Boletín semanal con la vida
y obra de Fernando González
Decimoquinta entrega
Fernando González
Filósofo de la autenticidad
Javier Henao Hidrón
7. Historiador con método propio
En esto de biografías se han usado dos métodos hasta hoy: el narrativo y el filosófico. El primero saca su interés de los procedimientos del novelista; es muy exitoso: Ludwig. El segundo es más serio e intelectual: Zweig. Usaremos nuestro método, el emotivo: revivir la historia por el procedimiento de la autosugestión […]. (F. G.)
(Continuación…)
Santander
Dedicado a la juventud americana, fue escrito con el definido propósito de mostrar la verdad desnuda acerca de un héroe falsificado: la hipocresía de un gobernante que murió pidiendo que le hicieran cruces en la espalda dolorida…
El general Francisco de Paula Santander ha sido un héroe nacional de Colombia, así como Washington lo es para los Estados Unidos, San Martín para la Argentina y O’Higgins para Chile. Pero todos estos héroes nacionales —según González— representan un elemento conservador: son creadores de fronteras. Por oposición, Bolívar es un quebrantador de fronteras: personaliza el impulso latente que va unificando al género humano.
Más aún, para que sean posibles los héroes nacionales, ha sido necesario aminorar la grandeza del Libertador. Porque solo Simón Bolívar quiso que Suramérica fuera la madre de las repúblicas, el gran teatro de la expresión humana e incluso la cuna del superhombre, toda vez que «unos treinta años antes de Nietzsche predicó y actuó y luchó como superhombre» [32].
Pero tampoco es justo —agrega— menospreciar a Santander: él tiene el mérito de ser serpiente enemiga digna del león.
Tal es la columna vertebral de este libro, objeto de los más agrios y despectivos comentarios desde su aparición, debido a aquellos herederos de la Nueva Granada que no podían aceptar una crítica implacable a Santander, a quien, sin reservas, han denominado el Hombre de las Leyes, el organizador de la victoria, el constructor civil de la República… y hasta fundador de un partido político: el partido liberal.
(Tal ha sido la creencia impuesta por una corriente oficialista de opinión, la misma que incurre en un doble atrevimiento, pues enseguida va tras Simón Bolívar y le atribuye también un papel político protagónico: la fundación del otro partido, el conservador. A este respecto, González hace claridad: «Bolívar era liberal y conservador, estaba por encima de las facciones»).
Sobre la real influencia del general Santander en la vida política nacional, Fernando González va todavía más lejos. Con su acostumbrado sentido crítico y revisionista, lleno de agudeza y sutil penetración en el meollo de los acontecimientos, revalúa verdades ancestrales y muestra nuevos rumbos a la historia patria. En esta línea de interpretación refulgen la inigualable sagacidad y las sutiles artimañas de su biografiado, quien, además, estuvo durante largos años a la cabeza del gobierno, ya como vicepresidente (dada la permanente actividad guerrera del presidente titular, el Libertador Bolívar) o bien como jefe de Estado. Fueron esas características y prolongadas oportunidades las que lo convirtieron en «padre de conservatismo y liberalismo, los cuales apenas se diferencian en que este tiene remordimientos en la hora de la muerte y, por eso, es el hijo predilecto de Santander» [33].
Entre las obras de Fernando González, quizá sea esta la más difícil de comprender y la que más se presta para un amplio y complejo análisis desde diferentes puntos de apreciación. Contribuyen a ello, por una parte, la serie de opiniones formadas en la mente de muchos colombianos por una historia oficial y parcializada que solo ha servido para hacer el ditirambo del general Santander, y, por la otra, los objetivos de desmitificación que se propone el autor; el ambiente de intrigas y de hipocresía en que se mueve, con pasmosa habilidad, el personaje; y la ubicación de este en una nueva perspectiva mediante la cual se juzga a los héroes nacionales.
González es no solo categórico, sino premonitorio. Su pensamiento se anticipa a criterios renovadores sobre la manera de concebir y transmitir la historia en relación con los llamados héroes de la independencia hispanoamericana. Sin miedo reverencial, sin falsas posturas oportunistas, alejado de la veneración oficial hacia hombres sin duda sobresalientes, pero no desprovistos —como cualquier mortal— de vicios y defectos, proclama:
…un país que no esté fundado en historia verdadera y noble, sino en un cuento de rábulas; un país que tenga que mentir siempre que se refiera a su historia…, dudo que pueda subsistir, pues carece de conciencia nacional [34].
