Fernando González Ochoa,
el maestro de escuela

El lema de su escuela era: «El que no
está consigo mismo, no está conmigo».

Gonzalo Arango

Por Édgar A. Ramírez

El maestro de escuela de Fernando González Ochoa (FGO) [1] es uno de los «grandes textos incomprendidos» de nuestra historia. Pero es la más original lectura de Nietzsche y una crítica demoledora de la doble moral cristiana de estos «vanidosos negroides suramericanos».

La muerte del maestro Manjarrés (espíritu de camello esclavo) es el nacimiento del hombre «echado pa’delante» (superhombre nietzscheano) y de su escuela de Otraparte.

Este texto de 1941, posterior a Viaje a pie (1929), Los negroides (1936) y sus entregas en la revista Antioquia (1939), se puede calificar como de madurez en el pensamiento del autor. Por lo que su comprensión requiere conocer el pensamiento precedente del autor [2] y la obra nietzscheana.

Madurez caracterizada por su lectura irreverente de la realidad nacional y propuesta filosófica. Su denuncia del mercantilismo paisa, de la doble moral del clero y sus siervos y de la corrupción de los líderes y partidos políticos le acarreó la censura de la época en los círculos de poder. Censura que sigue alojada, de algún modo, en el inconsciente colectivo.

El más importante filósofo colombiano es el gran desconocido por la academia eurocéntrica y el país que no sabe leer.

Santander, el antecedente

Ha criticado el endiosamiento que han hecho de la figura de Santander (1940).

El grado de historicidad de Santander consiste en la «cantidad de latencia que representa». FGO insinúa que Santander tuvo «la culpa de la conspiración [contra Bolívar] y de la muerte de la Gran Colombia». Es el «creador de fronteras».

Por el contrario, su Bolívar es «el círculo grandioso del cóndor», el Libertador «quebrantador de fronteras». «Bolívar representa el impulso latente que va unificando al género humano a través de la historia», por oposición a su Santander «conservador» (lo que históricamente sucedió al contrario en el origen de los partidos políticos colombianos).

Pero, en últimas, en Santander lo que está criticando es «la democracia electorera» y leguleya: la latencia que representaba. Ello para anunciar «el último hombre» en su «ascenso al equilibrio divino»:

Así, pues, este retrato de Francisco de Paula Santander tiene como fin el de incitar la inteligencia, ayudar a los gobernantes de América, honrar a la humanidad, y está dedicado a la juventud americana.

El grande hombre incomprendido

En El maestro de escuela narra la muerte del profesor Manjarrés, posterior a la de su esposa, que es la representación de la muerte del mismo FGO. Manjarrés es el «grande hombre incomprendido» que es necesario que muera para que renazca la «inocente alegría vital» del «hombre superador que buscamos».

Para Ernesto Ochoa Moreno, «El maestro de escuela es la novela de un fracasado. Ciertamente el autor vive un momento duro y difícil de desadaptación, de repudio, de incomprensión. Siente que la vida se le parte en dos. Entra en la noche oscura. Pero no hay fracaso. Es la culminación de una etapa que lo impulsa hacia la madurez. Atrás queda la vida activa. Se inicia la vida contemplativa, que florecerá con los años en plenitud de vivencia mística de la Presencia».

Vida contemplativa y madurez de su obra que se alcanza, entre otras obras, en Las cartas a Ripol (1963-1964), tal vez su obra y periodo más incomprendido.

El mismo FGO define El maestro de escuela así:

Trata de la descomposición del yo, que es el ambiente; del fenómeno «grande hombre incomprendido»; de «la culpa»; de la psicología del matrimonio; del mecanismo de cierto género de muerte, la que padeció don Quijote; del entierro, del cementerio y de la caridad.

FGO siente que con la muerte del maestro de escuela Manjarrés asiste a su propio fin: «la descomposición del yo».

El primer aparte son los borradores en los que narra cómo conoció a Manjarrés y su familia. «Las agonías y entierros» le hacen sentir en «otra parte» y amplía su comprensión. Penetrar en la esencia del cadáver: instante de liviandad, de estar «allá» (cerca a la Presencia), donde no hay engaño. Por oposición a la pesadez y la duración, que son el infierno.

La felicidad es la sensación de ligereza. En el Cielo no hay gravedad ni duración.

Manjarrés tenía la «flacura de maestro» de escuela, era nervioso y se avergonzaba. «Todo era falto de naturalidad en Manjarrés. Tenía «conciencia de pecado», fruto de haber sido discípulo de los jesuitas: ejemplo de «grande hombre incomprendido» como un dios miserable.

