Fernando González,
educador latinoamericano:
pensamiento y rebeldía

Por Diana Milena Peñuela Contreras *

Preludio

Fernando González, filósofo y escritor antioqueño, ha sido nombrado por algunos de sus amigos y lectores como el Maestro de Otraparte (1), el Filósofo de América, el Moderno Zaratustra, el Filósofo de la Montaña, el Filósofo de la Autenticidad, Fernando el Mago, o el Filósofo de la Postmodernidad (2). En el presente artículo se lo considera en tanto educador latinoamericano, desde la rebeldía y la ironía que caracterizaron la escritura de su pluma y de su vida frente a la forma de construcción de la historia colombiana y latinoamericana, en su disenso en torno a lo instituido y normalizado por la sociedad y, también, como se intentará mostrar, en relación con la educación tradicional, la función de los maestros y los procesos de formación de la niñez y la juventud. El artículo se inscribe en los procesos de investigación del grupo Pedagogía y Política, desde las indagaciones en torno a la relación entre la filosofía y la literatura, y los campos de conocimiento y las formas de producción de pensamiento hegemónico en lo pedagógico y lo educativo en el mundo contemporáneo.

Interludio – Inmanencia de una vida… Trascendencia de un pensamiento (3)

Nacido en una calle de Envigado con caño como él mismo lo refería, habitó siempre existencialmente en su Otraparte. Son el 24 de abril de 1895 y el 16 de febrero de 1964, las fechas que marcan el comienzo y el final de su vida desde una mirada biológica, no obstante, en una perspectiva filosófica y literaria, sólo con la configuración biográfica a través de su proceso escritural, tanto en sus obras como en su cuerpo, su vida deviene inmanente y su pensamiento trascendente desde una mirada contemporánea. En este apartado, se hace referencia no sólo al rompecabezas biográfico del ser humano que constituyó el maestro González, se busca trazar la composición de una vida en tanto escritor, viajero y maestro. Como escritor, al generar composiciones en los personajes reales e imaginarios que recreó y que finalmente fueron parte constitutiva de sí mismo; como viajero, al componer y descomponer su vida, en cada uno de los viajes físicos e imaginarios que realizó a lo largo de su existencia; y como maestro, al constituirse, a través de las composiciones que creó, en las personas que lo rodearon y en sus amigos, pues como veremos, el filósofo jamás desligó lo afectivo, lo pasional y lo vivencial de su producción literaria y de sus formas de pensamiento.

Escritor y viajero de otra parte

El filósofo escritor no temía plasmar en cada línea lo que pensaba con la sencillez más profunda del pensamiento. Fue un autor que no se rindió a los vicios de la cultura tradicional, ni halagó sus sentidos corrompidos por el pasado, porque en cambio planteó “una catástrofe de aparente dolorosa injusticia: el naufragio de continentes de papel, de cargamentos de palabras aprestigiadas por los falsos valores que él viene a negar […]. El pensador es castigo de sus contemporáneos” (Jiménez, 1995: 10). Fueron precisamente la libertad de pensamiento, el agudo lenguaje y la irreverencia escritural que lo caracterizaron, los que generaron afiladas críticas por parte de sus detractores en torno a sus radicales posicionamientos (4).

Heredó de su tatarabuelo, don Lucas Ochoa, su espíritu “rebelde e individualista”, espíritu que, según Echeverry (1985), marcará gran parte de la vida del filósofo antioqueño, debido a sus acercamientos y posterior influencia (5) del pensamiento de don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca. Hijo de doña Pastora Ochoa y de don Daniel González, agricultor y maestro de escuela. Su vida se desarrolla como en un teatro, según lo refiere Jiménez (1995), “pues sólo el teatro puede explicar la vida que vive el hombre. […] Es la amarga sabiduría que un Maestro siempre tiene de que la quintaesencia de su ideal representa una elección inalcanzable a plenitud” (16).

