Comprender a Fernando González

Palabras pronunciadas en la Casa Museo Otraparte el 14 de febrero de 2019 con motivo de la presentación de la séptima edición del libro «Fernando González, filósofo de la autenticidad».

Por Javier Henao Hidrón

Con Fernando González me ocurrió lo que no me ha sucedido con ninguna otra persona. Primero leí todos sus libros y esa revista personal, escrita íntegramente por él, que se llamó Antioquia y de la cual publicó 17 números. Después lo conocí personalmente, aquí en Otraparte, y me convertí en una especie de discípulo, conversando en su clásica banca de iglesia que todavía se encuentra en el corredor de entrada, o caminando por los terrenos que rodean su casa.

Cinco años duró esa fecunda experiencia, a partir de mediados de 1958. En febrero de 1964 asistí a sus exequias y veinte años después, un primero de enero y durante los quince días siguientes, algo extraño me condujo a releer sus obras, e ir tomando notas… y allí nació la biografía. Su primera edición fue publicada dos años después por la Universidad de Antioquia. Una segunda edición es de la Biblioteca Pública Piloto. Hoy se presenta la séptima, por Ediciones Otraparte.

En consecuencia, debo agradecer el interés demostrado por el director ejecutivo de la Corporación Otraparte, por su junta directiva y el magnífico trabajo de imprenta que realizó Invest Impresiones.

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Destaco tres características en la obra literaria y filosófica de Fernando González: el método de hacer literatura, el estilo literario y su interés por llevar un mensaje a la juventud. Agrego una cuarta, el polemista.

1. Método

Fue un literato atisbador. Atisbar es mirar atentamente. Fernando González procedía así, primero en relación con su mundo interior, después con el ambiente que lo rodeaba, y extendía su análisis a Antioquia, Colombia y Suramérica, pensando hondo y con ideas propias.

El literato observador se manifiesta en sus libros, especialmente en Viaje a pie, El remordimiento, El Hermafrodita dormido, Los negroides, El maestro de escuela, en su novela dedicada a la gata Salomé, y en esa filosofía mística que se refleja en Don Benjamín, jesuita predicador y en «Poncio Pilatos envigadeño».

Nuestros escritores, por el contrario, han acudido a la imaginación, a la erudición, a la retórica, y a modelos extranjeros. García Márquez, por ejemplo, dio forma al realismo mágico, a donde recurren sus seguidores. Otros simplemente se inscriben en escuelas literarias y se rigen por sus reglas.

2. Estilo literario

Cuando en 1929 escribió Viaje a pie, producto de un viaje real, en compañía de su amigo íntimo don Benjamín Correa, por el territorio recorrido por los colonizadores antioqueños del siglo XIX, su propósito fue el de reaccionar contra la literatura retórica y de palabras, a la que llamaba «literatura meníngea». De esta surge ese «bello estilo» que ha predominado en Colombia, el que caracteriza por «la gran longitud de los períodos, con cláusulas entre comas, a veces más largas que la preposición principal», y «adjetivos antes y después de cada sustantivo»; así que no hay ninguna idea, «sino un ruido como el de la música africana». Fernando González señala a los campeones del «bello estilo»: Olaya Herrera, en la oratoria, los magistrados, en el foro, y Luis Cano en el periodismo. De este último presenta ejemplos tomados de sus editoriales, tras lo cual pregunta al lector: «¿Seremos groseros al llamar a esto “bello estilo peído”?».

Enemigo de la retórica, de la hojarasca, de los refinamientos artificiales, detestaba aquella prosa de la que se ha dicho que está muy bien escrita. Prefería, en cambio, la expresión de sus ideas de manera espontánea, vivencial, concisa, con originalidad y ritmo, es decir, con «el vestido y la música» del universo propio de cada fenómeno.

Críticos literarios lo consideraron el mejor prosista de su generación en Colombia. Un coterráneo suyo, el escritor Eduardo Escobar, afirma: «La prosa de Fernando González es una prosa sublime, tiene un equilibrio entre lo hablado y lo literario que ningún escritor en América ha conseguido».

Conviene recordar que, en 1955, fue el primer colombiano en figurar en la lista de candidatos al Premio Nobel de Literatura.