Sentimiento este generalizado, pues todos nos sentimos un «grande hombre incomprendido». El que se vive quejando de funcionarios públicos, que tiene conciencia de culpa por no ser quien debería, el «detestable, pero digno de compasión».

La muerte de Manjarrés le da la «certeza plena» de que goza de su pobreza: tímido «solitario por impotencia» que se cree «condenado», «perseguido».

El remordimiento religioso (educación de la voluntad) le impide amar y ser amado por mujer: «Cuando Manjarrés está amoroso, se le ve el pecado mortal». Autodominarse es dominar el placer pecaminoso que lo lleva al remordimiento y a la dureza de carácter por la penitencia.

Así, no le quedó más que ser maestro de escuela, tenido por «conservador», y escritor de diatribas (contra su esposa Josefa, con la que tuvo doce hijos, y contra el Gobierno y sus politiqueros) y filosofías (teoría del conocimiento, siempre inconclusa). Vive de la quejadera de aquello que le impide ser: «No triunfan sino los más audaces ignorantes».

Manjarrés y, por lo tanto, FGO, no tienen conciencia de que sufren por incapaces. No podrían objetivar la culpa. Comprende que, como Manjarrés, es un «grande hombre incomprendido» que goza entre más maldice a otros: «Los imbéciles poseen honores y riquezas; si yo estoy pobre, olvidado, es por eso, por incomprendido. La culpa la tienen los demás»: «… la humanidad le es precisa para echarle la culpa y evitar así que se disuelva la personalidad, al tener conciencia de pecado».

Manjarrés le echa la culpa a su esposa del hombre grande que no ha podido ser. Sus quejas van matando el interés vital de ella: va «poseyendo con sus obsesiones a un ser inocente». Ya sin ella, cuando muere, se da cuenta de que ella era su verdadera grandeza: «Manjarrés amaba a Josefa porque le echaba la culpa». Los Manjarrés «aman a sus víctimas y se odian a sí mismos»: «Las imágenes de la podredumbre de la realeza y del viaje miserable del rico despiertan la conciencia de “grande hombre” en los pobres. Se trata de envidia satisfecha por medio del sermón».

Murió el ser que tenía la culpa de su fracaso y Manjarrés se siente culpable y adquiere «mala conciencia» por el remordimiento. Siente que la ha matado y va muriendo también.

El triunfo del Evangelio cristiano radica en la afirmación de que los ricos no entrarán al cielo, pues al crear «otro mundo» se «curó del tormento a los pobres e hizo posible el régimen capitalista».

Por esa época FGO está en crisis económica, enfrentado al espíritu mercantilista antioqueño: «El pobre se alegra cuando suceden desgracias al poderoso», pero «nos avergonzamos de que sepan nuestra alegría por las desgracias de los ricos».

«Nadie goza con el bien ajeno sino en cuanto le conviene, es decir, en cuanto es suyo». «La oculta finalidad de las filosofías morales es objetivar la culpa». Por lo que el asceta busca el dominio sobre sus pobres deseos: comprobarse que es un «grande hombre».

Pero un buscador de la verdad como FGO, siempre incómodo para el inmovilismo escolástico colombiano, vive «la tragedia del proletario intelectual que va perdiendo la seguridad de su yo», y «Manjarrés terminó por aceptar que “él tenía la culpa”».

Manjarrés es lambón, mero mercantilista antioqueño, sus «actos son como huevos de gallina beata, que no echan pollos». Sin tener a quien echarle la culpa, Manjarrés no puede decirse mentiras y tiene que asumir su mediocridad: «Ni una queja: la forma de la serenidad que se llama “aceptación del aniquilamiento”».

Objetivamos el mal para poder echarle la culpa a alguien: «Odian apenas al que está por encima de ellos». «El pobre se alimenta de sus miserias y el tímido vive de las pretendidas ofensas».

Manjarrés se considera anticlerical y librepensador, pero le quitan la escuela por godo: «Quien se echa “la culpa”, ya está muerto», y a Manjarrés «se le acabó la voluntad de vivir».

Las «señoras caritativas» católicas («rameras de la virtud») huelen al «santo hedor de la caridad capitalista» y sirven para que la sociedad de vanidosos rezanderos siga tal cual: rebaño de «perros de la moral».

FGO afirma que esta novela de su juventud es algo de autobiografía: «Reniego así de mi obra y vida anteriores, o, dicho con palabras más suaves, me despido del maestro de escuela. Hoy, viejo ya, me pesa el haber maltratado la realidad. Lo que suelen llamar verdad son los sueños de los desadaptados».