Y el reconocimiento de su propio teatro existencial en tensión con el mundo que lo rodeaba, lo vivió siempre desde su juventud, por ejemplo, cuando tenía dieciséis años y cursaba quinto de bachillerato, fue expulsado del colegio San Ignacio de Loyola, dirigido por los padres jesuitas, “por sus precoces y excesivas lecturas, por transmitir sus inquietudes filosóficas a sus compañeros y por su desatención a las estrictas normas religiosas […], según se desprende del informe que le enviara el rector del colegio a don Daniel González padre del muchacho” (Corporación Región, 2007: 7). Posteriormente, en sus escritos hará referencia a esta etapa de su vida:

Los jesuitas han hecho de Colombia el país de los ejercicios espirituales. Todo colombiano, ocho días antes de casarse o de ser elegido Diputado a una Asamblea o Congreso, se retira a una casa de ejercicios. Allí obligan su atención a dirigirse constantemente hacia la idea de la muerte, hacia lo efímero de la vida […]. Pero a los ocho días […] la carne se venga, rompe el dique de la conciencia que es una perezosa guardiana (González; 1995b: 82).

Seis años antes de su graduación como abogado, escribió su primer libro Pensamientos de un viejo, cuando tenía dieciocho años de edad (sic), texto que fue prologado en ese entonces por Fidel Cano, quien escribiría:

Vese, efectivamente, en los pensamientos de González, o por lo menos creo yo ver, que el escéptico alojado en ese espíritu busca con afán entre las mismas nieblas y sombras de sus dudas y negaciones senderos que le lleven a una fe —no me refiero a escepticismo y fe religiosos, sino a estos dos estados de alma respecto de ideas de otro orden— y vese de igual modo que el pesimista también hospedado en aquel espíritu se encamina a un optimismo, raro por cierto, pues que consiste en hallar sosiego en su propia inquietud, conformidad en su inconformidad misma, goces y alegrías interiores en la consolidación del dolor intelectual que le atormenta y domina. (González, 1996: 9).

Posteriormente, en 1919, se graduaría como abogado de la Universidad de Antioquia, al escribir su tesis bajo el título “El derecho a no obedecer”, la cual “fue censurada por las autoridades universitarias, que lo obligaron a realizarle algunos cambios como requisito para obtener el grado, y en consecuencia la tituló simplemente: Una tesis” (Estrada (sic), 1995: 7). Se observa, una vez más, cómo siempre fue característica la contravención frente a lo instituido en el teatro existencial de su vida. Con el paso del tiempo, dirá respecto a su profesión:

[…] cosa parecida ocurre en el ejercicio de la profesión de abogado. Le enseñan a uno hermosas teorías jurídicas en la facultad, pero ya en la práctica, cualquier litigio claro y justo, los rábulas lo convierten en oscuro y sucio enredo. Otra forma de la anquilostomiasis o gusanera moral que ataca a los leguleyos aquí en Colombia. Es el mismo mal, el de la tierra en que vivimos: ¡nido de pícaros! (cit. Vallejo, 1982: 54).

Entre 1919 y 1921 ejerció su profesión en Medellín. Fue nombrado magistrado en Manizales en 1922, cargo al que tuvo que renunciar por insuficiencia de edad para ejercerlo. En ese mismo año se casó con Margarita Restrepo, hija de Carlos Eugenio Restrepo, la cual “será el sustento de enfermedades, pasiones y luchas […], fiel compañera del combate existencial” (Estrada, 1995: 17). Algunos años después ejerció el cargo de juez segundo del circuito de Medellín de 1928 a 1931. En ese año es nombrado cónsul de Colombia en Génova, Italia. Un año antes de su viaje había publicado su libro Mi Simón Bolívar; cuando decidió escribirlo el Mago señalaba: “Bolívar, el hombre de la hamaca, nacerá en estos días. Ya me siento preñado, pero no se puede apurar hasta que el espíritu lo desee” (cit. Ochoa, 1995: 24). Comenta Ochoa (1995a) que “el Bolívar que surge de la escritura de este libro no es el personaje domesticado y amansado con el que, so capa de admiración y culto, se han ido pervirtiendo los ideales bolivarianos”.