3. Mensaje a la juventud

Expresa o tácitamente, la mayoría de sus libros están dedicados o dirigidos a la juventud, tanto colombiana como suramericana. Quiere liberarla de prejuicios, mostrarle un método de conducta individual y hacer que en ella predomine la autoexpresión.

Por eso escribió con convicción: «A mis jóvenes les ofrezca la cultura. Los haré dueños de los métodos, de sí mismos. Sus personalidades serán sus instrumentos. Los honores les vendrán de dentro para afuera».

Para ellos es esta doctrina que, nacida en las quebradas de Sonsón, tiene el perfil de una actitud plena ante la vida:

«Somos contenidos para ser potentes; castos, para poder amar; sobrios, para poder comer y beber; reposados, para poder caminar; tranquilos para poder matar con un amago de acto».

También para los jóvenes es este mensaje de dureza y claridad, escrito con mayúsculas para darle mayor énfasis:

«Proposiciones claras; sin discursos; agarrar los problemas; dar la mente a una cosa, a toda ella y solo a ella. No dispersarse. Ideas duras, concretas. Propósitos y amores duros».

El novelista Manuel Mejía Vallejo expresa este pensamiento: «Con él aprendimos a ver el gallo, el gato, el perro, el árbol, un niño, un crepúsculo, con ojos recién inaugurados. Él nos enseñó esta honrada tarea de mirar cómo el mundo se crea cada día y renace en la pupila clara».

4. El polemista

No obstante lo expresado, algunos se han quedado únicamente con el Fernando González polemista. Es faceta de su personalidad donde aparecen, de una parte, decididos adversarios, y de la otra, entusiastas seguidores.

Ahí es donde acude, a veces, al empleo de esas palabras que llaman vulgares. Sobre ellas llegó a decir con absoluta veracidad: «Cuando hablo nunca digo esas palabras. Cuando escribo sí las necesito».

Las utilizaba como látigo para castigar fariseos, para despreciar la mentira o mostrar el engaño, o para expresar una peculiar ironía cargada de humor. Por eso sus palabras: «… quiero tener la inocencia de la vida griega y que en Colombia me llamen impuro. Prefiero ser hijo de la vida, palpitante, armonioso, y no un santo de palo, como esos suramericanos hijos del pecado y de la miseria».

Por ese camino, no es extraño que describa a Olaya Herrera como «mono yanqui» y a López Pumarejo como «mono inglés».

«¿Cómo mueren los colombianos? Confesados. Le entregan al cura unos cuantos pesos, en calidad de restitución de los millones robados, y el cura dice a las señoras de la casa: “No se les de nada, mis señoras, que murió con todos los sacramentos”».

«¿De Laureano Gómez…? Ese es el representativo de los colombianos; así son y fueron, menos Marañas y yo. De Laureano te diré en otra carta, apenas compre un condón».

«Libardo lee un libro y no lo orina; tiene uremia de lo que lee. Es enfermedad bogotana».

«El patriotismo —decía— es lo que nos obliga a tratar duramente a estos señores». Y agregaba que para hablar bien de ellos, para apreciarlos, hay que tener «muy ancha la conciencia».

Si fuera necesario presentar una visión resumida de esa polémica faceta de su pensamiento, un símil podría servir de apoyo al esfuerzo de síntesis. Se atribuye a Oscar Wilde el haber dicho, refiriéndose a Rudyard Kipling, que su obra está «iluminada por espléndidos destellos de vulgaridad». Pues dicha frase es quizá la que mejor puede servir para calificar la obra de Fernando González.

Esos «destellos de vulgaridad», tan inherentes a su modo de ser, le sirvieron para forjar un estilo literario inconfundible. Sin ellos, sería más «pulido», más «elegante», o especial para «señoritas distinguidas», pero nada radical y sincero. Cultura es autoexpresión, según sus palabras. Con su estilo manifiesta su individualidad, sin adornos ni tapujos. Es el niño grosero convertido en filósofo irreverente o, si se prefiere, a la manera de Nietzsche, es un filósofo con martillo.

A Fernando González hay que entenderlo en su multifacética personalidad, para llegar a la conclusión de que el conjunto de su obra contiene un admirable mensaje de autenticidad.

Fuente:

Henao Hidrón, Javier. «Comprender a Fernando González». Suplemento Generación de El Colombiano, domingo 31 de marzo de 2019, pp: 12-13.