«Qué amarga es la vida de los “solitarios maestros”, amancebados con sus viejas verdades incomprendidas». Con Manjarrés muere el asco de un «cadáver feísimo» de un «grande hombre incomprendido». Decide: «A nosotros, realistas, dennos salud, poder y amor».

En el Libro los viajes o de las presencias dice que en el libro del maestro de escuela terminó burlándose del espíritu y enterró su mentira: «… soberbia de afirmar su vana persona».

Alegría esencial de vivir

Ascendió, con la muerte de Manjarrés, a la «sinergia de la alegría esencial de vivir».

La muerte de Manjarrés propicia que FGO pueda vivir el resto de su vida (hasta 1964). La muerte de sí mismo obedece a la necesidad de un sentido superior iluminador. Ya no necesita de la piedad de los sacerdotes que «intrigan por curatos, fascistas», sino el «perenne sentimiento de aceptación» de lo bello y bueno que está más allá de las desgracias y miserias.

«La gana de confesarse» se debe a que «éramos unos dioses y nos arrojaron por ladrones o lascivos». Ya no hay confesores posibles, «todos duermen la siesta». El perdón no viene de fuera.

Muchos esperaban al león revolucionario, pero se transformó en la inocencia irreverente del niño en las manos del Padre (Presencia).

Ya no hay que echarles la culpa a los curas que lo acusan de irreligioso o a los politiqueros que lo creen resentido.

Paradójicamente, las cartas a dos de sus maestros sacerdotes dan cuenta de ello. Los escolásticos seguirán sin entenderlo.

«El hombre superador que buscamos» (el superhombre) se hace maestro de la escuela de Otraparte, su casa en Envigado. Por esto hay que leer su obra como propuesta de madurez y sus discípulos son su expresión: Estanislao Zuleta, Alberto Aguirre, Gonzalo Arango (y los nadaístas), entre otros muchos que seguimos tratando de aprender de su escuela: «Este debe ser el ideal de la escuela: silencio [“virtud de no expresar sino lo que se ha meditado”]. Sobriedad, lentitud armoniosa y prudencia, son las virtudes que debo inculcar a los muchachos».

La Presencia recuerda a la «fuerza de la tierra» o al «sol del mediodía» de Nietzsche.

Pero la «conciencia es objetivar lo que conocemos y razonamiento es expresión de lo conocido por medio de palabras», por lo que «la verdadera sabiduría es el instinto (lo que llaman sentido común)».

Así, «el fin último en la escuela debe ser aumentar el instinto. La conciencia razonante es epifenómeno» y el fin del conocimiento es «el sentimiento de un solo ser (Dios)». Lo que nos recuerda el panteísmo de la Ética de Spinoza.

«Jesús, que triunfó de lo fenoménico» (Viaje a pie, 1929), «no es el Dios de los burgueses, que lo tienen para que les perdone los pecados». [3]

Pero a los curas jesuitas les hace falta la unidad de la vida que cesa la antítesis entre el bien y el mal. La vida es una unidad y los jesuitas la han vuelto fragmentaria. «Más hermoso que la montaña alta; más conmovedor que la mañana pletórica de tibieza, es el espectáculo del hombre grande», «el hombre superador que buscamos».

La «vanidad cristiana» en la que fuimos criados hace que nos humillemos para ser exaltados (el cielo de quienes se rebajaron en la tierra). « Yo […] no creo ya sino en la plata, la salud y el amor»: «… renuncio a filosofías y me hago profeta… de lo que vaya sucediendo». FGO tiene tales dificultades económicas, que pide: «… deme la gloria en plata».

«Matar a Manjarrés, cuando habita en nosotros de nacimiento, es lo más difícil. Nietzsche y Marx, por ejemplo, dizque lo asesinaron: “¡Que mueran ya los predicadores de ultramundos!”, gritaban, y ambos crearon ultramundos, el superhombre y cierta realidad… soñada». Que sus seguidores volvieron nuevas escolásticas.

Vive, no es estacón (poste inmóvil), «cagajón río abajo, sí»: «Lo demás es la vida de las sombras, vida en donde no hay ganas, en donde no hay dedos con qué tocar, paladar con qué gustar ni narices con qué oler». «La naturalidad es animal; esto en la vida y en el arte; lo humano es la inteligencia». Fue con Manjarrés un pendejo: un «pobre maestro de escuela».

Vivir el viaje hacia la Presencia

«En este viaje que se hace con Fernando González se goza intensamente y muchas cosas se detiene uno a alabarle: la originalidad por sobre todo y ante todo».