De otra parte, fueron los viajes que realizó, tanto de pensamiento como físicos, los que lo convirtieron en el filósofo viajero y le permitieron reconfigurar el teatro existencial, al que se viene haciendo alusión. Lo anterior se observa en varias de sus obras, por ejemplo, en Viaje a pie de dos filósofos aficionados (1929), en El Hermafrodita dormido (1933) y en Cartas a Estanislao (1935). Dos años después de haber sido nombrado cónsul en Génova, cuando se encontraba en prensa su libro El Hermafrodita dormido, expresaría:

Ya está en prensa […]; llegará a Colombia en los días en que elijan a Alfonso López, como una protesta. Este va a perseguir a todo lo antioqueño. Tengo esa intuición. Y tengo otra, y es que nos encontraremos en Colombia, luchando contra una oscura tiranía, la de los cacorros de Bogotá, porque ese es el gobierno que se aproxima (González, 1995b: 46).

Y no se equivocaba en su lectura, pues sería este libro el que le ocasionaría su expulsión del consulado por sus críticas contra el fascismo, entre otras expresaba: “Mussolini es una pirámide de mal gusto, no podría soportar a este dictador incapaz de crear una literatura, un arte, nada bello. Mussolini es un antiguo carnicero que leyó a Nietzsche a la carrera” (cit. Echeverry, 1985: 17). Luego es nombrado cónsul en Marsella, sobre su salida de este consulado en 1935 escribirá:

Esa bobada del consulado tenía que terminar así, pues mamá me parió cabezón, pudo parirme hasta buen mozo, amigo de la virtud y airado, pero, para cónsul de Olaya no me parió nada, ni jota. No ha habido un Ochoa que sirva para eso. Así pues, esta aventura estuvo divertida, menos en lo del maldito teléfono, pero fue que acababa de conversar con Santos y me sentía borracho de carajadas… Me he encerrado en absoluto mutismo […] y no volveré a ser cónsul ni en esta ni en la próxima encarnación (cit. Echeverry, 1985: 55).

En ese mismo año se compilan para su publicación una serie de cartas (6) escritas a sus amigos y familiares en el libro titulado Cartas a Estanislao, que recibe su nominación debido al fallecimiento de su entrañable amigo Estanislao Zuleta Ferrer, quien iba en el mismo avión en el cual se accidentó Carlos Gardel. Dirá González en relación con su muerte: “[…] sentí una punzada en el corazón. En todo caso ya se me acabaron las alas. Su juventud terminó. Era mi único amigo […] pero una existencia breve y repleta como la suya no necesita del otoño de la existencia” (Ochoa, 1995b: 8). Posteriormente, hacia mayo del año siguiente, estando ya en Colombia nuevamente, publica la Revista Antioquia, la cual tiene la particularidad de no poseer periodicidad a lo largo de esa década, y se constituye, a su vez, como “una interesante joya bibliográfica donde es autor y editor, ante la censura taimada o abierta que boicotea sus libros, se ingenia el escritor esta manera de hacer conocer sus ideas, enfrentando sin reticencias a sus contemporáneos” (Ochoa, 1995: 9).

Finalmente consigue el cargo de juez de rentas en 1942 y, a continuación, es asesor jurídico y jefe de valorización de Medellín, pero en 1944 es destituido, acusado de ateo y de tener ideas comunistas (Echeverry, 1985: 18). Su libro El maestro de escuela aparece en este periodo, específicamente en 1941, y resulta ser otra de sus interesantes obras de reflexión filosófico-literaria. Dirá el filósofo: “[…] reniego así de mi obra y vida anteriores, o, dicho con palabras más suaves, me despido del maestro de escuela. Hoy, viejo ya, me pesa el haber maltratado la realidad. Lo que suelen llamar verdad son los sueños de los desadaptados” (González, 1998: 78).

Muchos años de su vida, como comenta su hijo Álvaro, los pasó aislado, no recibía visitas y hasta se escondía de ellas, pero en particular en los últimos años “se operó un cambio que coincidió en parte con el Libro de los viajes o de las presencias, su libro preferido en el cual compendió su pensamiento y que escribió a once días de la ida de Gustavo González Ochoa, a quien tanto amó” (Estrada, 1995: 6). La muerte de Ochoa enmudece su pluma y sólo hasta 1959 aparece Libro de los viajes o de las presencias. Editado el 14 de agosto de 1959, fue casi una reconciliación con la escritura pública, luego de que tiempo antes se hubiese negado a aceptar tal insinuación entre airado e irónico diciendo “que no volvería a publicar nunca más nada porque eso era trabajo perdido y de pura vanidad” (Vallejo, 1982: 17). Con el paso de los años, “algunos de quienes lo admiraron por sus escritos de juventud, comentaban que Fernando González se había vuelto muy místico y que había perdido su beligerancia, su rebeldía creadora” (Estrada, 1995: 7), pues “estos amigos no pudieron ponerse en las coordenadas del Maestro y su antigua admiración les había llevado a endiosarlo en su imaginación. Les parecía un dios destructor de otros dioses. Pero cuando él quiso ser Nada para habitar el Todo, ese dios se les vino al suelo” (7).