Histórica y psicológicamente, y con abundante respaldo documental, el estudio del biografiado se hace desde antes de su nacimiento y por los augurios, al estilo de Plutarco. En el siglo xviii, en Antioquia, Rodrigo de Santander «engendró un hijo, que fue cura, y también otro que no se sabe qué se hizo…». Después, los Santander aparecen en la costa atlántica y en la Villa del Rosario de Cúcuta. Aquí nace Francisco de Paula en 1792, pero, a los trece años, está en Santa Fe, adonde ha sido llevado por un tío cura para que disfrute de una beca en el seminario de San Bartolomé.
Durante los años del período comprendido entre 1810 y 1815, llamado de la Patria Boba por algunos historiadores no muy ortodoxos en su léxico («Patria niña», prefería decir el profesor López de Mesa), en el joven Santander era ya irresistible la tendencia al mando. González pone en boca suya estas palabras: «aunque sea un piquete»…
La simulación y el anonimato, modos distorsionantes del comportamiento humano, lo seducían, pues en ellos encontraba el firme apoyo a sus aspiraciones de poder político y económico. Hombre cubierto, nunca dejó pruebas; se interesaba por aparentar pureza ante sí mismo y ante la posteridad. «Solo en país seminarista y andino —sostiene González— puede explicarse el fenómeno de su nacimiento».
Poco a poco, el joven va trazando su batalla interior: hacerse amar del odiado y obtener su confianza. «Es la perfecta encarnación de la hipocresía […]. ¿No es bellísimo un sapo bien sapo? Pues el general Santander es el hijo más perfecto de los seminarios. ¡Es el héroe de la Nueva Granada!» [35].
Santa Fe, Ocaña, Piedecuesta y Casanare son escenarios donde el genio defensivo, el maestro de la fuga, actúa sin dejar huellas.
El primer volumen del libro (el segundo nunca se publicó) abarca hasta el año 1819, una vez librada la batalla de Boyacá. Mientras en América soplan fuertes vientos de libertad, Fernando González se despide del personaje, que está concentrado en objetivos muy ambiciosos: quiere poder, prestigio, tranquilidad y una hacienda productiva…
¿Y qué decir del fusilamiento de Barreiro y de los oficiales españoles prisioneros en Boyacá, cumplido el 11 de octubre de 1819 por orden de Santander? Que es uno de los hechos «más bochornosos y sangrientos de la historia colombiana», para citar a Laureano Gómez, quien califica esa acción de crueldad inútil y, además, de quebrantamiento de la voluntad expresa del Libertador. Así consta en «El mito de Santander», serie de artículos publicados inicialmente en El Siglo, de Bogotá, entre febrero y junio de 1940, y que ofrece aspectos de coincidencia con la obra de González, tanto desde el punto de vista de apreciación cronológica (esta última terminó de imprimirse en la editorial capitalina ABC el 10 de abril del mismo año) como por el modo franco, directo y contundente de exponer y analizar los hechos históricos.
Sostiene nuestro autor que Santander «no llegó a sospechar que las ciencias morales, la psicología, la biología y la sociología podrían desnudarle alguna vez. En su tiempo ya se reconstruía un esqueleto con el hallazgo de un solo hueso; pero no las figuras morales».
En este orden de ideas, era menester buscarle un sustituto al prócer granadino. Fernando González lo encuentra en Antonio Nariño: «Meditad un poco, juventud universitaria colombiana, en la figura de Antonio Nariño, que ahí encontraréis un padre de quien enorgulleceros» [36]. Nariño, concluye, es nuestro mejor ejemplar humano. Y aún superiores a Santander son Camilo Torres y Policarpa Salavarrieta [37].
Es preciso advertir, sin embargo, que hay inconsistencia en su juicio valorativo acerca del general Nariño. Solo una revaluación fundamental de su propio criterio puede servir para explicar aquella afirmación de que es un padre del cual puede enorgullecerse la juventud.
En Mi Simón Bolívar, en efecto, el Precursor de nuestra independencia había sido descrito con palabras despectivas y reducido a un limitado campo de acción:
…para el gran Nariño no existía sino Bogotá, y en Bogotá su cuarto para comentar, enredar y leer; fue una gran conciencia de café, una conciencia bogotana. Tradujo un folleto que fue trascendental, pero se arrepintió de ello ante sus jueces, y posteriormente enredó las cuentas de la Renta de Tabaco [38].
Mas ahí no se detuvieron las acusaciones a Nariño. Seis años más tarde, en Los negroides, es presentado como un enamorado del legalismo, discutiendo formas de gobierno ante el apremio guerrero. Y se reiteran los calificativos peyorativos: «revolucionario de traducciones y de cafés, conspirador del patio de la cocina…» [39], «revolucionario que cuenta sus proyectos», «letrado, inofensivo» [40].