Gabriela Mistral

Mantuvo correspondencia con diferentes intelectuales y sacerdotes abiertos a la búsqueda de la verdad (no dogmáticos). Por lo que es injusto e ignorante calificar a FGO de irreverente ateo, como lo hicieron la jerarquía eclesiástica y el conservatismo católico.

Se escribió con el padre Antonio Restrepo, S. J. [4] desde 1943 hasta su muerte (1964). Este había sido profesor de literatura de su hijo Fernando en el colegio San Ignacio de Medellín. Por ser buen lector le regaló el libro Nostalgia de Dios de Pieter van der Meer, lo que propició una «atracción intelectual» que se volviera hábito el escribirse mutuamente sobre temas literarios y filosóficos. Correspondencia buscando siempre la verdad de la Presencia y, por lo tanto, la Paz (lo bueno y lo bello) en su vida.

FGO era «dueño de una inteligencia extraordinaria que le situaba en el plano de los hombres superiores», personalmente era «superior a sus obras», afirma Restrepo.

En medio de tantos comentarios literarios FGO afirma: «Una cosa sé, ya con seguridad, y es que Dios es lo único que presta sentido a todo lo que hacemos». El sentido último. La voluntad de Dios es verdadera vida. FGO se siente enamorado de la vida.

Vive libre en Dios: «… cada día temo menos al futuro (la muerte), porque cada día vivo más el hecho de que todo (vida y muerte) es voluntad de Dios: Creación».

«La muerte, muy viva, no opuesta a la vida, sino esencia de la vida, no me abandona». «Uno muere solo, solo, solo; para poder morir, es necesario vivir en cacería encarnizada de la propia persona, dándole muerte, consumiendo y padeciendo los complejos que la forman: vanidades, ambiciones, amoríos (con el término amorío quiero indicar que no es Amor sino el que se tiene a Dios)».

En los comentarios de las cartas, el doctor Germán Marquínez Argote dice: «Fernando anduvo buscando una filosofía vital, cuyo último fundamento lo encontró en el Dios vivo de la experiencia, y no en el Dios abstracto de los filósofos».

El encuentro con el padre Andrés Ripol (1963) [5] le abrió «la puerta del Silencio»: «El Silencio o Dios es infinitamente mejor que los inteligibles o dioses». Y el final de sus días se vuelve obedecer al silencio: la paz. Sus esfuerzos «por atisbar la realidad detrás de los fenómenos».

Ripol es «el mellizo-oasis en el desierto de la vanidad» con el que alcanza la iluminación en esta búsqueda de la verdad compartida: «camino al Nacimiento». «Ahora se despoja para ascender, en compañía, a la Intimidad», como diría Alberto Aguirre.

Superando las apariencias de lo fenoménico se accede a la Intimidad en la Presencia: la paz interior: la sabiduría para vivir: «Por aquí no hay “círculos intelectuales” sino cursillos y mesas redondas, cuevas de ausencia, llamadas universidades… Y no he cambiado de objetivo: desde niño u óvulo atisbo la juventud eterna y la busco y la rebusco en caños, albañales, cuevas, muchachas y viejos. Desde niño me definí o conocí como el que atisba a Dios desde su letrina; por eso, para cumplir la misión, nací en mí, una letrina, y nací en Colombia, otra letrina. Yo no soy converso: me repugnan los convertidos: ¿para dónde se convierte uno? Uno, un hombre, es cagajón que flota en el océano de la vida. Por eso dijo Pablo, patrono de los viajeros: En la vida somos, nos movemos y vivimos». [6]

«¡Cava hondo, cava hondo! Deja que los oscurantistas digan que debajo está el infierno». «Eso de que sea Nietzsche el autor de nuestro lema no nos asusta, porque todo filósofo busca La Verdad; todos son cristianos, los unos con menos ausencia que los otros, pero buscan La Presencia…».

«Todo existente es La Presencia en ausencias. En otras palabras: Dios (La Presencia) está por esencia, presencia y potencia en todas las criaturas. En otras palabras: La Presencia (Dios) es la que da vida a las criaturas».

Por ello, el Libro de los viajes o de las presencias se debe considerar como una obra de madurez, pero incomprensible sin su vida y obra precedentes.

FGO se ha convertido en un observador de agonías, entierros y muchachas. Las muchachas con sus formas voluptuosas representan la energía vital que se nos escapa. Se trata, por el contrario, de embriagarse de la vitalidad que sale de su piel.

FGO se desdobla en Lucas Ochoa en diálogo con su esposa Berenguela. Ella es «presencia; es mamá; es conciencia».