Un maestro generador de afectos… El Mago

El Maestro Fernando González no nos habló de saberes disciplinados, de conocimientos científicos “arrogantes”, de métodos que moldean, la suya fue una manera propia y particular de entender los discursos y el ser humano. González fue un maestro en la forma más interesante que se puede constituir un maestro, un modo rizomático, peripatético, que propendía por un poco de filosofía untada de aire fresco de las praderas, de polvo de los caminos, de miedos del ser humano, de los afectos. Nos habló de la escritura libre, de la problematización de las máscaras sociales que usamos, de la importancia de la sabiduría y del reconocimiento de los afectos y afecciones que nos rodean y nos constituyen; esto aunque fuese más conocido y estimado en Europa que en Envigado y en Colombia, donde era ignorado las más de las veces, o minimizado intencionalmente.

Cuando se escribe y eso lo sabía perfectamente el Maestro González, ya no somos nosotros mismos, y en el ejercicio de libertad de su escritura estimuló a muchos a hacerlo también, entre otros a jóvenes e intelectuales de su época tales como Gonzalo Arango, Manuel Mejía Vallejo, Carlos Castro Saavedra, Félix Ángel Vallejo, a quienes el Maestro González decía: “Hay que practicar diariamente; escribir por escribir; enriquecer el léxico: vagar trabajando, describiendo, observando los mundos físico, mental y espiritual” (cit. Estrada, 1995: 8). Además de la importancia de la libertad en la escritura González nos habla de problematizar el uso de máscaras sociales en la producción de pensamiento y en la corporalidad, decía el Maestro: “[…] nadie se atreve a desnudar su cuerpo ni su pensamiento en presencia del prójimo, salvo de modo parcial y en casos excepcionales, etc. Es casi una necesidad el vivir disfrazados, por fuera y por dentro, para esconder el animal y ejercer la hipocresía” (cit. Vallejo, 1982: 55).

La relación afecto-pensamiento que el filósofo lograba establecer con los otros desde su ser maestro, pasaba también por el reconocimiento de que las emociones y las pasiones son las que nos impulsan o nos mueven a obrar. “El alma como dice Spinoza no es más que un cuerpo existente en acto o existiendo en acto” (Vallejo, 1982: 90). Félix Ángel Vallejo, hacia 1957, cuando ya rondaba los sesenta años, llega a vivir a la finca San Isidro, al lado de Sabaneta, en aquel tiempo un apacible pueblo no lejos de Medellín. El maestro González iba a la finca de Vallejo y allí tenían lugar sus observaciones, además recuerda Vallejo en relación con el maestro:

[…] lo he visto gozoso, acariciando en su interior algo que acaba de vivir, de ver por dentro o de intuir. Con su quietud y silencio él me induce […] sabe inducirme. Permanece inmóvil, abstraído, lejanísimo, ahí sentado con las manos cruzadas sobre el puño del bastón. La vista la mantiene fija, atenta en su intimidad hasta que percibe y desnuda la vivencia (Vallejo, 1982: 24).

También es importante notar los afectos que la lectura de su obra genera en quienes lo leen, lo cual se pone en evidencia en el “Prólogo” que escribe Gonzalo Arango al libro Viaje a pie de dos filósofos aficionados: “[…] su obra refleja este siglo, nos afecta, nos compromete, nos turba, nos acusa, nos libera. Constituye, por su rebeldía y sinceridad, por su desnudez y agresivo lenguaje, uno de los testimonios humanos más vivos y beligerantes de nuestra literatura” (Arango, 1995: 4). En apartes del escrito “Variaciones alrededor de un hombre” de William Ospina, se afirma:

Leerlo no es […] una mera experiencia intelectual, es una experiencia vital, como oír el viento en los árboles, como meterse al mar, como estudiar las rosas o los músculos, como aprender a nadar o a volar cometa. Estoy seguro de que pocos guías pueden ayudarnos tanto a encontrar la madera de nuestro propio sueño como este soñador tan reciamente colombiano, tan reciamente antioqueño y a la vez tan de otra parte. De la galaxia que no está en los mitos, del mundo que no está en las cartas, del país que no está en los mapas. Del misterioso, cotidiano, sagrado, desconcertante, conmovedor país de una vez y de nunca más (Ospina, 2006: s/p).