¿Sería que, al profundizar en el estudio de Santander, descubrió las verdaderas facetas del general Antonio Nariño —ciudadano instruido y generoso, luchador ardiente por la independencia y la libertad, dotado de admirable capacidad de asimilación del infortunio, gobernante abnegado y patriota—, hasta decidirse a proponerlo a la juventud como modelo?
Tampoco podían escapar a sus diatribas los biógrafos José Manuel Restrepo y J. M. Baraya, a quienes acusa de haber escrito bajo el dictado de Francisco de Paula Santander [41]. Por eso los llama «historiadores-pantallas» [42].
Obra densa, interesante por su alcance histórico, por la manera de concebir a los héroes nacionales y por el análisis psicológico de la compleja personalidad del Hombre de las Leyes, a quien consideraba más bien como un genio de la ley, es decir, capaz de cubrir con esta todos sus actos, por monstruosos que fueran.
Representa la culminación de un estudio biográfico que empezó a perfilarse al analizar a Bolívar, diez años atrás, como el genio de la libertad. Con todo, es una obra que no está exenta de apasionamiento. Ni Santander es el primero de los colombianos, como algunos han pretendido hacerlo creer —a pesar de haber dejado, como ninguno, grabada su impronta entre sus compatriotas, particularmente en el gremio de abogados y en los políticos clientelistas—, ni resulta admisible concebirlo «tan grande para abajo como Bolívar para arriba», según frase pasional de González [43]. La verdad histórica, que reclama también su justo medio, se subordina mal a los criterios que irrumpen cargados de exageración o de subjetivismo.
Cabría una pregunta final: ¿cuáles motivos influyeron para que hubiese dejado inconclusas las biografías de Bolívar y Santander?
¿A qué atribuir esa actitud? ¿Inconsistencia, capricho, circunstancias económicas —en un hombre que vivió siempre modestamente— o razones psicológicas, en un ser atormentado por las vivencias y el método introspectivo?
Respecto del segundo volumen de Mi Simón Bolívar, que se titularía El Libertador, debió de haber influido la frustrada intención de recorrer previamente, en mula «patifina y mecida», las llanuras del Orinoco y lugares como San Mateo, Aragua, Mérida, Apure y Casanare. ¿Acaso estas experiencias no eran las únicas que le hubieran permitido ser leal a su método, abandonar la imaginación filosófica y no caer en el vicio solitario?
Si nos atenemos a su propia explicación, la conducta pasiva debióse a una «maliciosa ley psicológica» [44], consistente en que, como la muerte depende del ánimo, muchos autores, apenas terminan su obra, mueren… No terminó, pues, esas biografías porque quiso ponerle una trampa a la muerte.
La frase de Gabriela Mistral, expresada después de haber leído su estudio sobre Lucas Ochoa, el biógrafo de Bolívar —«Es muy lindo estar tan vivo, mi amigo»—, pudiera también emplearse ante la decisión de no escribir la parte relacionada con el Bolívar de las campañas libertadoras ni con el Santander gobernante.
Al declinar sus emociones y transcurrida la oportunidad que representaba la conmemoración centenaria de los años 1930 y 1940, Fernando González —quien en sus biografiados buscaba, sobre todo, un estímulo para sentirse más vivo, para absorber más energía— prefirió el encuentro con otros personajes y con nuevos temas de reflexión.
Continuará…
Notas capítulo 7:
| [32] | Mi Simón Bolívar —El Libertador—. Segundo volumen (inconcluso), 1931, 31 páginas. [N. del E.] |
| [33] | Santander. Editorial ABC, Bogotá, abril de 1940, p. 45. |
| [34] | Cartas a Estanislao, op. cit., p. 12. |
| [35] | Santander, op. cit., p. 179. |
| [36] | Ibidem, op. cit., p. 124. |
| [37] | Ibidem, op. cit., p. 300. |
| [38] | Mi Simón Bolívar, op. cit., p. 151. |
| [39] | Los negroides, op. cit., p. 28. |
| [40] | Ibidem, op. cit., p. 131. |
| [41] | Santander, op. cit., pp. 233-236. |
| [42] | Ibidem, op. cit., p. 245. |
| [43] | Ibidem, op. cit., p. 268. |
| [44] | Revista Antioquia, n.º 6, octubre de 1936, pp. 38-39. |
Fuente:
Henao Hidrón, Javier. Fernando González, filósofo de la autenticidad. Ediciones Otraparte, séptima edición [en proceso de revisión], Envigado, diciembre de 2018, pp. 1–126. Número total de páginas: 310.