Reconoce que han convertido la vida en una disculpadera para no aceptar que se está agonizando desde que se nace. Por eso la descomposición del yo es apertura a la Presencia y muerte a la Nada.

He aquí una invitación a leer este libro como un viaje espiritual, es decir, en el que se identifican la voluntad del Padre y nuestra representación en ella. Al fin y al cabo somos Voluntad y Representación, como en Schopenhauer.

Vivir es viaje a la Intimidad en la Presencia: la contemplación mística de la vida sucediéndose. La propaganda católica es profanadora de la Intimidad. Los mercaderes religiosos son expresión del imperialismo económico. Por ello FGO se considera «sucediéndose en el hijo de Dios e Hijo del hombre».

La vida es un viaje desde la nada hacia uno mismo. Vivir sucediéndose es aprender a caminar caminando, por lo que cada quien tiene que parirse a sí mismo: desnudarse de las propias vergüenzas, de la culpa y del remordimiento.

Viajar es nacer de nuevo, pero conscientemente: «… una sa-tis-fac-ción plena, inefable». Hacer de la vida un viaje, una «embriaguez de la belleza», pues «todo lo vivo es verdad; lo racional es verdad, si estuviese vivo». La filosofía conceptual escolástica está muerta.

«¿Quién es cristiano? Todo el que ame a la Intimidad y la busque y vaya realizándola en cada instante de su vivir». Dios es un estar sucediéndose en la búsqueda honesta de la verdad.

Como dijo Gonzalo Arango, el lema de su escuelita fue: «El que no está consigo mismo, no está conmigo». Es decir, el que no afirma la vida en sí mismo. Por lo que, según se lee en Los negroides:

La pedagogía consiste en la práctica de los modos para ayudar a otros a encontrarse; el pedagogo es partero. No lo es el que enseña, función vulgar, sino el que conduce a los otros por sus respectivos caminos hacia sus originales fuentes. Nadie puede enseñar; el hombre llega a la sabiduría por el sendero de su propio dolor, o sea, consumiéndose.

«La soledad es gran compañía, gran intimidad. Mi padre, quien soñaba con Otraparte como una escuelita de solitarios, decía que sólo cuando uno se siente solo vive y tiene fuerzas para dar», dijo Simón González Restrepo en una de sus últimas entrevistas. [7]

La sabiduría para vivir es el estar sucediendo de la libertad, hasta de sí mismo, fruto de la paz interior (Intimidad en la Presencia).

Notas:

[1] «¿Quién es Fernando González? Es un escritor inclasificable: místico, novelista, filósofo, poeta, ensayista, humorista, teólogo, anarquista, malhablado, beato y a la vez irreverente, sensual y casto… ¿Qué más? Un escritor originalísimo, como no hay otro en América Latina ni en ninguna otra parte que yo sepa» [Ernesto Cardenal, poeta nicaragüense]. «Los libros de Fernando me sacuden hondamente. Hay en él una riqueza tan viva, un fermento tan prodigioso, que ello me recuerda la irrupción de los almácigos en humus negro. ¡Es muy lindo estar tan vivo!» [Gabriela Mistral, poeta chilena, primer premio Nobel de Literatura en Latinoamérica, 1945]. FGO le dedicó El maestro de escuela a Thornton Wilder, dramaturgo estadounidense, que luego de leer el libro le escribió el 4 de abril de ese año: «Y como obra de arte, cuán original. Usted ha reinventado la novela. Usted ha creado la Novela: Siglo xx. […] Esta es la nueva novela».
[2] Una introducción al pensamiento del autor puede verse en mi texto «El pensamiento de Fernando González Ochoa».
[3] Alberto Aguirre cita esta frase en la introducción de Las cartas de Ripol, pero la carta a la que alude no aparece en el libro.
[4] Restrepo, S. J., Antonio. Mis cartas de Fernando González. Consorcio Editorial Colombiano, 1983.
[5] González, Fernando. Las cartas de Ripol. Bogotá, Ediciones El Labrador / Joe Broderick, mayo de 1989. Introducción por Alberto Aguirre y epílogo de Andrés Ripol.
[6] Carta del 14 octubre de 1963 a unos estudiantes de Ibagué, citada en Las cartas de Ripol.
[7] Restrepo Santa María, Margaritainés. «Simón cabalga sobre Rayo de Luna». Periódico El Colombiano, sección Nuestra Gente, domingo 10 de marzo de 2002.

Fuente:

Ramírez, Édgar A. «Fernando González Ochoa, el maestro de escuela». Comunicación personal.