Fernando González, ¿educador latinoamericano?

El pensamiento del Mago propone lecturas otras de la construcción histórica del conocimiento y de la realidad social, realizada por la denominada generación del Centenario; y fue precisamente por esa lectura propia y en solitario que trató de hacer de la visión de su generación en varios de sus libros, entre otros, Mi Simón Bolívar, Santander y El Hermafrodita dormido, que el filósofo fue fuertemente criticado, además de manera pública. Amó la historia e intentó poner en juego otras lecturas de ésta, a la manera de recorridos a la inversa. En ese sentido, podemos decir que para el pensamiento predominante de su época, desde la lectura del Centenario él iba en contravía,

[…] pues eran sus contemporáneos mentes que devanan la rutina de su vivir en previsión de una durabilidad eterna de las tradiciones que heredaron del pasado […] la generación del Centenario se volcó locuaz sobre el país, empeñada especialmente en mantener con celo la continuidad histórica de los fundamentos culturales en que se asienta la nación. Ella no acrecentó grandemente el patrimonio cultural, sino que se limitó a enlucirlo y a adobarlo […] nunca hizo un serio intento de revisar las premisas de nuestro desenvolvimiento social […] le faltó autenticidad, ojos propios y buidos, conciencia de sí, desapego a las formas prestadas, confianza en su camino inalienable, propio, pero aunque modesto recorrido con los propios pasos (Jiménez, 1995: 17).

Así lo escribió Jiménez, refiriéndose a las búsquedas del filósofo antioqueño, cuando se preguntaba por la tierra que pisan nuestros pies, buscando encontrar la propia y modesta realidad en que chapucea nuestra vanidosa sed de universalidad. Ahora bien, aunque en ninguno de los textos consultados del filósofo, se encuentra un apartado puntual escrito en torno a la escuela, la educación o la pedagogía, se logran rastrear varias consideraciones en torno a la enseñanza, a la función del maestro, a las formas de lo educativo de su época. A continuación, dándole la palabra al maestro, dejaremos que desde su construcción biográfica experiencial nos dé cuenta de su pensamiento alrededor de lo educativo.

Otras formas de entender el maestro, la juventud y la educación

¿Desde dónde emerge y se valida el conocimiento? ¿Cuál es la relación entre la filosofía y los conocimientos que se han instituido y se validan en el campo de lo educativo? En este apartado se hace referencia a la forma como el maestro González deconstruye y problematiza entre otros aspectos, la forma de acercamiento a la validez y la legitimación del conocimiento científico y de los saberes que se enseñan en la escuela, el papel del maestro y los procesos de formación de la juventud, aspectos que guardan una estrecha relación con la existencia, los intereses, las pasiones y deseos del filósofo antioqueño. Haciendo alusión específicamente a la manera como aparece su propia inclinación hacia la filosofía, desde su búsqueda personal por el origen del conocimiento, hasta hacer de ésta una cuestión experiencial, narraba:

[…] desde pequeño me orinaba en la cama, una de mis tías alarmada con este motivo de vergüenza familiar, antes de que ingresara en el colegio de los Jesuitas de Medellín, calentaba un ladrillo a muy alta temperatura, colocábame en cuclillas sobre él —con mucho cuidado para que no me quemara— le echaba agua fría y me hacía recibir ese vaho en la vejiga. Esto me despertó la tendencia al estudio de la medicina esotérica (Vallejo, 1982: 45).

