaba de publicar Fernando González se titula El remordimiento.

El remordimiento es por no haberse acostado con la institutriz cuando el autor era cónsul de Colombia en Marsella. El libro no tiene otro tema: ciento setenta y siete páginas en las que González no duerme con la institutriz. Pero las consideraciones, las reflexiones sobre sí mismo, las conexiones inesperadas que abundan en este diario, en estas notas tomadas in situ, son de una calidad excepcional. La sinceridad del autor no está en duda; su ironía hacia sí mismo es parte de su sinceridad. En los momentos más apasionados y dolorosos, González no puede evitar sonreír cuando fluyen sus lágrimas. Se observa, se atormenta, se domina… y sabe bien que la idea de querer colgar como exvoto en Notre Dame de la Garde los «calzoncitos» de Tony, la institutriz, no le causará al lector una emoción dolorosa… A fin de cuentas, González no cuelga los calzoncitos porque el mistral sopla, hace frío y la pequeña se resfriaría; pero, a cambio de su sacrificio y su veleidad de ofrecer el exvoto, González le pide a Dios que le conceda conocimiento.

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Este ruego debió ser escuchado. El conocimiento que busca Fernando González es el conocimiento de sí mismo; él se conoce y nos lo hace saber bien.

El remordimiento, este pequeño libro cuyo subtítulo es Problemas de Teología Moral, nos muestra a un Fernando González profundamente sensual, deleitándose en su sensualidad, analizando cuidadosa y amorosamente todas sus sensaciones, todos sus sentimientos, todas sus aspiraciones… hasta el punto de que no puede soportar la idea de suprimir el más mínimo episodio y le escribe a su hermano, que le sugirió modificar ciertos pasajes: «Todo es esencial en mi libro. Si suprimiste, renuncio a la publicación».

González se conoce a sí mismo y tiene razón al decir que en el fondo se siente un «hombre de iglesia», porque lo que realmente le gusta es pensar.

Vemos a Tony, la joven alsaciana, su elasticidad, «la insuperable dureza de la pared abdominal», su manera de caminar

… a pasos largos, algo echada de para adelante, pues el sobretodo caía en los ángulos, así como caminan los guerreros alemanes, los cuales son tímidos y atrevidos. En la mano un paragüitas, parecido a un gran cigarro. Me decía que no y que mil veces no entraría en el hotel, y entraba como los alemanes a Bélgica. Era, en resumen, una virgen perfecta, perfecto animal deleitador.

Los encuentros con el «poderoso animal» que era la joven, encuentros de los que Tony salió virgen y Fernando fecundado, preñado de este libro, nos son contados como González sabe hacerlo.

El autor declara: «Mi madre me parió cabezón, pero infiel». Es porque él mismo es el perpetuo sujeto de sus pensamientos que sus novelas nunca terminan y su inteligencia siempre está trabajando.

De regreso en Colombia, González escribió:

Vi una mulatica en la acera de mi casa de la calle Manizales. Me hizo sufrir mucho. ¡Qué angustia me causan las jóvenes bellas! Porque no son mías. Soy muy carnal, muy carnal y padezco. Padezco, pero medito.

Y más adelante:

No soy para el amor carnal. Ahí soy nulo; un instinto divino me impide. No soy para sociedad (política, agrupaciones, acciones sociales). Ahí soy peor que nada.

Dios me llama a gritos. Desde mi infancia me está llamando a gritos, y, cuando me pongo a escuchar, parezco un diosecito. Nací para el remordimiento.

Y aún más adelante:

Resulta que nunca he podido gozar con esto de la fecundación a que los hombres llaman amor. Primero, por el instinto divino, tan poderoso en mí. Procedo en todo ello con sentimiento de pecado. Segundo, porque mi sentimiento de pecado induce a las mujeres y me dicen, como Tony: «Ne fais pas ca!…».

Desagradable, fuente de tormentos ha sido para mí la mujer, pero me ha servido para las delicias del conocimiento. Por eso, yo soy el que más sabe de pecado, tentación, remordimiento, etc.

Y esta definición:

Remordimiento es la intranquilidad que precede, acompaña o sigue a una acción.

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Algunas citas dispersas no pueden dar una idea de este singular librito cuyo encanto es complejo. Los ejercicios espirituales del jesuita hombre de iglesia dan paso, de la manera más inesperada, a himnos a las fuerzas primaverales, a la primavera mediterránea que embriaga al poeta proveniente de un país donde la primavera es desconocida; las más sutiles reflexiones psicológicas nos llevan de repente a la lencería de Tony y a la inconstancia del autor. En realidad el tema del libro es Fernando González, que merece ser conocido.

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Demasiadas palabras impresas en negrita le dan al texto un aspecto innecesariamente académico y es de lamentar que el manuscrito no haya sido revisado por alguien que conozca bien el francés: esto habría evitado algunas intervenciones del pequeño demonio activo que Valery Larbaud ha llamado John le Toréador.

Fuente:

Bréal, Auguste. «El remordimiento, par Fernando Gonzalez». La Nouvelle Revue Française, n.º 275, París, 1.º de agosto de 1936. Oprimir aquí para ver el facsímil del original en francés.