En este sentido, es importante destacar las formas de constitución del conocimiento y de los saberes, especialmente la manera como asumía sus procesos de validación fuera del espacio escolar, pues, para él, la vida misma era escuela de la sabiduría. Al respecto, siguiendo la experiencia de descubrimiento de la medicina esotérica, anotaba:

[…] Intuí entonces que somos animales avergonzados […] y fue también esta experiencia la que me inició en la filosofía viva, pues viví de este modo que la verdad está dentro de nosotros y no podemos verla sino viviéndola, padeciéndola y dirigiéndola. O sea, viajando por nuestro mundo. En síntesis: que con el amarradijo de mi tía empecé a entender que sólo la vida es escuela de sabiduría cuando la padecemos y la digerimos, o que el verdadero conocimiento es fruto de la vivencia íntima, del dolor que nos causa y nos fuerza a buscar el origen de este. Con el placer ocurre igual… (Vallejo, 1982: 45).

Ahora bien, aunque la relación del maestro González con la educación formal, como vimos en su parte biográfica, fue siempre problemática, no significó para el filósofo una despreocupación por estos proceso de formación, al contrario, en Cartas a Estanislao se preguntaba tanto por la función de la institución escolar, como por la educación de los jóvenes en su rol de ciudadanos. Al respecto, se pueden citar varios ejemplos.

En su carta “Carta XL”, escrita en Envigado hacia 1934, se interrogaba: ¿cómo se educa un pueblo? ¿Cómo se hacen hombres para la guerra, para la paz, para el comercio o para la ciencia y el arte?

Tengo ganas [le dirá a Estanislao] de fundar escuelas en donde disciplinemos a la juventud […] para asombrar al mundo. Dame que pudiéramos establecer tres escuelas, disciplinar dos generaciones, y Colombia sería grande. Hasta hoy, en cuatrocientos años que lleva de vida pública este continente, las generaciones han sido hechas para el miedo, la vergüenza, la esclavitud y el pecado (González, 1995b: 147).

Asimismo, en el prólogo para el libro de un joven, “Carta XXXII”, planteaba también:

La juventud vale en cuanto anida. En la vida, yo no veo sino juventud. La enfermedad consiste en la juventud que anida sobre organismos cansados; el cáncer, por ejemplo; ahí veo la energía juvenil de un tejido parásito. La muerte: es el camino del futuro. Así, pues, yo no veo sino vida en diferentes manifestaciones. Afirmemos siempre nuestra juventud; cuando viejos o enfermos, digamos que no hay tal, que estamos grávidos de juventudes […]. Este anidar sobre la tierra y sus fenómenos ha sido mi profesión, y me ha causado tantas alegrías y penas, que he llegado a llamar a la filosofía, mi mujer o mi amante. Y cuando contemplo a un joven que desea dedicarse a este comercio, sinceramente, lo amo tanto, sufro y gozo tanto, que quisiera amamantarlo, pues hay en mí facultades de madre. (González, 1995b: 115).

En relación con sus planteamientos en torno a la función de los maestros en la sociedad desde una perspectiva histórica, en la “Carta XXVI”, escrita en Sabaneta, se cuestionará:

¿Dónde hay maestros por aquí? […] pues maestros deben ser los gobernadores; deben tener un alma bañadora del cuerpo, que excite como nalga de novilla; que acaricie tanto como las antenas de las hormigas a los pulgones. Así, nuestros niños echarían la lechita del espíritu, que es la que deben echar (González, 1995b: 80).

De igual forma planteará:

[…] nosotros, los maestros nuevos, debemos odiar todo lo pasado; odio eterno a las generaciones conservadoras y liberales. Nada hay aprovechable en nuestro pasado. La historia ha sido escrita e impuesta por Santanderes y Arrublas. La única salvación está en volver al Libertador (González, 1995b: 147).

Cabe resaltar también, la relación que establece el Mago de Otraparte entre la educación y la política, dado que una de sus características fue desde lo autobiográfico-experiencial, los posicionamientos críticos que planteaba a su entorno sociopolítico. Por ejemplo, estando en Medellín el 9 de febrero de 1935, escribe en su “Carta XXXIX”:

Prima en Colombia el concepto de que civilizarse es comprar vestidos, automóviles y aviones. Los colombianos no presienten siquiera que civilizarse es trabajar y manifestar en la naturaleza física las características de la personalidad. A un pueblo se le da un territorio para que allí se manifieste. La naturaleza física es el teatro o laboratorio de nuestras almas. Manifestarse en la extensión territorial, por medio del trabajo, es civilizarse. Para eso nos arrojaron del Paraíso […]. Venga toda la juventud, toda la niñez, todo lo que es porvenir, a la oposición, porque nos han engañado y van a decir que no dejamos huellas en la bendita tierra que habitamos (González, 1995b: 141).

Siguiendo con el análisis de la relación entre educación y política, el filósofo escribe su “Carta XXVII”, para mostrar su complacencia con el Proyecto de Cultura Aldeana (7), propuesto por el entonces ministro de educación Luis López de Mesa, pese a su oposición al gobierno de turno de Alfonso López; al respecto dirá a su amigo Estanislao Zuleta Ferrer:

¡Quiera Dios que mi juicio de ahora sea verdad! Leí su proyecto acerca de educación y alegría aldeana y casi me tumba el corazón. ¿Estaré equivocado? Por ahora, dale, vete a darle un abrazo a ese hombre que comienza a tratar a las ideas con respeto que infunde pánico delicioso (González, 1995b: 87).

En la carta anterior, hará referencia al mismo tema:

Pero siento alegría al ver a López de Mesa en la Educación Nacional […]. Dile pues que estoy estudiando todo lo que hace y que me brincan las entrañas. Que por hoy, le grito: los niños esperan de ti que les des ideal para ofrecer la juventud, para no darle sus energías a la ensoñación. Esperan de ti sombreros y camisas símbolos, porque en la tierra todo quiere vestirse, representar; la tierra es teatro de la juventud guerrera […]. Y dentro de quince años tendremos gobernadores, no ladrones (88).

Se observa, finalmente, que para el filósofo de Envigado fue importante lo educativo, no sólo desde su relación con la escuela, el maestro o las políticas educativas de la época histórica, sino desde su preocupación por dotar de reflexión filosófica los procesos de formación de la juventud en ese momento histórico particular, al igual que, por cuestionar la validez del conocimiento, sus fuentes de producción desde una supuesta cientificidad, aspectos estos que en el caso del Mago de Otraparte, sólo se pueden leer en clave de su propia búsqueda experiencial, espiritual y pasional del conocimiento y desde sus fuertes cuestionamientos a la noción misma de verdad en la constitución de su propia realidad personal y social.

Postludio…  A manera de final inconcluso

La trascendencia de su pensamiento y la inmanencia de su vida no se dan sólo porque el maestro González haya logrado traspasar las fronteras físicas de su Envigado y de Colombia, o porque su reconocimiento se dé más en el extranjero que en nuestro país, sino por el eco de contemporaneidad que adquieren su reflexión y su escritura. ¿Por qué pensar entonces a Fernando González como educador latinoamericano? Entre otras razones, porque se considera que no se es maestro sólo por la formación únicamente restringida a la obtención de un título, tampoco porque se estudie pedagogía o se tenga un doctorado en ésta, ni por la validez y especificidad científica de los conocimientos que alguien logre adquirir alrededor de una disciplina. Se es maestro, quizá, por la historia que configura la vida de un ser humano; por la fuerza, el deseo y el apasionamiento de un pensamiento; por la huella que deja en las mentes y, sobre todo, en los cuerpos de los otros; por la forma en que la propia vida permite configurar formas otras de existir, otras posibilidades de crear, de pensar, de soñar.

Por ello, el Mago de Otraparte es un maestro, cuyo pensamiento existencial tiene mucho que aportar a esta aridez de pensamiento que vivimos en la experiencia educativa latinoamericana contemporánea; un maestro que con el tiempo y sin él, con los lugares y también sin estos, escribió a pulso y en su piel las letras que conforman dicha palabra, pues escribió la vida… una vida a su modo, sin permitir jamás que se la escribieran, desde la rebeldía que lo caracterizó, la forma como logró configurar realidades a veces inexistentes, siempre con la mirada atenta de la crítica a la historia y la filosofía, desde su amor por la literatura y la cultura y su pasión por crear Otraparte donde respirar y donde permitir que otros respirásemos formas posibles de pensamiento y de existencia.

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* Magíster en Educación. Profesora de la Universidad Pedagógica Nacional en la Maestría en Educación y de la Licenciatura en Educación Comunitaria con Énfasis en Derechos Humanos de la Universidad Pedagógica Nacional (Bogotá-Colombia) e investigadora del grupo Pedagogía y Política.

Notas:

(1) Nominación que recibió, por parte del Maestro González, en 1941 (sic: 1959), La Huerta del Alemán —casa campestre cercana a Envigado—.
(2) En el correspondiente orden de nominación: Ernesto Ochoa Moreno en el prólogo que realiza a la tercera edición del libro Cartas a Estanislao (1995b); Jorge Rodríguez Arbeláez en el prólogo que le hace al libro Retrato vivo de Fernando González (1982); Humberto Jaramillo Ángel, en el prólogo del libro El pensador de otra parte (1985); Javier Henao Hidrón en su libro Fernando González, el filósofo de la autenticidad (2008); Marco Antonio Mejía en su artículo “Fernando el Mago: el hombre que no ha sido” (1995); y Alberto Restrepo en su artículo “Fernando González: el filósofo de la postmodernidad” (1995).
(3) Dirá Deleuze (1995) que el campo trascendental se define por medio de un plano de inmanencia, y el plano de inmanencia, por medio de una vida.
(4) Cabe resaltar en este punto, la serie de cartas que intercambió con Eduardo Santos, por las “Editoriales” publicadas por este último en el periódico El Tiempo, en las cuales lo acusaba de su falta de nacionalismo, entre otras fuertes críticas, cuando se desempeñaba como cónsul de Marsella en 1934, debido a sus posiciones sobre el papel de Santander en la historia, su lectura propia de Bolívar y las críticas que esbozaba sobre los gobiernos en algunos países de América Latina, incluida, por supuesto, la transición liberal de 1930 en Colombia.
(5) Es importante anotar que entre sus lecturas favoritas, según refiere Echeverri, se encuentran: Nietzsche, Spinoza, Renán, Poe, Unamuno, Emerson, Shakespeare, Carlyle, Rosseau y, por supuesto, la Biblia.
(6) Escritas entre 1930 y 1935, a su suegro el presidente Carlos Eugenio Restrepo, a sus hermanos Alfonso y Alberto, a Mussolini, a Eduardo Santos y, por supuesto, como principal destinatario, a su amigo Estanislao Zuleta Ferrer, juez y magistrado del Tribunal de Medellín, fallecido el 24 de junio de 1935.
(7) Según Díaz Soler (2005): “Con la Campaña, diseñada e implementada en la llamada República Liberal (1930-1946), se quiso ‘poner a tono’ la sociedad y que aspiraban a establecer un nuevo orden social, para alterar, de ese modo, la dinámica política y cultural de las poblaciones”. Disponible en: Pedagogica.edu.co

Referencias bibliográficas

1. ARANGO, Gonzalo, “Prólogo”, 1995, en: Fernando González, Viaje a pie de dos filósofos aficionados, Medellín, Universidad de Antioquia / Señas de Identidad.

2. CORPORACIÒN Región, 2007, De la rebeldía al éxtasis. Viaje de Fernando González, Medellín, Maestros Gestores de Nuevos Caminos.

3. DELEUZE, Gilles y Félix Guattari, 2005, ¿Qué es la filosofía?, Barcelona, Anagrama.

4. DÍAZ, Gilmar, 2005, El pueblo: de sujeto dado a sujeto político por construir: el caso de la Campaña de Cultura Aldeana en Colombia (1934-1936), disponible en: Pedagogica.edu.co

5. ECHEVERRY, Gabriel, 1985, El pensador de Otraparte. Vida y obra del escritor antioqueño Fernando González, Armenia, Quingráficas.

6. ESTRADA, Leonel, 1995, “El legado del maestro”, en: Fernando González, “El derecho a no obedecer”. Una exposición, Bogotá, Comité Cultural – Biblioteca Nacional de Colombia.

7. GONZÁLEZ, Fernando, 1969, Mi Simón Bolívar, Medellín: Bedout.

8. _______, 1995a, Viaje a pie de dos filósofos aficionados, Medellín, Universidad de Antioquia / Señas de identidad.

9. _______, 1995b, Cartas a Estanislao, Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana.

10. _______, 1996, Pensamientos de un viejo, Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana.

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Fuente:

Peñuela Contreras, Diana Milena. “Fernando González, educador latinoamericano: pensamiento y rebeldía”. Revista Nómadas n.º 33, Bogotá, julio-diciembre de 2010, pp. 199 – 210.